La educación católica latinoamericana tiene que pensar cómo evangelizar a los ricos y a los pobres, a las culturas urbanas y rurales, a los pueblos originarios, entre otros, de tal forma que, aunque no se desconozca la riqueza de cada manifestación cultural, se tiendan puentes que permitan hablar al menos de culturas cristianas abiertas a los otros, o sea, signadas por la fidelidad a la verdad (no a “su” verdad) y al ejercicio de la caridad en comunión. Todo lo otro es secularismo, inmanentismo y fragmentación interna de la propia Iglesia.
Este artículo [1] quiere eludir especialmente lugares comunes o temas que otros han desarrollado mejor. Por esta razón, voy a evitar recorrer dos caminos: el primero, recordar la doctrina tradicional de la Iglesia sobre educación y el rico Magisterio de las últimas décadas sobre la materia. El segundo, brindar un panorama sociológico y cuantitativo sobre la educación católica en Sudamérica. Este segundo recorrido podría resultar más original que el primero, dada la escasez de estudios en América Latina, pero sólo como curiosidad o rareza a los fines de este artículo.
Por lo tanto, evitaré lo conocido –reiterar la doctrina– y lo poco relevante –presentar panoramas sociológicos–. ¿Qué trataré de hacer entones en estas páginas? Precisamente me propongo presentar una perspectiva posible sobre los desafíos de la educación católica en América Latina y, en particular, por resultar más conocido para mí, en Sudamérica. Para esto se requiere poner en diálogo el Magisterio sobre educación de la Iglesia Católica y, específicamente, de la Iglesia en América con la cultura latinoamericana y con el desarrollo de la escuela católica. El camino elegido es complejo, pero considero que permitirá captar una visión posible no sólo descriptiva, sino también propositiva a partir del pensamiento cristiano [2]. Intentaré avanzar interdisciplinaria y sintéticamente en un diálogo entre teología, filosofía, historia y sociología para tratar de comprender en forma, a la vez, trascendente y encarnada, qué le sucede a la educación católica hoy y cómo puede progresar en fidelidad a la verdad y en caridad.
Para lograr esto, se plantea de entrada la siguiente hipótesis: la educación católica en América Latina enfrenta dos peligros, internos y externos, que afectan a su naturaleza.
El primero es su secularización, que reduce y ahoga su fe, limita su trascendencia y su capacidad de transformar la realidad a partir de Cristo –y no a partir de otros paradigmas inmanentes–. El segundo es su fragmentación, que limita la comunión eclesial y que no se reduce sólo a un proceso sociológico, sino que afecta al corazón mismo de nuestra religión. Cabe aclarar que ambos problemas están relacionados y se retroalimentan.
Para encarar esta hipótesis y señalar los desafíos, el trayecto de estas líneas va a ser el siguiente:
1. Se desarrollarán brevemente las tendencias y problemas culturales, educativos y magisteriales de la educación católica en América Latina, con especial atención a Sudamérica. Esto es importante para captar la inercia de nuestra cultura.
2. Se describirá también en lo esencial, la situación actual de la educación católica atendiendo a algunos datos que sean útiles en función de una lectura profunda de los problemas señalados.
3. Se presentarán conclusivamente los desafíos que a partir del Magisterio y de la situación descripta pueden ser orientativos para que la educación católica latinoamericana se renueve a la luz de Cristo.
Mirada histórica sobre las tendencias y los problemas de la educación católica
La educación católica en América Latina nace de la mano de la Iglesia española y portuguesa desde los comienzos de la colonización y evangelización a partir del siglo XV. Sin embargo, cabe destacar tres momentos que, lógicamente con algunas diferencias entre los distintos países, se pueden identificar y explican parte de lo que sucede hoy en día. Estos momentos son:
1. El monopolio o unanimidad de la educación católica en la época colonial.
2. Las tensiones entre el Estado y la educación católica durante las primeras décadas posteriores a las independencias de los países latinoamericanos.
3. La consolidación del Estado Educador y el crecimiento paralelo de la educación católica.
Se caracterizarán brevemente estos períodos tratando de vislumbrar qué aportaron a las tendencias y problemas actuales, más allá de reconocer que cada época posee sus particularidades a la vez que sedimenta el presente.
1. El monopolio o la unanimidad de la educación católica en la época colonial
El primer período se desarrolla entre el siglo XVI y principios del siglo XIX y se caracteriza por una estrechísima relación entre Estado e Iglesia. La corona española y también la portuguesa se habían impuesto el deber de evangelizar y civilizar a los pueblos originarios en las Indias. Además, según la institución del Patronato, los reyes ejercían el gobierno inmediato de la Iglesia en América, aunque debían acordar con la Santa Sede las decisiones más importantes. No existía, por tanto, una separación entre la Iglesia y el Estado. En este contexto, caracterizado por un monopolio o unanimidad religiosa animada y sancionada por el Estado, la educación que se desarrolló en este período era católica en su totalidad. No era posible enseñar otras religiones o simplemente el ateísmo o el agnosticismo. No existía la libertad religiosa.
