En el aeropuerto de Maquehue el Papa ha recitado la primera estrofa de la canción de Violeta Parra que recuerda que «Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar». La existencia de un territorio y de una cultura históricamente expoliada debe ser inequívocamente el punto de partida de un nuevo trato con el mundo mapuche, y con los pueblos indígenas en general. El Papa ha sido un testigo viviente, sin embargo, de cómo la violencia puede torcer el propósito más justo y verdadero, como sucedió con el gran ciclo de violencia política que azotó al conjunto de América Latina hace cincuenta años. De esa experiencia desgarradora proviene la vehemencia con que el Papa ha declarado que la unidad debe siempre prevalecer por encima de la división. No se trata de eliminar la contradicción, el conflicto ni la disputa, ¿cómo podría hacerse cuando existen motivos para ello?, pero ninguna de estas cosas debe tener la última palabra. ¡Señor, haznos artesanos de unidad!, dijo el Papa en la Araucanía, retomando —sin mencionarlo esta vez— la antiquísima tradición de los Parlamentos que instauraron los misioneros jesuitas encabezados alguna vez por Luis de Valdivia y retomada hasta el día de hoy por las comisiones de diálogo en las que todavía juegan un rol principal los obispos de la zona. La otra indicación del Papa es su definición de la unidad como diversidad reconciliada. La importancia de la diversidad debe ser subrayada tanto como la causa de la justicia. La exigencia actual de respetar la diferencia cultural y evitar actitudes y programas puramente asimilacionistas no puede ser eludida de ninguna manera. Pero tampoco se trata de afirmar que solo existe Verdad en la diferencia, y que aquello que es común y compartido adolece de Verdad, puesto que no es más que el resultado de una coacción. El Papa cita el ruego de Jesús al Padre para que “todos sean uno” (Juan, 17,21) y nos recuerda que todos estamos llamados a ser uno en el Padre, aspiramos y queremos lo mismo porque el anhelo de Dios y de su salvación habita en todos. Hacia el final de su homilía el Papa indica asimismo que todos somos pueblo de la tierra citando el libro del Génesis, y podemos reconocernos en una morada primordial que es la del Küme Morgen (citado textualmente por el Papa en su expresión mapuche), el lugar donde podemos vivir bien, que habitualmente es el lugar donde hemos nacido y donde hemos conocido la experiencia originaria del Amor y de la benevolencia. Aunque algunos hayan nacido aquí y otros allá, la experiencia del amor de Dios es común para todos. Existen muchos motivos para afirmar la unidad de todos aquellos que habitamos, no obstante, en la diversidad de lenguas, etnias y culturas, y buenas razones también para conciliar las diferencias, resolver pacíficamente las disputas y reconocernos en una casa común.
EDUARDO VALENZUELA CARVALLO