Entrevista al autor de “El gran reformador. Francisco, retrato de un Papa radical”, periodista, comentarista y cofundador de Voces Católicas.

La Iglesia es de Dios y Él la está preparando para una nueva época: la que estamos viviendo. En medio de la tormenta podemos centrarnos en las olas y en el torbellino que nos tambalea, pero la opción de Francisco ha sido otra. Prefiere mantenerse anclado en la confianza de que Jesús es quien reina sobre su Iglesia. Más que un reformador, Francisco es un acompañante espiritual, un facilitador, que deja que sea el Espíritu Santo el verdadero agente de cambio.

Austen Ivereigh, autor de “El gran reformador. Francisco, retrato de un Papa radical” (2014), periodista, comentarista y cofundador de Voces Católicas, estuvo en Chile durante agosto y junto a él analizamos el pontificado de Francisco, sus reformas y el complejo momento que atraviesa la Iglesia chilena.

A pesar de ser uno de los biógrafos más reconocidos del Papa, recién hace un año pudo conocer al Pontífice en persona. Sostuvieron un encuentro en la Casa de Santa Marta y en ese encuentro comprendió una nueva dimensión de Francisco. Hoy ya no lo retrata como un gran reformador, sino como un “Pastor herido”, título que escogió para su último libro sobre el Pontificado de Francisco. Francisco es un pastor, que acompaña a la Iglesia en su proceso de cambio.


—En la biografía que escribió de Bergoglio usted habla del Papa como un gran reformador, tal vez por la forma en que mostró conducir en Argentina a la Compañía de Jesús, luego del Concilio Vaticano II y en momentos de especial agitación política dentro del país. Hoy como entonces al Papa también le está tocando conducir a la Iglesia en momentos difíciles y ser “timonel en medio de la tormenta”. ¿Sigue pensando lo mismo del Papa luego de 6 años de pontificado? ¿Ha sido, efectivamente, un gran reformador? ¿Hacia dónde conduce el Papa a esta Iglesia en medio de esta crisis y esta tormenta de abusos sexuales?

—No me arrepiento del título escogido porque capta una verdad importante sobre Francisco. Estudiando su vida, es muy notable como en momentos de crisis institucional siempre aparece él. Como Provincial en un momento muy importante para los jesuitas en Argentina, la forma como se le nombra Arzobispo y, finalmente, Papa. Había una narrativa difícil de resistir, de un hombre que llega en un momento oportuno y que es un gran líder de cambio, alguien que reforma la institución en el momento que más se necesita.

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Papa Francisco recibe el libro "El gran reformador" de Austein Ivereigh

 

Pero ahora publiqué un nuevo libro sobre Francisco —esta vez sobre su pontifica-do más que sobre su vida— cuyo título es bastante distinto: Pastor herido. Es un título mucho más humilde, pero creo que capta la realidad de cómo él está reformando la Iglesia, que consiste más en una forma de acompañar la Iglesia, como un director espiritual acompaña al ejercitante en un retiro ignaciano. Crea el espacio para la conversión, identifica los obstáculos y las tentaciones. Pero, en el fondo, el agente del cambio es el Espíritu Santo. El papel del acompañante, en ese sentido, es de facilitar el proceso de cambio.

He estado estudiando y escribiendo sobre las reformas de la Curia y de la Iglesia que él ha realizado en los últimos seis años de pontificado y me parece que esa imagen de un acompañante espiritual es más exacta. Y el hecho de reconocerlo pastor herido es importante, porque no es un súper héroe, ha cometido errores y es imperfecto. Y él también ha dependido de la Gracia de Espíritu Santo. Eso es lo que me comunicó cuando nos encontramos el año pasado. Me dijo algo que le había dicho ya a otros también, que cuando lo eligieron en el 2013 él tenía las maletas hechas y estaba listo para volver a Buenos Aires, no esperaba ese “cambio de Diócesis” como él lo llama. Y, por lo tanto, él no está imponiendo una visión de la Iglesia de una forma ilustrada, como un absolutista, muy lejos de eso, él está conduciendo la Iglesia; pero el que realmente lidera la Iglesia es Jesús.

