Figura insigne de la intelectualidad católica europea de este siglo, resulta un hecho innegable que este ilustre miembro de la Academia Francesa fue, a través de muchos años, una voz con poderosa presencia en la vida cultural de nuestro país. Sus libros, generalmente traducidos en España, fueron siempre una novedad importante y circulan hasta hoy ampliamente en Chile.
Acaban de cumplirse tres años, en febrero pasado, de aquel día de la festividad de la Presentación, en que al igual que el profeta Simeón, André Frossard, probado y fiel luchador de la cultura cristiana, pudo por fin tener descanso para su espíritu y también abrazar después de larga espera a Su Señor.
Figura insigne de la intelectualidad católica europea de este siglo, resulta un hecho innegable que este ilustre miembro de la Academia Francesa fue, a través de muchos años, una voz con poderosa presencia en la vida cultural de nuestro país. Sus libros, generalmente traducidos en España, fueron siempre una novedad importante y circulan hasta hoy ampliamente en Chile. Asimismo, tanto los diarios como la televisión se ocuparon con regularidad de su figura y de su producción literaria.
Algunos recuerdos personales
Corría septiembre de 1986 y en situación que sería largo relatar, me vi embarcado a la ciudad de Ravena, a orillas del Adriático, don André Frossard -ciudadano ilustre de esa nobel capital del Imperio en el siglo V- solía recogerse para largas temporadas de trabajo. Es Ravena, como se sabe, famosa por sus mosaicos de ese período imperial. San Vital, San Apolinario el Nuevo, Gala Placidia, son sus expresiones más notables. Allí pues, a la sombra de esos espacios recogidos y sobre todo a la luz de dichos mosaicos -que ya había comentado en su libro L’ Evangile selon Ravenne (El Evangelio según Ravena)- transcurrió para mí la primera revelación de su íntima manera de pensar, y empezó también a fructificar la semilla de una privilegiada amistad.
Es San Apolinario el Nuevo, donde un cortejo de mártires sigue a los Reyes Magos, que murieron mucho antes, y donde este conjunto se precipita a los pies de la Virgen María, glorificada en el cielo, pero que sin embargo sostiene al Niño en los brazos, le escuché ya esa vez decir: “Vea usted cómo los paneles y mosaicos de Ravena no consideran en absoluto el sentido de la historia y a ésta se le puede recorrer en una u otra dirección; el tiempo carece de flecha y no es unidireccional. Este desprendimiento de la historia es, a mi juicio, el primer elemento que ayuda a la contemplación. El otro factor también se aprecia muy bien aquí. Los mosaicos se ubican en su mayoría en un solo plano, como en la contemplación, donde todo ocurre simultáneamente”.
De súbito estaba expresado, en pocas palabras, y a propósito de una singular obra de arte, algo que pude luego observar como una constante en él, nota indispensable para entenderlo como persona y para comprender su obra. Es la visión ordenadora de todo, de cada persona, suceso o cosa, en el trasfondo de la eternidad. Se revelará ésta de manera más refulgente en algunos casos -como en el relato que se puede leer de su conversión- o más tenue en otros, pero estará siempre allí. Será ésta también, podemos conjeturar sin mucho temor a equivocarnos, la clave de la amistad tan estrecha que mantuvo hasta el fin de sus días -como un tesoro de valor inapreciable del que no se sentía digno- con el Papa Juan Pablo II.
Frossard perteneció a esa especie de hombres que, como Chesterton o Claudel, fueron arrancados repentinamente de las oscuridades de la no creencia y en quienes los rayos de la luz que los transformó permanecieron siempre como algo vivo e iluminador para sus contemporáneos. En el caso de nuestro autor, hijo de Oscar Frossard, secretario general del Partido Comunista francés, se da la situación de quien sale de una oscuridad particularmente espesa, para tener que alumbrar hasta el fin de su vida otra espesa oscuridad, la del secularismo contemporáneo, de signo ideológico algo diferente, aunque a lo mejor no menos pétrea que la de sus orígenes.
