Volver a especial 30 años visita de San Juan Pablo II a Chile


Otoño 1997

Enseñanza de una visita

No, no llamaría visita la de Juan Pablo II a Chile, hace diez años; la llamaría visitación. Esta palabra tiene para los cristianos un ca­rácter mucho más amplio, pues se asocia a la visitación de María a Isabel, la primera, portadora de Cristo, y la segunda, desde el primer instante del encuentro, llena del Es­píritu Santo. ¿Acaso no sentimos todos que el Papa nos llenó del Espíritu Santo?

Así corno la visitación de María es el pri­mer acontecimiento "misional" relatado por los evangelios, después de la encarnación del Verbo, la visita de Juan Pablo II fue para nuestro país un acontecimiento misional de carácter único, primero en su historia y, sin duda, irrepetible, dado lo exclusivo del ca­risma de su protagonista.

Se ha hablado suficientemente, y se seguirá hablando, de los efectos de esta visitación para nuestra Iglesia, para nuestra patria; en esta misma revista somos varios los que hemos sido invitados a referirnos a ella. Por mi parte quiero mencionar un aspecto sobre el cual he visto pocos comentarios: me refiero al aspec­to, por llamarlo de alguna manera, "cele­brativo" del actuar del Papa, llamativamente visible tanto aquí como, en general, en todas sus peregrinaciones apostólicas.

En efecto, la gran cátedra para la evangeli­zación es en Juan Pablo II la celebración litúrgica; desde su primera actividad, las vísperas solemnes en la catedral de Santia­go, a aquella hermosísima Eucaristía en el imponente paisaje de Puerto Montt, pasan­do por cada uno de los masivos encuentros tenidos en los más diferentes escenarios geo­gráficos del país, cada jalón de sus estancia entre nosotros estuvo enmarcado dentro de un contexto sacra!, pleno de espíritu y unción. La gran misión del Papa se inserta en la ce­lebración, por lo demás, obrada con extraor­dinaria dignidad, siempre en forma solem­ne. Es allí donde, como ejerciendo las fun­ciones de un auténtico Sumo Pontífice, cum­ple su misión apostólica de confirmar en la fe al pueblo de Dios. Desde su gesto a su palabra, en el marco sacra! de la celebración, es desde allí donde su mensaje se dirigió, hace diez años, a todos los extremos de nuestro vasta geografía, al corazón de todos sus fieles hijos chilenos. 

El pueblo de Dios, nuestro pueblo, ha sido siempre especialmente sensible a lo sagrado, precisamente a la celebración; mientras más digna y solemne sea ésta, mejor. A veces no comprendemos este misterio porque preten­demos entenderlo a la luz de la razón, olvi­dando que en la esfera del espíritu entran otros factores, otras "razones". 

Esta novedad, tan vieja corno la constitución del sacerdocio en la Cena, entre otras cosas, nos la enseñó, o nos la recordó, Juan Pablo II, que no sólo evangelizó desde el altar, sino que se nos manifestó por sobre todo como un liturgo, como un auténtico pontífice -puente- entre Dios y los hombres, además, con soberana propiedad.

Este aspecto, siempre, entre otros, perso­nalmente a mí me sirvió para revisar la forma y el fondo de mi propio actuar en este punto preciso y para renovar mi con­fianza en la fecundidad de la acción di vi­na por esta vía, por lo demás tan cara a nuestro carisma benedictino.


Gabriel Guarda O.S.B.
Abad del Monasterio de la Santísima Trinidad de Las Condes. Profesor de la Facultad de Arquitectura.

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