Parte importante del ministerio sacerdotal del Padre Hurtado estuvo vinculado a la Universidad Católica, y allí llegó a ser santo. No debió abandonar la Universidad para seguir a Jesús.
Al aproximarse la Canonización del Padre Alberto Hurtado, parece oportuno presentar su estrecha vinculación con la Universidad Católica y, en particular, con nuestra Facultad de Teología, mostrando así una faceta menos conocida de este nuevo santo. La vinculación con nuestra Universidad se puede dividir en cuatro momentos: el primero comprende sus cinco años como estudiante de Leyes; luego, desde Lovaina, su decisiva colaboración para la fundación de nuestra Facultad de Teología; posteriormente, durante sus años de ministerio sacerdotal en Chile, su actividad como profesor en Educación, Derecho y Arquitectura, y su abundante predicación de retiros tanto para los profesores como para los estudiantes de la Católica; finalmente, su último testimonio, es decir, su enfermedad y su muerte, que también se desarrolló en nuestra Universidad, en el Hospital Clínico.
Período de estudiante de Leyes
En marzo de 1918, Alberto Hurtado comenzó sus estudios de Leyes en la UC. En ese tiempo contaba con el apoyo espiritual de don Carlos Casanueva, quien desde el año siguiente será rector de la Católica. Durante sus años de estudiante, Alberto se involucró intensamente en la vida universitaria. De sus cinco años de estudio, en cuatro participó en el Centro de Alumnos de Derecho, tal como lo atestigua la Revista Universitaria. En esos años Alberto ya manifestaba su preocupación por los más pobres: junto a sus compañeros de Derecho, organizó un Consultorio jurídico para obreros, y en sus memorias de grado abordó temas de interés social: su tesis de Bachiller trató sobre «La reglamentación del trabajo de los niños» (1921), y la de Licenciatura, sobre «El trabajo a domicilio» (1923), publicada por la Revista Universitaria. El Padre Damián Symon, SS.CC., su director espiritual, así describe su personalidad cuando era universitario: «Tenía un corazón como un caldero en ebullición que necesita vía de escape» [1].
En esos años, realizando su discernimiento vocacional, le escribió al Señor: «yo os hago mi oblación de todo lo que soy y poseo, yo deseo dártelo todo, servirte donde no haya restricción alguna en mi don total» (APH, s56y16). Testigo de esta búsqueda son las cartas que Alberto, siendo estudiante, le escribió a su inseparable amigo, Manuel Larraín, compañero de curso en el Colegio San Ignacio y en la Católica, que también será sacerdote, luego Vicerrector de nuestra Universidad y finalmente Obispo de Talca [2]. El 4 de agosto de 1923, aprobó el examen de grado de abogado ante la Corte Suprema. Y justo antes de entrar al Noviciado jesuita, la Universidad despidió a su ejemplar ex alumno. Los sentimientos de esta despedida están testificados por una crónica de la Revista Universitaria de inestimable valor, por ser contemporánea a los hechos: «Después de haber cursado con el más hermoso éxito los cinco años de la Facultad de Leyes, y de haber obtenido brillantemente su título de abogado con nota óptima de la Corte Suprema y distinción unánime de la Universidad Católica, Alberto Hurtado, nuestro amigo, el amigo de todos los jóvenes católicos, el amigo de pobres y ricos, partió al noviciado de la Compañía de Jesús. Su inmenso amor a Dios fue premiado por la Divina Providencia que le concedió el mérito de abandonarlo todo cuando todo podía tenerlo. La Universidad Católica sintió la necesidad de despedir con todo su cariño al ejemplar ex-alumno y celebró en las vísperas de su partida una Misa que ofició el señor Rector [Carlos Casanueva] y a la cual concurrió un numeroso grupo de sus amigos» [3].
En esta misma ocasión, el rector Casanueva «usó de la palabra, para elogiar la actitud del señor Hurtado y significar el sentimiento con que es mirado su alejamiento del seno de tantas actividades que lo contaron entre sus servidores más decididos» [4]. Alberto ni siquiera esperó recibir el diploma oficial y partió el 14 de agosto a Chillán, para comenzar su noviciado el día 15, día de la Asunción de María al Cielo, lo que muestra su amor a la Virgen Santísima, amor que se mantendrá a lo largo de toda su vida.
