El filósofo alemán Robert Spaemann, miembro del Consejo Consultores y Colaboradores de Revista HUMANITAS, fue entrevistado para la edición norteamericana de COMMUNIO por Holger Zaborowski, de la Universidad Católica de América, Washington D.C.
—Muchas gracias, Profesor Spaemann por su tiempo para hablar sobre prometer y perdonar. Encontramos promesas en contextos realmente bastante variados: hablamos de promesas en campañas o de votos matrimoniales, pero hay también promesas de menor carácter, como, por ejemplo, una promesa de regar esta tarde las flores, o mi promesa de estar aquí a una hora determinada. Por consiguiente, la pregunta para usted –para el filósofo– es la siguiente: ¿qué tienen en común todos estos diversos fenómenos, estas distintas formas de prometer? ¿Y qué implica realmente el hecho de prometer?
—Por lo general, una promesa se hace en relación con otra persona. El hecho de prometer da a la otra persona la posibilidad de esperar ciertas cosas de mí, y de hecho no sólo la posibilidad, sino el derecho, algo que puede hacer valer en relación conmigo. Al hacer una promesa, yo otorgo a otra persona el derecho de esperar algo, como, por ejemplo, que se regarán las flores. Ese individuo tiene derecho a esperar esto. Si no lo he prometido, en ese caso no tiene derecho a esperarlo. Si tal vez lo hago, puedo sorprenderlo. En ese caso, el hecho le agradará, pero si no he prometido antes hacerlo, no puede quejarse y decir: «Pero no has regado mis flores». Aquello que caracteriza específicamente una promesa es que en cierto modo me independizo de mi estado de ánimo. Así, yo podría no tener ganas de regar las plantas esta tarde, pero he prometido hacerlo, y ése es el motivo para hacerlo. Esta capacidad es un atributo asombroso de la persona humana: una persona puede independizarse de la forma en que se sienta en un momento dado, y de este modo adquiere un mayor grado de libertad.
—Entonces cuando se habla de prometer, se da por sentado que la persona es libre. Vemos que la persona humana puede relacionarse libremente con su propia naturaleza.
—Sí. De este modo también se tiene más independencia en relación con influjos externos, ya que mi estado de ánimo del momento por una parte está determinado de manera endógena por los procesos que se están produciendo en mi cuerpo, y por otra parte, desde fuera de mí mismo. Ambas condiciones, tanto la naturaleza como los influjos externos, se reprimen –y de hecho se eliminan– cuando digo que mañana efectivamente haré lo que hoy he resuelto hacer mañana.
—Encontramos aquí una relación muy interesante entre la libertad y la naturaleza: el ser humano es una criatura de la naturaleza, dependiente de una serie de diversos influjos, y al mismo tiempo, al hacerse una promesa existe un acto de libertad en el cual uno promete libremente llevar algo a cabo en el futuro, y de este modo se obliga con el otro.
—Sí, pero se trata, por supuesto, sólo de una independencia relativa o –digamos– una independencia dentro de ciertos parámetros. No puedo prometer cosas cuando sé que no puedo hacerlas. Del mismo modo, en cuanto a lo que me haya prometido otra persona, puedo confiar en esa promesa con especial seguridad si sé que lo que me ha prometido está dentro del ámbito de aquello que su naturaleza está realmente dispuesta a llevar a cabo. Si me promete algo que de inmediato sé que le resulta sumamente difícil cumplir, en ese caso, en primer lugar, probablemente no querré aceptar su promesa, y en todo caso probablemente de alguna manera yo podría comprender después, si no cumple la promesa, porque ha prometido más de lo que era capaz de hacer. A propósito, éste es un aspecto importante de considerar aquí: es posible rechazar una promesa de otra persona. Alguien puede decir «Quiero prometerte esto», y yo decirle «Por favor, no me prometas esto, estaré encantado si lo haces, pero no quiero que te obligues de este modo». Por una parte, yo puedo hacer esto por consideración a esa persona, porque no quiero ponerla en una situación incómoda en que en el futuro tenga que hacer algo para lo cual realmente tiene muy mala disposición, y también puedo rechazar la promesa porque realmente no creo que lo hará y por lo tanto prefiero ante todo que no lo prometa.