La educación de los nativos se restringió en esta región a la instrucción elemental, a menos que se ingresara a la carrera eclesiástica. Sólo en las zonas en donde habían existido grandes imperios, como el caso de los Aztecas en México y de los Incas en Perú, se crearon colegios secundarios destinados a las élites de los pueblos originarios. Los habitantes autóctonos eran organizados en encomiendas o en las afamadas misiones de los jesuitas en el Paraguay que se creaban a instancias del Estado colonial. El objetivo de estas iniciativas en todos los casos era el mismo: transmitirles la fe, fijar a estos pueblos en un territorio –volverlos sedentarios–, civilizar –o europeizar– a los nativos, volverlos productivos económicamente e integrarlos como súbditos de la Corona. Por otro lado, la educación de los españoles y sus descendientes –incluidos los mestizos– se organizó según el modelo escolar católico europeo. El Estado colonial era el que animaba, ordenaba o autorizaba la creación de cualquier tipo de institución educativa. En la totalidad de los casos financiaba o dotaba de recursos para su desarrollo a la institución educativa que se fundara. Los jesuitas tuvieron un protagonismo educativo central hasta su expulsión en 1767 de los territorios españoles. El resto de las órdenes religiosas –dominicos, franciscanos, mercedarios– también se hacía cargo de la educación secundaria de sus novicios y, ocasionalmente, de la formación de alumnos externos. Finalmente, la educación elemental quedó en manos de las escuelas conventuales, de las Escuelas del Rey, dependientes de los Cabildos (especie de municipalidades), de las escuelas parroquiales y de los maestros particulares. Esta educación siempre debía incluir la enseñanza del Catecismo.
Jamás se dirá y escribirá lo suficiente sobre el esfuerzo evangelizador y educativo que, en especial, desarrollaron la Iglesia española y portuguesa en América. Hasta sus detractores ideológicos reconocen que fue una gesta plena de ideales cristianos, de heroísmo y de notables y creativos esfuerzos culturales e institucionales, aún contemplando las limitaciones humanas y el abundante pecado siempre presente.
El balance general del período evidencia que la población escolarizada era muy escasa y las tasas de analfabetismo muy altas –superiores al 80 por ciento–, lo cual es coherente con las dificultades del territorio y con las características ideológicas de la época. Por otro lado, los jesuitas, hasta su expulsión, lideraban la oferta educativa secundaria y universitaria. Su partida debilitó fuertemente el conjunto de instituciones, aunque otras órdenes religiosas y el clero secular se hicieron cargo de ellas con muchas dificultades. Este episodio también disminuyó a futuro a la educación católica porque limitó su capacidad defensiva unas pocas décadas antes de las independencias americanas, lo que significó un retroceso anticipado frente al avance liberal secularista en el siglo XIX. El sistema educativo colonial, como el resto del gobierno, fue muy descentralizado o poliárquico. La Iglesia, a través de sus distintos agentes, tuvo el protagonismo en materia educativa en este período, pero no debe olvidarse que siempre fue animada, autorizada y financiada por los Estados coloniales. Por otra parte, las ideas regalistas, según las cuales las facultades de la Corona en materia eclesiástica eran inherentes al ejercicio de la soberanía y no dependían, por tanto, de las concesiones pontificias, se afianzaron aún más con la llegada de los Borbones a la corona española en el siglo XVIII e implicaban también mayores pretensiones del Estado sobre la Iglesia y la conciencia de sus fieles.
En síntesis, este período fundador es de una enorme riqueza, pues le deja a la región una educación católica antes inexistente y con una tradición creativa de casi 300 años en algunas localidades. Sin embargo, transmite hacia el futuro algunos problemas:
• Una participación/intromisión muy fuerte del Estado en el desarrollo de la educación católica y en la vida de la Iglesia.
• A tono con la cultura de la época y con una civilización que se entremezcla pero no se funde o integra aún totalmente, en América Latina y también en la educación católica no es lo mismo ser nativo, que mestizo o blanco. Sin duda, esto se debe al poco tiempo transcurrido y a la diferencia de las civilizaciones que se encontraron, pero es un problema subsistente desde aquellos inicios que ha trascendido en las distintas formas de injusticia social.
2. Las tensiones entre el Estado y la educación católica durante las primeras décadas posteriores a las independencias de los países latinoamericanos.
