La familia debe ser una comunidad en la que tanto el padre como la madre aceptan y viven su responsabilidad. Debe ser una comunidad solidaria con aquellos cuya comunidad familiar se ha roto o herido. De esta forma la familia cristiana podrá caminar por el sendero de la verdadera solidaridad.
Podría hoy parecer obvio hablar acerca de la familia cristiana y la solidaridad. Hemos hablado de la familia y la justicia, de temas sociales, de verdad y libertad. Parece natural que siga la solidaridad. En otra época, sin embargo, hablar de la familia cristiana y la solidaridad al mismo tiempo hubiera parecido radical e incluso contradictorio. Como observó una vez el cardenal Ratzinger, mientras otros términos de unidad como Eucaristía y Comunión son claramente cristianos, la solidaridad «proviene de fuera… fue desarrollada por Pierre Leroux entre los primeros socialistas… en contraposición a la idea cristiana de amor como nueva respuesta racional y efectiva de los problemas sociales» [1].
Leroux abandonó la religión cristiana y, para compensarlo, desarrolló la idea de una nueva «religión de la humanidad». Aunque muchos no siguen conscientemente la idea de Leroux de una «religión de la humanidad» como base de la solidaridad, la solidaridad y la unidad del género humano están a menudo divorciadas de Dios y de «la idea cristiana del amor». Por lo tanto, es importante comprender cómo el Papa Juan Pablo II purificó el concepto de solidaridad para llevarlo más allá del concepto socialista, incluso al punto de describir la solidaridad como «una virtud indudablemente cristiana» que «encuentra sus más profundas raíces en la fe cristiana» y que «se expresa en el amor cristiano» [2].
Muchos santos canonizados por el Papa Juan Pablo II mostraron la virtud cristiana de la solidaridad, pero pocos inspiraron tanto a Karol Wojtyla –en cuanto sacerdote y papa, especialmente en relación a su comprensión de la fraternidad cristiana– como Adam Chmielowski de Cracovia, a quien el mundo conoce como el Santo Hermano Alberto. El Papa no solo predicó más de cuarenta homilías sobre el Hermano Alberto, sino que antes incluso, mientras era seminarista clandestino y obrero en la planta química de Solvay, escribió una obra teatral sobre la devoción de este santo artista por los pobres.
El título de la obra es Hermano de Nuestro Dios, y ya ponía de manifiesto la cuestión de la familia y la humanidad. En algún momento de la obra, Max, amigo de Adam, pone en tela de juicio la preocupación de éste por los pobres. Según Max, las obras de caridad de Adam no son características de su vocación artística. A su amigo también lo confunde que Adam no pueda ignorar a los pobres y continuar con su trabajo real como pintor. Max dice:
«Claro, debe ser una forma de evadir su responsabilidad…«¿Cómo puedo hacerme responsable de un ciudadano que desperdició su vida y hoy ha caído más bajo?»
Pero Adam lo contradice. Su trabajo con los pobres no es una forma de huir de la realidad y de su vocación, sino de acercarse a éstas. Dice:
«Max, aún piensas que el patrón de la pobreza humana corresponde al patrón del castigo…Pero esto no es solo huir de la responsabilidad. Es huir de algo, más bien de alguien, que está en uno mismo y en toda esa gente» [3].
Hoy, la solidaridad enfrenta los mismos problemas. La solidaridad puede no parecer atractiva cuando se ve como una recompensa por un comportamiento y no como una respuesta a una persona, una unidad necesaria entre personas. Pero la respuesta es observar la verdad acerca de la persona humana –ese «alguien en uno mismo y en toda la gente»– que nos une de manera más sólida que cualquier ideología política o económica.
La Comunión de las Personas
Por esta razón, cuatro décadas después de escribir Hermano de Nuestro Dios, Juan Pablo II describe la «solidaridad» en su encíclica Sollicitudo Rei socialis en términos de unidad. Escribe: «Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, continúa Juan Pablo, «que es reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra comunión» [4]. Para Juan Pablo II, la Trinidad es el «supremo modelo de unidad» del género humano.