—¿Significa esto que las promesas siempre deben ser explícitas?
—¿Existen promesas implícitas? Creo que prometer (versprechen) tiene algo que ver con hablar (sprechen). Es verdad que otra persona puede tener una expectativa justificada de que yo haré algo que a menudo he ciertamente todos reconocemos esto. Realmente ocurre que una persona a la cual he ayudado con frecuencia de una manera determinada llega a esperar que yo siga haciendo lo mismo, y en mucha gente se produce un especial desagrado si dejo de hacerlo. En realidad, sólo las personas muy maduras y reflexivas no se irritan, ya que se dicen a sí mismas hecho en el pasado. Y aquí hay un problema. Rousseau, por ejemplo, decía que nunca había ayudado a una persona necesitada (¡esto es típico de Rousseau!) porque hacerlo establecería cierta actitud de expectativa, es decir, una persona podría esperar que si alguien la ayudó antes, también la ayudaría en el futuro, y Rousseau no quería provocar esa actitud de expectativa. Quería permanecer siempre libre, por así decir, para hacer cualquier cosa que se sintiera inclinado a hacer en un momento dado, y por este motivo no generaba esta expectativa. Y que realmente deberían estar agradecidas de que alguien las haya ayudado tanto y no pueden esperar que siempre lo haga. Ciertamente, una ayuda que se repite tiene un efecto casi de promesa, pero no lo es. Una promesa debe ser explícita.
—Acaba usted de citar a Rousseau. Si uno observa la posición de Rousseau, podría pensar que en cierto modo es también la posición de una «civilización hipotética», es decir, nuestra civilización. ¿Estamos experimentando en la actualidad una crisis de las promesas?
—De manera bastante enfática, sí. Vivimos en una civilización funcionalista, que he llamado también una civilización hipotética. Marx, a propósito, ya la describía como una «sociedad de productos básicos» (Warengesellschaft). Experimentamos esto de manera bastante intensa hoy en día: todo se transforma en producto, y esto significa que todo puede sustituirse con un equivalente funcional, y significa también que la idea de incondicionalidad, en la forma establecida mediante una promesa, se acepta de muy mala gana. Ciertamente, ahora todavía hay contratos, como antes, contratos sancionados jurídicamente. Esto, a propósito, es una especie de promesa implícita. Cuando voy al doctor, y después él me envía una cuenta, puede esperar que yo pague esa cuenta. No lo he prometido antes, porque es evidente en sí mismo, pero está sancionado por el Estado, que vela por el cumplimiento de los contratos. Sin embargo, más allá de ese tipo de relaciones contractuales, la promesa en cierto modo ha llegado a ser algo ajeno a nuestra civilización. Esto también está vinculado con el hecho de que en las personas ha disminuido la estimación de sí mismas, de su propia libertad. Las personas ya no se consideran libres, ya no se visualizan a sí mismas como animales que pueden prometer, como dice Nietzsche, y más bien les gustaría ser animales totalmente incapaces de prometer. Y cuando efectivamente hacen una promesa piensan que realmente no están seguras de la disposición que tendrán pasado mañana; pero lo esencial de una promesa es precisamente decir que uno se está independizando del estado de ánimo que tendrá pasado mañana. Ciertamente, nunca somos totalmente independientes, porque podría ocurrir que pasado mañana de hecho no quiera hacer lo prometido, y sin embargo lo haré de todas maneras porque lo prometí; pero también puede ocurrir que haya cambiado mi modo de ver y ahora pienso que no es necesario mantener las promesas, o por lo menos que no deseo cumplir esta promesa en particular. Al respecto, nadie puede hacer algo. En este caso, lo único que ayuda es una multa, ya sea impuesta por el Estado en el caso de los contratos, o impuesta por la religión. Los cristianos siempre solían rezar para obtener el don de la perseverancia, porque si pierdo la perseverancia no hay diferencia entre haber prometido o no algo.
