Señor Director:

Además de las emociones que actúan sobre esa trilogía mencionada por Francisco -corazón, mente y manos- que miramos estos días conmoverse y agitarse, lo que de formas distintas ha de perdurar, escuchamos y vimos lecciones muy importantes. Al estilo propio de este Papa, querido y respetado en todo el mundo, mezclando siempre conceptos y signos.

Desde aquel password entregado a los jóvenes en la secuela de Alberto Hurtado para reconectarse ("¿Qué haría Cristo en mi lugar?"), hasta las reflexiones ofrecidas al mundo de la cultura en la Universidad Católica acerca de cómo avanzar en un mundo en que todo se volatiliza y pierde consistencia. Desde la hondura conceptual y existencial del perdón proclamado en la cárcel de mujeres, hasta su personal reconocimiento de vergüenza acompañado de un valiente pedido de perdón como cabeza de la Iglesia por el abuso sexual con niños perpetrado por sacerdotes, dicho simbólicamente en el palacio del gobierno, en su primera alocución pública. Las referencias podrían ser muchas.

Hay una, entre tanto, que como hijo de la Compañía de Jesús -y aunque en el actual existir volatilizado esto se olvide- era muy atendible esperar. Dice relación con la naturaleza esencial de la Iglesia de la que es cabeza en nombre de Cristo. ¿Qué tenía que decirnos de ella? Que estaría enferma si sus fieles y sacerdotes no estuviesen unidos a su obispo. Que fue Jesús quien quiso esa unión. Que es en el obispo donde se hace visible el vínculo de cada Iglesia con los apóstoles, unidos al resto y al Papa "en la única Iglesia del Señor Jesús, que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica" (Audiencia General, Plaza San Pedro, 5.XI.14).

Puede decirse que el recuerdo de esta enseñanza estuvo implícito en todas sus palabras y muy evidentemente en toda la liturgia de los actos de culto que presidió. Pero como Francisco no solo enseña a través de conceptos y ritos, aguardó pacientemente el desarrollo de una ficticia polémica organizada por lobbies en combinación con fugaces opinólogos y estrellitas de TV para, antes de partir, como el mismo Jesús con los pies bien puestos en la arena del desierto, decir la verdad última de la cuestión, sin arredrarse ante la corrección política impuesta por el sanedrín: la Madre Iglesia es jerárquica. Se apoya en una piedra y no está en su tradición declinar la verdad que conoce como tal y acobardarse ante los poderes del mundo que quieran condicionarla.

Pretensión absurda es suponer que el primer Papa de la Compañía de Jesús en la historia fuese a olvidar hacer presente esta nota esencial.


Jaime Antúnez Aldunate, Director revista HUMANITAS

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