Especialmente en este contexto y congregados tan cerca de la grandiosa Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, recordamos la visita de Juan Pablo II a la Ciudad de México para darnos la Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America. Este grandioso documento que la próxima semana celebra su décimo aniversario, toma como subtítulo «Sobre el Encuentro con Jesucristo vivo: camino para la conversión, la Comunión y la solidaridad en América» [5]. En él escribe que así como la comunión es el fruto de la conversión, así también la «solidaridad es… el fruto de la comunión que se funda en el misterio de Dios uno y trino, y en el Hijo de Dios encarnado y muerto por todos. Se expresa en el amor del cristiano que busca el bien de los otros, especialmente de los más necesitados» [6].
Sus primeras audiencias generales sobre el Génesis (que se conocieron como las catequesis de los miércoles dedicadas a la Teología del Cuerpo), fueron grandes avances en la comprensión del hombre como ser creado para la comunión, justamente porque fue creado a imagen del Dios Trino. De acuerdo con el Papa, «el hombre se ha convertido en ‘imagen y semejanza’ de Dios no sólo a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas, que el hombre y la mujer forman desde el comienzo» [7].
En otras palabras, estar hecho a la imagen de Dios no es simplemente estar moldeado como Él, sino funcionar como imagen de Dios, es decir, estar ontológicamente destinado a una vida de comunión amorosa con otros. Es el fundamento de la civilización del amor; más aun, esta antropología cristiana proporciona una comprensión del hombre que llama a construir una civilización de amor no solo como posible opción, sino como la más necesaria realización de la humanidad.
Compenetración de Benedicto XVI y Juan Pablo II
Algunos pueden tal vez considerar esta visión de la persona demasiado ideológica y religiosa, o demasiado idealista y alejada de la vida diaria, de manera que llega a ser irrelevante. Como Marcello Pera señaló, hoy «la gente ya no cree en fundamentos ‘últimos’» [8]. En consecuencia, resulta que dependemos cada vez más de diferentes facetas de esta comunión para transmitir el mensaje. Una de las facetas tangibles de la comunión que están en juego es la interdependencia del amor. En Sollicitudo Rei socialis, Juan Pablo II declaró que existe una «necesidad de solidaridad que asumirá la interdependencia y la transferirá al plano moral» [9].
En Mulieris dignitatem, el mismo Papa lo vio en la solitaria búsqueda de Adán no solo de un compañero, sino de una esposa: «En la ‘unidad de los dos’ el hombre y la mujer son llamados desde su origen no sólo a existir ‘uno al lado del otro’, o simplemente ‘juntos’, sino que son llamados también a existir recíprocamente, el uno para el otro» [10].
Benedicto XVI lo aborda después más extensamente. En la relación de Adán y Eva, estar uno ‘con’ el otro puede entenderse más plenamente en el contexto de ser uno a partir del otro.
Esto constituye otra faceta de la imagen de Dios que descubrimos en la persona humana. Además de la noción de una trinidad «interior» del intelecto de San Agustín, la voluntad y el espíritu en el hombre, y contribuyendo con la trinidad «social» entre los hombres de Juan Pablo II, el cardenal Ratzinger presentó una imagen de Dios como una trinidad de ser : «El verdadero Dios es por su propia naturaleza enteramente un ser-para (Padre), un ser a partir de (Hijo) y un ser-con (Espíritu Santo). El hombre, por su parte, es precisamente a imagen de Dios en la medida en que el «a partir de», el «con» y el «para» constituyen el patrón antropológico fundamental» [11].