—Decía usted que hoy las personas ya no quieren visualizarse a sí mismas como seres libres. ¿Pero no existe también un factor consistente en que muchas personas se perciben tan libres que nada puede atarlas, ni siquiera sus propias promesas?
—Sí, ésa es una manera de comprender la libertad: libertad en el sentido de poder hacer en cada momento cualquier cosa que me acomode. Pero cualquier animal hace eso; es una forma animal de libertad: independencia de la compulsión externa. En cambio lo específicamente humano es algo distinto, y esta libertad humana está ciertamente a merced de cualquier influencia, como decía antes. Tanto mi propia disposición como las influencias externas pueden imponerse sin límites si ya no estoy atado por lo que he prometido. En los seres humanos se da, por supuesto, el fenómeno de independizarse de la propia disposición sin hacer una promesa. Ocurre así, por ejemplo, con una persona que ha asumido una gran tarea (tal vez un trabajo docto) o un artista, un músico, que practica, que debe pasar por largos períodos de aridez y hace cosas que realmente no son entretenidas para él, que a menudo no desea hacerlas, pero ha resuelto hacer algo y lo hace. Esto constituye por supuesto libertad en el sentido de que simplemente uno no depende puramente de su propia naturaleza; pero lo específico de una promesa es que le estoy dando a otra persona un derecho en relación conmigo, y al hacerlo, podría decirse que me despojo de mi libertad, es decir, de la libertad de hacer cualquier cosa que me guste en este momento.
—Esto nos lleva a un tema tal vez algo más amplio o más fundamental, es decir, a preguntarnos si es posible y cómo es posible comprender a la persona, al ser humano, al hecho de ser persona, como una promesa, ya que aquí nos estamos reflejando una vez más en el derecho de otro, un derecho adquirido en relación conmigo al atarme al otro mediante una promesa. Usted ha explicado con frecuencia que la persona misma de hecho ya es una promesa.
—Sí, somos seres naturales, como otros entes vivos, con deseos, placeres y temores, y al mismo tiempo somos seres capaces de relacionarnos con esta naturaleza. En esta relación reside la promesa que es la persona, que un ser, que también puede sentir una obligación en relación con otro, luego también cumple esta obligación. No tenemos garantía de eso, pero esto es una promesa. Podemos comprenderlo de la siguiente manera: supongamos que alguien ha prometido algo a otra persona, y ésta se lo recuerda, pero el primer individuo dice que no mantendrá su palabra porque no ha prometido cumplir la promesa. Y aquí comienza lo absurdo, porque se podría decir que no es puramente una promesa, sino una promesa de cumplir mi promesa. Uno podría talvez hacer esta pregunta: «Sí, ¿pero cumplirás esta promesa de cumplir tu promesa?». Entonces uno tendría que seguir hasta lo infinito prometiendo continuamente cumplir su promesa, y así sucesivamente. No, esto es propio de la esencia de la persona: una persona es la promesa de cumplir las promesas. Y por este motivo debemos confiar en los demás (sich verlassen, literalmente abandonarse al otro), como decimos bellamente en alemán. Ciertamente también existe esta expresión: «Puedo confiar en mí mismo en ciertas cosas». Esto es lo que de hecho llamamos virtud. La virtud puesta en práctica durante largo tiempo crea el hábito de proceder correctamente en un área en particular, y por consiguiente establece una certeza, como el caso de un pianista que ha practicado largo tiempo y cuando da un concierto puede decir: «Confío en mí mismo, sé que esto va a resultar porque he cultivado mi naturaleza en este aspecto». Y lo mismo ocurre con una promesa. Hay personas de las cuales decimos: «Prometió hacerlo y cumplirá su promesa. Lo conozco». También hay personas de las cuales decimos: «Es despreocupado, hace una promesa con gran facilidad, pero no necesariamente quiere decir con eso que la cumplirá»; pero de ese modo se degrada, degrada la promesa que es él como persona. Esta promesa es una promesa de cumplir las promesas.