La presencia en Ravena de la tumba del glorioso Dante Alighieri, muerto allí en el exilio, dio ocasión, en esa misma oportunidad, a que André Frossard hablase de otros aspectos que se desprenden de este enfoque. La Europa del Dante era, según él, aquella que ya abandonó la contemplación propia de las imágenes de los portales románticos y de sus espacios interiores, para entregarse a la metafísica, reflejada en el gótico. “En primer lugar está la mística; en segundo lugar el cansancio contemplativo, que genera entonces la metafísica, especie de sustituto intelectual de la contemplación; en tercer lugar también se abandona a la metafísica, porque asimismo es un poco inasible y no otorga posesión de las cosas y, en suma, se vuelve a bajar sobre la tierra, y ya no se escruta lo infinito porque cansa. Todas las fuerzas morales e intelectuales acumuladas durante el período místico, se utilizan en el período metafísico para la ordenación de este mundo. La contemplación mística es el origen de una enorme fuerza, porque la contemplación no es una especulación de la inteligencia, sino que es una especie de espejo solar, totalmente cóncavo, vacío de la propia presencia, que al modo como el sol en el espejo solar produce una acumulación de energía, recibe una fuerza increíble de lo divino”.
La inteligencia, afirmaba, para aprehender el ser de las cosas, debe ser totalmente virgen. Es en esa virginidad que estribará su mayor o menor capacidad para la objetividad. La máxima expresión de objetividad es la fe. Su crítica al subjetivismo moderno -con la filosofía alemana y sus vastas proyecciones morales todas incluidas- partía precisamente de esta apreciación.
Completamente afín con esta perspectiva era su idea de la libertad. En esto, una vez más, relacionaría lo que afirmaba con lo que se abrió ante su horizonte al momento de su conversión, visión que reforzada su experiencia vital como hombre de cultura que vio erguirse entre las dos guerras mundiales una libertad absolutizada que luego derivó en atroces abominaciones, que a él personalmente estuvieron al borde de costarle la vida en el campo de Montluc. La libertad consiste, decía, en permitirle al hombre no ser determinado sino por Dios, si él así lo desea [*]. La entendía como la negación de todos los determinismos materialistas. La rebelión salvadora del hombre, aquella capaz de dar un nuevo significado a la realidad humana del próximo milenio, tendría que tomar entonces la forma del la mística, afirmaba, de la necesidad y deseo de lo absoluto, o no tomará ninguna.
Vocación de Chile
En noviembre de 1987, invitado por la Pontificia Universidad Católica de Chile, durante su inolvidable visita a Santiago y otras ciudades del país, a través de conversaciones con jóvenes que llenaron los auditorios mañana y tarde, Frossard volvió sobre este tema bajo la denominación de algo que llamó “mística concreta”, forma realista y no intelectualista de ver a Dios en todo momento y lugar. Desde una terraza en Valparaíso -cuya Universidad Católica lo nombró Doctor Honoris Causa- así refirió ante las cámaras de televisión lo que se figuraba ser la vocación de Chile a este respecto:
“Chile no tiene mucho que esperar desde el punto de vista intelectual y moral del Occidente materialista. Se puede incluso decir que la Providencia ha querido separar su mundo propio por la Cordillera de los Andes, interponiendo montañas de seis o siete mil metros entre él y la tentación. Naturalmente ésta terminará por introducirse y extenderse, y ya ha comenzado. Pero reparemos en que este país está hecho como una inmensa terraza, un inmenso balcón sobre el mar y el sol del crepúsculo. Es interesante pensar que cuando el sol abandona Chile, va a pasar unas diez horas iluminando a unos peces del Pacífico donde ya no hay nadie… Este balcón da hacia los infinitos. El infinito del mar, del océano más grande en Kilómetros, y del cielo. Chile es un país donde hay más cielo que en otras partes, en razón de su situación de terraza sobre el mar. Ha sido también denominado Finis Terrae, final de la tierra. Y cuando uno se halla en el extremo del mundo, está también en el comienzo del cielo. Hay que tomar conciencia de esto. Espero así que Chile dé un día noticias del cielo. Ello podrá ser si profundiza seriamente en esta dirección, independientemente de todas las tareas que deberá cumplir para su progreso y su vida diaria; si vuelve sus miradas a la contemplación que está absolutamente indicada por la geografía y que en la práctica es inevitable ante un mar como ése y un cielo como éste”,
En tiempos en que prolifera el orgullo y la autosuficiencia, es importante que una figura de la estatura de nuestro autor, que mantuvo amistad y trató tanto sobre asuntos contemporáneos con Juan Pablo II -hay que recordar ese libro magnífico que brotó de la primera entrevista que alguien hiciera a un Papa-, y con inteligencia como Raymond Aron, François Mauriac y De Gaulle, nos haga presente todo esto.
