No fue solamente algo político, fue un desgarro total que dejó miles de muertos y millones de heridos físicos y un país completo destruido en su fuero interno. Pero con el paso de los años y el esfuerzo de cada ruandés han comenzado a surgir iniciativas que hablan de perdón, reconciliación y esperanza. Ayuda a la Iglesia que sufre es testigo privilegiado de los esfuerzos y metodologías que intentan curar estos profundos traumas.

Foto de portada: Registro de fosa común durante el genocidio llevado a cabo en 1994. 

Humanitas 2024, CVII, págs. 64 - 79

No fue solamente algo político, fue un desgarro total que dejó miles de muertos y millones de heridos físicos y un país completo destruido en su fuero interno. Pero con el paso de los años y el esfuerzo de cada ruandés han comenzado a surgir iniciativas que hablan de perdón, reconciliación y esperanza. No en vano, Ruanda es uno de los tres países africanos con mayor número de cristianos (93,6%).

La hermana Cecilia, religiosa Palotina lo resume así:

Todos los habitantes de Ruanda fueron tocados por la tragedia. O perdieron a un familiar, amigo, vecino, o sus seres queridos fueron parte de los hechos que enlutaron al país y dejaron una profunda huella en los corazones de todos. El 6 de abril de 1994, marcó el inicio de 100 días de terror, que dejaron un millón de muertos y dos millones de desplazados en un país que sólo tenía 7 millones de habitantes. En el futuro nada fue igual.

Ese año, las dificultades entre los hutus y los tutsis desataron peleas que acabaron con el 75% de este último grupo étnico. Si bien el problema era antiguo, se agudizaron con las diferencias políticas. Fueron años de racismo que obligaba a las etnias a portar tarjetas que los identificasen, todo lo cual generaba odio y división. Ni hablar de la posibilidad de matrimonios mixtos o actividades en común.

Nadie estaba a salvo; de hecho, ese año se registra el más alto número de sacerdotes asesinados en el mundo, con 124 víctimas, pero de ellos la gran mayoría (104 sacerdotes) perdieron la vida en la sanguinaria guerra étnica que tuvo lugar en Ruanda.

Aún hoy no es fácil la convivencia, a pesar de los grandes esfuerzos por limar y reparar el daño. La Iglesia está ahí, ayudando a recomponer las heridas de la guerra y quizás un signo de ello es el notable aumento de vocaciones. Tanto que desde el seminario solicitaron a la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN) la ampliación de la capilla, pues mientras que en el pasado eran 150 seminaristas, tras el genocidio de 1994 son 400.

Aún hoy no es fácil la convivencia, a pesar de los grandes esfuerzos por limar y reparar el daño. La Iglesia está ahí, ayudando a recomponer las heridas de la guerra y quizás un signo de ello es el notable aumento de vocaciones.

Comprender el conflicto

A tres décadas del genocidio en Ruanda, el 7 de abril fue declarado “Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio de 1994” contra los tutsis en Ruanda. Años después de aquel trágico suceso que se extendió por varios meses, pero que en realidad ha continuado en el alma de cada ruandés.

Desde el 6 de abril de 1994, cuando el avión en el que viajaban los presidentes de Ruanda y Burundi fue derribado por un misil en el cielo de la capital ruandesa, Kigali, hasta el 16 de julio de 1994, según la notación cronológica aceptada, tuvo lugar en Ruanda el genocidio de los tutsis y de los hutus moderados. El motivo fundamental fue el odio racial hacia la minoría tutsi, que constituía la élite social y cultural del país. Las cifras oficiales publicadas en su momento por el gobierno ruandés hablan de 1.174.000 personas que perdieron la vida en 100 días, asesinadas con machetes, hachas, lanzas y garrotes. Otras fuentes citan un millón de muertos. El exterminio terminó, al menos oficialmente, en julio de 1994 con la victoria militar del Frente Patriótico Ruandés, sobre las fuerzas gubernamentales, expresión de la diáspora tutsi. Sin embargo, el rastro de violencia y venganza racial continuó durante mucho tiempo.

El cardenal Tomko, prefecto de la entonces Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en su discurso del año después de la tragedia, hablaba de “más de dos millones de personas, es decir, casi un tercio de la población, actualmente fuera de las fronteras del país. Los refugiados hacinados en campos –sobre todo en Zaire (actual República Democrática del Congo)– son la imagen de un drama doble: el de los derechos y la dignidad negados, y el de una nación mutilada”. El prefecto del Dicasterio Misionero se refirió seguidamente a la reconciliación como “la única posibilidad de salvación, el nombre de la esperanza a la que todos los hombres tienen derecho. Y en una perspectiva de esta naturaleza, emerge plenamente el vasto cometido que le corresponde a la Iglesia”.

“Una aportación peculiar en este sentido proviene de la labor de los misioneros, considerados entre los pocos actores que están por encima de las partes en la tragedia que ensangrienta el país, capaces de llevar a cabo el proceso de pacificación sin cejar en su empeño”, continuaba destacando el cardenal Tomko. Pocos meses después de la masacre, más de sesenta se habían reintegrado en sus anteriores lugares de apostolado, “en medio de poblaciones agotadas por el hambre, las heridas y las enfermedades”, además de dedicarse a establecer vínculos entre los refugiados de los países vecinos y las autoridades ruandesas para garantizar su regreso seguro y digno a casa.

Esa preocupación dejó mártires en la Iglesia: el arzobispo de Kigali, Vincent Nsengiyumva, y los obispos Thaddee Nsengiyumva de Kabgayi, y Joseph Ruzindana, de Byumba, asesinados el 5 de junio de 1994, junto con diez sacerdotes que los acompañaban en su visita a las poblaciones devastadas por la violencia. Sus nombres se añaden a la larga lista de sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, novicios, agentes pastorales asesinados en este país africano.

