¿Es verdad el antiguo adagio según el cual de nada, nada proviene?

 ¿Es verdad el antiguo adagio según el cual de nada, nada proviene? ¿Necesariamente ha habido siempre algo, existiendo de alguna manera, para que ahora algo exista? Todos los hombres de ciencia y filósofos griegos antiguos, desde los presocráticos hasta Platón y Aristóteles, y luego hasta los estoicos, afirmarían que algo no puede provenir de nada, al menos si entendemos debidamente qué queremos decir con los términos «algo» «provenir» y «nada». Adoptando este principio, todos los antiguos convenían en que el universo debe ser eterno: no podría haber un comienzo absoluto, «antes» del cual nada hubiese. En aparente contraste con el principio universal según el cual de nada, nada proviene, judíos, cristianos y musulmanes se han encontrado y se encuentran apremiados por la necesidad de explicarse su creencia de que Dios es la fuente de todo lo que es. Dios no trabaja con material preexistente para crear el universo, por cuanto si existiera dicho material, este no sería creado por Dios, quien por lo tanto no sería la causa de todo lo que es. Este sentido de la absoluta y total soberanía de Dios sobre todas las cosas se encuentra en la doctrina de la creación a partir de nada. [1]

La doctrina de la creación persistió, en aparente y total contraste con el legado de la antigüedad clásica, que negaba la posibilidad de obtener algo a partir de nada. Al parecer, la razón negaba la posibilidad misma que la fe proclamaba. Así, explicarse la “creación a partir de nada” llegó a ser una tarea importante para los teólogos del judaísmo, la cristiandad y el Islam. Ese empeño incluía profundas reflexiones sobre lo que significa para Dios crear y sobre cómo crear es fundamentalmente distinto a producir un cambio en las cosas y entre ellas. No bastaba simplemente con decir que Dios es omnipotente; era preciso defender la inteligibilidad de la creación a partir de nada: defender implica que lo que se cree no es absurdo. Al menos esto es importante si es preciso afirmar que la fe y la razón son complementarias.

Grandes pensadores de las tres tradiciones religiosas de Occidente contribuyeron a la iniciativa teológica de exponer en la forma más clara posible lo que significa un acto creativo de Dios. Fue Tomás de Aquino, en el siglo XIII, quien elaboró la exposición filosófica y teológica más fina sobre la creación a partir de la nada. Al tratar sobre la manera de comprender el planteamiento cristiano según el cual Dios todo lo crea “a partir de la nada”, aceptando además como principio que no se puede obtener algo de la nada, Tomás hace una distinción crucial: creatio non est mutatio [la creación no es un cambio]. Ciertamente —diría Tomás— todo cambio requiere algo preexistente que cambie: de la nada, nada proviene, si “provenir” significa cambiar. Éste es un primer principio en las ciencias naturales, cuyo objeto es el mundo de las cosas cambiantes. Todos los cambios producidos por agentes en el universo deben comenzar con algo existente que de alguna manera se transforme en otra cosa. Sin embargo, el acto creativo de Dios describe un tipo de dependencia muy distinto, una dependencia fundamental en el orden mismo de la existencia: un tipo de causalidad radicalmente distinto al que pueden ejercer las criaturas. [2]

Si las ciencias naturales están en condiciones de explicar todo lo que requiere ser explicado, incluyendo por qué hay algo y no nada, entonces el primer principio de las ciencias naturales (que de la nada, nada proviene) también sería un primer principio para todas las explicaciones. Lee Smolin, un cosmólogo, comenta en Three Roads to Quantum Gravity (Tres rutas de la gravedad cuántica) que el universo “no puede haber sido hecho por algo existente fuera del mismo, ya que por definición el universo es todo lo que hay, y nada puede haber fuera del mismo.” Por consiguiente, “el primer principio de la cosmología debe ser: ‘No hay nada fuera del universo’. … El primer principio significa que por definición consideramos al universo un sistema cerrado. Esto implica que la explicación de cualquier cosa del universo solo puede incluir otras cosas que también existan en el mismo”. Debemos reconocer, sin embargo, que es posible entender los “primeros principios” en diversos sentidos: algunos son primeros con respecto a un área de investigación limitada (por ejemplo, las ciencias naturales); otros serían “primeros” en una especie de sentido absoluto, con referencia a todas las categorías de explicación.