El arte
Al leer la obra de André Frossard, más aún al haberlo tratado personalmente, era imposible no discernir en él el talento del gran artista. De muy niño, antes de saber leer y escribir, ya admiraba a todos con sus dibujos -era su entretención más habitual- capacidad que desarrolló hasta el fin de sus días.
El arte se halló desde luego presente en muchos de sus temas y reflexiones, como es el caso antes citado de Ravena o de proyectos que no alcanzó a realizar, como un deseado libro sobre el retablo del “Cordero Místico” de Van Eyck, que se guarda en la catedral de Gantes. Pero dicho talento se encuentra sobre todo en su manera de abordar la realidad, donde la gran cultura que respaldó su pensar fue de continuo transfigurada por la irradiación del pulchrum, como trascendental que impregna y compromete el ser de las cosas. Todo esto tiene indudablemente que ver con esa virginidad que Frossard postulaba para la inteligencia en su apertura contemplativa, y que consideraba la base de su capacidad de ser objetiva.
Recojo de esas conversaciones de Ravena algo que puede permitirnos entender bien su pensamiento a este respecto: “El arte es un fragmento de contemplación que cae sobre la materia. Es la contemplación encarnada, y cuando la contemplación es más fuerte, ésta conserva su poder y la materia se convierte en luz. Es el caso de los mosaicos de Ravena, donde el efecto de la contemplación ha permanecido intacto en la materia. Cuando, en cambio, la materia devora a la contemplación, nos encontramos con resultados como los que en gran parte ostenta el arte contemporáneo, constituido por elementos materiales inconexos, por trazos, por una agitación de moléculas. Ya no hay contemplación, aprehensión inteligente del mundo, y la materia vence. Ahora bien -añadió- como los artistas sólo pueden reflejar el estado espiritual de la época en que viven, en que nos dan lo que nos dan en este momento, algo donde la contemplación está ausente; pero ésta puede y debe volver”. Y luego agregaría: “El gran arte figurativo medieval, renacentista, del siglo XVIII, e incluso del siglo XIX, se fundaba en el principio de que el mundo era aprehensible, que había una armonía en el mundo, que había seres coherentes; que se podían comprender. A partir de lo que vino después, sobre todo del cubismo, hay una desintegración de la materia en el átomo, entre la atomización científica y la atomización del ser y, por consiguiente, la inteligencia ya no tiene un punto de referencia, ya no puede establecer relaciones entre las cosas”.
El escritor periodista
No es diferente de esta manera de entender el arte, aquella con que Fossard abordó las realidades contemporáneas, religiosas, culturales, políticas, sindicales, deportivas, propiamente artísticas o de cualquier naturaleza que sea.
Le agradeceré siempre el privilegio de haber estado algunas tardes con él, en ese momento diario infaltable en su vida a lo largo de sus 35 últimos años, en que sonaba el teléfono, a eso de las seis, con un llamado desde la dirección del diario “Le Figaro”. Era para que dictara, si ya lo tenía meditado, esos cortos párrafos que todos los días brillaban en la primera página del gran matutino con el epígrafe Cavalier Seul. Hay que reparar, desde luego, en el escenario en que esto transcurría. Su última residencia parisina, un departamento con vista a los jardines de Versalles, su anterior casa en el barrio Neuilly sur Seine, en Crans-sur-Sierre contemplando los nevados suizos. Siempre en la amable compañía de Simone, su mujer, André Frossard había formulado ya casi siempre a esas alturas de la jornada alguna reflexión sobre un hecho de actualidad. ¿Quién le proveía la materia? Pudo haber sido la televisión vista al almuerzo, un diario, una conversación telefónica con el presidente del Parlamento, con un director de medios o de empresas, con un colega de la Academia Francesa, o con un amigo de Londres o de Roma. Sería esta materia infaltablemente periodística y de fuente muy categorizada. Pasadas por el tamiz del contemplativo, brotaría infaltablemente de ella una pequeña obra de arte. En su conjunto, inmensa sin embargo. No en vano Editorial Fayard publicó con enorme éxito, el año anterior a su muerte, una selección de las mismas con el título de “Les Pensees” (Los Pensamientos). Entre las tantas que se podrían recordar como expresión de esa indeclinable vocación por la belleza, menciono apenas una, genial, cuando la Academia Francesa suprimió la obligatoriedad del acento circunflejo, que da un eco especial a ciertas vocales. ¿Qué sería en adelante del âme (alma) y de la voûte (bóveda), dos palabras cuya pronunciación referida al hombre o a las catedrales ha resonado por siglos, en esa noble y hermosa lengua, tan en sintonía con su significado más profundo?, se preguntaba Frossard.