—Sin embargo, en la práctica, en el plano institucional, es él quien tiene que escribir con su mano las palabras, ¿no? ¿Usted cree que va a llevar a cabo una real reforma de la Iglesia? ¿Es eso posible?

—Técnicamente, tienes razón, él es el legislador universal de la Iglesia, es el único capacitado por el derecho canónico para crear leyes, pero eso no significa necesariamente que él esté diseñando los cambios. Por ejemplo, la reforma de la Curia la ha llevado a cabo junto al Papa el Consejo de Cardenales, conocido como G9, un consejo conformado por cardenales que representan a las iglesias locales, no son cardenales de la Curia. Y ellos son los que han llevado a cabo esta reforma. Él está involucrado, asiste a las reuniones, pero es el “Consejo de los nueve” el que ha escrito la nueva Constitución que se llama Predicate Evangelium. Y eso es fundamental, porque cuando se reúnan los cardenales en el próximo cónclave, es muy importante que no se pregunten qué hacemos con las reformas de Francisco, sino qué hacemos con nuestras reformas.

Doy esto como un ejemplo de cómo el Papa entiende su liderazgo en la Iglesia. Él considera que está facilitando un proceso en el que están involucrados muchos otros. Es muy importante eso. Una de sus grandes reformas está en el ámbito de la colegialidad, donde el Papa gobierna la Iglesia junto con el Colegio Episcopal. La frase tradicional es “Nunca Pedro sin los once, pero nunca los once sin Pedro”. Creo que esta es una de las claves de la reforma de Francisco.

Ahora, si me preguntas si son realmente duraderas estas reformas, si están teniendo éxito o lo tendrán, yo simplemente digo que sí, porque vienen de la misma Iglesia, son de los obispos, no dependen solo del Papa. En ese sentido, no son reversibles o, al menos, es muy poco probable que se anulen porque pertenecen a los obispos, pertenecen a la organicidad de la Iglesia.

—¿En qué otros planos se están llevando a cabo reformas?

—Hay varias reformas, la primera es la recién mencionada colegialidad. A ella le agregaría la sinodalidad, es decir, la creación de mecanismos de discernimiento eclesial que permitan desarrollar nuevas soluciones para problemas pastorales en la Iglesia, eso ha sido una novedad muy importante en este pontificado. Que los sínodos realmente “tengan dientes”, es decir, que tengan poder de decisión y puedan cambiar cosas.

También ha habido cambios en la administración, por ejemplo, el reglamento de las finanzas. Esa es una reforma técnica pero muy importante, no podemos volver ahora a lo que estábamos en el 2012, es imposible, simplemente porque las finanzas están ahora reglamentadas. Y eso ha sido validado por entidades internacionales; la Unión Europea y Moneyval han reconocido públicamente que el Vaticano está limpio, ya no es lo que era.

Yo diría también que ha habido un importante cambio en la composición del Colegio Cardenalicio. El Papa Francisco ha nombrado a diversos cardenales de lugares periféricos de la Iglesia, lo que está cambiando la composición de la misma y está creando nuevos centros. Esta transformación se podrá notar a largo plazo, en los próximos cónclaves, donde las iglesias periféricas tendrán mayor voz, lo que necesariamente, en mi opinión, resultará en papas más pastorales, más cercanos a las realidades humanas.

Estos son solo ejemplos de una serie de cambios institucionales, pero ¿qué es lo que más importa de todo esto? Es la conversión de la cultura del Vaticano; hacer del Vaticano una “agencia de servicio” a la Iglesia Universal y a la humanidad, no más una entidad que busca controlar la Iglesia en nombre del Papa. Hay varias maneras de medir el éxito de esto. La cultura de la Iglesia ha sido demasiado monárquica en su forma de pensar y actuar, y el corazón de la conversión a la cual ha llamado el Papa es la idea del poder como servicio. En latín es más fácil: es la diferencia de la potestas, el “poder sobre”, el poder de la soberanía, y la potentia o ministerio, es decir, el “poder como servicio” simbolizado en el lavado de los pies de Jesús, cosa que fue un primer acto muy importante del Papa. Ese es el cambio de mentalidad sobre la forma de poder que ejerce la Iglesia: es una Iglesia necesariamente más humilde que sirve y no domina.

