El Papa Francisco ha visitado nuestra universidad en el marco de su visita a Chile. Hemos convocado a representantes del mundo de la cultura, la educación -escolar y universitaria-, las diferentes iglesias, los medios de comunicación, actores políticos y sociales. Más de tres mil personas lo esperábamos en tres dependencias de la UC, con miembros de la comunidad universitaria -profesores, estudiantes, administrativos, profesionales y ex alumnos-, junto a un gran número de invitados. Nuestro objetivo fue abrir la universidad a diferentes representantes del quehacer nacional, para que su presencia y su mensaje se recibieran por un significativo número de personas.

Me correspondió recibirlo en la puerta de la Casa Central y desde el primer momento el Papa se mostró alegre y cercano. Me dijo "tenía muchas ganas de visitar su universidad", a lo que respondí "¡imagínese las ganas nuestras, Santo Padre!", y desde ese momento se creó una complicidad y una relación muy cercana, durante los casi cincuenta minutos de visita. Pudimos recorrer lentamente los patios saludando a la comunidad, le conté del gran número de estudiantes que había, de nuestro Centro Down UC, del Programa Acompañares -ambos con un número importante de representantes-, de los miles de dibujos que colgaban de los techos, que fueron realizados por escolares de una red de colegios vulnerables de nuestros Programas Biblioteca Escolar Futuro y Pace. Y el Papa hacía preguntas, se interesaba, estaba conectado de manera completa en la visita, en ese momento no había otras preocupaciones.

Al ingresar a otros recintos saludó con alegría a la multitud congregada que le sacaba fotos y lo vitoreaba. Luego hubo un cambio, se acercó a personas de la comunidad que han tenido problemas serios de salud, los bendijo y rezó con ellos. Fueron segundos de recogimiento que parecieron minutos; en esos segundos solo importaba la persona que sufría y creía en una bendición importante. Nos subimos al escenario que estaba preparado y saliéndose del protocolo -ya que dos guardias suizos lo ayudarían-, se tomó de mi brazo y me dijo: "afirmame, los rectores tienen fuerza...". Ya preparados para iniciar la ceremonia, vino un aplauso de los asistentes que duró varios minutos -es bueno repasar el video-; ahí noté al Sucesor de Pedro emocionado, su rostro cambió y demostró una alegría profunda. Lo mismo me ratificó monseñor Ezzati, Gran Canciller de la UC, con quien compartíamos el escenario.

Su mensaje respecto de la convivencia nacional, profundo y marcador, será citado como un referente en educación superior por muchos años. Nos dijo: "la convivencia nacional es posible -entre otras cosas-, en la medida en que generemos procesos educativos también transformadores, inclusivos y de convivencia. Educar no es tanto una cuestión de contenidos, sino de enseñar a pensar y a razonar de manera integradora". Estos conceptos son muy importantes en un tiempo de reforma y de análisis y sentido crítico de los contenidos curriculares. Nos presentó el concepto de "alfabetización integradora", es decir, una "educación -alfabetización- que integre y armonice el intelecto. Los afectos y las manos, es decir, la cabeza, el corazón y la acción". "La universidad tiene el desafío de generar nuevas dinámicas al interno de su propio claustro, que superen toda fragmentación del saber y estimulen a una verdadera universitas". Un llamado al trabajo interdisciplinario e integrador en que estamos empeñados, ya que la mirada desde diferentes ángulos y disciplinas es complementaria y enriquecedora.

El segundo aspecto que mencionó fue la capacidad de avanzar en comunidad. Nos señaló que "la cultura actual exige nuevas formas capaces de incluir a todos los actores que conforman el hecho social y, por lo tanto, educativo. De ahí la importancia de ampliar el concepto de comunidad educativa". "La universidad se vuelve un laboratorio para el futuro del país, ya que logra incorporar en su seno la vida y caminar del pueblo superando toda lógica antagónica y elitista del saber". Esta invitación a una universidad "en salida" nos presenta el desafío y compromiso de aportar al desarrollo de la sociedad, abordando sus problemas más acuciantes.

Sus palabras nos quedan y resuenan con fuerza. Ha sido un discurso muy inspirador para todas las universidades. Sin embargo, en lo personal, su visita, sus gestos y comentarios perdurarán para siempre. La cercanía con los miembros de la comunidad nos resalta la importancia del encuentro personal. El recuerdo del Papa afirmándose de mi brazo para subir con agilidad las escaleras lo atesoraré por siempre.


Ignacio Sánchez, Rector Pontificia Universidad Católica de Chile


 Fuente: El Mercurio

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