Nota: Editorial con ocasión de Exhortación Apostólica Amoris laetitia (marzo 2016)
Hace casi cuarenta años, la elección de Karol Wojtyla fue, para los así llamados “católicos de izquierda”, un impacto desestabilizador. Siendo polaco, Juan Pablo II tenía la experiencia del “socialismo real”. No se dejaba impresionar por el prestigio de las corrientes ideológicas de inclinación marxista, tendencia en aquel entonces hiperdominante en Occidente. Y el comunismo desapareció. Aquello fue ocasión para una gran clarificación: ciertos católicos marxistas dejaron de decirse católicos, pero los católicos sinceros de cultura marxista siguieron siendo católicos, y ese Papa los llevó a profundizar en su fe y en su pensamiento político.
Hoy, con posterioridad a la elección de Jorge Mario Bergoglio, ocurre un fenómeno análogo. Siendo argentino, Francisco tiene la experiencia del “liberalismo real”. No se deja impresionar por lo políticamente correcto ni por la ideología hoy de moda (individualista, relativista, libertaria, etc.); al contrario, pues visualiza todas sus aplicaciones, incluso en los ámbitos del dinero y el poder, y no solo de la destrucción de la familia.
Ante este Papa popular, son ahora muchos “católicos conservadores” quienes se desestabilizan. Y como antes con los católicos de izquierda, se requiere de una clarificación. Se vive un combate espiritual en el alma de cada uno. Todavía no conocemos su desenlace. Hay quienes tal vez perderán la fe en Roma; pero muchos —esperemos— se plantearán de mejor manera los interrogantes sobre justicia económica y política. Profundizarán y purificarán su amor al orden y su respeto por la verdad, que constituyen valores fundamentales.
Así como Juan Pablo II lanzó su evangelización sin sumisión alguna a la ideología marxista, cuyo fin presentía, del mismo modo Francisco concibe su evangelización en un mundo en el cual la ideología liberal probablemente va a desaparecer; no la libertad de emprender ni la propiedad privada ni la libertad de reflexionar, ciertamente, sino esa ideología que aparta al individuo del bien común y a la libertad del bien que debe ser su norma, y que por consiguiente subordina al Hombre al dinero, sometiendo el trabajo y la economía a los fondos acumulados. Precisamente en eso es profético el Papa. Profecía, como veremos, muy razonable.
Francisco se horroriza ante la subordinación inicua del Hombre al dinero, y del trabajo y la economía a los fondos centralizados por una aristocracia del dinero. Ahí también van a producirse una selección y una profundización, porque muchos católicos conservadores, que luchan contra el liberalismo ideológico, tomando posición, por ejemplo, contra el matrimonio homosexual, no se dan cuenta de que toda una parte de ellos mismos es solidaria con esta misma ideología. Precisamente esta incoherencia debilita su credibilidad y condena al fracaso la evangelización. Así, aquellos conservadores sinceramente católicos que logren escuchar al Papa profundizarán en su pensamiento y se darán cuenta de que solo veían una parte (de dos o tres) del problema libertario [1] y si logran tomarlas todas en cuenta, su testimonio ganará mucho en credibilidad.
La evangelización de los pueblos por Francisco
Francisco ha logrado conquistar en poco tiempo el corazón de la inmensa mayoría del pueblo en todas las naciones. Es un hecho. ¿Por qué motivo? Porque los pueblos, por instinto, aman a Cristo; también porque Francisco ha analizado perfectamente aquello que separaba a todo ese pueblo de la Iglesia, y por último porque las circunstancias han vuelto a ser muy favorables: 1°, la desaparición del comunismo; 2°, el descrédito del liberalismo; y 3° la deriva fanática en el Islam, crean las condiciones para una reevangelización masiva de los pueblos descristianizados, pero también para una expansión sin precedentes del cristianismo en los espacios musulmanes.
Pero es preciso, además, que a Francisco lo comprenda y lo siga lo que puede llamarse la élite católica [2], especialmente en los países occidentales. Por este motivo, llama la atención el esfuerzo de los grandes medios de comunicación masiva que apunta a crear en esta élite católica desconfianza en relación al Papa. Se trata, por una parte, de obstaculizar el camino para que esta élite se ponga al servicio de los pueblos, mientras, en otro plano, esos mismos medios realizan un permanente acoso, procurando desacreditar a la Iglesia entre las masas. Tengamos claro que el hecho de que las élites católicas se pongan al servicio de los pueblos en las democracias y en las economías, es la primera condición para la credibilidad moral de la evangelización y, también, para la reforma indispensable en dichos países occidentales, europeos y americanos.
¡Eso no significa resucitar el comunismo! Eso significa que es preciso poder ganarse la vida antes de poder formar una familia. El himno a la familia, en el Salmo 128, 1-6, comentado por Francisco, habla de trabajo antes de hablar de cónyuge e hijos. “Del trabajo de tus manos comerás” (Amoris laetitia, n. 8). Aplicación práctica: “(…) la desocupación y la precariedad laboral se transforman en sufrimiento (…). Es lo que la sociedad está viviendo trágicamente en muchos países”. El desempleo afecta de diferentes maneras a la ”serenidad de las familias” (A.L., n. 25).