Si uno piensa que la existencia misma no requiere una explicación, que es simplemente un “mero hecho”, entonces debería llegar a la conclusión de que la noción misma de creación como causa de la existencia carece de sentido. Sin embargo hay un primer principio de la metafísica vinculado con la fuente del ser o la existencia como tal, y este principio, que la existencia requiere una causa, nos conduce en definitiva a darnos cuenta de que debe existir un agente omnipotente que es la causa u origen de todo lo que es: de todas las cosas, es decir, en el cual “existir” no es esencial para lo que significa ser una cosa. Podemos concebir de este modo cualquier cosa como no existente. Así, si algo existe, necesita una causa extrínseca. Dios no entra en esta categoría, por cuanto solamente en Dios desaparece la distinción entre existencia y esencia (lo que significa ser algo). Por lo tanto, preguntar qué causa a Dios es no comprender lo que significa ser Dios. Con todo, el comienzo de semejante argumento requiere la aceptación del primer principio, que la existencia necesita una causa, y un primer principio, precisamente por ser primero, no se puede demostrar; solo se puede sostener dialécticamente. Este hecho no es un desafío para la verdad de este principio; solo reconoce que la verdad de los primeros principios se descubre mediante un proceso intelectual distinto a una demostración. Una analogía con la geometría puede ayudar a aclarar esto. La existencia y la definición de líneas y puntos, por ejemplo, no son las conclusiones de demostraciones de la geometría; sin embargo, son principios de los cuales procede ese tipo de demostraciones. El hecho de que existan estos principios y lo que los mismos constituyen se manifiesta en un discurso dialéctico que termina en una especie de intuición intelectual. Ciertamente, sin esa intuición intelectual de los primeros principios en cada disciplina, no puede haber demostración alguna. Un pensamiento esmerado requiere una coordinación entre primeros principios y el reconocimiento de cuáles son adecuados para cada disciplina.

El Creador es la causa total y permanente de todo lo existente y el hecho de crear, entendido de este modo, no pone en tela de juicio la verdad del principio según el cual todo cambio comienza con algo sujeto al mismo. El primer principio del cambio tampoco pone en tela de juicio la inteligibilidad de la creación a partir de nada. La creación es una relación de de-pendencia absoluta; no es un cambio. Que el universo como una totalidad tenga o no un comienzo depende del tipo de universo creado y no de ese aspecto más fundamental consistente en si ha sido creado. Un universo eterno sería un universo creado —y creado a partir de nada— en la misma medida que uno dotado de un comienzo temporal. Si Dios no causara un universo eterno para ser, y para ser eterno, este no sería absoluta mente nada. Un universo que comenzó a ser, en el sentido de un comienzo absoluto en el tiempo (como afirma, por ejemplo, la fe cristiana), no sería producto de un cambio. Semejante “comenzar a ser” sería producto del acto creativo de Dios, y no un cambio del no ser al ser. En conformidad con la interpretación tradicional del comienzo del Génesis, Tomás de Aquino creía que el universo era temporalmente finito (si bien no estimaba que la ciencia podría probar esto), pero no creía que el universo comenzó mediante un movimiento o un cambio.