—En Chile se ha criticado a la Iglesia precisamente por eso, por estar demasiado aferrada al poder. La misma crisis de abusos se relaciona con esta cultura clericalista. ¿Cuál es la visión que tiene el Papa Francisco sobre los abusos que han sucedido dentro de la Iglesia y la crisis que han desencadenado? ¿Existe la posibilidad de que esto se transforme en una crisis en la Iglesia periférica, por ejemplo, dentro de la Iglesia latinoamericana y dificulte, con ello, la misión evangelizadora de la Iglesia?

—Dedico un capítulo entero de Pastor herido al tema de la crisis del abuso, y es la inspiración del título: al final del annus horribilis de 2018, cuando se desencadenó una serie de revelaciones terribles sobre el pasado, el Papa dijo a unos sacerdotes franceses que tenemos que ser una Iglesia que muestra sus heridas, que no busca esconderlas. Creo que ahí está la clave. Lo que le importa al Papa es que la Iglesia se deje convertir. Las revelaciones del 2018 sobre el pasado fueron el resultado de investigaciones en algunos casos a pedido de la Iglesia misma —como en el caso del informe Scicluna sobre Chile o la indagación de los obispos alemanes— y en otros casos —como el Informe del Gran Jurado de Pensilvania o la Royal Commission de Australia— a pedido de autoridades jurídicas. No importa; lo que importa para Francisco es que la verdad salga, porque la verdad es capaz de convertirnos, de hacernos ver que algo anda muy mal. Francisco ve la mano del Espíritu Santo detrás de todo esto, buscando que la Iglesia se purifique. ¿De qué? En el fondo, de la idolatría institucional: del clericalismo, de la mentalidad de potestas, de la mundanidad que ve el sacerdocio como una función no como un servicio. Para que la Iglesia vuelva a centrarse en Cristo, en el servicio de los que más sufren, y se desaferre del poder y del privilegio. Para que vuelva a evangelizar. Creo que el Papa nunca lo ha dicho mejor que en sus tres cartas, a los obispos y al pueblo de Dios que peregrina en Chile.

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Cementerio Virgen de Lourdes (Nueva Esperanza) en Lima, Perú

 

Si se considera la crisis del abuso como una oportunidad de conversión –es decir, para enfrentarse con la verdad, arrepentirse, volver a depender de la misericordia de Dios– es un camino real a la conversión a la cual nos llama Aparecida. Así lo ve Francisco, y por eso nunca cae en la desesperanza. En vez de lamentar, discierne, y ve que Dios está actuando. El desafío para la Iglesia es responder, y no dejarse distraer por la tentación de buscar chivos expiatorios o recurrir a explicaciones fáciles. Los momentos de conversión son siempre momentos de tentación. Por eso ha sido providencial que justo en este momento tengamos un Papa que es también un maestro de los Ejercicios espirituales de San Ignacio.

—La Iglesia alemana se encuentra hace un tiempo viviendo un proceso sinodal. Antes de que se iniciara el proceso el Papa escribió una carta al pueblo de Dios que peregrina en Alemania en la que le recordaba a la Iglesia alemana que era parte de la Iglesia Universal. ¿Qué se puede esperar de este Sínodo?

—Alemania, como todas las iglesias, tiene una tentación. La Iglesia alemana tiene la tentación de adelantarse, apresurarse. El Papa expresaba en esa carta una serie de advertencias, recordando a los alemanes que son parte de la Iglesia Universal y que tienen que pensar con la Iglesia. Ese es en parte el papel del Papa, gobierna una Iglesia Universal y tiene que mantener la unidad. A veces esto significa que algunos tradicionalistas tienen que abrirse más y algunos progresistas tienen que poner en pausa sus procesos. Pero fue muy importante esa carta porque mostraba que el Papa no es un liberal, no es un progresista, está genuinamente preocupado por la unidad de la Iglesia y de escuchar la voz del Espíritu Santo. En el fondo la carta era sobre eso, sobre cómo darse cuenta de si esto es realmente de Dios o si es simplemente un deseo de modernizarse según criterios mundanos.

—Ahora, en cuanto a la Iglesia latinoamericana. Cuando fue elegido Francisco parecía como que la Iglesia latinoamericana iba a empezar a ser una Iglesia fuente no reflejo, centro no periferia, ¿qué ha pasado?, ¿ha sido efectivamente así con Francisco?, ¿qué rol juega en ese sentido el Sínodo de la Amazonía?

