El pensamiento educativo del Padre Hurtado encontramos orientaciones contundentes que podrían iluminar el quehacer de los padres de familia y maestros de hoy, a quienes es bueno invitar a volver a leer sus obras recientemente publicadas.
«En pedagogía sucede algo semejante a lo que sucede en la vida espiritual: lo que importa no es saber demasiado, sino gozar interiormente. Este conocimiento vivo, sentido en forma casi connatural, de emboca en la acción. Los santos, los grandes pedagogos, son hombres que han realizado una idea» [1].
«La acción llega a ser dañina cuando rompe la unión con Dios» [2].
Alberto Hurtado fue un buen alumno y discípulo, y ya dio muestras de esto a muy corta edad, como se puede observar en las cartas escritas a sus amigos a los 15 y 16 años. En ellas se refleja que había hecho propio no sólo los métodos de discernimiento de San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales, sino que había asumido su autoeducación y santificación personal en su estado, así como la consecuente preocupación por los demás, ya sea los más necesitados en el Patronato de Andacollo, o de sus amigos más cercanos. Jaime Castellón S. J. destaca en la reciente publicación Cartas e Informes del Padre Alberto Hurtado Cruchaga S.J. cómo éste había interiorizado tan profundamente el método de elección de San Ignacio que puede enseñárselo a su amigo Manuel Larraín:
«No creas que me he olvidado un punto de tu promesa de consultar aquello. Te pido lo pienses bien y lo medites aun mejor, que bien puedes hacerlo ahora en las vacaciones; pones tus razones en pro o en contra y así a vuelta de vacaciones lo consultas, con entera claridad, exponiendo tú los motivos que te inclinan a uno y a otro lado; y así podrás quedar completamente tranquilo, pues habrás hecho todo lo posible por ver la voluntad de Dios» [3].
Una vez terminada su formación escolar en el Colegio San Ignacio en Santiago, inició sus estudios universitarios en el año 1918. Estudios que durante 17 años terminarían por formar a uno de los jesuitas mejor preparados de la Compañía de Jesús en Chile. Estudió Leyes en la Pontificia Universidad Católica de Chile, recibiéndose de abogado en 1922. En 1923 Ingresó al Noviciado de la Compañía de Jesús en Chillán, al sur de Chile, y luego se trasladó a Córdoba en Argentina. Más tarde en 1927 se dirigió al Instituto que tenían los jesuitas en Sarriá en Barcelona obteniendo el grado de doctor en Filosofía. Es llamativo que en Sarriá se encontraran los Laboratorios Psicológico y Pedagógico de la Compañía en España siendo el centro de formación científica de mayor prestigio de la Compañía en ese país [4]. Probablemente al enviarlo allí ya se había decidido que Alberto continuara estudios de pedagogía. Pero en 1931 debió retirarse a Ir- landa tras el advenimiento de la República que expulsó nuevamente a los jesuitas de España. Se trasladó luego a Bélgica donde obtuvo los grados de doctor en Teología, en Educación y realizó además estudios de psicología aplicada a la educación en la Universidad Católica de Lovaina, en el por entonces famoso Instituto Superior de Filosofía fundado por el Cardenal Mercier.
León XIII y la Universidad Católica de Lovaina [5]
En 1879 León XIII entregó su encíclica Aeterni Patris en la que exhortó: «para defensa y gloria de la fe católica, bien de la sociedad e incremento de todas las ciencias, renovéis y propaguéis latísimamente la áurea sabiduría de Santo Tomás» [6]. Este esfuerzo resultaba, a los ojos del Santo Padre, fundamental para que los cristianos pudieran hacer frente al mundo contemporáneo. En 1882 León XIII promovió la creación de la cátedra de Alta Filosofía de Santo Tomás en la Universidad Católica de Lovaina, recayendo esta en Desiré Mercier Pro., futuro arzobispo de Malinas. Este sacerdote fundó además en 1889 el Instituto Superior de Filosofía, y en 1894 la Revista neoescolástica de filosofía. El pensamiento de este prohombre lo podemos sintetizar en palabras suyas pronunciadas en 1907 a propósito de la Encíclica de Pío X Pascendi:
«(...) Es de una importancia excepcional que los hombres de estudio se inspiren en una sana filosofía; en una filosofía que, en estrecho consor- cio con los hechos, no pierda jamás su contacto cuando se interna en el dominio de la metafísica o se eleva a la región de lo absoluto. La filosofía de Aristóteles, desarrollada y precisada por Santo Tomás de Aquino, presenta en grado eminente este carácter de sano realismo» [7].