La confusión sobre la creación como noción filosófica y teológica, la relación entre las explicaciones de Dios como causa de la existencia y la debida autonomía de las ciencias naturales para explicar el cambio en sus diversas formas siguen abarcando gran parte del discurso actual sobre las implicaciones de la biología evolutiva y la cosmología en la creencia religiosa. Podrían aquí señalarse varios libros escritos por Stephen Hawking, especialmente el más reciente, The Grand Design (El gran diseño), en el cual es coautor junto con Leonard Mlodinow. En este libro han sido especialmente evidentes ciertos conceptos erróneos en cuanto a lo que significa crear. Los autores pensaron equivocadamente que negar un comienzo del universo significaba necesariamente negar que este fuese creado. Identificar “ser creado” necesariamente con tener un comienzo en el tiempo es no percibir el hecho de que ser creado es fundamentalmente una dependencia metafísica sin referencia alguna a la temporalidad. [3]

Diversos sentidos de la nada

A continuación, me gustaría centrarme en la nada, es decir, en los diversos sentidos de la misma sobre los cuales hablan los científicos, los filósofos y los teólogos, y en el peligro proveniente de no mantener una distinción entre estos distintos sentidos. Puede parecer extraño, pero mi tarea aquí consiste en hacer distinciones cruciales sobre la nada.

Un buen espacio para este análisis es el nuevo libro del físico teórico norteamericano Lawrence Krauss, A Universe From Nothing. Why There is Something Rather Than Nothing (Un universo desde la nada. Por qué hay algo y no la nada) (Nueva York, Free Press, 2012). Este libro ha sido ampliamente citado en la prensa popular, y Krauss, director del programa Origins Project en la Arizona State University, es en cierto modo una personalidad en los medios de comunicación masiva. De hecho el libro surgió a raíz de una conferencia dada por él en el año 2009 en Atheist Alliance International y ha sido visto en YouTube más de un millón de veces. Otro motivo para usar el libro de Krauss es el hecho de que él no teme hacer provocativas afirmaciones filosóficas y teológicas.

Ofreciendo un panorama impresionante de sentidos de la “nada” cada vez más profundos, incluso más allá del sentido de los vacíos y el espacio vacío, llega a la siguiente conclusión: “Hemos descubierto que todas las señales sugieren un universo que pudo surgir —y surgir de manera verosímil— de una nada más profunda, que implica la ausencia del espacio mismo, y un día podría volver a la nada mediante procesos que, además de ser comprensibles, no requieren en absoluto control ni dirección externa”. Krauss tiene conciencia de las objeciones filosóficas y teológicas a cualquier tentativa de relacionar su sentido o sus sentidos de la nada con esa “nada” de carácter central en la doctrina tradicional de la creación a partir de nada. Sin embargo, escribe:

Algunos filósofos y muchos teólogos definen y redefinen la “nada” de tal manera que no corresponde con ninguna de las versiones de la misma de las descripciones actuales de los científicos; pero, en mi opinión, en eso reside el descrédito intelectual de gran parte de la teología y parte de la filosofía moderna, ya que ciertamente la “nada” es enteramente tan física como “algo”, especialmente si se define como la “ausencia de algo”. Nos corresponde entonces comprender precisamente la naturaleza física de estas dos cantidades. Y sin ciencia en cualquier definición solo hay palabras.

Cuando se trata de comprender cómo evoluciona nuestro universo, “la religión y la teología han sido en el mejor de los casos irrelevantes. A menudo enturbian las aguas, centrándose, por ejemplo, en preguntas sobre la nada sin ofrecer definición alguna del término basándose en la evidencia empírica”.

Dichos análisis no son puramente de los físicos. Peter Atkins, un físico-químico de Oxford, escribió un libro, On Being (Sobre el ser) (2011), en el cual ofrece comentarios sobre lo que llama «las grandes interrogantes de la existencia.» En el primer capítulo, «Beginning» (El comienzo), enfrenta lo que llama la interrogante más grande de todas y advierte que es su «intención mostrar que todo, incluyendo la Nada, está al alcance de la ciencia, y que la ciencia proporciona la perspectiva para comprender incluso los fenómenos más asombrosos … [que] existe la esperanza de aclarar científicamente la creación a partir de nada». Lo que piensa es que de alguna manera un tipo de nada primordial, absoluta, que destaca con mayúscula como la Nada, se despliega en los opuestos polares que constituyen lo que entendemos como energía (positiva y negativa) y otras características fundamentales del mundo. En un ensayo titulado The Limitless Power of Science (El poder ilimitado de la ciencia), escrito más de quince años atrás, Atkins observaba que la ciencia debe estar en condiciones de dar cuenta del «surgimiento de todo a partir de absolutamente nada. No casi nada, no una particular subatómica como polvo, sino absolutamente nada. Absolutamente nada. Ni siquiera espacio vacío».