—Yo creo que, sin duda, la Iglesia latinoamericana es ahora la fuente de la Iglesia Universal, en el sentido de que el análisis de los signos de los tiempos que hicieron los obispos latinoamericanos en Aparecida en mayo de 2007, y las conclusiones que sacaron de ese discernimiento en términos de la Misión Continental, como la llamaban, la conversión pastoral y misionera, es en el fondo la base del Pontificado. La línea entre Aparecida y Evangelii gaudium está muy clara. Está muy clara también la relación entre Aparecida y Laudato si’ y también con Gaudete et exultate. Para mí no hay mejor visión eclesial en este momento en el mundo, no hay ninguna otra Iglesia que haya ofrecido una visión tan profunda como Aparecida. Entonces, América Latina sin duda es la Iglesia fuente.

Ya en el 2014 el Papa dijo a los obispos brasileños, que estaban preocupados por el acceso a los sacramentos del pueblo de la Amazonía, que lo pensaran bien, que llegaran a un consenso y que vinieran con propuestas concretas. El Sínodo es el fruto de un proceso largo de discernimiento por parte de la Iglesia local, no solo de Brasil sino de los obispos de toda la Amazonía. Para mí es un Sínodo muy importante por dos razones principalmente. La primera es el hecho de que se tenga un Sínodo acerca de un territorio. Normalmente los sínodos son sobre temas universales, de la Iglesia Universal, o se ocupan de regiones, por ejemplo América Latina, Oriente Medio, África. Es la primera vez que se considera un territorio con rasgos particulares que involucra, de hecho, a nueve conferencias episcopales. La idea de pedirles a los obispos de esas zonas que hagan un discernimiento sobre las necesidades de la Iglesia local, me parece muy significativa. Y la segunda, por la consulta que han realizado. El proceso de preparación de este Sínodo se parece mucho al proceso de preparación de Aparecida, que durante años tuvo consultas y asambleas locales. Yo creo que debe ser una de las mayores consultas del Pueblo de Dios que ha habido en la Iglesia.

—En los documentos preparatorios se hablaba sobre la posible ordenación de ancianos probados, y también del rol de los laicos y del rol de la mujer.

—Y del hecho de que la Iglesia necesita tener un rostro amazónico… Eso es lo que más problemas ha causado, porque ha suscitado muchos temores en torno al sincretismo. Pero, en realidad, lo que está diciendo el documento de trabajo del Sínodo no es nada controvertido: la Iglesia tiene que estar encarnada. El documento está diciendo: “aquí tenemos un pueblo que quiere la Iglesia, quiere que la Iglesia esté presente”. En un mundo secularizado, en un mundo occidental donde la gente está escapando de la Iglesia, acá tenemos un pueblo donde la gente dice queremos que la Iglesia esté presente las 24 horas. Uno no puede rehusar a eso, es un pedido del Espíritu Santo. ¿Cómo puede la Iglesia estar presente? Tiene que encarnarse, tiene que reconocer los ministerios existentes y tiene que encontrar una manera de facilitar el acceso a los sacramentos de una forma más o menos permanente —no una vez al año, solo cuando aparece un cura de afuera. Y como no va a haber un gran flujo de sacerdotes misioneros a la Amazonía, el Sínodo tiene que considerar la posibilidad de la ordenación de ancianos. Eso sería una especie de ordenación muy particular, basada en las necesidades de esa Iglesia local. El Papa sigue defendiendo el celibato del sacerdocio occidental: eso no va a cambiar, pero por buenas razones, por necesidades pastorales locales, puede haber excepciones, como las hay en mi país donde tenemos sacerdotes ex anglicanos casados.

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Procesión del Nazareno Negro en Manila, Filipinas. Crédito AFP.

 

—Cambiando a otro de los focos del Papa, ¿cómo integra el Papa la preocupación por los cristianos perseguidos y la disminución de cristianos por razones de exterminio, con las preocupaciones políticas de su Pontificado?

