Homilía del Papa Francisco en el centenario del nacimiento de San Juan Pablo II
«El Señor ama a su pueblo» (S 149,4) hemos cantado, era el estribillo del salmo responsorial y también una verdad que el pueblo de Israel repetía, le gustaba repetir: «El Señor ama a su pueblo» y en los momentos malos, siempre «el Señor ama», se debe esperar cómo se manifestará ese amor. Cuando el Señor enviaba por ese amor a un profeta, un hombre de Dios, la reacción del pueblo era: «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7,16 cfr. Lc 1,68; Ex 4,31), porque lo ama, “lo ha visitado”. Y lo mismo decía la gente que seguía a Jesús viendo las cosas que hacía: «Dios ha visitado a su pueblo». Y hoy aquí podemos decir: hace cien años el Señor visitó a su pueblo, envió un hombre, lo preparó para ser obispo y guiar la Iglesia. Recordando a San Juan Pablo II retomamos ese: «El Señor ama a su pueblo», el Señor visitó a su pueblo, envió un pastor.
¿Y cuáles son, digamos, “los rasgos” de buen pastor que podemos encontrar en San Juan Pablo II? ¡Muchos! Pero digamos solo tres. Como dicen que los jesuitas siempre dicen tres cosas, digamos tres: la oración, la cercanía al pueblo, y el amor a la justicia.
San Juan Pablo II era un hombre de Dios porque rezaba y rezaba mucho. ¿Y cómo es posible que un hombre que tiene tanto que hacer, tanto trabajo para guiar la Iglesia, tenga tanto tiempo de oración? Él sabía bien que la primera tarea de un obispo es rezar y eso no lo dijo el Vaticano II, lo dijo san Pedro, cuando con los Doce constituyeron a los diáconos, y dijeron: “Y a nosotros obispos, la oración y el anuncio de la Palabra” (cfr. Hch 6,4). El primer deber de un obispo es rezar. Y él lo sabía y lo hacía. Modelo de obispo que reza, el primer deber. Y nos enseñó que cuando un obispo hace el examen de conciencia por la noche debe preguntarse: ¿cuántas horas he rezado hoy? Hombre de oración.
Segundo rasgo, hombre de cercanía. No era un hombre distanciado del pueblo, es más, iba a encontrar al pueblo y dio la vuelta al mundo entero, encontrando a su pueblo, buscando a su pueblo, haciéndose cercano. Y la cercanía es uno de los rasgos de Dios con su pueblo. Recordemos que el Señor dice al pueblo de Israel: “Mira, ¿qué pueblo tiene a sus dioses tan cerca como yo contigo?” (cfr. Dt 4,7). Una cercanía de Dios con el pueblo que luego se estrecha en Jesús, se hace fuerte en Jesús. Un pastor es cercano al pueblo; al contrario, si no lo es no es pastor, es un jerarca, es un administrador, quizá bueno pero no es pastor. Cercanía al pueblo. Y San Juan Pablo II nos dio ejemplo de esa cercanía: cercano a los grandes y a los pequeños, a los cercanos y a los lejanos, siempre cerca, se hacía cercano.
Tercer rasgo, el amor a la justicia. ¡Pero la justicia plena! Un hombre que quería la justicia, la justicia social, la justicia de los pueblos, la justicia que expulsa las guerras. ¡Pero la justicia plena! Por eso San Juan Pablo II era el hombre de la misericordia porque justicia y misericordia van juntas, no se pueden separar, van juntas: justicia es justicia, misericordia es misericordia, pero la una sin la otra no se dan. Y hablando del hombre de la justicia y de la misericordia, pensemos en cuanto hizo San Juan Pablo II para que la gente entendiese la misericordia de Dios. Pensemos cómo llevó adelante la devoción a santa Faustina que, desde el día de hoy, su memoria litúrgica será para toda la Iglesia. Él sintió que la justicia de Dios tenía esa cara de misericordia, esa actitud de misericordia. Y eso es un don que él nos dejó: la justicia misericordiosa y la misericordia justa.
Pidámoslo hoy, que dé a todos, especialmente a los pastores de la Iglesia, pero a todos, la gracia de la oración, la gracia de la cercanía y la gracia de la justicia misericordiosa y de la misericordia justa.
Fuente: Almudi.org