En otras palabras, ser «a partir de», ser «con» y ser «para» otras personas es la estructura fundamental de la existencia humana. Cuando reconocemos esta realidad fundamental y actuamos de acuerdo con ella en solidaridad y comunión con el prójimo, reflejamos realmente la solidaridad y comunión que existe en la Trinidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El amor humano y la interdependencia no pueden comprenderse solo a nivel horizontal. Cuando es así, a menudo se reducen a la dependencia mutua o incluso al abuso mutuo. En cambio, el amor humano y la interdependencia están iluminados por nuestra común interdependencia vertical, una dependencia entre personas que primero se vuelve evidente en la relación con aquellos que nos dieron la vida. Al respecto, considero que la aclaración de Benedicto XVI nos brinda un gran avance en la comprensión y la defensa de la solidaridad, tanto en la familia como más allá de ella.
Los cimientos bíblicos se exploran en la Catequesis de la Audiencia General sobre la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II, cuando señala el hecho de que el diseño del hombre por Dios se expresa incluso antes de la creación del hombre [12]. Como se lee en el Génesis, «Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen» [13]. Esta intención divina coloca al hombre aparte del resto de la creación y establece la conexión íntima entre Dios y el hombre. Como señala Juan Pablo II, es «como si el Creador entrase en sí mismo; como si al crear, no sólo llamase de la nada a la existencia con la palabra «hágase», sino que de forma particular sacase al hombre del misterio de su propio Ser» [14]. En consecuencia, el hombre «no se debe entender como un «retrato», sino como un ser vivo que vive una vida semejante a la de Dios» [15].
En su soledad, Adán empezó a discernir cómo vivir una vida similar a la vida de Dios, una vida que necesita una comunión de personas. Más aún, cuando sufre la prueba de su soledad, Adán no se compara a sí mismo con los animales con los que comparte el mundo. Mira al creador y se compara a sí mismo con Dios. Entonces descubre que «el hombre se asemeja más a Dios que a la naturaleza» [16]. La importancia de los orígenes se refleja en las palabras de Adán en el segundo relato de la creación, cuando Adán reconoce a Eva y exclama «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre» [17].
En la familia, la persona humana se revela como interdependiente desde el comienzo. El Cardenal Ratzinger expuso esta idea al hablar sobre el embarazo y el aborto. En el vientre, la vida de una criatura depende de la unión con su madre. Pero, como Adán, la mera presencia no es suficiente, y en el embarazo, la presencia de la criatura en la madre necesita de la bondad de la madre.
«Este ser-con complementa el ser del otro…para convertirse en un «ser para». En este aspecto, «la criatura en el vientre de la madre es sencillamente un retrato de la esencia de la existencia humana en general». Esta imagen de la madre y su hijo es el modelo fundamental de la existencia y la solidaridad del ser humano. Es la razón por la que la Madre Teresa puede decir que el aborto es el mayor destructor de la paz.
Esta realidad humana fundamental de «ser-para» los otros se aplica tanto para las personas físicamente maduras como para los niños. Aun así, la importancia de la continuidad del amor se hace patente en otras áreas de la vida. A nivel genético, es obvio en la forma en que cada niño se asemeja a su madre o a su padre. A nivel personal, la reconocen cada madre y padre cuando intentan identificar dichas similitudes inmediatamente después del nacimiento. La reconocen los niños nacidos como resultado de donadores anónimos que intentan encontrar a sus padres anónimos. Simbólicamente, se expresó su confusión cuando la madre del primer niño chino nacido de fertilización in vitro le dio a su hija no sólo el nombre de la madre, sino también el nombre del médico que realizó el procedimiento [18].
Sin raíces
La verdad es que, aun cuando una persona esté aislada social y geográficamente de otras personas, nadie puede sobrevivir sin encomendarse a otros individuos y a una comunidad. Por esta razón, no puede existir la verdadera autonomía, ni tampoco puede ser un ideal al que se aspire. «Cada vez que exista una tentativa de liberarnos de este patrón, no estamos en el camino hacia la divinidad, sino hacia la deshumanización, hacia la destrucción del propio ser mediante la destrucción de la verdad» [19].