—Eso significaría entonces que la crisis de las promesas, más que una crisis de un fenómeno o un acto en particular, más bien puede en definitiva observarse en el carácter olvidadizo de la persona, en su inadecuada comprensión de sí misma y del otro como persona.
—Sí. También estamos experimentando esto. Estamos experimentando una destrucción de la noción de persona. En filosofía, Derek Parfit, por ejemplo, representa esta posición teórica. Para él, ser persona es puramente un asunto de estados discretos y transitorios de conciencia. Por ejemplo, si estoy durmiendo, mi conciencia está apagada. El que despierta es una nueva persona, es decir, según Parfit, realmente sería imposible para una persona hacer una promesa, y más bien sería una persona distinta quien debería cumplir la promesa hecha por su «predecesor». ¿Pero por qué este último debería cumplir la promesa si no la hizo? Desde el punto de vista de Parfit, esto significa que no existe una obligación de respetar las promesas. Parfit está en una posición extrema, pero detrás de la misma hay sin embargo un punto de vista sumamente difundido hoy en día, que es evidente especialmente en el caso de los votos matrimoniales. Las personas jóvenes juran amor eterno, ciertamente, pero ya tienen registrado en su mente que esto es puramente algo que se jura en esas situaciones. Jurar dedicación eterna constituye, por así decir, parte de todo lo que es el trámite matrimonial, pero ellos consideran que eso no significa que en definitiva esta promesa también se cumplirá. Y el voto matrimonial tiene además un elemento distintivo adicional en relación con otras formas de promesa: esta promesa crea un deber, una obligación que no implica puramente ciertas acciones u omisiones, sino que mediante este voto ligo la totalidad de mi existencia y mi biografía a la del otro. Y las personas cambian. El otro cambia y yo cambio. ¿Cómo puede entonces ser posible que resulte una promesa si desconozco completamente cómo seré dentro de veinte años o cómo será el otro? una íntima consonancia entre el desarrollo, el ulterior crecimiento y los cambios de su propia naturaleza y el desarrollo, el ulterior crecimiento y los cambios de la biografía de la otra persona. No se trata de que mi biografía se desarrolle de manera independiente –mientras se desarrolla de manera independiente la biografía de la otra persona– y luego, al cabo de veinte años, veremos si todavía hay un ajuste. Más bien se trata de un proceso en el cual cada persona se ha desarrollado en función del desarrollo de la otra. Esto significa que constituyen realmente una unidad –la pareja de casados– y por este motivo el matrimonio es una institución que puede observarse desde afuera, una institución en que los dos se pueden visualizar como una unidad y ya no como dos biografías independientes. Semejante cosa sólo es posible si las personas están decididas a forjar
—Si bien estamos hablando de una crisis de la promesa y del hecho que las promesas a menudo se hacen, pero no se cumplen, ¿ve usted una posibilidad de enseñar una vez más algo así como el arte de prometer? ¿Es usted escéptico u optimista en cuanto al futuro desarrollo de nuestra situación, puesto que podría decirse que precisamente en la generación más joven las promesas o actos de prometer están adquiriendo un rol decididamente más importante?
—Todavía no es posible ver exactamente hacia dónde va todo esto. La fidelidad constituye en sí misma una virtud sumamente apreciada también por los jóvenes, pero al mismo tiempo hay una especie de moho penetrando en todas estas situaciones, porque es parte de una promesa el hecho de que la otra persona la considere seriamente. Si hago una promesa sabiendo que la otra persona no la está tomando en serio, en ese caso no existe realmente una gran motivación para cumplirla. La promesa tiene que ser aceptada. Sólo en ese caso surge cierta reciprocidad, por lo cual luego ya no es tan fácil separar el desarrollo de uno y otro. Ciertamente, cada uno sigue siendo una persona por derecho propio, cada uno conserva su propia identidad; pero, en realidad, tener una biografía con un horizonte tan claramente determinado anticipadamente constituye una aventura especialmente peculiar. En el arte ocurre precisamente lo mismo. A menudo, mientras más estrictas son las reglas de una forma de arte, mayor es el genio del artista que realmente se expresa dentro de los límites impuestos por esas reglas.