En este Instituto se realizaron importantes esfuerzos por investigar en temas de psicología y de educación. En esto se destacó el director de tesis de Alberto Hurtado, Raymond Buyse, autor del texto La experimentación en Pedagogía, de 1935, ‘la primera obra sistemática de pedagogía experimental que apareció en Bélgica -y podemos decir en Europa Occidental- [8]. En esta obra Buyse plantea la necesidad de distinguir los fines de la educación estudiados por la Filosofía de la Educación, de los medios y técnicas educativos, que los estudiaría esta Pedagogía Experimental. En 1954 Buyse llegó a plantear que no sería apropiado hablar de una pedagogía cristiana, aunque sí de una educación de inspiración cristiana [9]. Esta búsqueda de métodos educativos específicos y acotados desarrollados con independencia de marcos doctrinales se fundamentaba en la confianza en que la búsqueda científica de la verdad sería siempre coherente con la Fe por cuanto no puede haber contradicción en la Verdad:
«Toda pedagogía postula una metafísica; como, de otro lado, todo sistema filosófico desemboca en una doctrina pedagógica... Pero ello no quiere decir que no exista todo un dominio estrictamente técnico, en el que la filosofía nada tiene que hacer... La pedagogía perennis nada tiene que temer, ciertamente, de este espíritu nuevo. Forma ella el fértil humus donde germinará la tentativa de renovación pedagógica» [10].
El mismo año 1935 Alberto Hurtado S. J. defendió su tesis doctoral en Educación, El Sistema Pedagógico de John Dewey ante las exigencias de la doctrina católica. En la presentación al tribunal Hurtado indicó que fue el mismo Buyse quien le sugirió este tema luego de una estancia en Latinoamérica, como una forma de prevención frente a una pedagogía que por ’nueva’ podía asumirse sin mayor espíritu crítico [11].
Recepción y conciliación con el pensamiento educativo de John Dewey
Podríamos decir que con la sabiduría de la pedagogía perenne, desde el Evangelio a San Ignacio pasando por San Agustín y Santo Tomás, Alber- to Hurtado asumió los nuevos aportes de las pedagogía activas, como medios para lograr fines superiores. El Padre Hurtado emprendió la tarea de ‘cristianizar’ el pensamiento educativo de John Dewey, siguiendo el ejemplo de otros que antes que él supieron buscar fuera los aportes que se pudieran integrar al acervo del magisterio de la Iglesia:
Por lo demás, el asunto no es nuevo: ¿acaso no fue lo que hace siglos sucedió con los escritos de Platón y Aristóteles? San Agustín «catolicizó» al primero, mientras que Santo Tomás estudiaba la obra de Aristóteles, cuyas doctrinas eran consideradas con tanta antipatía que le merecieron ser puesto en el Índice:
«Nosotros nos hemos atrevido a pensar que se podría ensayar un trabajo semejante con la obra de Dewey. El fin de nuestro trabajo no ha sido otro que el de buscar, dentro del sistema pedagógico de nuestro autor, los principios que NO se oponen a la doctrina católica, para que los peda- gogos cristianos, una vez despejado el camino desde el punto de vista doctrinal, puedan dedicarse a la tarea de estudiar el valor pedagógico intrínseco de estas doctrinas» [12].
Alberto Hurtado S. J. se colocaba así en el centro de uno de los grandes debates que agitaron el mundo académico católico del segundo cuarto del siglo XX. Debates acerca de si se podía hablar de una Filosofía Católica, o de si era correcto plantear una didáctica o pedagogía católicas, o si todos los católicos debían militar en un mismo partido político, eran cuestiones graves en los años treinta, máxime que los aparatos ideológicos y estatales de corte totalitario tanto marxistas como racistas arremetieron fuertemente no sólo en el plano político dejando tras de sí más mártires que en los 19 siglos anteriores de la vida de la Iglesia, sino que intentaron cambiar radicalmente la mentalidad de sus pueblos desde el plano educativo para así perpetuarse en el poder [ver recuadro pág. 473]. Por otra parte de un modo menos evidente pero no por eso menos potente se instalaba en la vida de muchos en Occidente una actitud materialista, individualista, de carácter burgués y liberal y su influencia en la educación era tan fuerte como en los otros materialismos [ver recuadro pág. 474]. Las pedagogías activas parecían imponerse en estados Unidos y Europa Occidental y eran buscadas también en otras regiones como Iberoamérica, Turquía, China y Japón [13]. Por lo tanto era necesario y justo prestarle la debida atención y por supuesto valerse de sus elementos positivos.