Cuando Marcello Pera lamentó que «la gente ya no cree en los fundamentos últimos», lo hizo en el contexto del distanciamiento de Europa de su moral e historia cristianas. Pero este distanciamiento de los fundamentos es parte de un distanciamiento más fundamental visto también a nivel de las personas, especialmente dentro de la familia. A través del divorcio, el abandono y algunos usos de la tecnología de la fertilidad, la paternidad se ha separado de la presencia. Es decir, hoy, para muchos niños, ser a partir de un padre ya no significa estar con un padre y por lo tanto ya no significa tener un padre presente que sea para el niño.
Asimismo, la paternidad se separa del matrimonio cuando «ser con» una esposa se separa de la aceptación de que un hijo «es a partir de» la pareja. El resultado es lo que Carle Zimmerman describe como «familia atomista».
Hace nueve meses, un hijo publicó su diario de las semanas anteriores a que su madre eligiera terminar con su vida mediante el suicidio asistido. Cuando el médico dudó de que su dolor fuera insoportable –tercer y último requisito para la eutanasia– la conversación de la madre y su hijo se convirtió rápidamente en una inquietante fragmentación de amor y de vida. Al narrar la situación, su hijo escribe:
La mamá deja su taza de café en la mesa. «Bueno, de todos modos tengo que morir, ¿no?» Entonces nos pregunta qué pensamos. Interrumpo: «Debe ser tu propia decisión. Ninguno de nosotros puede decir nada». Pero a la mamá le cuesta decir que quiere morir. Digo al fin, «pienso que lo que para ella es insoportable no es tanto su dolor y enfermedad, sino el temor de empeorar y perder el control». Cuando [el Doctor] Martin está finalmente convencido de que mamá quiere terminar con esto, acepta llamar a otro médico. Sale haciéndonos enfáticos movimientos de cabeza a todos» [20].
No se trata de la empatía o interdependencia que se encuentra en el fundamento de la civilización del amor. La verdadera conmiseración o compasión –en el sentido más verdadero de las palabras– es sufrir junto con alguien. Más aun, esta decisión, este silencio, esta medida de la vida no es el fundamento de ninguna civilización.
Finalmente, esta decisión de la madre moribunda fue apoyada por el valor de la autonomía individual y el temor de «perder el control». Pero a pesar de que la autonomía es un valor importante, no es el más importante. La comunidad es más importante que la autonomía, especialmente esta comunidad especial que es también una comunión de personas.
En el fundamento de la comunidad se encuentran el aprecio, la gratitud y el respeto por el don y la dignidad de la vida humana.
Quizás lo que esta madre esperaba escuchar, necesitaba escuchar, era algo completamente diferente a «Debe ser tu propia decisión. Ninguno de nosotros puede decir nada». Quizás, lo que esperaba escuchar de sus hijos era: «Te amamos. Te necesitamos. Quédate con nosotros». Cuando una familia valora la existencia de una vida como un bien, puede haber una sociedad y una civilización que valoran la existencia de una vida como un bien. Pero esto solo puede ocurrir si las familias no se encierran en sí mismas. Aquí, la autonomía de los individuos y las familias no puede tratarse como el principal o único valor.
El papel de la solidaridad en la familia, y a través de ella, es más que solo otra «virtud social» junto con la «verdad, libertad, justicia, subsidiaridad y… caridad» [21]. Para que el futuro de la solidaridad pueda fundamentarse en esta comunión de personas, la defensora de esta comunión es primero, y antes que todo, la familia, no únicamente como la que enseña las virtudes sociales, sino como el primer modelo de la comunión Trinitaria de las personas.
Es aquí donde no solo encontramos a la familia en la solidaridad, sino que es su modelo vital y su núcleo. Por esta razón, Juan Pablo II dijo: «No podemos hablar de solidaridad en la comunidad moderna sin mencionar también la vida familiar» [22]. Sin solidaridad en el seno de la familia, no puede existir solidaridad más allá de ella. Sin comprensión y protección en el seno de la familia, no es fácil comprender a esa familia humana que es la sociedad, esa familia cristiana que es la Iglesia o esa familia de familias que es la parroquia.