No son nuevas las tentativas de hablar en términos cuasi científicos sobre la nada anterior a nuestro universo. Hace varios años, Andrei Linde, un cosmólogo, sugirió que «en algún momento», hace billones de años, nuestro universo surgió cuando «una diminuta partícula de la nada primordial, de alguna manera se llenó de intensa energía con partículas extrañas”. ¡Uno se pregunta a partir de qué tamaño esta «particula primordial» sería «algo» y no «nada»! Otros cosmólogos han utilizado conocimientos de la mecánica cuántica para describir el mismo Big Bang. Hablan del Big Bang en términos de “túneles cuánticos a partir de nada”, análogos a la forma en que partículas muy pequeñas parecen surgir espontáneamente de vacíos en experimentos en laboratorios. Alexander Vilenkin, uno de los defensores de esta explicación, señalaba que en su descripción la «nada» es un «estado sin espacio-tiempo desde el punto de vista clásico… el reino de la gravedad cuántica sin restricciones; es un estado más bien extraño, en el cual todas nuestras nociones básicas de espacio, tiempo, energía, entropía, etc. pierden su significado». Describiendo estas especulaciones, en su libro The Inflationary Universe (El universo inflacionario) (1997), Alan Guth adoptó la terminología teológica tradicional en un capítulo titulado «Un universo ex nihilo».

La «singularidad», en la cosmología del Big Bang debidamente constituida, más allá, en cierta medida, de las categorías tradicionales de espacio y tiempo, se confunde a veces con la creación del universo. Esa singularidad podría ciertamente representar el comienzo del universo que observamos; pero no podemos llegar a la conclusión de que es el comienzo absoluto, el tipo de comienzo que indicaría la creación. Debemos tomar precauciones contra cualquier identificación del Big Bang con la creación misma, no solo porque la cosmología solo explica el cambio (aun cuando lo haga en gran escala), sino también porque hay cada vez más teorías cosmológicas con escenarios que eliminan una singularidad primordial. Gabriele Veneziano, un físico teórico del CERN y uno de los padres de la teoría de cuerdas a fines de los años 60, ha señalado recientemente que «el universo anterior al Big Bang ha llegado a ser la frontera más reciente de la cosmología».

Muchos piensan que al explicarse el Big Bang como fluctuación del vacío primordial se elimina la necesidad de tener un Creador; pero el Big Bang “explicado” de este modo sigue siendo un cambio y como hemos visto, la creación, debidamente comprendida, no constituye en modo alguno un cambio. Del mismo modo, la “nada” de estos modelos cosmológicos que hablan de “túneles cuánticos a partir de nada” no es aquella referida en el sentido tradicional de la creación a partir de la nada. Esta idea también está presente en teorías recientes según las cuales el espacio, el tiempo y las leyes de la física propiamente tales surgen de una nada aún más profunda que el “espacio vacío” o algún vacío primordial. Los diversos sentidos de la “nada” de las reflexiones cosmológicas actuales pueden ciertamente no corresponder en modo alguno con nuestro universo de hoy, pero ninguno de ellos considera la nada absoluta, la completa ausencia de toda realidad, de carácter central para lo que significa crear; solo apuntan a aquello sobre lo cual nada dicen las teorías.