Tanto para el cardenal Mercier como para Raymond Buyse era claro que los católicos tenían grandes ventajas a la hora de avanzar en ciencias. No sólo tenían una Revelación que sustentaba las verdades últimas, sino que contaban con una metafísica consistente con esta Revelación. Podían entonces abocarse a buscar la verdad científica sin necesidad de divagar sobre posibles fundamentos, como le aconteció al mismo Dewey que siguió diversos derroteros filosóficos a lo largo de su vida, intuicionismo escocés, hegelianismo para terminar pragmatista. Quizás la mayor dificultad era entonces ir a buscar la verdad, no exclusivamente en la tradición, sino que allí donde estuviera. Una actitud humilde e inquieta de apertura es quizás lo que más cuesta a quien ya cuenta con un acervo que parece más que suficiente para lograr los más altos fines. Quizás el gran mérito de Alberto Hurtado como pensador educativo fue el de ser un hombre de su tiempo, que amó su tiempo, y que quiso transformarlo para Cristo. La verdad era que teóricamente las escuelas nuevas, de nuevas tenían poco. Muchas de sus conclusiones más interesantes era posible encontrarlas en San Agustín o en Santo Tomás. El mismo principio de avanzar del teaching al learning, ya había sido planteado por estos maestros cristianos. No faltó quienes teniéndolo claro desestimaron el valor del esfuerzo de Dewey. Alberto Hurtado en tanto, sabiéndolo, destacó cómo Dewey hizo esfuerzos enormes por cambiar la educación de su país, fundando colegios, publicando infinidad de artículos y libros, impulsando a otros en esta tarea. Tanto esfuerzo tenía un valor. Más aún, los católicos teniendo antecedentes tan claros de educación activa no habían desarrollado hasta entonces métodos y formas educativas que aplicaran esto fuera del ámbito puramente intelectual. Esta defensa del valor y originalidad de la Escuela Nueva lo llevó incluso a contradecir a otros que desde dentro de la Iglesia y de la Compañía de Jesús desconocían el valor de estas nuevas tendencias educativas:
«Hay quienes pretenden negar la novedad de la Escuela Nueva. Así el pro- fesor Cassotti en el Congreso de Educación Secundaria de la Haya de 1933 indicó abiertamente que todas estas novedades eran tan antiguas como la educación y que se contenían substancialmente en los métodos empleados por la Compañía de Jesús y consignados en su célebre ratio Studiorum. Sin negar en manera alguna que en este documento se contienen muchos principios de actividad como son los ejercicios, las disputas escolares, el interés dado a la composición de los alumnos, no parece que pueda verse en él ese conjunto de principios que hemos expuesto más arriba; sobre todo que esos principios se aplican allí a una enseñanza libresca organizada según la concepción lógica de la enseñanza pues era casi desconocida entonces la orientación psicológica y realista de la instrucción» [14].