El segundo período abarca desde 1810 hasta fines del siglo XIX. A partir de las independencias que se suceden entre la década del 10 y la del 20, casi todos los países declaran la libertad religiosa, aunque muchos de ellos se siguen considerando aún “Estados Católicos”. Sin embargo, a partir de aquí, inmigrantes de otras religiones cristianas y más adelante pensadores laicistas inician la creación de instituciones educativas no católicas. Por otro lado, el regalismo convertido ahora en “patronato nacional” –lo que implicaba que los nuevos Estados nacionales asumían la soberanía del rey en materia eclesiástica– había calado fuerte no sólo en las autoridades políticas, sino además en las autoridades eclesiásticas locales. Esto implicó tres efectos para este período:
a. Los Estados nacionales, por la incomunicación con Roma y por la influencia de ideas galicanas, ejercieron su poder sobre la vida de la Iglesia y de las escuelas dependientes de ella.
b. Dado que los Estados nacionales siguieron considerándose católicos, las escuelas primarias estatales que se comenzaron a multiplicar fueron católicas y también, aunque no siempre, las secundarias y las nuevas universidades.
c. Sin embargo, la Universidad respiraba un clima de libertad de cátedra y los colegios secundarios, creados por los Estados nacionales, sostuvieron espacios para el “libre pensamiento”, encarnado por inmigrantes europeos en muchos casos. Como puede apreciarse, se dieron situaciones muy ambivalentes.
En este período, se evidenció también que el Estado quería proveer educación primaria por sí mismo. Por lo tanto, esta etapa de gran inestabilidad institucional demostró un leve crecimiento, paralelo y gradual, de instituciones educativas de la Iglesia, de la sociedad civil no católica y del Estado en sus distintos niveles. Hacia el final del período, la carrera comenzó a ser ganada por la educación estatal –en la medida en que el Estado se afianzaba–, aunque también crecía la cantidad de escuelas de la Iglesia, de otras religiones y de laicos. En este contexto, comenzó a desarrollarse el “Estado centralista y educador” que consideraba a la educación no estatal como un bien relativo pero subsumido bajo su poder. Por otro lado, muchos pensadores católicos creían que por la debilidad de la sociedad civil y de la Iglesia, era necesario que el Estado Católico se hiciera cargo de la educación en forma directa. La diferencia radicaba en que para los liberales secularistas el Estado tenía que ser por derecho propio educador y además laico. En cambio, para los católicos liberales, el Estado tenía que hacerse cargo subsidiaria y temporalmente de la educación mientras no pudiera hacerlo la Iglesia y la sociedad civil y, como casi toda la población era católica, las escuelas estatales debían también ser católicas. Además para los primeros, el Estado nacional tenía que ser el protagonista y ejercer en forma centralista su poder. Para los segundos, el Estado nacional debía promover la responsabilización progresiva de los municipios, las provincias, la sociedad civil y, por supuesto, de la misma Iglesia Católica.
Este período encarna y lega hacia el presente las siguientes características:
• Una nueva ideología de los Estados nacionales por hacerse cargo directamente de la educación y el desarrollo de límites a la libertad de enseñanza, en especial de la que era ejercida por la Iglesia Católica. En parte se afianza el protagonismo del Estado en su versión colonial pero ahora progresivamente de forma más liberal, centralista y secularista.
• Un pensamiento católico que vislumbra que la educación estatal tiene que ser católica, pero ello es cada vez más difícil por la hegemonía en las élites del liberalismo secularista.
• La inequidad entre los distintos grupos poblacionales continúa y en muchos casos se acentúa, pues la educación católica recibe cada vez menos apoyo del Estado y se ve obligada gradualmente a cobrar aranceles para subsistir, lo que dificulta su presencia entre poblaciones desfavorecidas y entre los pueblos nativos.
3. La consolidación del “Estado Educador” y el crecimiento paralelo de la educación católica.
El tercer período se inicia a fines del siglo XIX y concluye en la década del 70 del siglo XX. El triunfo del liberalismo secularista y el fortalecimiento de los Estados nacionales provocan la expulsión progresiva de la presencia de la Iglesia Católica en las escuelas estatales. En muchos países, se declara la separación de la Iglesia y el Estado. El liberalismo secularista se instala en el Estado nacional y define que las escuelas estatales no deben ser más católicas sino laicas y, a lo sumo, se podrá enseñar religión en ellas. Por otra parte, los Estados nacionales multiplican las escuelas primarias y los colegios secundarios. También, se centralizan las universidades y en muchos casos se impide exitosamente la fundación de universidades no estatales, o sea, católicas. El cono sur desarrolla una política de educación estatal más expandida y fuerte que en el resto de la región. Pese a que fue un período de expansión cuantitativa de instituciones católicas, las instituciones estatales también se multiplicaron aún más.
