Cuando la mirada se dirige a la próxima visita del sucesor de Pedro a nuestra Patria y a nuestra Universidad, lo que brota es agradecimiento y esperanza.
El gran escritor francés Charles Péguy, en su hermoso poema a la Esperanza, pone en labios de Dios estas desgarradoras palabras, cierta-mente tan actuales:
“Que estos pobres hijos vean cómo marchan hoy las cosas y que crean que mañana irá todo mejor, esto sí que es asombroso y es, con mucho, la mayor maravilla de nuestra gracia”.
En sesenta años, y hasta en noventa, ¡cuántas veces esta historia maravillosa se ha repetido ante nuestros ojos! Como en el antiguo Israel, glosando siempre a Péguy, la “Fe, esposa fiel”, y la “Caridad, madre ardiente”, fueron conducidas por “una llama temblorosa, la Esperanza”, que rompiendo la oscuridad, las guio hasta los pies del Hijo.
Caído en el frente de batalla el año 1914, Péguy avizoraba proféticamente, en su cántico a la Esperanza, lo que sería la vida de los cristianos, en el espa-cio de las naciones bautizadas, a lo largo de todo el siglo XX y hasta ahora.
Los 60 últimos años, con el desarrollo del Concilio Vaticano II, y la sucesión de grandes pontífices, como san Juan XXIII, el Beato Pablo VI, Juan Pablo I, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora el Papa Francisco, suscitan en el corazón un canto de profundo agradecimiento por este renovado triunfo de esa llama temblorosa de la esperanza que nos trae erguidos hasta hoy.
Chile y nuestra Pontificia Universidad Católica de Chile, lejos de estar ajenos a esta dramática tensión de nuestro tiempo, han estado en el corazón de ella.
Para mí, como Rector durante quince años de esta gran Univer-sidad, serían muchos los acontecimientos que podría nombrar, que jalonan el camino que comentamos al tenor de este cántico a la Esperanza. Pero solo diré uno, que considero, en esta línea, un fruto muy preciado del tiempo de mi ejercicio rectoral: la fundación en 1995 de revista HUMANITAS.
No digamos tan solo, como ya ha sido repetido, que este empeño nació casi directamente del llamamiento profético de san Juan Pablo II, que aún resuena en nuestros oídos: “Non abbiate paura” - “No tengáis miedo”. A él vino a sumarse, en seguida, la estrecha cercanía y apoyo que quiso obsequiarnos Benedicto XVI durante su pontificado y ya antes del mismo. Alicientes inesperados para esa llama temblorosa de la esperanza, pero también algo más. Estos dos pontífices verdaderamente inspiraron a la Pontificia Universidad Católica de Chile y a muchas otras universidades del mundo, una genuina Escuela de Humanitas, según el término acuñado por el Papa Ratzinger (Benedicto XVI, Discurso a la Universidad del Sacro Cuore, 21. V. 2011).
A todo lo anterior sigue naturalmente el agradecimiento, hermano de la esperanza. Pues ha sido bien claramente a la luz de esa Escuela de Humanitas que quienes hicimos esta revista caminamos ya por 22 años consecutivos. ¿Cómo? Con verdadero gozo y sin sobresaltos ni desvíos en la marcha, en la intelección sorprendida, amorosa y deseosa de siempre mayor identificación con la huella que trazan consecutivamente los sucesores de Pedro, hasta llegar hoy a Francisco, a quien aguardamos con profundo agradecimiento, llenos de esperanza.
En la perspectiva del tiempo mayor —aquel en que mil años son un solo día para Dios—, el futuro que aguarda a HUMANITAS radica precisamente aquí, en esa esperanza que nos fuera regalada y que ha iluminado el camino seguido por más de dos décadas, y sin la cual cualquier maniobrar humano sería en este espacio completamente inútil.
Sobre el autor
Ex rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile (1984-2000)