El Padre Hurtado planteó la posibilidad de recoger la metodología pedagógica de Dewey, por cuanto ésta se desarrolló con anterioridad e independencia a sus continuos cambios de filosofía. Si Dewey cambiando de doctrinas filosóficas pudo mantener su pensamiento pedagógico, también un católico podría recoger sus metodologías incorporándolas en su propia doctrina, desde una filosofía realista. Esto a su vez es posible para el Padre Hurtado pues las metodologías pedagógicas de Dewey nacen de una experiencia real con alumnos y profesores reales, y no son fruto de una pura especulación teórica. Por último aclaremos que para el Padre Hurtado esta filosofía pragmatista de Dewey era en cuanto filosofía inaceptable para un católico por implicar:
«1) un agnosticismo fundamental con respecto a la realidad en sí y con respecto a toda la verdad absoluta; 2) la afirmación de que toda la verdad es relativa y nada más que un simple medio para el progreso social, afirmación que no es sino consecuencia de lo anterior; 3) la concepción de Dewey acerca de la naturaleza de la inteligencia, la que concibe como actividad pura. «Igualmente incompatibles con el catolicismo son el rechazo absoluto de todo dualismo y, por consecuencia, la negación de la existencia del alma como principio distinto al cuerpo; como también el hecho de no considerar al hombre como una realidad distinta del mundo que lo rodea. Tales teorías implican una posición monista, ya sea panteísta, ya sea materialista pura. Incompatibles son también su concepción de la moral, en la cual, consecuente con su posición agnóstica, se niega a reconocer una ley moral rectora de las acciones humanas; y su posición netamente laicista. Estas doctrinas fundamentales vician por completo el sistema filosófico de Dewey y hacen que sea insostenible para un católico» [15].
Una vida de contemplación y una pedagogía activa
Cómo síntesis, se puede plantear que el gran aporte del Padre Hurtado en cuanto pensador educativo es el de orientar a otros educadores acerca de las cuestiones fundamentales de la Educación, poniendo el énfasis sobre todo en el plano de los fines últimos, para desde ahí buscar los mejores medios. En sus años de estudio en Lovaina, así como en sus varios viajes de reconocimiento de las realidades educativas de Europa y Estados Unidos, el Padre Hurtado recogió los aportes de las últimas tendencias de su tiempo en estas materias. Su síntesis la podríamos plantear como una mirada y una actitud contemplativas que inspiraban y daban sentido a una sana y realista pedagogía activa:
«Lejos de nosotros afirmar que la mera aplicación de ideas como ‘la educación deber ser activa’; ‘debe partir de los intereses de los niños’; ‘debe ser individualizada’; ‘debe adaptarse a las necesidades actuales de la sociedad’, etcétera, basten por sí solos para reformar un colegio. Su realización requiere más bien energía considerable y reconcentrada en la práctica de la aplicación. En pedagogía sucede algo semejante a lo que sucede en la vida espiritual: lo que importa no es saber demasiado, sino gozar interiormente. Este conocimiento vivo, sentido en forma casi connatural, desemboca en la acción. Los santos, los grandes pedagogos, son hombres que han realizado una idea [16].
Con todo, para el Padre Hurtado la primera cuestión será determinar el porqué de la Educación: ¿Es posible educar? Y a continuación la siguiente pregunta: ¿Por qué educar? La respuesta está dada en último término por la realidad de que nosotros mismos y el mundo estamos inacabados, inconclusos. Pero no sólo esto, Dios nos ha dejado la meta de ser perfectos como Él es perfecto. Si todo estuviera acabado, o todo fuera perfecto, ¿qué sentido tendría la educación? Estas cuestiones sólo se pueden plantear desde una filosofía de la educación, e incluso más, desde una Teología de la educación. Sólo desde aquí se pueden reconocer y explicar tanto la libertad en lo inacabado, como los bienes o el Bien y la perfección que se habrá de buscar. Para explicar esto podemos tomar las palabras de Karl Adam que el Padre Hurtado recoge en Humanismo social:
«Puede decirse con San Pablo (Ef. II, 21-22), que la Iglesia, fundada por Cristo, es edificada también por la obra común de los fieles. Trabajemos siempre en edificar el templo de Dios y precisamente aquí abajo, trabajemos en su casa, es decir, en la Iglesia, dice San Agustín, con profundidad. Dios ha querido una Iglesia cuyo pleno desenvolvimiento y perfección fuesen fruto de la vida sobrenatural, personal de los fieles, de su oración caridad, de su fidelidad, de su penitencia, de su abnegación. Por eso no la ha establecido como institución acabada, perfecta desde el comienzo, sino como algo incompleto que deja siempre lugar e invita siempre a un trabajo de perfección [17].
Surge entonces la cuestión acerca de los fines de la educación: ¿para qué educar?, ¿según qué modelo? En Puntos de Educación, el Padre Hurtado lo plantea claramente:
«El fin primordial de toda educación cristiana es grabar fijamente la imagen de Cristo en las mentes juveniles, y que de ese conocimiento de la Verdad, resulte una vida que sea un trasunto de la Vida verdadera que el Redentor nos mereció con el precio de la suya» [18].