El prestigio social y académico en esta etapa se ubicó claramente del lado de la educación estatal, excepto en algunas pocas escuelas católicas de élite. Las instituciones educativas no estatales, con pocas excepciones, poseían menores recursos, abonaban peores sueldos y atendían a sectores desfavorecidos o académicamente más débiles. Toda esta etapa se caracteriza por un protagonismo de los Estados nacionales en todos los órdenes, el afianzamiento del laicismo –con una breve discontinuidad en las décadas de los nacionalismos católicos– y por un despliegue importante de instituciones católicas, el cual, sin embargo, no logra superar en empuje al Estado. El aporte de las órdenes religiosas educativas que, en muchos casos, huyen de las persecuciones en Europa cambia el rostro de la educación católica en América Latina y especialmente en Sudamérica, acompañando las sucesivas olas inmigratorias. Fundamentalmente, los religiosos provienen de España, Italia, Francia, Alemania, Irlanda y del Reino Unido. También se hacen presentes, aunque en menor medida, religiosos de Europa Oriental. Estas órdenes nos donan sus carismas, su espiritualidad, su fidelidad a la Iglesia y novedosas pedagogías. En muchos casos, hacen también aportes a la educación estatal.
–¿Qué brinda este período a la educación católica luego de décadas de recuperar terreno frente al liberalismo secularista en todos los órdenes de la vida social?
• La educación estatal laica se expande, pero no uniformemente en todos los países. La educación primaria se propaga casi universalmente entre criollos e hijos de inmigrantes, pero la secundaria no llega a las poblaciones desfavorecidas aún ni a buena parte de los pueblos originarios.
• La educación católica logra constituirse como un subsistema orgánico y coordinado pastoralmente. En casi todos los países surgen las asociaciones de colegios católicos y se coordina la acción entre sí, con las órdenes religiosas y con los episcopados. También se logra el aporte del Estado para muchas escuelas católicas, lo que permite potenciar su expansión. La creatividad pastoral y pedagógica es de gran relevancia.
• Sin embargo, la educación católica es minoritaria y oscila, según los países y los niveles, entre un 5 y un 20 por ciento de la matrícula escolar, lo que significa, al día de hoy, millones de alumnos. En Argentina, por ejemplo, un millón y medio de alumnos al 2004 se encontraban en instituciones católicas desde el jardín de infantes a la universidad. Tanto en Chile como en Uruguay la matrícula de la educación católica representa también alrededor de un 14 por ciento sobre el total de alumnos de esos sistemas [3].
• La expansión de la educación católica, incluidas las universidades, y el logro incipiente de aportes económicos del Estado permitió hacer frente a los procesos de secularización, al menos en parte, del sistema educativo y dar algunos pasos más sólidos en el servicio educativo a los más pobres.
Con este brevísimo recorrido que se centró más en sus configuraciones, tendencias y legados que en datos o hechos, puede apreciarse el desarrollo de la educación católica en Sudamérica. Por supuesto que como toda lectura global de una región tan compleja y diversa, estas líneas deben ser tomadas como generalizaciones. Hay que comprender, por ejemplo, que hay lugares de América Latina en donde todavía la Iglesia no ha llegado. Son pocos pero subsisten grupos de pueblos nativos que no han recibido una pastoral integral. Por eso es importante señalar, lo que ameritaría muchas consideraciones adicionales, que a diferencia del caso europeo, en nuestra región la secularización y la evangelización fueron (y son) fenómenos que se manifestaron conjuntamente y dependieron de las distintas localidades. Por ejemplo, en muchos casos en los siglos XIX y XX, mientras las grandes ciudades se secularizaban, el campo era evangelizado por primera vez [4].
Las últimas décadas y la situación actual
Los cambios culturales de la sociedad occidental que se conocen y que se dieron a partir de los 60 y 70 del siglo XX, se hicieron sentir en América Latina y en la educación católica en particular. En esas décadas, América Latina se convirtió en un campo de batalla ideológico, fruto en parte de la justicia largamente esperada pero nunca concretada. Como distintas variables lo evidencian, nuestra región es el continente más desigual del mundo. Sin duda, esto marca en profundidad la cultura latina. En este contexto, por un lado, como un desarrollo específico, se generó la famosa “teología de la liberación” que devino simultáneamente en una filosofía de la liberación y en una pedagogía de la liberación elaborada por el reconocido pedagogo de la educación popular Paulo Freire. Esta teoría de la liberación, más allá de que recoge o se inspira en elementos evangélicos y denuncia la cultura de la dominación y de la injusticia ya señalada, termina fuertemente secularizada de la mano del marxismo. Se convierte así en una filosofía inmanente al problema del capitalismo y no en una perspectiva cristiana superadora y, por lo tanto, mucho más incisiva y radical en su crítica. Esta teoría de la liberación, que influye en la pedagogía, acaba siendo funcional al estructuralismo capitalista vigente como luego se lo apreciará en los últimos años.