—Le preocupa muchísimo la persecución de los cristianos, la amenaza a las comunidades sobre todo del Oriente Medio, ha hablado mucho de eso. Su táctica, su estrategia en respuesta a eso, es forjar alianzas con el mundo islámico. Un momento muy importante fue la declaración de Abu Dabi [1] de febrero de este año, fue un gesto muy poco notado, poco visible desde el punto de vista mediático, pero tremendamente relevante, pues fue el resultado de todo un año de trabajo entre el equipo del Papa y el equipo de Ahmed al Tayeb de construir un diálogo, para crear espacios de libertad religiosa. Una alianza contraria, por un lado, a los fanáticos terroristas islámicos y, por otro lado, a los populistas nacionalistas en el mundo cristiano que se aprovechan de la amenaza terrorista islámica para armar un discurso xenofóbico y antiislámico.

Además, simplemente por el gesto de apoyo que significa, fue un momento muy lindo este año cuando fue a Marruecos y dijo a los cristianos, que son muy pocos en ese país, que no importa cuántos sean, lo importante es el testimonio, que la Iglesia siempre pueda existir, siempre pueda crecer donde hay testimonio auténtico de la experiencia de Cristo. Eso es suficiente. Yo creo que ese es un mensaje importante para las minorías cristianas de diversos países. Los números en sí mismos no son lo más importante, lo que importa es la presencia y el testimonio.

—En esa línea, se habla de la necesidad de cambiar de paradigma y asumir que la Iglesia está en salida y, por tanto, en continua misión. ¿Responden a esto los gestos que ha tenido con países como China? Tras el pacto provisional entre China y el Vaticano del año pasado se ha visto una creciente persecución de la Iglesia Católica china. ¿Cómo lleva Francisco las críticas a su modelo de inclusión de minorías y de diálogo interreligioso?

—Yo creo que lo que hizo Francisco en China es lo que han querido hacer los papas desde hace mucho tiempo. El costo es muy alto, porque hacer acuerdos con estados totalitarios significa hacer compromisos muy grandes, pero lo que se gana con ese acuerdo es la posibilidad de un diálogo con el país más potente del futuro. Todos dicen que el futuro del cristianismo depende mucho de China. La Iglesia tiene que tender esos lazos, esos vínculos. En general, la diplomacia del Vaticano siempre tiende a la construcción de puentes, porque nunca se sabe cuando esos puentes serán necesarios y útiles.

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Vista aérea Ciudad del Vaticano Roma.

 

Es muy fácil criticar el acuerdo de China, o lo que hizo el Papa en Cuba. Es siempre fácil criticar al papado por tener relaciones con gobiernos que hacen cosas terribles. Pero, en general, la diplomacia del Vaticano funciona porque no busca ganar ningún crédito, simplemente establece relaciones y luego utiliza esos canales, esos puentes, en beneficio de la humanidad. Es una diplomacia totalmente desinteresada, busca el beneficio de todos, y sobre todo de los pobres, de una forma imparcial.

Lo que sí es excepcional en el Papa es su valentía, él haría realmente cualquier cosa para salvar a personas. En el libro doy el ejemplo de Myanmar. Él fue a Myanmar y nunca utilizó la palabra rohingyá [2]. Fue muy criticado por las organizaciones de Derechos Humanos Internacionales que decían que estaba legitimando el genocidio. Claro, él tenía que ir a hablar con los generales que no reconocen a los rohingyá como pueblo, y si hubiera utilizado el nombre habrían cerrado las puertas. Pero cuando llega a Bangladesh, donde se refugia una importante comunidad rohingyá, se encuentra con ellos, se le llenan los ojos de lágrimas y les dice “ustedes son el nombre de Dios, rohingyá es el nombre de Dios”. Suena en todo el mundo.

En el fondo él hará lo que sea necesario para el bien de los que sufren, aun a costa de su popularidad. Él utiliza siempre la distinción entre ser mediador y ser intermediario. Mediador es alguien que busca el bien de las dos partes pero a expensas propias, mientras el intermediario crece a costa de las dos partes. Él es un gran ejemplo de mediador.

—Otra fuente de crítica al Papa fue Amoris laetitia, se dice que el Papa está desconociendo el magisterio pontificio de Juan Pablo II y Benedicto XVI sobre el matrimonio y la familia. ¿Qué piensa de ello?

