La reciente exhortación apostólica ‘Laudate Deum’ del Papa Francisco entrega un cierto número de declaraciones que podrían colocarse en el contexto de lo que piensan las personas (y en particular los católicos) acerca el cambio climático y el cuidado de la naturaleza. ¿Cuánto sustento tiene ‘Laudate Deum’ en la opinión pública mundial? ¿Y en la nuestra? Francisco lamenta que algunos –incluso dentro de la propia Iglesia católica– todavía no acrediten la existencia del cambio climático y de las consecuencias que podría traer sobre el planeta. “En los últimos años no han faltado personas que pretendieron burlarse de esta constatación… que lo que estamos verificando ahora es una inusual aceleración del calentamiento, con una velocidad tal que basta una sola generación –no siglos ni milenios– para constatarlo” (‘Laudate Deum’, 5). Los datos de diversas encuestas mundiales muestran que el cambio climático está ampliamente acreditado en todas partes y que la opinión pública católica no está rezagada en este reconocimiento. En el informe ‘International Public Opinion on Climate Change’ del 2022, realizado con usuarios de Facebook mayores de 18 años en todo el mundo, se obtuvieron proporciones entre 70% y 90% para la constatación de que el cambio climático está efectivamente ocurriendo (Chile = 90%). La European Social Survey (versión 2016) muestra resultados parecidos. El 57% acredita definitivamente el cambio climático y un 36% lo hace con algo más de circunspección. Solo un 7% de la opinión pública europea no está convencida. La Encuesta Bicentenario (2019) arrojaba en Chile un resultado parecido: 76% de personas que admitían sin reservas el calentamiento global. Las personas religiosas reconocen el cambio climático en la misma proporción que las que no son religiosas y los católicos europeos se comportan incluso por encima del promedio. Solamente aquellos que profesan religiones orientales (en particular budistas) muestran una actitud decididamente más favorable, por lo demás en todos los tópicos ambientalistas. El budismo ha sido una espiritualidad especialmente cuidadosa con la naturaleza (el arhat se hace a un lado para ceder el paso de una hormiga) y el respeto hacia todos los seres vivientes ha sido muy pronunciado, algo que puede encontrarse vívidamente en la tradición franciscana católica, de cuya espiritualidad han bebido ampliamente las exhortaciones de Francisco sobre medio ambiente.
No se trata solo de acreditar el cambio climático. También de admitir la responsabilidad humana en el calentamiento global y los innumerables problemas medioambientales que asuelan el planeta. “Ya no se puede dudar dice la exhortación– del origen humano –‘antrópico’– del cambio climático”, sobre todo por el crecimiento acelerado de la emisión de gases de efecto invernadero en el último siglo (‘Laudate Deum’, 11). La causa puramente humana (o predominantemente humana) se reconoce moderadamente (45% en los países europeos, casi nunca como única causa) y lo más frecuente es atribuirle causas tanto naturales como humanas. La causa humana está bien admitida en Europa y América, con la excepción de Estados Unidos, y desciende en las grandes potencias de oriente, sobre todo India, para colapsar en África (que, no obstante, es el continente que experimenta más dramáticamente los efectos del cambio climático). También en Chile se acredita la actividad humana como el origen del problema (50%) con un cierto balance respecto de quienes prefieren una opción mixta (42%), es decir, que agregan también causas naturales para explicar las debacles climáticas (Bicentenario, 2019). La diferencia de atribución entre personas religiosas y no religiosas es menor (44% vs. 48% para causa humana), lo que desmiente que la religiosidad sea un freno para admitir la responsabilidad humana en los problemas medioambientales.
El antropocentrismo situado de Francisco, que consiste en “reconocer que la vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas” con las que es imprescindible sostener relaciones fructíferas y satisfactorias (‘Laudate Deum’, 67), puede examinarse a la luz de los datos que ofrece la World Value Survey, la mayor encuesta mundial de valores existente en la actualidad. La proporción mundial que considera que los seres humanos debemos coexistir con la naturaleza –antes que dominarla– alcanza al 86%. Los católicos suscriben el antropocentrismo situado de Francisco en un 84%, mientras que la diferencia entre personas religiosas y ateos convencidos es otra vez desdeñable. Todo esto contradice el estereotipo de antropocentrismo radical que se cierne sobre la tradición judeocristiana. La tesis principal de Francisco es esta: no es la religión, sino el paradigma tecnocrático el que se sirve de la naturaleza como un mero instrumento para acrecentar el poder humano. Antes bien, la religión puede ser un recurso principal para repensar el uso que hace el hombre de su poder, y es sobre todo la religión la que puede proporcionar las motivaciones espirituales necesarias para modificar nuestras actitudes hacia la creación y convencernos de que “Dios nos ha unido a todas sus criaturas” (‘Laudate Deum’, 66). Hasta ahora, se ha confiado demasiado en el poder de la ciencia para resolver los problemas medioambientales (una confianza bastante elevada en la opinión pública mundial, y aún más entre católicos) y muy pocos asumen el cambio climático como un problema que compromete la responsabilidad individual. La European Social Survey ofrece datos contundentes al respecto: en una escala de 0-10 puntos, que mide hasta qué punto cada cual siente que tiene una responsabilidad personal en reducir el cambio climático, los países europeos ofrecen un magro promedio de 5,58, con los peores resultados entre católicos, si exceptuamos a cristianos ortodoxos. El eco de ‘Laudate Deum’ resuena amplia y vigorosamente en la opinión pública mundial, salvo quizás en este punto esencial, la capacidad de la religión y, en particular de nuestra fe, de convertirse en el “aguijón ético” que es necesario para afrontar los problemas. La exhortación es clara: terminemos con buscar solo remedios técnicos para un problema que compromete el sentido de la vida que llevamos y dejemos de echar todo el peso de la solución en los gobiernos (a los que se puede entonces denostar implacablemente) y asumamos la parte que –aunque modesta– le corresponde a cada cual en la solución de la crisis, el pequeño “esfuerzo de los hogares –dice Francisco– por contaminar menos, reducir los desperdicios, consumir con prudencia” (‘Laudate Deum’, 71).
EDUARDO VALENZUELA C.