Formación intelectual y fundación de la Facultad de Teología
La primera formación como religioso la recibió en Chillán, entre ejercicios espirituales y labores humildes, posteriormente comenzó las humanidades en Argentina, para continuar con la filosofía y teología en Sarriá, Barcelona. La tensa situación social española obligó a los jesuitas extranjeros a abandonar España. Alberto partió a Irlanda, para mejorar su inglés, y luego de un par de meses continuó sus estudios de teología en la Universidad Lovaina, una de las más prestigiosas de aquella época. Es allí donde se reveló su genio intelectual. Así lo afirma un testigo tan cercano como el Padre Álvaro Lavín: «En Lovaina, y especialmente en sus estudios teológicos fue cuando comenzó a dar muestras muy claras de una gran capacidad intelectual. Como ya dije, en sus estudios secundarios fue un alumno bueno, pero corriente; en la Universidad sus estudios fueron, sin duda, muy buenos y coronados por el éxito y las buenas notas [...] En cambio, en Lovaina fue muy buen alumno y llamó la atención. Lo digo, porque para mí, que lo conocí y traté tanto, fue una sorpresa desde entonces –y mayor cada día– el verlo de una agilidad mental muy grande y capaz de captar bien las constantes novedades ideológicas y culturales; sorpresa que he considerado siempre sólo explicable por una ayuda especial de nuestro Señor» [5].
El 24 de agosto de 1933 fue ordenado sacerdote, y continuó sus estudios de teología y pedagogía. En mayo del año siguiente alcanzó el grado de Licenciado en Teología. El P. Janssens, futuro prepósito general de los jesuitas, presidió la comisión examinadora. El 10 de octubre de 1935, presentó su tesis El sistema pedagógico de Dewey ante las exigencias de la doctrina católica, aprobada con ‘máxima distinción’, obteniendo así el grado de Doctor en Ciencias Pedagógicas en la Universidad de Lovaina.
Durante estos años realizó un decisivo aporte a la fundación de la Facultad de Teología. En 1934 Alberto Hurtado fue consultado por el Rector del Seminario de Santiago, don Juan Subercaseaux, acerca de la conveniencia de fundar una Facultad de Teología en la Universidad Católica, a lo que respondió afirmativamente y con mucho entusiasmo [6]. En la UC se nombró una comisión especial presidida por el rector e integrada por los presbíteros Eduardo Escudero, Alfredo Silva Santiago, Juan Subercaseaux, Francisco Vives y Manuel Larraín [7]. Al mes siguiente, el Padre Hurtado recibió el encargo de buscar profesores para la nueva Facultad. Largas y detalladas cartas dan cuenta del enorme esfuerzo realizado por el joven jesuita chileno para conseguir profesores [8]. A don Carlos Casanueva le relata un viaje especial para entrevistarse con profesores que, en pocos días, le exigió 120 horas de tren. La lista de candidatos es larguísima y los resultados no siempre buenos, porque sólo buscaba profesores de primer nivel. Junto con el encargo de conseguir profesores, colaboró con la biblioteca. La falta de medios económicos hacía necesario buscar las grandes colecciones a los precios más convenientes en librerías de libros usados.