Entre nosotros, Editorial Patris tuvo el acierto de lanzar, casi coincidiendo con la desaparición del gran escritor, un excelente libro suyo. “Los Grandes Pastores” (Les Grands Bergers, d’Abraham a Karl Marx), fue un fruto más de la producción literaria última de Frossard, como “Las Mujeres de la Biblia”, “Perdónenme ser francés”, “Retrato de Juan Pablo II”, “El partido de Dios”, “Defensa del Papa”, “Escucha Israel”, “Dios en preguntas”, “El hombre en preguntas” y la traducción francesa de los Salmos hecha por primera vez a partir de la versión “juxta hebraeos”, establecida en el siglo IV por San Jerónimo. Son éstas todas las obras ya de la madurez, en que el autor vierte su gran cultura y la experiencia vital de 79 intensos años de existencia, siempre en páginas breves, donde destaca el poder de síntesis propio de su raza y la belleza de la forma. A pesar de mantenerse hasta el fin en plena forma intelectual, la salud de André Frossard, como también la de su mujer, Somine, se vio en sus últimos años muy mermada. Ambos acompañaron en la salud y en la enfermedad de modo tan estrecho al Papa Juan Pablo II, que no fue extraño verlos sufrir al lago de su querido pastor, particularmente cargado de pruebas y sufrimientos. De esa intimidad personal y espiritual habla sin duda lo que un día dijo el Santo Padre a Simone en la puerta del ascensor de Castelgandolfo, cuando los Frossard se despedían antes de una delicada operación que ella habría de sufrir: “Pongo en sus manos los sufrimientos de la Iglesia”.
Sufrir con la Iglesia o sentir con ella fue, desde su conversión, el más entrañable deseo de nuestro autor y amigo.
“Dios lo Buscó”
Texto publicado por el Arzobispo de París en “Le Figaro” el 3 de febrero de 1995, con ocasión de la muerte, el día anterior, de André Frossard.
¿Es suficiente decir que André Frossard fue un “converso”? Él mismo permitió decirlo, pero esta palabra, con el sentido que le damos comúnmente, introduce un malentendido del cual André Frossard fue víctima. En el lenguaje habitual, el “converso” es una persona que ha cambiado de ideas u opinión (lo cual es más frecuente de lo que se cree en nuestra civilización versátil y con tendencia a olvidar lo que no es de actualidad inmediata. Hoy en día no es conveniente tener memoria). Así, el “converso” sería aquel que cambia de opinión o preferencia en forma repentina y total, pasando de un extremo a otro.
¿Ocurrió eso en el caso de Frossard? Debemos decir decididamente “no”, como él mismo procuró explicar. No fue él quien cambió; Dios lo transformó. No buscó a Dios; Dios lo buscó a él. No descubrió a Dios; Dios “se hizo ver” descubriendo a Frossard.
Frossard fue un converso en el sentido en que habla el profeta Jeremías “Conviérteme y seré un converso”, Frossard fue “dado vuelta, como un hombre puesto boca abajo. Y no cesó de asombrarse ante sus contemporáneos que avanzan al revés en el mundo. Así, paciente o nervioso, persuasivo o agresivo, pero nunca resignado, fue testigo no de sí mismo y su historia personal, sino de aquello que le fue dado ver.