—Esas acusaciones de que está barriendo con la tradición de Juan Pablo II son absurdas. Con ello se introduce una hermenéutica de discontinuidad, donde lo que realmente existe es una hermenéutica siempre de continuidad. Francisco está edificando sobre las bases de Benedicto XVI y Juan Pablo II. Amoris laetitia es un gran ejemplo. Amoris laetitia toma el discernimiento, la distinción que hacía Juan Pablo II en Familiaris consortio, entre los varios tipos de situación irregular diciendo que en estos casos hay culpabilidad y en otros no, y que hay que discernir, hay que distinguir entre ellos. Él toma ese discernimiento y le da un efecto en el foro externo en términos de la realidad sacramental. Amoris laetitia sería inconcebible sin Juan Pablo II. Yo veo una continuidad grande, pero hay un cierto sector que solo ve discontinuidad, y para mí ellos introducen una hermenéutica de ruptura escandalosa y la forma en que buscan utilizar al Papa Emérito en contra de Francisco me parece vergonzosa, porque en realidad la relación entre ellos es muy buena, muy cariñosa.

—En el V capítulo de Fe y futuro, el entonces cardenal Ratzinger hablaba de la Iglesia del año 2000 como una Iglesia que sería más pequeña, que ha perdido mucho, pero que reclama con más fuerza la iniciativa de sus miembros. Una Iglesia que no se puede ya jactar de su poder ni tiene mucha influencia sobre la conducción política del mundo, pero se constituye como una Iglesia más centrada en la fe. ¿Ha ocurrido esto? ¿Es esta la Iglesia del año 2000? Y, ¿cómo se nos presentará la Iglesia en el futuro, en 30 o 50 años más?

—Creo que tanto Benedicto XVI como Francisco han sido muy influenciados por el pronóstico de Romano Guardini en El ocaso de la edad moderna. En su texto de 1950, Guardini, gran profeta de la posmodernidad, predecía un mundo donde reinaría la tecnocracia, donde habría una secularización masiva, expulsión del cristianismo, de la ley y de la cultura. Pero decía que esto también era una oportunidad para la Iglesia de recuperar la gratuidad y de ofrecerse a través de la humildad. Una oferta humilde que es mucho más coherente con el Evangelio. Por eso yo creo que ni Benedicto ni Francisco temen la secularización, no condenan ni lamentan, sino que buscan preguntarse qué es lo que el Espíritu Santo nos está pidiendo, a la Iglesia, a través de este proceso. Y es un proceso de purificación, de cambio, muy doloroso y muy difícil por supuesto, como todo cambio, pero al final está Dios, que está a cargo de su Iglesia, Dios sabe lo que está haciendo con su Iglesia, no hay necesidad de recurrir a poderes externos.

La Iglesia es de Dios, y Él está preparando a Su Iglesia para otra época, y es la época en la que estamos viviendo. Guardini también pronosticó todo lo que estamos viviendo en términos de emigraciones masivas, de la creciente distancia entre las personas y las instituciones, la fragmentación de la familia. Todo eso que estamos viviendo ahora en el fondo nos interpela, ¿cuál es nuestra respuesta a eso? ¿Vamos a confiar en Jesús, vamos a mantener los ojos en Jesús o vamos a enfocarnos en las olas? En ese último caso, es muy fácil hundirse, es muy fácil caer en la desolación. Es una tentación constante a la cual nunca sucumbe Francisco. Por eso Francisco en todo esto, en todo este torbellino, turbulencias y críticas, mantiene una paz y una serenidad impresionantes. Es un hombre tremendamente anclado en la confianza de que Jesús está a cargo de su Iglesia, Jesús reina sobre su Iglesia. Todos podemos aprender de esa confianza. 


Notas

[1] Se refiere al Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común. Firmado durante el viaje apostólico a los Emiratos Árabes Unidos (3-5 de febrero de 2019).
[2] Los rohingyá son un grupo étnico musulmán de Myanmar que desde 2017 fue objeto de limpieza étnica por parte de las autoridades birmanas.

Foto de portada: El Papa Francisco saluda a un grupo de monjas durante su visita al monasterio de Antananarivo en Madagascar. EFE / Luca Zennaro.


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