—Hemos visto que el hecho de prometer conduce al ámbito de experiencia de lo absoluto. ¿Significa esto que en realidad las promesas sólo pueden comprenderse completamente a la luz de la noción de Dios, es decir, puede hacer promesas de algún tipo una sociedad en la cual se puede observar que se rechaza o está en crisis la noción de Dios?
—Existen ciertamente impulsos elementales propios del ser humano, y podemos decir que en definitiva conducen a Dios. Y cuando se destruye la noción de Dios también se destruyen esos impulsos, pero esto se aplica a la moralidad en general. No podemos decir que para tener moral una persona debe creer en Dios; pero una persona con moral cuya fe en Dios se destruye perderá la base de su moralidad, que se encontrará entonces en una situación precaria. Y así ocurre con las promesas. Gracias a Dios, existe una confianza natural entre los hombres, que no es ilimitada, pero a veces puede ser muy grande. Hace un tiempo yo estaba en Roma y me robaron. No tenía billetera ni pasaporte, todo desapareció. Me senté en el aeropuerto (además había perdido mi avión) y negocié con las damas del mostrador para ver si tal vez podía obtener un pasaje en otro vuelo de la misma aerolínea, y me dijeron que debía comprarlo. Luego apareció un piloto que en ese momento no podía volar a causa de una erupción del monte Etna. Me habló porque yo estaba parado ahí con aspecto de no saber qué hacer. Le expliqué lo que me había sucedido y me dijo que debía sentarme y él regresaría. Volvió con un pasaje que compró para mí y le costó varios centenares de euros. Me lo dio y me dijo que podía enviarle el dinero cuando llegara a mi casa. Le dije: «Pero usted no me conoce y no tengo identificación». «Usted me lo va a mandar», dijo. Por supuesto, se lo envié de inmediato. Fue una historia maravillosa. Agradezco a Dios por eso. No sé si esa persona cree o no en Dios, pero lo que sé es que actuó muy bien intencionadamente. Sólo se puede decir eso si uno cree en Dios.
—En nuestra experiencia, las promesas a menudo se rompen. Ya hemos hablado de esto brevemente. ¿Cómo podemos explicarnos la ruptura de las promesas desde el punto de vista de la filosofía moral, y cuáles son algunas de las posibles reacciones al romperse una promesa?
—Aquí hay distintos casos. Podría ocurrir que se presente algo tan urgente e importante que yo deje de cumplir una promesa de menor importancia con la expectativa de que la otra persona me libere de inmediato de mi promesa si se entera de lo sucedido. Y le contaré el hecho, y naturalmente dirá: «Pero por supuesto, tenías que hacer eso».
—¿Entonces uno prevé una dispensa, por así decir?
—Sí, así sucede y debe suceder. Pero luego está la ruptura de promesas más serias, en que uno no puede simplemente disculparse porque hay algo más importante, como por ejemplo, la promesa hecha a un moribundo de que haré algo después de su muerte. Podría decir en cuanto a esa promesa que al morir la persona realmente no tengo que cumplirla, y no me parece que sea algo tan importante. Era importante para ella, pero ya no está viva. En este caso, cuando alguien enfoca una cosa así tan despreocupadamente, yo diría que ha renunciado a una parte esencial de su condición humana. Precisamente las promesas hechas a los moribundos me parecen llegar a la esencia de lo que es una promesa. Fuera de este ejemplo, existe la ruptura de una promesa por debilidad, tal vez por descuido, y luego están las numerosas faltas contra la fidelidad en el matrimonio. El adulterio (Ehebruch) es una infracción (Bruch) (debemos tener mucha claridad en esto) y además permite a la otra persona separarse de quien lo cometió; pero el adulterio no impone esta separación, gracias a Dios, de manera que hay una gran diferencia –me parece– entre el hecho de que un hombre rompa sus votos matrimoniales a causa de la pasión, por así decir, pero luego procure volver a la fidelidad conyugal, y una situación en que el matrimonio se destruya realmente, en el sentido de que él se case con otra mujer. Ése no es un acto pasional, sino más bien totalmente consciente, en el cual ratifico, después del hecho, el estado al cual me ha llevado la naturaleza. Esto me parece un asunto de gran peso, que uno debe distinguir de una ruptura momentánea de los votos matrimoniales.