En este contexto, también dentro de la Iglesia, las posiciones ideológicas más conservadoras sufrieron la penetración silenciosa, por temor al marxismo, al socialismo y al estatismo populista (fenómeno especialmente latinoamericano) del liberalismo y del neoliberalismo. Finalmente, el nihilismo de las corrientes post-estructuralistas llegó también a nuestras orillas impregnando parte de la cultura de nuestras sociedades y también, aunque en mucho menor medida, a la misma Iglesia. En este período, como en otros países, también se desató la crisis del posconcilio pese a la riqueza de las orientaciones de su Magisterio y del magisterio de la Iglesia en América Latina expresado a través de los documentos de Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y, en el año 2007, Aparecida.
Este complejo entramado ideológico y cultural afectó a nuestra educación católica. Muchos miembros de las órdenes religiosas secularizaron sus posiciones y muchos otros abandonaron su consagración. Algunas escuelas católicas se plegaron a posiciones socialistas y marxistas y fueron fuente indirecta de los movimientos guerrilleros. Otras escuelas acentuaron su carácter reaccionario o se mantuvieron al margen. Las divisiones internas se multiplicaron y los estudiantes fueron campo de batalla de las ideologías más que de la fe. Cuando el capitalismo neoliberal, el estatismo/populismo social y el nihilismo posmoderno se hicieron presentes, luego de estas luchas, reduccionismos y divisiones, encontraron el campo ideal para promover el relativismo y el falso pluralismo. En síntesis, más allá de que esto caracterizó a una parte de la educación católica, no obstante, el efecto final de todo este período fue precisamente la secularización interna y la fragmentación.
–¿Cómo se manifiesta en este contexto el secularismo en la educación católica?
En primer lugar, la educación católica ha perdido en conjunto (aunque siempre hay excepciones) la atención que brindaba a la dimensión sacramental, litúrgica y espiritual. Las órdenes religiosas traían consigo una tradición y un carisma que dio vida a las instituciones y que generó laicos muy comprometidos con la Iglesia y de intensa vida sacramental y de oración. Hoy son pocas las escuelas católicas que desarrollan esta fuerza por la reducción de la presencia de los religiosos en las escuelas y por la falta de formación de los laicos en los carismas religiosos. La celebración de la Eucaristía es, en muchas ocasiones, una asamblea o un ritual que aunque se cumple no es momento de plenitud religiosa. La liturgia y la espiritualidad se han perdido como parte del currículum escolar católico.
En segundo lugar, se observa un proceso de secularización del currículum de la escuela católica. No sólo lo religioso pierde lugar en la formación integral, sino también en la formación intelectual. Pero este fenómeno está cruzado, lamentablemente, por el diálogo con distintas ideologías. Una versión de esta situación resulta muy visible y es hija de una pedagogía de la liberación mal entendida y doblemente secularizada. En este caso, el currículum escolar trasunta una visión socialista y crítica que coincide también con la secularización de la vida sacramental. El cristianismo pasa a ser así un humanismo comunitario y bastante proclive al estatismo. Otra versión, más difícil de distinguir pero también presente, es la de instituciones educativas que manifiestan públicamente su adhesión al Magisterio de la Iglesia, tratan de desarrollar una vida sacramental y espiritual consistente en sus alumnos y una moral familiar y de cultura de la vida. Sin embargo, se observa que el Evangelio no logra penetrar una visión burguesa y neoliberal del mundo económico y social. Estas instituciones tienen el gran mérito de mantener con vida la dimensión religiosa de la escuela católica, pero no pueden impregnar con ella la formación social de sus alumnos, con lo cual, más allá de sus convicciones personales, no pueden hacer presente el Evangelio en la vida pública, excepto, lo que no es poco, en los temas referentes a la cultura de la vida. En una región desigual como América Latina este déficit, que implica una ideologización y secularización parcial de la doctrina de la Iglesia, es grave pues acentúa un cierto individualismo utilitarista y un reduccionismo religioso que dificulta ser levadura en el mundo. Finalmente, muchas escuelas en manos de laicos, tal vez más cerca de un pluralismo, adolecen de combinaciones diversas de estos modelos en el marco también de una cultura posmoderna.
Por otro lado, la educación católica pierde su dinamismo creador de décadas anteriores. Hoy se multiplican las escuelas no católicas, laicas o religiosas, y no sucede lo mismo con las escuelas de la Iglesia. Luego de las órdenes religiosas no hemos sabido encontrar nuevas corrientes fundadoras, con dos excepciones: por una parte, las diócesis, las parroquias y el clero secular se han visto obligados a hacerse cargo de las escuelas que les traspasan las órdenes y a crear nuevas en barrios populares; por otra, algunos movimientos escolares, como Fe y Alegría, desarrollan presencias innovadoras que hay que estudiar mejor.