Desafío de la niñez
Durante su primera jornada apostólica, Juan Pablo II vino a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe e hizo un llamado a la nueva evangelización, empezando por predicar la verdad sobre la persona humana. Asimismo, durante su primera jornada apostólica al Santuario Mariano de Aparecida, Benedicto XVI hizo un llamado a construir no solo un Continente de Esperanza en todo el hemisferio, sino a construir un Continente de Amor. Hoy, estamos en espera de la próxima encíclica del Santo Padre intitulada «Caritas in veritate» («Amor en la Verdad»), en la que aborda temas sobre la sociedad y la globalización.
Mientras nos preparamos, debemos tomar el tiempo de examinar no sólo la condición de nuestros países y nuestros continentes, sino también la de nuestras familias. En su discurso durante la entrega del Premio Nobel, la Madre Teresa usó acertadamente el refrán que dice que «el amor empieza en nuestra propia familia» [23]. ¿Qué tipo de cimientos existen para la solidaridad si no están presentes en el seno la familia, con la presencia de los hijos cuya existencia depende de la bondad de los demás? Por ejemplo, una encuesta internacional realizada por el Instituto Gallup preguntó a la gente si en su país se trataba a los niños con dignidad y respeto. En América Latina en general, cerca de 60 por ciento de los encuestados respondieron que no. En Haití, fueron casi 90 por ciento los que dijeron que no se trata a los niños con dignidad y respeto. Nos vienen muchas preguntas a la mente. ¿Cuál es el trato que se da a estos niños que indica indiferencia por la dignidad y el respeto? ¿Por qué no los tratan con dignidad y respeto? Y lo que es importante, ¿cambia este trato? ¿A qué edad se tratará a los niños con respeto, si es que alguna vez sucede? Y cuando estos niños crezcan, ¿sabrán a su vez cómo tratar a otros con dignidad y respeto?
Pero hoy, aquí, tan cerca del cerro del Tepeyac, es necesario hacer una pregunta aún más fundamental. ¿Cómo es posible este trato hacia los niños en un continente en que tantos saben de memoria las palabras de Nuestra Señora de Guadalupe? «¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?» [24] ¿No dirigió estas palabras a un hombre laico preocupado por la salud y el bienestar de su familia?
En el Capítulo V de la Exhortación Apostólica Ecclesia in America, titulado «Camino para la Solidaridad», Juan Pablo II escribe: «De la dignidad del hombre en cuanto hijo de Dios nacen los derechos humanos y las obligaciones» [25]. Pero al leer estas palabras, debemos preguntarnos: «¿Cómo hemos de reconocer la dignidad de nuestro prójimo como «hijo de Dios» si no tenemos consideración por los niños que nos rodean?»
Juan Pablo II observó que nada puede reemplazar el corazón de una madre siempre presente y esperando en el hogar.
Pero también es verdad cuando escribe: «Una familia reposa en un padre. Si ésta tiene un padre, es una familia. El padre es el que establece el vínculo de los miembros de la familia en esa unidad cuyo nombre es familia» [26]. La familia debe ser una comunidad en la que tanto el padre como la madre aceptan y viven su responsabilidad. Debe ser una comunidad solidaria con aquellos cuya comunidad familiar se ha roto o herido.
De esta forma la familia cristiana podrá caminar por el sendero de la verdadera solidaridad y hacer suyas las palabras de la Exhortación Apostólica Ecclesia in America: «La solidaridad es fruto de la comunión que se funda en el misterio de Dios uno y trino, y en el Hijo de Dios encarnado y muerto por todos. Se expresa en el amor del cristiano que busca el bien de los otros, especialmente de los más necesitados» [27].