De ese modo, no nos asombran las contradicciones que pudo suscitar o experimentar, porque uno encontraba a Frossard en lugares inesperados. Daba testimonio, con rigor y grandeza, como en el proceso Barbie, con la intuición de la fe y la ternura de su corazón finalmente desarmado, desde su libro ya antiguo sobre Tierra Santa hasta su biografía del padre Kolbe, con humor y una severidad a veces injusta debido a la cual a veces expresó su pesar.
Este hombre con humor, testigo de Dios a pesar de sí mismo (evoco nuevamente a Jeremías: “Me tomaste, Señor, y fuiste el más fuerte”), no podía olvidar la otra visión del mundo, cuya tragedia había experimentado.
Lo que él es -su historia- comienza mucho antes de su nacimiento. Su familia llena su memoria de ideologías, conflictos y dramas de la historia europea. La luz que recibió de la fe lo despoja de esperanzas quiméricas e ilusiones.
Desde entonces está condenado a la Esperanza.
No nos asombremos por el hecho de que su pluma la Esperanza suele tener los acentos del clamor y la furia de los hombres sin esperanza.
Pero André Frossard era ante todo un ser tierno. No sé si él lo sabía. Me parece que se defendía de eso. Era un ser tierno que se hizo de Dios, que liberó en un pesimista por experiencia el poder del entusiasmo y el gusto por la amistad. Eso puede explicarnos lo que el Papa denominó riendo una “papolatría”. Él podría haber respondido que prefería esa enfermedad a la “papofobia”. Perdón, André Frossard, por esta palabra. Usted habría sabido encontrar otra mejor. La más hermosa, sin embargo, la recibió de Dios. Fue en la hora y el día de su muerte, el día en que la Iglesia celebra la Presentación de Jesús en el Templo y hace suyo el canto de Simeón dando gracias, con el Niño Jesús en brazos, por “ver con sus ojos la Salvación de Dios, Revelación para las naciones y Gloria de su pueblo, Israel”.
Cardenal Jean-Marie Lustiger
BIBLIOGRAFÍA DE ANDRE FROSSARD
Histoire paradoxale de la IV République (1954, Grasset)
Les Greniers du Vatican (1960, Fayard)
Voyage au pays de Jésus (1965, Fayard)
Dieu existe, je L’ai rencontré (1969, Fayard)
Le Sel de la Terre (1969, Fayard)
La France en Général, une certaine Idée de De Gaulle et des Francais (1975, Plon)
Il y a un autre monde (1976, Fayard) *
Exode (traduit du latin, en collaboration avec Henri Georges et Noël Bompois, 1977 Astrado Prouvencalo)
Les Trente-Six Preuves de l’existence du Diable (1978) (1991, Albin-Michel)*
L’Art de croire (1979, Grasset)
Votre Très Humble Serviteur, Vincent de Paul (Le Suil, 1981)
La Baleine et le ricin (1982, Fayard)
N’ayez pas peur! Dialogue avec Jean Paul II (1982, Laffont; 1994, Presse-Pocket)*
La Maison des otages, Montluc 1944 (1983, Fayard)
L’Evangile selon Ravenne (1984, Laffont)
Le Chemin de la Croix, tableaux de Gian Domenico Tiepolo (1986, Desclée de Brouwer)
N’oubliez pas l’amour, la passion de Maximilien Kolbe (1987, Laffont)*
Le Crime contre l’humanité (1987, Laffont, 1989, LGF)
Portrait de Jean-Paul II (1988, Laffont)*
Le Cavalier du quai Conti (1988, Desclée de Brouwer)
De Gaulle ou la France en Général (1989, Plon)
Dieu en questions (1990, Desclée de Brouwer / Stock; 1991, LGF)*
Le Monde de Jean Paul II (1991, Fayard: 1993, Corps 16)*
Le Grands Bergers (1992, Desclée de Brouwer)*
Le Parti de Dieu, lettre aux évèques (1992, Fayard)
Excusez-moi d’ètre français (1992, Fayard)
Défense du Pape (1993, Fayard)
L’Homme en questions (1993, Stock)*
Les Evangiles (traduits du latin, 1994, Desclée de Brouwer/Lattes).
Les Pensées (1994, Cherche-Midi)
Ecoute, Israël (Fayard, 1994)
Les Psaumes (traduit du latin, en colaboration avec Noël Bompois, 1994, Desclée de Brouwer / Lattès).
• Traducido y editado en castellano.