–¿Cómo se manifiesta a partir de aquí el segundo problema que señalamos, o sea, la fragmentación?
Este fenómeno, lógicamente emparentado con el anterior, dificulta y limita ahora la relación horizontal con la comunidad eclesial y con el mundo. En primer lugar, se manifiesta en algunas instituciones a través de una derivación de lo relatado anteriormente. Las escuelas católicas se distinguen por su adhesión, explícita o implícita, a ideologías y no por su adhesión a la fe, lo que las volvería hermanas. Las distintas variantes ideológicas penetran a los religiosos y docentes católicos y reducen la dimensión cristiana de su pensamiento. Su visión cultural, política y social depende ahora más de estas perspectivas que de una mirada cristiana. Por otra parte, algunos estudios sociológicos muestran que los estudiantes y docentes de colegios católicos de élite, por ejemplo, se sienten más a gusto y culturalmente afines con miembros de colegios laicos de élite. Sintonizan mejor subjetiva y culturalmente con ellos que con miembros de comunidades católicas de sectores desfavorecidos [5]. Esto también se da en sentido contrario. Por lo tanto, la fragmentación ideológica y social marca también a las comunidades de los colegios católicos. Lo religioso no los une. La cultura cristiana no es común. Lo común es la cultura de cada clase o grupo social y la cultura cristiana es un agregado externo que no genera puentes o comunidad. A lo sumo, a través de los grupos misioneros, los estudiantes de los colegios más acomodados se hacen presentes en escuelas desfavorecidas. Sin duda que esto tiene un gran valor y forma parte de la opción preferencial por los pobres, pero no necesariamente implica el logro de una comunión intrínseca.
Por otra parte, cabe recordar que sigue vigente en Latinoamérica, no tanto en los países del cono sur, el drama de la discriminación que, aunque cada vez menos fuerte, dificulta la pastoral educativa de la Iglesia. No es lo mismo ser descendiente de los pueblos originarios, que mestizo o blanco. Y esto también se observa en las escuelas católicas que están generalmente diferenciadas por sectores o grupos poblacionales, más allá de los intentos de integración que siempre se desarrollan.
La fragmentación y la división impactan también en los organismos pastorales de coordinación de la educación católica. Los carismas y dirigentes se distinguen ya no por su inspiración o su tradición espiritual, sino por sus concepciones ideológicas de la relación con el Estado, con el mercado, con el pluralismo, con el ecumenismo y con el diálogo interreligioso. También el cuestionamiento solapado o el respaldo a la doctrina de la Iglesia se han vuelto una discusión callada pero presente. Esto ha causado también una dificultad de coordinación pastoral justo en el momento en que más se la necesitaría por las razones ya aludidas.
Las universidades, finalmente, muestran una situación similar a lo que sucede en otros países: la teología, la filosofía cristiana y la Doctrina Social de la Iglesia no logran interpelar ni integrar la formación disciplinar, que muchas veces se encuentra ideológicamente sesgada, lo que es tomado con naturalidad por los estudiantes. Por lo tanto, el catolicismo se constituye en un barniz ritual y espiritual con un mayor o menor alcance en la moral particular, familiar y social. Los profesionales, dirigentes y académicos que egresan de las universidades no conforman al menos una inicial síntesis entre fe y vida y fe y cultura.
Frente a estos problemas y tendencias, ¿cuáles son los signos de esperanza y los lineamientos que permitirán encarar los desafíos del comienzo del tercer milenio para la educación católica latinoamericana?
Los desafíos de la educación católica latinoamericana: fidelidad y caridad
En el 2008, los Obispos de América Latina y el Caribe se reunieron en Aparecida, Brasil, en la V Conferencia General del Episcopado. Su tema estuvo centrado en la necesidad de convertirnos en discípulos y misioneros de Cristo Resucitado. El documento, en su conjunto, replantea los desafíos de la educación católica. A la luz de sus recomendaciones, ¿cómo enfrentar el problema del secularismo en la educación?
En primer lugar, los Obispos, los párrocos, los religiosos y los laicos comprometidos tienen que superar el funcionalismo estructural vigente y hegemónico en la educación. Las escuelas católicas en muchos casos se parecen a las que no lo son, excepto por algunos actos religiosos o las horas de catequesis. El Documento de Aparecida señala explícitamente el problema de una educación planteada solamente desde lo útil. Tanto las nuevas versiones del liberalismo como las del socialismo o posmarxismo terminan convergiendo en una comprensión utilitaria de la educación. La paradoja radica en que luego de hacer la crítica de la religión y de la sociedad tradicional o burguesa, según los casos, resulta que ahora ambas corrientes se unen para plantear una educación estructural-adaptativa. La Iglesia, sin embargo, sigue recordando que la escuela es “lugar de formación integral mediante la asimilación sistemática y crítica de la cultura” [6].