La efectiva colaboración del Padre Hurtado en la fundación de la Facultad de Teología, se puede apreciar en las diversas manifestaciones de agradecimiento del Rector Casanueva. En diciembre de 1934, le escribió: «Con qué pesar me impongo de tu enfermedad, con todas sus consecuencias, pesar tan grande como la inmensa gratitud que te debo por tu empeño tan abnegado, tan inteligente, tan atinado y tan cariñoso, que jamás podré pagarte y sólo Dios podrá recompensarte debidamente; después de Dios y de la persona que ha hecho esta fundación [Isabel Brown], a nadie le deberá esta Facultad tanto como a ti y a los Rvdmos. Padres Provinciales de la Compañía, que te han dado tantas facilidades» [9]. Más elocuente es el discurso oficial del Rector en la solemne inauguración de la Facultad, el día 1º de abril de 1935, donde expresó: «La inmensa gratitud que debía la Universidad al Sacratísimo Corazón de Jesús, al Santo Padre, al Excmo. Sr. Nuncio Apostólico y al Excmo. Sr. Arzobispo, al Rvdmo. Padre General de los Jesuitas, a quien debía mirar nuestra Facultad como a insigne bienhechor: al R.P. Alberto Hurtado Cruchaga, que con tanto celo y discreción había cooperado a la elección del profesorado; a los RR. PP. Provinciales de los Jesuitas y Salesianos, aquí presentes; el R. P. General de los Agustinos que había dado el ejemplo a todas las Órdenes y congregaciones religiosas en responder a la voluntad de la Santa Sede» [10]. De esta larga lista, el único agradecimiento que va con nombre y apellido es el dirigido al Padre Hurtado que ni siquiera estaba presente, porque aún no regresaba a Chile. Este documento prueba el carácter decisivo de las gestiones realizadas por él.
Período de apostolado sacerdotal en Chile
Una vez en Santiago, en 1936, el Padre Hurtado inició su apostolado con los jóvenes, y de modo especial entre los universitarios de la Católica. Gracias a la insistencia del rector Casanueva ante el superior jesuita, el Padre Hurtado comenzó a hacer clases en la Universidad Católica el mismo año 1936. Fue nombrado profesor de psicología y pedagogía, y dio conferencias públicas sobre psicología del adolescente, conferencias que posteriormente fueron publicadas por la Revista Universitaria, la Revista Católica y Estudios. En Pedagogía fue profesor de Filosofía de la Educación, en Derecho, de Cultura religiosa, y en Arquitectura de Sociología. De hecho, en 1937, le escribió a un jesuita amigo: «me tienen casi absorbido los universitarios» [11].
Pero su tarea educativa no se limitó a las clases formales, el fuego del apóstol iba más allá. Una de sus labores decisivas fue la predicación de retiros espirituales. Conservamos algunos de sus apuntes originales que testifican la gran cantidad de retiros que dio a los estudiantes de la Universidad Católica. Sólo entre los documentos que se conservan se recogen los siguientes datos: en 1937 predicó un retiro para alumnos de Leyes y otro a los de Comercio; en 1940, uno para los profesores de la UC. El mismo año 1940 dio ejercicios a unos 40 universitarios, y otro a 60 universitarios. En 1941 predicó a los estudiantes de Leyes y posteriormente a los de Arquitectura. En 1945 estuvo a cargo del retiro preparatorio para la fiesta del Sagrado Corazón, ante el Rector y la comunidad universitaria, esta ocasión era de gran importancia porque la Universidad celebraba los 25 años de rectorado de don Carlos Casanueva. En esa oportunidad, el Padre Hurtado expresó su cariño por la Católica: «No he creído poder manifestar en mejor forma mi gratitud a esta querida Universidad, que como vosotros yo también puedo llamar mía por haber estudiado cinco años en ella, que repitiendo en esta misma aula las lecciones que aquí aprendí yo hace más de veinte años, bajo la paternal orientación y el vivificador ejemplo social del que ha sido nuestro común Rector, y más que Rector, Padre y ejemplo de una vida consagrada entera al cumplimiento de los deberes sociales de justicia y caridad...» [12].
A estos retiros debe sumarse una buena cantidad de conferencias para la comunidad de la UC. En la Semana Universitaria de 1948 habló de la misión del universitario y sobre el sentido del esfuerzo, y en 1949 dictó otra conferencia sobre la psicología del joven de la post guerra, en que manifestó su amor a nuestra Universidad, a la que llamó: «vieja casa para mí de tan caros recuerdos». A estos datos se podrían añadir muchos más. En los últimos informes a su Provincial, en que presenta sus actividades y planes de trabajo, los universitarios están muy presentes [13].
Su enfermedad y muerte
Su último testimonio fue su enfermedad y muerte. También este período lo vivió dentro de nuestra Universidad, en el Hospital Clínico de la Católica. Frente a la muerte se revela la profundidad del hombre y frente a la muerte se manifiesta la grandeza de Dios.