—Pero podría decirse que aquí se trata de que la promesa podría disolverse por consentimiento mutuo…
—Se podría decir eso si la persona a quien le hice una promesa me dispensa de cumplirla. Y si nos dispensamos mutuamente uno al otro, entonces ya no existe el matrimonio; pero no es ésta la intención de las personas que se casan y realmente se aman mutuamente, sino más bien quieren sancionar esta promesa en virtud del hecho de hacerla ante un tercero. En primer lugar, es interesante que en una boda se requieran testigos. Los testigos son muy importantes. Una promesa hecha entre dos personas –«sólo entre nosotros»– es ciertamente válida, pero no es un matrimonio. Únicamente cuando se hace ante testigos, la promesa se convierte en una realidad externa. Para el cristianismo, el matrimonio es una promesa hecha a Dios. Entre les étoiles, le seigneur a écrit ton nom. Éste era el título de una canción pop francesa: está escrito en las estrellas. No podemos bajarlo nuevamente del cielo.
—Entonces, por regla general, no es posible para nosotros pasar por alto nuestras propias promesas una vez hechas, porque al prometer nos obligamos con la otra persona; pero al romperse una promesa también es posible, por supuesto, la disposición o acto de perdón. En una ocasión usted caracterizó el acto de perdonar como un acto creativo en una forma muy especial. Tal vez, para cerrar, usted podría decir brevemente algo sobre este acto, que es un complemento del acto de prometer.
—El perdón es complementario en el sentido de que al perdonar permito al otro ser persona nuevamente, ser otra vez la promesa que como persona es. No lo ligo entonces a lo que hizo en otro momento. Por consiguiente no digo: «Entonces ese es el tipo de persona que eres, eso es. ¡Hemos terminado!». Esto es un correlato de la actitud desvergonzada consistente en hacer algo espantoso y luego decirle al otro: «Bueno, así no más soy. Tiene que aceptarme como soy».
—Así de simple…
—En religión se dice a menudo que Dios nos acepta tal como somos. Esto puede entenderse de una manera que es verdad, pero a menudo se interpreta equivocadamente. El mensaje de Jesús no comienza con Jesús diciendo que Dios nos acepta tal como somos, sino advirtiéndonos que seamos distintos. En el perdón, yo le permito al otro tomar distancia de su naturaleza, de su manera de ser. En el momento del perdón, el otro deja de ser un mentiroso, por así decir, pero recibe el permiso desde fuera de sí mismo. Creo que esto es la esencia del perdón. Cuando las personas dicen que no pueden perdonarse algo a sí mismas, eso es absurdo. Una persona no puede perdonarse algo a sí misma. Eso es arrogancia. Lo decisivo es depender del perdón. Y en la cristiandad es el alfa y el omega. El perdón está al comienzo mismo. Se perdona mucho porque Jesús ha amado mucho. El Evangelio de San Juan invierte el orden y ubica el perdón al comienzo.
—Entonces también podríamos decir que en primer lugar la persona es el ser capaz de perdonar, al cual se le permite perdonar…
—Sí, lo cual es aún más grande que el hecho de que se nos permita prometer, porque en cierto modo es un acto creativo y le permite al otro ser una persona nueva.
—¿O volver a ser la persona que era antes?
—Sí. O le da al otro la posibilidad de no ser definido simplemente por lo que ha hecho.
—¿Y de este modo también existe la posibilidad de un nuevo comienzo?
—Sí. Para el ser humano, la libertad es algo esencialmente vinculado con la interacción de las personas. No tenemos libertad como individuos aislados. No seríamos libres como tales, sino más bien lo somos en la medida en que nos permitimos continuamente unos a otros ser libres.