Para la educación católica, la única manera en que esto es posible es recuperando la centralidad de Cristo: la crítica de la cultura se hace desde el Evangelio de Jesús. Para ello, la educación católica latinoamericana tiene que plantearse una nueva pedagogía sacramental y espiritual que recupere lo mejor de nuestra tradición y encuentre formas originales y culturalmente adecuadas para proponer un recorrido sacramental y espiritual auténtico a los estudiantes y a los docentes. La crisis espiritual de muchas congregaciones y de una parte del clero secular dificulta esta nueva pedagogía que debe hacerse presente en un itinerario pensado no sólo para los estudiantes, sino también para los docentes, los directivos y las familias. No puede continuarse con una pedagogía enciclopédica que acumule materias y contenidos educativos, entre ellos lo sacramental y espiritual. En este sentido, es vital orar y esperar en el Espíritu un soplo sobre los consagrados y también sobre los movimientos laicales.
El siguiente desafío está dirigido a impregnar con Cristo al currículum de la escuela católica. En este caso, la historia nos puede enseñar algo. Sin duda, a partir del enfrentamiento con el liberalismo a fines del siglo XIX, la Iglesia en Latinoamérica se propuso y logró dos objetivos:
1. Desarrollar institutos de formación docente y centros de vida intelectual católicos.
2. Desarrollar una literatura pedagógica a partir de estos intelectuales católicos que multiplicaron manuales escolares signados por una visión cristiana del mundo.
Sin embargo, en América Latina estos esfuerzos perdieron su continuidad. Hoy, por otra parte, no sería suficiente con repetir estos intentos tradicionales. Pero sí está vigente la necesidad de formar docentes y generar grupos de intelectuales. Por otro lado, el pasado nos enseña que no podemos abandonar el esfuerzo por intentar nuevas síntesis culturales que articulen, al decir de un joven pensador argentino, Carlos Hoevel, el Magisterio de la Iglesia, el ethos propio de cada comunidad y la cultura teológico-filosófica que se genere. La escuela nació como una institución destinada a plasmar el esfuerzo cultural y religioso de las comunidades. No puede sólo sobrevivir hoy como agencia funcional de capacitación utilitaria según los matices de cada ideología que sople sobre ella. La escuela católica tiene que ser repensada como un espacio creativo de transmisión crítica y creativa de la cultura a partir de este trabajo de diálogo entre ethos cultural, Magisterio y síntesis teológico-filosófica.
Para lograr este objetivo, por un lado, es clave el protagonismo de las universidades y centros de altos estudios católicos. No pueden continuar atadas solamente a la formación profesional o a la investigación académica formalmente de excelencia pero desarrolladas a espaldas de este desafío cristiano. ¿Cuáles son los nuevos programas de investigación que pueden pensarse para poner en diálogo la rica cultura popular cristiana con el Magisterio y la cultura científica filosófica y teológica de la región? Y una pregunta lamentablemente más vulgar pero que manifiesta hasta dónde llega el economicismo: ¿Cómo vamos a lograr que las universidades católicas, sin menospreciar la racionalidad económica, la acoten a su legítimo lugar sin permitir su expansión reductiva sobre toda la vida institucional? Este mal, que se expande por el mundo, destruye muchos proyectos dentro de la educación católica por no ser rentables o financiables (desde una visión muy estrecha, por supuesto). ¿Estamos realmente dispuestos en América Latina a luchar contra esta racionalidad suicida?
Este desafío, por tanto, acarrea también la necesidad de repensar la formación de los laicos que trabajan en la educación y de su acompañamiento permanente. La educación católica tradicional no tuvo que hacerse cargo a fondo de este problema, pues estaba mayoritariamente en manos de religiosos. ¿Cuáles son los organismos pastorales y las iniciativas espirituales que acompañan al laico educador? En América Latina son prácticamente inexistentes fuera de los movimientos.
Y algo más, volviendo desde esta pregunta a las universidades: ¿dónde está la teología de la educación en América Latina y, me atrevería a preguntar, en el mundo? La tradición de las congregaciones y sus carismas implicó precisamente el desarrollo incipiente de una teología de la educación. ¿Dónde se encuentra ahora? En este sentido, la Santa Sede produjo su último gran documento sobre la educación en 1988 titulado La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica. Tal vez, serían necesarias nuevas orientaciones globales o regionales del Magisterio. De hecho, S. S. Benedicto XVI atiende el tema constantemente y ha llamado la atención con su expresión de “emergencia educativa”. Además, sorprende lo lejos que la teología contemporánea se encuentra de la reflexión educativa, justamente en el contexto de la “sociedad del conocimiento”. No se conocen en la actualidad desarrollos consistentes en esta línea mientras la educación se expande día a día y las escuelas y docentes requieren de reflexiones espirituales y teológicas para su accionar.