La primera aspiración de la educación: centrar la vida.
«(...) El primer elemento para centrar una vida es: ver, y casi anterior a éste, querer ver... Sin un ideal claramente visto es imposible construir una vida humana de verdadero valer, ya que toda acción no es más que la proyección de un ideal. De la naturaleza de mi ideal dependerá el carácter de mi obrar... Allí en Dios está el centro de la vida. De Él viene y a Él va y el que reconoce esta verdad tiene ya la luz orientadora: su esfuerzo debe consistir en encaminar la vida toda a dejarse poseer por esa luz: mien- tras más se oriente hacia esa zona luminosa que es Él, más se acercará al centro de su vida, más segura estará su existencia» [19].
Aún hoy resuenan las palabras del Padre Hurtado: «Nuestra imitación de Cristo consiste en vivir la vida de Cristo, en tener esa actitud interior y exterior que en todo se conforma a la de Cristo, en hacer lo que Cristo haría si estuviese en mi lugar» [20], o «El que ha mirado profundamente siquiera una vez los ojos de Jesús, no lo olvidará jamás» [21]. Estas frases reflejaban esta convicción del Padre Hurtado de centrar todo en Cristo, de ser otros Cristo, pues es Él quien nos muestra quiénes somos verdaderamente. Lo diría más tarde el Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes en el Nº 22). Es Cristo quien desvela al hombre su verdadero rostro. Contemplando el rostro de Cristo comprenderemos cuál ha de ser el Rostro de los hombres. Para Alberto Hurtado, Cristo estaba en el otro, era el otro, en especial el que sufre. Entre estas ideas y lo planteado por Juan Pablo II, en su Encíclica Redemptor Hominis encontramos una gran coincidencia:
«Justamente pues enseña el Concilio Vaticano II: ‘En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir (Rom 5, 14), es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación’!» [22].
Una vez visto el fin, para Alberto Hurtado el camino era claro. Había que sumar fuerzas en la tarea de transformación de su tiempo. Esta idea aplicada a la Educación era una prolongación del Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio [23]. Una vez puesta la mirada en lo alto habría que pesar cada acción tanto cuanto colaboraran a alcanzar el propósito del hombre en la tierra que es alcanzar a Dios. Para esto, como hemos visto, el Padre Hurtado no desdeñó los elementos más humanos; es más, en sus consideraciones siempre hay una base que es la consideración acerca del perfeccionamiento del hombre y de la sociedad desde la justicia, y desde la perspectiva propiamente humana de la ciencia y de la técnica. Esta valoración de todo lo humano es la que permite a su vez el diálogo abierto y profundo que el Padre Hurtado realizó con las diversas pedagogías activas, aunque tuviera claridad de los puntos de discordancia con la Fe.
Los fines que para Alberto Hurtado tenía la educación eran los fines del hombre. Ayudarlo a alcanzar la felicidad, a vivir la vida más plena posible, a transformar la propia persona y la sociedad al modo de Cristo. Lo mismo que Dewey, el Padre Hurtado reconoció dos grandes dimensiones sobre las que proyectar la acción educativa: la personal y la social. Una vez planteado, y sobre todo contemplado, el fundamento teológico que centra la vida del cristiano, se desprenden los dos grandes esfuerzos que debe asumir la educación en estas dimensiones individual y social: la búsqueda de la perfección personal, y la preocupación por el prójimo, por la sociedad.
Para orientar a los educadores en ambas dimensiones, el padre Hurtado publicó textos como La vida afectiva en la adolescencia (1936), La crisis de la pubertad y la educación de la castidad (1937), ¿Es Chile un país católico? (1941), Puntos de Educación (1942), Elección de carrera (1943), Cine y Moral (1943), Humanismo Social (1947), El orden social cristiano en los documentos de la Iglesia (1948), Sindicalismo, Historia: teoría y práctica (1950), Moral Social (1952) (libro póstumo publicado en 2004), por mencionar sólo los libros. Además publicó cerca de un centenar de artículos en los que se asumen estas dos dimensiones de la búsqueda de la perfección personal y del cambio social desde la justicia para llegar a la caridad.