Es conocida su reacción ante la noticia de su extrema gravedad e inminente muerte: «¡Cómo no voy a estar contento! ¡Cómo no estar agradecido con Dios!... En lugar de una muerte violenta me manda una larga enfermedad para que pueda prepararme; no me da dolores; me da el gusto de ver a tantos amigos, de verlos a todos. Verdaderamente, Dios ha sido para mí un Padre cariñoso, el mejor de los padres» [14]. Aquel que vivió su vida «como un disparo a la eternidad» y enseñó tanto en las aulas de la Católica, dio su última lección en nuestra Universidad.
Desde su lecho de enfermo, dictó su último deseo: «Al partir, volviendo a mi Padre Dios, me permito confiarles un último anhelo: que se trabaje por crear un clima de verdadero amor y respeto al pobre, porque el pobre es Cristo» [15].
La elocuente muestra de entrega a Dios ante la muerte ha quedado grabada en el Hospital Clínico por medio de los testimonios de los doctores Armas Cruz y Cubillos, médicos que a su vez han formado las siguientes generaciones.
El «apostolado intelectual» de este santo universitario
Todo este recorrido muestra que para Alberto Hurtado, la vida universitaria no fue un obstáculo en su seguimiento de Cristo, es decir, que no debió abandonar la Universidad para ser santo; al contrario, la vida universitaria fue un lugar privilegiado para entregarse al Señor y para servir a los hombres.
El entusiasmo de Alberto Hurtado ante el proyecto de la fundación de la Facultad de Teología estuvo motivado por su convicción de la necesidad de la formación teológica para poder evangelizar los ambientes intelectuales de nuestro país, es decir, para realizar un ‘apostolado intelectual’. Así se lo expresó al Rector del Seminario de Santiago: «Una Facultad de Teología en la Universidad, además de completar y coronar los estudios universitarios, nos permitiría tener en Chile un grupito, todo lo reducido que se quiera, pero de mucha competencia en materia de estudios religiosos [...] Yo creo que entre nosotros hay necesidad de unos cuantos hombres capaces de poder afrontar un apostolado con hombres como los profesores del Pedagógico y Universidad de Chile, con los cuales tenemos tan pocos puntos de contacto por nuestra formación general» [16]. El joven jesuita estaba convencido de la necesidad de un pequeño grupo de mucha competencia, que hubiera realizado estudios profundos y modernos, para entrar en contacto con el ambiente universitario laico, a veces tan hostil al cristianismo.
Su intención de realizar un «apostolado intelectual» se manifiesta también en las gestiones que realiza para obtener una comisión oficial del Gobierno de Chile para estudiar los sistemas pedagógicos europeos. Esta mejor formación pedagógica serviría para «acercar al sacerdote al profesorado oficial, acercamiento que ha de ser la primera base de un posible apostolado entre ellos» [17]. Con la misma intención le plantea al Rector de nuestra Universidad la organización de una exposición de libros modernos de pedagogía y la formación de una biblioteca de pedagogía [18].
En su trabajo formativo con los jóvenes y adultos, insiste en la importancia del estudio de la propia fe. Se lamenta del desconocimiento del dogma, y defiende el carácter práctico de la predicación del dogma: «Considero que [las predicaciones dogmáticas] son las más prácticas [que las morales] porque cuando conocemos el porqué y la razón de ser de nuestra doctrina, entonces nuestra vida se transforma en función de un ideal» [19]. El mismo apostolado con los jóvenes lo impulsó a profundizar sus estudios: «Cada día me persuado más que mientras más ahondemos el dogma, la moral y la apologética fundamental, más preparados estaremos para tratar con el prójimo: esto es lo que los jóvenes exigen de nosotros, y hay veces en que uno suda tinta para responderles adecuadamente» [20].
El plan de la Acción Católica contemplaba un estudio sistemático del dogma y la moral cristiana. En medio de exigencias desbordantes de acción, recuerda que «los llamados al apostolado necesitan consagrar sus mejores años a la labor oculta de oración, meditación y estudio» [21], y enumera entre los riesgos del hombre de acción «abandonar el estudio, abandonar la oración, perder la humildad» [22]. En un documento dirigido a seminaristas, afirma que «es más de temer en un sacerdote la ignorancia que el pecado», e insiste en el carácter espiritual del estudio citando a San Claudio de la Colombiere: «Si volviera a la Teología, la estudiaría más de rodillas» [23].