Lawrence Krauss señala ejemplos aún más evanescentes de la «nada» a partir de la cual algunas personas han pensado que surgió la realidad física. Indica que el «espacio vacío» (que pensadores premodernos podrían haber identificado como la nada) ha llegado a visualizarse cada vez más como una fuente de energía. El espacio vacío, «que constituye la versión más simple de la nada», se reconoce ahora como la fuente de algo «precisamente porque las energías del espacio vacío, en presencia de la gravedad, no son lo que el sentido común nos habría conducido a sospechar antes de descubrir las leyes de la naturaleza subyacentes. ... El espacio vacío dotado de energía puede efectivamente crear todo lo que vemos». Krauss reconoce aquí que sería «una falsedad» seguir llamando nada al espacio vacío: el espacio vacío es un «caldo de cultivo de partículas virtuales que irrumpen en la existencia y salen de la misma». Sin embargo, en este escenario, esa irrupción en la existencia constituye con todo una especie de cambio: obtenemos realmente algo a partir otra cosa.

Krauss considera que el «espacio vacío» es puramente «la punta de un iceberg cósmico de la nada». Si pudiéramos tener una adecuada teoría cuántica de la gravedad, «las reglas de la mecánica cuántica se aplicarían a las propiedades del espacio y el tiempo, no sólo a las propiedades de los objetos en el espacio y el tiempo». Según él, la «ausencia de espacio y tiempo» es una «nada» que se encuentra en la frontera misma de la cosmología cuántica. Esto constituye para él un sentido radicalmente nuevo de la «nada», un sentido que al menos en principio está dentro de las posibilidades del discurso científico. Ciertamente, todo esto que admite Krauss es sumamente especulativo. Sin embargo, incluso en estas especulaciones, los puntos de vista de Krauss siguen siendo compatibles con el antiguo principio según el cual de nada, nada proviene, ya que la «nada» del título de su libro resulta ser realmente algo, aun cuando es muy distinto de todo aquello de lo cual tenemos experiencia en este momento.

Hay confusiones fundamentales en el análisis de Krauss. Para defender su idea de que algo proviene de la nada, nos dice que el principio según el cual «de nada, nada proviene» es una «regla metafísica», que él niega. Sin embargo, este no es un principio de la metafísica, sino de todas las ciencias naturales. Para reconocer la verdad del mismo, se requiere comprender debidamente que todo cambio proviene de algo previo, y es lo que el mismo Krauss admite a pesar de llamar “nada” a esto que es algo previo. Como hemos visto, cuando pensadores como Tomás de Aquino defienden la doctrina de la creación a partir de nada, no contradicen el primer principio de las ciencias naturales; reconocen que la creación no constituye en absoluto un cambio.

Claramente, la noción absoluta referida en la creación a partir de nada no incluye a Dios. Solo se refiere a la ausencia de todo cuanto no sea Dios. De alguna manera, si se habla de “todo cuanto no sea Dios”, existe el riesgo de situar tanto a Dios como a las cosas en el mismo plano metafísico, tal vez con solo una diferencia de grado. Tampoco deberíamos pensar que esto significa que hay dos “realidades”, dos principios últimos: Dios y la nada. Creación “a partir de nada” no significa que Dios cambia la “nada” en algo; es más bien una forma de afirmar que solo Dios, y nada más, es la causa de absolutamente todo lo que es.

Se puede hablar de manera inteligible de un universo proveniente “de nada”, que ha sido creado, y también aceptar el principio según el cual todos los cambios provienen de algo previo. Esto último tiene relación con el mundo de las cosas cambiantes, desde las partículas subatómicas hasta las bellotas y las galaxias: cambios pequeños, distantes o lentos en lapsos inconmensurablemente largos. Lo primero, la creación, está vinculado con preguntarse por qué hay realmente algo fuera de Dios. Sin embargo, aquí debemos tener cuidado de no pensar en Dios como simplemente otra cosa existente entre muchas. Hay un abismo infinito entre el Creador y las criaturas. Por último, debemos admitir que no habría ciencias de la naturaleza —ni naturaleza en primera instancia— si Dios no causara el ser de las cosas.