“Trágicamente”. Es verdad. Es preciso abrirse a reconocerlo, dejarse conmover y proceder en consecuencia. La presentación del mensaje de Cristo sobre el matrimonio adquiere su credibilidad cuando va acompañada de una acción generosa y convincente en favor de esa “existencia serena” de la pareja y de la familia desde el punto de vista de la economía. Además, esta presentación debe hacerse en un ambiente de misericordia, fraternidad y alegre humildad, con comprensión de las dificultades de vidas aplastadas por esos condicionamientos, con una mirada positiva y de admiración por aquello que, a pesar de todo, sigue siendo bello en tantas existencias mutiladas por la barbarie libertaria. Ciertamente hay pecado y responsabilidad personal, pero ante los ojos de Cristo, todos somos “mujeres adúlteras” (Jn 8, 1-11) y no nos salvamos por nuestros méritos.
Por estos motivos, ¿cuál sería hoy el mayor obstáculo para la evangelización? Élites católicas cegadas por prejuicios de clase, que desprecian la enseñanza de Francisco y cuyo compromiso político se reduciría a “arrojar piedras” moralizadoras a los pueblos sobre aquello que constituye su sufrimiento y su esclavitud [3].
La élite católica está para servir
En línea con la opción preferencial por los pobres, la élite católica debe ponerse, en consecuencia, en defensa de los intereses democráticos y económicos de las clases populares, rompiendo con los viejos reflejos de la época del comunismo, provenientes de la Guerra Fría. Eso se inscribe por lo demás en un esfuerzo de renovación cultural y democrática sin precedentes, que compete a todos los ciudadanos, independientemente de cuál sea su religión. Y eso requiere además un trabajo económico, legislativo y fiscal inmenso, que únicamente una élite es capaz de emprender. Semejante compromiso y semejante trabajo deben necesariamente acompañar a la evangelización.
En esta situación, decepciona ver a tantos jóvenes católicos, justamente preocupados por el compromiso político, militando por la familia y la vida de manera demasiado abstracta, sin preocupación suficiente por las condiciones de vida cada vez más precarias de un pueblo que ya no tiene porvenir económico.
La defensa de la vida (A.L., n. 83) es probablemente, de todos los temas de gran interés (y con razón) para los católicos, aquel en el cual peor se las arreglan. Hay que entender esto bien. Muchos esfuerzos individuales son admirables. Desgraciadamente, nunca podrán llegar a un cambio estructural mientras no se sitúen en una acción política interpartidista más audaz y más amplia. Sin este apoyo, el enfoque resulta ser demasiado parcial, demasiado estrecho.
Entre las preguntas que se olvida hacer cuando se habla de ética familiar, no temamos repetir estas: ¿cómo se puede formar una familia cuando no es posible pagar un arriendo y el joven está obligado a permanecer con sus padres (“La falta de una vivienda digna o adecuada” (A.L., n. 44)? ¿Cómo se puede alimentar hijos cuando no se tiene trabajo [4]? ¿Cómo estar ampliamente abierto a la vida cuando se sabe que nunca uno podrá comprar más de 50 metros cuadrados? Y tal vez ni siquiera eso.
Un sistema económico en que el trabajo no permite educar a una familia es profundamente inmoral. Y predicar sobre la familia a los pobres en esas condiciones, sin hacer al mismo tiempo algo para remediar injusticias que claman al Cielo, es una hipocresía. Quienes instalan ese sistema de injusticia económica cargan con gran parte del pecado de aborto. No se trata de buscar la utopía ni de pedir a la gente lo imposible, ni de culpabilizar a los jefes de empresa, ni de impulsar a cada uno a mezclarse en todo, sino de que cada uno haga algo, por poco que sea, y una oración para sostener un verdadero cambio.
El día en que el liberalismo se hunda como el comunismo, ¿volverá entonces la humanidad herida a la Iglesia? Sí, sin duda, pero únicamente si la Iglesia sabe acoger con misericordia, ya que esos futuros neófitos, ellos y ellas, se habrán divorciado varias veces, serán homosexuales, habrán sido criados por padres solos o parejas reconstituidas, habrán sido heridos por todo tipo de vicios. Pero la Iglesia está para acoger, integrar y sanar a los hijos de Dios, por muy en mal estado que se encuentren. ¿Cómo prepararse para este gran retorno que ya se vive? ¿Cómo manejar en toda su duración esta situación inédita? ¿Cómo hacer que este retorno a la vida no sea una nueva puesta en orden autoritaria? Estas son las preguntas que parecen encontrarse en el horizonte de la exhortación del Papa.
¿Cómo no comprender, en esas condiciones, el efecto principal buscado por el Santo Padre mediante la inflexión de la pastoral de la Iglesia? Él no nos dice: vamos a cambiar la doctrina, ni nada semejante. Nos dice: no sigan ustedes en absoluto comportándose como fariseos. No se trata de un asunto vinculado con la opinión política contingente. Rebasa incluso, infinitamente, una serie de interrogantes de teología moral (que ciertamente merecen ser abordadas). Por todo lo cual resulta ser una cuestión de vida o muerte.
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