-Palabras del Sr. Rector, Dr. Ignacio Sánchez, en la celebración del Sagrado Corazón de Jesús, patrono principal de la Universidad-
Con ocasión de la celebración del 125 aniversario de la fundación de la Universidad Católica, en el día del Sagrado Corazón, el Rector Dr. Ignacio Sánchez Díaz pronunció el discurso que Humanitas reproduce en estas páginas. Antes de desarrollar los hechos más relevantes ocurridos en 2012 en el ámbito de la Universidad, el Rector agradeció a Dios; a las autoridades eclesiásticas, en especial a Monseñor Ricardo Ezzati, Arzobispo de Santiago y Gran Canciller de la PUC; a la Dirección Superior, al Honorable Consejo Superior; a las autoridades, administrativos, profesores y estudiantes; y a las familias. Finalmente dedicó un afectuoso saludo a Su Santidad Francisco, reiterando la fidelidad y lealtad de la Universidad al magisterio de Pedro y a su sucesor en la Santa Sede.
Universidades Católicas y Desarrollo Social
El rol público de las universidades católicas ha estado presente desde sus orígenes y se ha expresado en la calidad de su proyecto educativo, en la investigación, creación de nuevo conocimiento y en el compromiso con el país para ofrecer iniciativas orientadas al desarrollo del ser humano y a mejorar su calidad de vida. Han constituido también un espacio propicio para el diálogo entre la fe y la cultura. Desde la Iglesia, ha existido un continuo diálogo y preocupación por sus universidades, para asegurar un testimonio de fe, de comunidad y de excelencia. Hoy estas universidades están comprometidas con el futuro de la educación superior de nuestro país, en especial en momentos de cambios profundos y de gran relevancia para nuestra sociedad.
En Europa, las primeras universidades fueron fundadas para el estudio del derecho, la medicina y la teología. La Iglesia ya había comenzado a desarrollar la enseñanza y el saber en centros monásticos de distintas órdenes religiosas, no solo para cultivar el espíritu y alcanzar un nuevo conocimiento que acercara al hombre a la verdad a la luz de la fe, sino que también para influir en las distintas instancias de poder de la sociedad. En América Latina, las primeras instituciones fueron creadas con gran influencia de la Iglesia Católica, como fue la fundación de la Real y Pontificia Universidad de San Marcos en Lima y la de Santa Fe en Bogotá. En Chile, fue la orden de los dominicos la que fundó en 1622 la Universidad Santo Tomás de Aquino, con énfasis en filosofía y teología.
Tras la Independencia y luego de la creación de la Universidad de Chile, heredera de la Universidad de San Felipe, en 1888 nació la Universidad Católica. Su misión desde su origen fue la de servir a la sociedad, inspirada en una identidad que se funda en desarrollar su labor educativa, cultivar el saber y la búsqueda de la verdad a la luz de la fe.
La fundación de nuestra Universidad se inscribe dentro de un movimiento que estuvo orientado a llevar la fe católica a la vida pública. En la ceremonia de inauguración de 1888, Monseñor Joaquín Larraín Gandarillas, el primer rector de nuestra casa de estudios, pronunciaba un discurso en el que fijaba los rasgos fundamentales de la universidad: “una Universidad Católica libre” refiriéndose a “una corporación que no vive del aliento ni de la inspiración oficial, y que aspira a deberlo todo a su propio y abnegado trabajo” (...) “taller en el que se educa el corazón y se forma el carácter de los jóvenes”.
Ambos conceptos, Católica y libre, hacían de la Universidad una entidad apasionada con un solo ideal: “el de trabajar con desinteresado celo por la difusión de las verdaderas luces y por la sólida educación de la juventud”. Añadía a lo anterior su convencimiento de que una Universidad libre haría un gran bien a la libertad de enseñanza en Chile.
Ya en aquella solemne asamblea inaugural de 1888, don Abdón Cifuentes abogaba por los estudios profesionales, los que en su sentir eran indispensables para sacar al país de su atraso y darle nuevas perspectivas de desarrollo integral a la juventud. Por eso la Universidad se interesó desde muy temprano en carreras como Derecho, Ingeniería, Arquitectura, Agronomía, distantes de la concepción convencional de universidad que prevalecía en el país.