Primera preocupación, la perfección personal
Como hemos podido seguir de los textos seleccionados del Padre Hurtado, la primera preocupación de un cristiano ha de ser la santidad personal, es decir, hacer la Voluntad de Dios. Es notable como por ejemplo en su primer libro sobre la vida afectiva de la adolescencia, el Padre Hurtado plantea el camino de buscar el bien primero por la contemplación de la belleza, o de llegar a las virtudes superiores desde el respeto por las cosas, los animales, para llegar a desarrollar una delicadeza y cuidado que permitan luego tratar a los demás como su dignidad requiere. También son alentadoras sus palabras sobre la educación de la castidad, que apuntan más a buscar un ideal grande por el que vivir que a llenarnos de reglas y restricciones exteriores [ver recuadro pág. 478].
En este punto se puede encontrar un fuerte apoyo para una formación moral no del deber como imperativo, sino que de la vida como donación de sí. La moral de la Iglesia es para el Padre Hurtado un acomodarse a Cristo: «La moral católica es un acomodar todo creyente a Cristo; para hacer de él, otro Cristo» [24].
Pero esta educación moral que será auxiliar de esta búsqueda de la santidad se verá corregida y aumentada desde la perspectiva de los vínculos profundos que nos unen al resto de nuestros hermanos:
«Santo Tomás llegó a decir que cualquier desfallecimiento en cualesquiera virtudes en alguna manera hiere la justicia social, pues toda falta aunque sea secreta repercute en el cuerpo social. No puede, por tanto, ser buen ciudadano quien se limita a no violar la ley, pero es un perezoso, un gozador, un ignorante. Este es una calamidad desde el punto de vista social» [25].
Por último, y como corrección necesaria habrá que decir que lo más importante es la confianza en la Providencia; es ahí donde reside la paz, la esperanza y la felicidad del cristiano, en saberse en las manos de Dios. No en sus propias fuerzas o en el cumplimiento de sus proyectos: «Para quien sabe que no se cae un cabello de nuestra cabeza sin que el Padre de los cielos, que es al propio tiempo padre, lo sepa ¿qué podrá entristecerlo?» [26].
Fundamento de la educación social
Para el Padre Hurtado lo que estaba en juego en la educación era una cuota inmensa de felicidad y vida plena para todos los hombres. Él esperaba que si se educaba a toda una generación en el amor a Dios, y por consiguiente, en el amor al prójimo, podría superarse la enorme pobreza de nuestra sociedad. Pobreza que era en primer lugar espiritual, y por supuesto de educación. Sería desde la doctrina del Cuerpo Místico y de la Comunión de los Santos -que para el Padre Hurtado debieran unificar toda la teología- desde donde hará un esfuerzo por que sus oyentes y lectores contemplen los sufrimientos de los hombres, que al ser otros Cristo, son los sufrimientos de Cristo mismo que esta- mos llamados a aliviar. El cristiano es entonces plenamente solidario con todo lo humano y con todos los hombres, y la educación cobra el sentido social profundo que justifica salir al encuentro del otro:
«Un cristiano verdaderamente consciente de su fe no puede menos de preguntarse cuál es la situación de sus hermanos, cuáles son sus alegrías y sus dolores para gozarse con los que gozan y dolerse con los que lloran, como lo hacía Pablo de Tarso» [27].
En esta perspectiva el Padre Hurtado se inserta plenamente en el espíritu del futuro Concilio Vaticano II, que en Gaudium et Spes proclama:
«El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La co- munidad que ellos forman se halla integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinación hacia el Reino del Padre, y han recibido un mensaje de salvación que deben proponer a todos. Por ello, la Iglesia se siente, en verdad, íntimamente solidaria con el género humano y con su historia» [28].