Ante el problema social tan urgente, también reveló su aprecio por el estudio y el lugar que a la Universidad le corresponde en este estudio. Invita a los universitarios católicos a «estudiar su carrera en función de los problemas sociales propios de su ambiente profesional... La caridad del universitario debe ser primariamente social: esa mirada al bien común. Hay obras individuales que cualquiera puede hacer por él, pero nadie puede reemplazarlo en su misión de transformación social» [24]. Busca las raíces dogmáticas de la acción social de la Iglesia, y recuerda que «el problema social es un problema de origen dogmático» [25]. Una breve cita basta para mostrar el valor que el Padre Hurtado da al estudio: «¿Qué hacer ante el problema social? Hemos visto el pavoroso problema. Soluciones: Antes que nada, resolverse a estudiarlo» [26]. Una actitud semejante se expresa en una carta desde París, donde se encerró dos meses para reflexionar todo lo que había experimentado durante su viaje de estudio a Europa de 1947: «Le escribo a las 5 en un día frío y ya obscuro y pienso con cierta nostalgia en esos hermosos días de noviembre, llenos de luz y sol, días de mes de María de Santiago... Pero es necesario de tiempo en tiempo encerrarse a pensar y repensar para hacer un bien más hondo, más intenso y más extenso» [27]. Efectivamente, estaba convencido que para hacer un bien más hondo, más intenso y más extenso es necesario encerrarse a pensar y repensar.
Un último dato, que ilustra esta convicción, es la redacción de su libro Moral Social, escrito en el verano de 1952. Durante sus últimos meses de vida, ya sintiendo los síntomas de la enfermedad que lo llevará a la muerte, dedicó el tiempo necesario para redactar un libro de 416 páginas [28]. Nuevamente se manifiesta su estima por el trabajo intelectual.
Los documentos estudiados nos manifiestan una faceta del Padre Hurtado, para muchos desconocida: un hombre con gran aprecio por el estudio serio y por el ambiente universitario; convencido de que para entrar en diálogo con la sociedad actual y colaborar en la solución de sus graves problemas, no basta un puñado de fórmulas aprendidas de memoria o un simple entusiasmo afectivo, sino que se requiere una profunda comprensión del mundo y de la revelación cristiana. La gran obra externa del Padre Hurtado, realizada en pocos años, no es fruto de la improvisación entusiasta. Sus acciones estuvieron respaldadas por una estrecha relación con Jesucristo, una profunda vida de oración, un intenso amor por los más pobres y también por el estudio serio.
Resulta extremadamente significativo que en nuestra iglesia chilena, marcada por su sensibilidad por las urgencias que la rodean y, por ello, acechada por la tentación del inmediatismo en la acción, uno de los sacerdotes cuyo ministerio pastoral ha sido más fecundo, según nuestros pobres criterios de juicio , haya dedicado tanto tiempo y aprecio al estudio.
Ciertamente, la fecundidad del ministerio sacerdotal de Alberto Hurtado no depende sólo del estudio, sino principalmente de su santidad de vida. Pero no es menos cierto que el Dios providente ha querido suscitar en nuestra Iglesia como ejemplo de santidad a un sacerdote que enfrentó con gran seriedad su propia formación teológica y manifestó tanto aprecio por el estudio. De este modo, se demuestra como insostenible la tan frecuente oposición entre el estudio serio y el trabajo pastoral.
Parte importante del ministerio sacerdotal del Padre Hurtado estuvo vinculado a la Universidad Católica, y allí llegó a ser santo. No debió abandonar la Universidad para seguir a Jesús. Esto nos permite repetir con mayor confianza las palabras del tan querido y recordado Papa Juan Pablo II: «¿Podrá también en nuestros días el Espíritu suscitar apóstoles de la talla del Padre Hurtado, que muestren, con su abnegado testimonio de caridad, la vitalidad de la Iglesia? Estamos seguros que sí; y se lo pedimos con fe».