La Universidad fue fundada en medio de circunstancias adversas. Empezó con 10 profesores y 50 alumnos. Fue una mezcla un tanto confusa de escuela universitaria, escuela de artes y oficios e internado. Carecía de independencia y de autonomía, sus títulos no tenían valor legal. No disponía de una sede propia, su base material era extraordinariamente precaria. Pero desde un principio ella estuvo animada por poderosas fuerzas espirituales. Sus directivos, profesores y alumnos estaban unidos por la convicción de que la Universidad Católica cumplía una función noble y en el futuro sería cada vez más importante. Ella debía servir a Dios, a la patria, a las ciencias y a la libertad.
Para ello la Universidad contó desde el comienzo con el auxilio poderoso de la oración, la protección desde sus orígenes del Sagrado Corazón de Jesús, una misión hermosa que cumplir en medio del mundo y la convicción de estar trabajando para servir a Dios y su Iglesia y al bien de la patria y su gente.
Si observamos claramente las intenciones de los fundadores, aparecen evidentes dos grandes finalidades de servicio que serían propias de la Universidad Católica: el servicio a la Iglesia en el ámbito de la cultura intelectual y el servicio a Chile a través de la formación de la juventud y de la creación de nuevo conocimiento. Cualquier análisis debe contemplar estas dos bases y toda disociación de esos fines impide comprender claramente el sentido y misión de la nueva institución.
Una universidad, cualquiera ella sea, no es “independiente” del lugar donde se desarrolla. Es una institución que debe estar comprometida con el crecimiento espiritual y material de su país y eso debe notarse en su enseñanza, investigación, y vinculación con la sociedad. La Universidad Católica, por lo anterior, se desarrollaría solo en plenitud si ayudaba a la solución de los problemas más importantes de la sociedad desde la perspectiva científica y cultural, para contribuir así a lograr un país más humano y más justo.
Más adelante, en el siglo XX, surgieron universidades católicas en regiones, distribuidas de manera amplia en el país. Algunas, fueron originalmente sedes regionales de nuestra universidad, pero desde hace ya más de 20 años son universidades autónomas. Además, se inician otras dependientes de congregaciones religiosas. Es así como hoy formamos el Capítulo Chileno de Universidades Católicas, que reúne a ocho instituciones, y que aglutina una significativa actividad académica que posee un impacto muy importante en el sistema de educación superior del país.
El Concilio Vaticano II afirma que la Iglesia atiende con desvelo a las universidades para que se perciba con mayor profundidad cómo la fe y la razón tienden a la misma verdad. «...El hombre, cuando se entrega a las diferentes disciplinas de la filosofía, la historia, las matemáticas y las ciencias naturales y se dedica a las artes, puede contribuir sobremanera a que la familia humana se eleve a los más altos pensamientos sobre la verdad, el bien y la belleza...».
Tras este Concilio, es interesante destacar dos constituciones apostólicas que resultan claves para las universidades católicas: ambas escritas por el Papa Juan Pablo II. La Sapientia Christiana, que destaca la necesidad de hacer presente el pensamiento cristiano para promover la cultura superior, se fundamenta sobre la misión evangelizadora de la Iglesia en la búsqueda de la verdad y pone una voz de alerta a la eventual división entre fe y cultura como impedimento para dicha evangelización.
La Ex Corde Ecclesiae, por su parte, se ha transformado en un referente fundamental para todas las instituciones católicas de educación superior. En sus inicios dice: «Nacida del corazón de la Iglesia, la universidad católica se inserta en el curso de la tradición que remonta al origen mismo de la universidad como institución y se ha revelado siempre como un centro incomparable de creatividad y de irradiación del saber para el bien de la humanidad». Nos define como una comunidad académica que, de modo riguroso y crítico, contribuye al desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural mediante la investigación, la enseñanza y los diversos servicios ofrecidos a las comunidades.