Encarnación y libertad
Para terminar quisiera destacar la noción del Padre Hurtado de que la única manera de educar es asumiendo plenamente al otro, y respetando en la forma más completa su libertad. Esto con todo el riesgo y dificultad que implica. Pero no podríamos ser menos que Dios en este punto: si Él se fía de nosotros para su plan de salvación, qué menos podrá hacer el maestro para la educación de sus discípulos. Esto no sólo es un ideal, sino que es además un camino necesario. Esto pues de no asumir libremente el alumno las nociones de sus maestros, cualquier coacción externa pasará sin dejar huellas una vez retirada la fuerza. Educar en la libertad, pasa a su vez por educar en la responsabilidad, en un camino similar al descrito por don Giussani, al modo de cómo un padre ayuda a su hijo en sus primeros pasos, lo afirmará para que no caiga, pero esperará que lo antes posible camine por su cuenta. No habrá padre que se arrepienta de que su hijo camine por su cuenta, lo mismo no habrá educador que se arrepienta de que su discípulo haya madurado responsablemente. Pero este educador tendrá que haber mostrado con convicción cuál es el origen de la felicidad, invitando al discípulo a seguirla. En Educar es un riesgo don Giussani expone el riesgo que implica para el educador:
«El método educativo de guiar al adolescente a encontrarse de manera personal y cada vez más autónoma con toda la realidad que lo circunda, debe aplicarse más a medida que el muchacho se hace más adulto. El equilibrio del educador desvela aquí su definitiva importancia. En efecto, el desarrollo de la autonomía del muchacho representa para la inteligencia y el corazón -y también el amor propio- del educador un ‘riesgo’. Por otra parte, justamente corriendo el riesgo de la confrontación es como se genera en el joven una personalidad con su propio modo de relacionarse con todas las cosas, es decir, es así como su libertad ‘se hace’» [29].
El Padre Hurtado apuntará a la misma radical importancia de la libertad en todo el proceso educativo:
«Dar responsabilidades supone exponerse de antemano a irresponsabilidades. Las primeras experiencias de la libertad llevan a abusos de la libertad. Esto debe preverlo el educador, para que no se amargue cuando lleguen esas realidades que a tantos desconciertan. No constituyen un fracaso. El gran fracaso es por miedo a los fracasos no poner al niño en posibilidad de éxito o de fracaso. Ayúdelo a hacer recto uso de su libertad pero no la suprima» [30].
«¡Cuántos hombres habrían sido diferentes si hubieran encontrado en su vida alguien que hubiese tenido fe en ellos, alguien que hubiese sabido penetrar la corteza de indolencia y apatía que cubre los grandes valores del alma como el carbón cubre el diamante; pero se necesita un experto y sobre todo un hombre que tenga fe en el hombre y en la gracia de Dios, siempre dispuesta a ayudar a la más noble de sus obras!» [31].
Para terminar bástenos decir que en el pensamiento educativo del Padre Hurtado encontramos orientaciones contundentes que podrían iluminar el quehacer de los padres de familia y maestros de hoy, a quienes es bueno invitar a volver a leer sus obras recientemente publicadas. Cuando el problema metodológico ha perdido mucho de su carácter combativo, quedan aún pendientes las cuestiones fundamentales que trató el Padre Hurtado en su obra educativa. Creo que la respuesta más plena la tiene la educación inspirada en lo más alto, que vive de la experiencia del encuentro con Dios, al modo de la Encarnación y con el mayor respeto a la libertad del otro. La visión crítica sobre los fundamentos filosóficos de las doctrinas pedagógicas actuales hace tanta falta como setenta años atrás, y en esto también el Padre Hurtado nos da una lección de rigor científico y de apertura a la Verdad, donde esté.
MATERIALISMOS Y EDUCACIÓN, ESCUELAS MARXISTA Y RACISTA
En Rusia «la propaganda bolchevique antirreligiosa constituye un aspecto indispensable de la educación comu- nista. Hacer de los niños ateos militantes; hacer de ellos hombres sin creencias y sin prejuicios religiosos, libres de todo vestigio del capitalismo, tal es la honorable obligación del maestro bolchevique, a quien el partido y el gobierno han concedido derechos enormes y a quien se ha confiado la educación y la instrucción de la actual generación... Ante todo el maestro debe impregnar sus enseñanzas en el espíritu del ateísmo militante. Textos de la editorial «Para la educación comunista» publica el Órgano del Comisariato de Instrucción Pública.
En México no es menor la propaganda antirreligiosa, pues el artículo 3º de la Constitución, reformado en 1935, no deja lugar a duda. «La educación que imparte el Estado será socialista, y, además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del Universo y de la vida social».