Por otra parte, las universidades católicas tienen otro gran desafío: investigar sobre lo que sucede en las escuelas católicas. Es importante utilizar inteligentemente las herramientas que nos brindan las ciencias humanas y sociales para conocer qué acaece en las escuelas. Los documentos expresan los ideales a perseguir, pero en muchos casos, sólo por experiencia, sabemos lo que sucede. Hay que investigar los problemas de identidad religiosa de nuestras escuelas y no sólo su composición sociológica. Para ello también es importante conocer la cultura de quienes asisten a las escuelas: la cultura urbana, popular, juvenil, etc. Esto permitirá indagar acerca de la subjetividad de las familias y estudiantes y ayudará a desarrollar las formas de presentar la fe.
En síntesis, todo ello implica el desarrollo de una nueva pedagogía cristiana que es hija, lógicamente, de una nueva síntesis cultural desplegada a partir de lo mejor de nuestra tradición y del Magisterio, del diálogo con la cultura contemporánea y de la creatividad y el genio propio de cada época y región.
Finalmente, ¿cómo enfrentar el problema subsecuente de la fragmentación? Muchas de las pistas que se presentaron ayudan también en este ámbito. Recordando lo ya señalado, se manifiestan dos problemas en las escuelas católicas: cierta fragmentación intraeclesial en donde las perspectivas ideológicas unen (y diferencian) más que la religión y aquella que se desarrolla a partir de distinciones de clase o de grupos sociales y culturales. En ambos casos, se produce una reducción de la fe con el consecuente encierro endogámico. Se atenta contra la universalidad del mensaje cristiano.
Este desafío conlleva una profunda autocrítica comunitaria a la luz del Evangelio, del Magisterio, de la Tradición y de la doctrina social de la Iglesia. En este camino, puede ayudar justamente el conocer mejor qué es lo que piensan las distintas comunidades escolares. Cómo se perciben a sí mismas y a los demás miembros de la comunidad eclesial. Es importante recuperar algunas instancias intergrupales y sociales de organización pastoral. Ésta no puede dividirse por sectores de pertenencia. Las escuelas católicas, no todas seguramente pero sí muchas, tienen que estar preparadas para integrar lo diverso y constituirse en espacios de comunión.
También hay que desarrollar una pastoral para los mismos dirigentes y docentes católicos que se encuentran hoy marcados por ideologías diversas, entremezclando su fe con posiciones secularistas sobre los más diversos temas, en especial la dimensión pública y privada de la educación, o las disputas entre mercado y Estado, o las nociones de justicia y libertad educativas. Estos debates actuales manifiestan precisamente el espacio reducido del humanismo y de las pedagogías cristianas, aun en el propio pensamiento católico. Éste es un tema muy complejo y fluctuante que merecería una consideración aparte y constituye un desafío constante para los pastores de América Latina.
La educación católica latinoamericana tiene que pensar cómo evangelizar a los ricos y a los pobres, a las culturas urbanas y rurales, a los pueblos originarios, entre otros, de tal forma que, aunque no se desconozca la riqueza de cada manifestación cultural, se tiendan puentes que permitan hablar al menos de culturas cristianas abiertas a los otros, o sea, signadas por la fidelidad a la verdad (no a “su” verdad) y al ejercicio de la caridad en comunión. Todo lo otro es secularismo, inmanentismo y fragmentación interna de la propia Iglesia.
Si una nueva pastoral educativa de esta naturaleza se pudiera coordinar sobre la base de un sustrato cultural cristiano, sin duda se podrá augurar un inicio de milenio marcado por una educación católica que reencontrará un camino viable de desarrollo en nuestra región. A partir de aquí recuperará su dinamismo, no sólo cualitativo, sino, como suele suceder en lo humano, también cuantitativo. El escepticismo y el relativismo de nuestras sociedades es un campo fértil para dar testimonio de la verdad y de la caridad en un diálogo inteligente y profundo, no funcionalista, con las culturas latinoamericanas.
¿Tomará la Iglesia en América Latina conciencia de esta situación? ¿Vislumbrará los caminos señalados u otros que puedan ensayarse? ¿La educación católica se dejará iluminar por el Espíritu de la Verdad y del Amor habiendo cruzado los umbrales del tercer milenio? ¿Será verdaderamente discípula y misionera? Las respuestas a estas preguntas probablemente las darán los historiadores de la educación católica latinoamericana dentro de muchos años.