En su visita a Chile, en abril de 1987, el Papa Juan Pablo II manifestó su aprecio por nuestra universidad llamándola benemérita y nos hizo un llamado a «proseguir en la consecución de los objetivos propios de una universidad católica: calidad, competencia científica y profesional; investigación de la verdad al servicio de todos; formación de las personas en un clima de concepción integral del ser humano, con rigor científico, y con una visión cristiana del hombre». Asistiremos con esperanza y fe al Congreso Mundial de Universidades Católicas y a la Jornada Mundial de la Paz en Julio próximo en Brasil, que contará con la presencia del Papa Francisco. Allí, una delegación de estudiantes y profesores estaremos atentos al diálogo y a abrir nuestros corazones para renovar nuestro compromiso con la tarea encomendada.
A lo largo de su historia, nuestra universidad ha experimentado cambios profundos, ha enfrentado peligros, tensiones y divisiones; sin embargo, al mirarla en su conjunto, veremos que en la Universidad Católica ha prevalecido siempre un sentido muy hondo de unidad, de respeto, de voluntad de servir, todas disposiciones basadas en la conciencia de estar encargada de una misión. Donde la comunidad tiene un valor en sí misma. Con todos sus defectos y debilidades, la Universidad se sabe responsable ante Dios y llamada a la fidelidad a Jesucristo. Por ello, la imagen del Sagrado Corazón, que preside el frontis de nuestra casa central, es como un recuerdo constante de lo más medular de su misión: acoger a toda una sociedad, entregar un mensaje y caminar juntos en el camino que nos ha enseñado Cristo.
La persona y el desarrollo
El desarrollo humano integral debe ser una materia prioritaria y de permanente reflexión en nuestra sociedad, en especial en relación a lo planteado por los Obispos en la reciente carta pastoral de la Conferencia Episcopal y en la encíclica Caritas in veritate. Como allí se señala, «la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad». Es el amor el que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y la paz. Desde un punto de vista social, el hombre descubre que su vocación al amor se concreta en la medida que tiende a un desarrollo humano integral. Él no puede estar ajeno a la realidad de su prójimo, pues su realización más plena no es en soledad, sino en la donación personal a la comunidad. Promover que el ser humano y su dignidad sean una prioridad nos compromete. La construcción de una nueva civilización empieza por nuestra comunidad UC, por orientar nuestras decisiones hacia el bien común. La caridad y la verdad nos plantean un compromiso inédito, en donde Dios ha puesto la semilla en cada hombre y en cada mujer, en cada pueblo y en su cultura.
La visión del desarrollo y de la globalización pone en el centro a la persona, como protagonista de este proceso. Para ser auténtico, el desarrollo del hombre y de los pueblos necesita una dimensión espiritual. Para ello, se requieren “unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que vislumbren el verdadero desarrollo integral”.
Desde la Universidad, nos interesa promover en nuestra comunidad el diálogo entre fe y cultura, entre competencia profesional y sabiduría cristiana para influir sobre la realidad e impregnarla con el espíritu del Evangelio. Queremos trascender a la sociedad y compartir con ella los avances obtenidos en el cultivo del conocimiento. Nuestra comunidad universitaria debe estar animada por un espíritu de caridad y de libertad —con los deberes que ello conlleva—, y además caracterizarse por el respeto recíproco y el cuidado de los derechos de cada uno de sus miembros. Es así como estamos llamados a ser testigos y educadores de una auténtica vida cristiana. A los estudiantes se les invita a adquirir una educación que armonice la riqueza del desarrollo humanístico y cultural con la formación especializada.
En este sentido, estamos desarrollando en conjunto la figura del Ombudsman o defensor universitario con un significado especial en nuestra universidad. Su rol lo identifica con la mediación y resolución de problemas de convivencia de la comunidad universitaria y con la posibilidad de plantear nuevas políticas y cambios que permitan avanzar en proteger y potenciar los derechos de estudiantes, académicos y personal administrativo. Va a contribuir al diálogo para una mejor relación con las autoridades, entre los miembros de la universidad, avanzando así en un mayor sentido de comunidad.
Este es un avance que valora el sentido de la educación, en especial en una universidad católica, que se entiende como un proceso realizado en un ambiente de libertad, respeto, responsabilidad, mirada de bien común y, en especial, con sentido de comunidad.