La enseñanza mexicana y rusa no difieren, pues, de la enseñanza laica tradicional sino en la falta de neutra- lidad; se proponen como fin la formación de ateos y comunistas convencidos, usando muchas veces de todos los medios modernos a su alcance, lícitos e ilícitos. Con todo, el método es generalmente receptivo, ya que los desórdenes de un alumnado sin moral han hecho necesario un régimen autoritario que contrasta irónicamente con las «libertades y derechos populares» del comunismo.
ALBERTO HURTADO CRUCHAGA, S. J. Puntos de Educación (1942).
EDUCACIÓN Y ESPÍRITU BURGUÉS
Por desgracia ocurre con frecuencia que los hijos viven en un ambiente demasiado preocupado del lucro, de la situación material y donde se cierra la puerta a toda idea que no se traduce en dinero o en comodidades. Padres hay que condenan como quijotadas todas las manifestaciones de generosidad de sus hijos y que no aprecian mientras están en el colegio, sino las notas de exámenes, los premios, lo que después se traducirá en una mejor situación social. Es cierto que el gran deber del estudiante es el estudio, cierto también que la pereza es muy astuta y se disfraza a veces de deseos de apostolado para dar pábulo a actividades más atrayentes que las monótonas del estudio, pero no es menos cierto que el corazón del niño si no ha de secarse definitivamente necesita ponerse en contacto con los grandes problemas que despierten su espíritu de sacrificio. El ambiente de egoísmo que por desgracia se respira en tantos hogares, entierra muchos idealismos de la juventud y causa después neurosis pro- fundas, acompañadas de egoísmo, avaricia, espíritu de casta, y termina con considerar la vida como un mercado. El remedio está en ofrecer al niño y al joven un ambiente donde sus aspiraciones espontáneas encuentren cabida, donde su vida afectiva pueda desarrollarse y donde el deber de estado no sea propuesto como una imposición exterior, sino como una realización de lo más sublime del amor.
ALBERTO HURTADO La vida afectiva en la adolescencia. (1936).
EDUCACIÓN DE LA CASTIDAD
El primer elemento de la educación de la castidad será, pues, ofrecer al niño y al adolescente un ambiente de vida profundamente cristiana en el sentido integral de la palabra. Luego es necesario que los padres y educadores se dediquen con toda el alma a fortalecer la voluntad del niño, a entrenarla como se entrena un soldado, pero no por imposiciones externas cuya razón de ser no ve el niño, sino acostumbrándole a obrar él mismo por motivos de generosidad, por un ideal superior, noble, caballeresco, sobrenatural, plenamente comprendido y amado. (...) La paternidad y la maternidad no terminan con la generación y con dar a luz, sino que son una larga gestación que dura cuanto dura la vida del hijo. Los hijos carnalmente se engendran en el placer, pero espiritualmente sólo en el dolor y en el sacrificio; en el sacrificio de cada día. Para gozar de la confianza del niño hay que vivir la vida del niño, junto a la cunita, junto a los juegos, juntos a sus camaradas... Y quien no quiera resignarse a estos sacrificios, que se resigne de antemano a presenciar siempre cerrada la entrada en el alma del niño... La idea de la confianza encierra también otro aspecto y es el de mantener siempre viva la estima del niño, su honor, la fe en su palabra, el tratarle como a hombre. Cuanto antes un niño sea tratado como hombre, tanto antes llegará a serlo.
ALBERTO HURTADO CRUCHAGA, S. J La crisis de la pubertad y la educación de la castidad (1937).
CARIDAD Y PUREZA
«Poner la castidad al amparo de la caridad», era un pensamiento predilecto de Ozanam, y fue uno de los fines que persiguió al fundar las Conferencias de San Vicente de Paul. El joven que no se preocupa sino de ser casto, difícilmente guardará su pureza en la época de las grandes luchas. Las malas pasiones se adueñan sin dificultad de un corazón que no está protegido por una pasión buena. (...) Cuando el ideal es el establecimiento del Reino de Dios, siente el joven la imperiosa necesidad de poseer él primero a Cristo, a fin de poder darlo a los demás. (...) Pesada es una moral en que predominan las cadenas; suave, alegre es la moral en que predominan las alas; y el amor tiene alas.
ALBERTO HURTADO CRUCHAGA, S. J. Humanismo Social (1947).