Lawrence Krauss simplemente rechaza toda forma de recurrir a nociones de la “nada” que se encuentren más allá del ámbito explicativo de las ciencias naturales. Como dijo en una entrevista en la National Public Radio, en los Estados Unidos, en enero de 2012, “preguntarse por qué hay algo y no nada es realmente una pregunta científica y no religiosa o filosófica, porque tanto la idea de nada como de algo son conceptos científicos, y nuestros descubrimientos de los últimos 30 años han modificado totalmente lo que queremos decir cuando hablamos de la nada”. Krauss va mucho más allá de lo que la mayoría de los físicos afirmarían cuando dice: “La distinción entre algo y nada ha comenzado a desaparecer donde las transiciones entre ambos en diferentes contextos no sólo son comunes, sino también necesarias”. Ciertamente, tiene en su libro todo un capítulo sobre por qué la nada es inestable. En cierto modo tiene razón, por supuesto. Como hemos visto, la “nada” atribuida por él a diversas teorías cosmológicas es realmente algo. El distinguido físico francés Étienne Klein, autor de Discours sur l’origine de l’univers (2010), observa que, contrariamente a las especulaciones de Krauss, no tenemos las herramientas conceptuales para tratar de explicar cómo algo puede provenir de nada. Ciertamente, “lo existente previamente a nuestro universo nunca es nada”, por cuanto todo cambio comienza a partir de algo previo.

Ciertamente, la física contemporánea ofrece diversas consideraciones sobre el modo en que algo proviene de la «nada» (o tal vez las “nadas”) a la cual se refieren algunas teorías de la física; pero por cuanto estas diversas «nadas» realmente son algo, el antiguo principio de las ciencias naturales sigue siendo verdadero a pesar de existir hábiles maniobras destinadas a confundir en cuanto a lo que uno quiere decir al referirse a la nada. También sigue siendo cierto que la pregunta fundamental sobre por qué hay algo y no nada es de carácter metafísico y teológico, y en relación con dicha pregunta las ciencias naturales necesariamente nada tienen que decir. Determinar simplemente que solo las ciencias naturales se refieren debidamente al origen y a la evolución del universo, como lo hace Krauss, es una especie de descalificación sucinta de la metafísica y la teología como áreas legítimas de discurso. Como veíamos, para Krauss «sin ciencia, toda definición es sólo palabras». ¡Uno se pregunta qué comprobación científica apoya semejante afirmación! El deseo de separar las ciencias naturales de la supuesta contaminación de los «juegos de palabras» de la filosofía y la teología no es nuevo, y ahora, como siempre, revela un juicio filosófico venido a menos.


Notas:

[1] La conclusión de los pensadores antiguos de que el universo es eterno era un problema vinculado con la creencia tradicional en la creación. Las Escrituras afirmaban que hubo un comienzo del tiempo y la creación se entendía necesariamente vinculada con un pasado finito. Semejante interpretación del comienzo del Génesis fue sostenida solemnemente por el Cuarto Concilio Lateranense (1215). Para muchos creyentes —incluso en la actualidad— un universo eterno es lo opuesto a un universo creado. Un universo eterno llegó a visualizarse como un universo autosuficiente, que no requiere una causa. Será el genio de Tomás de Aquino quien distinguirá entre la creación entendida filosóficamente (en la metafísica) sin referencia a la temporalidad (y por tanto a un comienzo) y la creación entendida teológicamente, que incluía la visión de la existencia de un comienzo del tiempo. Por consiguiente, él pudo defender la inteligibilidad de un universo creado y eterno. En este ensayo, no examinaré detalladamente en modo alguno la distinción entre un análisis filosófico y un análisis teológico de la creación. Me centro en las nociones lógicamente anteriores de lo que significa crear para Dios y en la manera de comprender la «nada» en «la creación a partir de nada», en el contexto de los desarrollos de la cosmología contemporánea.
[2] Por cuanto Dios trasciende el orden creado, su causalidad no compite con la de las criaturas.
[3] Ver mi artículo «Stephen Hawking’s Creation Confusion» “La confusión de Stephen Hawking en cuanto a la creación”, también en Humanitas 60 (octubre-diciembre) y en Humanitas Review, 2, 2012, www.humanitas.cl.

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