En Aparecida, SS Benedicto XVI se refirió a nuestra misión como miembros de una universidad católica, destacando la necesidad de “colmar una notable ausencia en el ámbito político y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y vocación, coherentes con sus convicciones”. En este camino estamos trabajando.
Reflexiones finales
La educación es más que entregar conocimientos o información. Ciertamente la educación es la aventura más fascinante e importante de la vida. Para el que la imparte y para el que la recibe. Supone un respeto esencial a las diversidades propias del desarrollo del ser humano y un compromiso con su fortalecimiento como persona. Considerando que el interés por saber más y por acercarse a la verdad es parte inherente del hombre, la educación promueve y facilita su desarrollo pleno, al permitir ese acercamiento a la verdad y a un conocimiento nuevo y sustentable.
Educar es conducir al individuo más allá de sí mismo para llevarlo a otra realidad, hacia un crecimiento que se orienta a la plenitud del ser. De allí que la educación sea un derecho y que el proceso de lograrla supera con creces la obtención de nuevos conocimientos. La educación, para promover y facilitar el desarrollo pleno de cada persona, requiere, junto con permitir un mayor acercamiento a la verdad, contribuir a que se adquieran valores trascendentes, de diálogo e intercambio de ideas, de respeto a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, de visión de futuro.
El concepto de Universidad parece casi inseparable de la calidad. Nuestro énfasis en la calidad incluye esa necesidad de apoyar de manera decidida al proceso de transformación de una persona que se prepara a dar un salto mayor en su formación humana, valórica, intelectual e integral.
En un sistema de libertad de enseñanza como el nuestro, las universidades son distintas en su vocación y proyecto. La UC, siguiendo su misión e identidad, junto con constituirse en un centro del diálogo fe-cultura, aspira a la formación integral de sus estudiantes y a la generación y transmisión de nuevo conocimiento hacia la sociedad. La necesidad de mejorar la calidad de las instituciones de educación superior tiene que ser un punto central del proceso de reformas que se lleva a cabo en nuestro país.
Desde su fundación hace ya 125 años, la Universidad Católica ha forjado una historia de servicio y compromiso con el país que responde a nuestra misión de aportar al desarrollo de la sociedad. Nuestra investigación se ha orientado a estudiar en profundidad los problemas de nuestro tiempo. Ejemplo son la dignidad de la vida humana, el desarrollo de la educación en todos sus niveles, la promoción de la justicia, la protección de la naturaleza, la distribución equitativa de los recursos y un sistema económico y político que sirva mejor a la sociedad. Es así como la UC entrega aportes concretos a la sociedad a través de diversos proyectos en salud, vivienda, municipios, políticas de educación y otros.
La universidad, promueve el diálogo entre fe y cultura, entre competencia profesional y sabiduría cristiana para influir sobre la realidad de la sociedad. Nos motiva entregar un testimonio de fe, de comunidad y de excelencia. Estamos comprometidos con el futuro de la educación superior de nuestro país.
El desarrollo humano integral debe ser una materia prioritaria y de permanente reflexión en nuestra sociedad. Para ser auténtico, el desarrollo de los pueblos necesita de una dimensión espiritual. Promover que el ser humano y su dignidad sea el centro de nuestro quehacer nos apasiona y compromete.
Creemos en una universidad que educa, investiga y que anhela estar muy conectada con la sociedad, para poder comunicar “una buena nueva”, que es “tener vida y tenerla en abundancia”. Seguiremos trabajando por lo que creemos importante para la formación de la juventud, junto con desarrollar nuestra pasión por conocer e investigar. El cumplir con nuestra identidad y compromiso con Chile es lo que guía nuestro quehacer.
Celebramos 125 años de compromiso con el país. Con identidad, sentido de misión y pasión por nuestra labor universitaria. Ofrecemos nuestro trabajo de hoy y renovamos nuestro compromiso futuro.
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confiamos y por eso nos alegramos. Y ciertamente si el Señor nos acompaña, ¿qué vamos a temer?
¡Viva la Universidad Católica activa y acogedora! ¡Viva la UC libre con pasión y amor!
¡Viva la Universidad Católica en el día del Sagrado Corazón de Jesús! Por Dios, la Patria y la Universidad.