“Una aportación peculiar en este sentido proviene de la labor de los misioneros, considerados entre los pocos actores que están por encima de las partes en la tragedia que ensangrienta el país, capaces de llevar a cabo el proceso de pacificación sin cejar en su empeño”. Cardenal Jozef Tomko.

A pesar de los peligros, la Iglesia estuvo presente curando las heridas a través de la compañía y de la educación. Parte importante de esa presencia son las Hermanas Palotinas, que no solo están presentes en Ruanda, sino también en República Democrática del Congo y Uganda, y es esa cercanía con el dolor vivido en toda África la que las ayuda a tender la mano a las necesidades que los aquejan. La congregación tiene 39 hermanas y lleva a cabo diversos apostolados en centros de salud y escuelas, en el santuario mariano de Nuestra Señora de Kibeho y entre niños huérfanos.

Sin educación no hay futuro y aquí las hermanas también intentan ayudar. Dirigen dos escuelas en Ruanda. También brindan educación escolar para niños huérfanos y apoyan la educación espiritual, moral y escolar de los niños de la calle.

El punto central del perdón: las cárceles

Un lugar donde las huellas del genocidio son más visibles es en las cárceles. Pues tras los juicios iniciados contra los autores e instigadores del genocidio hubo muchos condenados. Fueron juzgados por los tribunales populares, llamados gacaca. Gacaca significa “hierba dulce” en lengua kiñaruanda, es decir, el lugar donde se reúne la gente. Originalmente, los gacaca servían para resolver disputas vecinales o familiares. Eran asambleas de los pueblos presididas por ancianos donde cualquiera podía tomar la palabra. Esos tribunales se reactivaron para acelerar el necesario enjuiciamiento de cientos de miles de personas acusadas de participar en el genocidio.

Pero ahí en medio de la cárcel también está Dios. “El perdón es un milagro, un don de Dios... cuando oyes todas las atrocidades que se cometieron... el perdón es una fuerza que nos otorga Dios”.

Los presos que aún permanecen encarcelados son los que han recibido las condenas más duras, son los que no han querido confesar y reconocer los hechos, los que perpetraron crímenes en varios sectores acumulando varias penas y los que fueron predicadores de este genocidio y dieron las órdenes.

Los presos que aún permanecen encarcelados son los que han recibido las condenas más duras, son los que no han querido confesar y reconocer los hechos, los que perpetraron crímenes en varios sectores acumulando varias penas y los que fueron predicadores de este genocidio y dieron las órdenes.

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Un padre busca a su hijo desaparecido gracias a la ayuda del CICR durante el genocidio de Ruanda de 1994. © British Red Cross

El padre Théogène Ngoboka, director de la Comisión Diocesana de Justicia y Paz de Cyangugu, ofrece atención pastoral en la prisión de Rusizi, que cuenta con 3.850 reclusos, entre ellos 1.300 hombres encarcelados por genocidio. Él y un grupo de voluntarios ayuda a los presos que están a punto de salir para preparar su puesta en libertad. De hecho, aunque hayan cumplido su condena de acuerdo con la ley, la sociedad sigue juzgándolos. Por ello, dice el padre, “explico a los presos que es importante y necesario reconciliarse con la comunidad a la que retornarán, para que caminen juntos hacia la reconciliación”.

Durante su viaje a Ruanda, Agnès Sebaux, del Departamento de Información de Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN), habló con él y pudo entender el proceso vivido.

El padre Théogène explica cómo los ayuda.

En primer lugar, hacemos que los presos sean conscientes de la necesidad de pedir perdón: “La comunidad todavía tiene algo contra ustedes. ¿Están dispuestos a reconocer sus actos y a pedir perdón a la comunidad? Nosotros nos ofrecemos a hacer de intermediarios entre ustedes y los supervivientes”. Cuando están preparados para ello, escriben una carta a todas las personas a las que quieren pedir perdón. Además, se comprometen a cambiar de comportamiento y expresan su deseo de vivir en armonía con la comuniH 68 dad. La dirección de la prisión firma esas cartas para autentificarlas. A continuación, los sacerdotes o voluntarios de la Comisión de Justicia y Paz de las respectivas parroquias entregan las cartas a las familias supervivientes y se encargan de explicar la intención del preso. Entonces, se establece un diálogo para verificar la validez de sus declaraciones. Así, algunas cartas llegan con toda la información, otras reflejan lo ocurrido parcialmente y las víctimas mencionan otros hechos más. La comisión se encarga de anotar toda la información que falta para comunicársela al preso. Actuamos como intermediarios para llegar a la verdad.

Y una vez conocida toda la verdad:

Si el superviviente afirma que en la carta no falta nada, nosotros le proponemos acudir a la cárcel para hablar con el preso. Así, un día al mes organizamos estas visitas con el servicio social de la prisión. Siempre ejercemos de mediadores y estamos presentes en los encuentros. Nosotros facilitamos estos intercambios, que hacen brotar fuertes emociones. Luego, si el perdón se da y se acepta, este debe extenderse a los miembros de la familia. El perdón tiene que ser familiar, tanto para los familiares del superviviente como para los familiares del preso.

También, trabajamos en el seno de la comunidad y organizamos encuentros con los supervivientes por un lado y con las familias de los presos por otro. Luego, los reunimos a todos. La mayoría de estas personas son creyentes, la fe desempeña un papel primordial en el proceso de perdón. Todos nuestros encuentros giran en torno a la Palabra de Dios, que es de donde extraemos ejemplos de perdón. Rezamos e intercambiamos opiniones sobre los textos que muestran lo liberador que es el perdón. También invitamos a personas que ya han pasado por ese proceso de reconciliación para que den su testimonio, pues eso anima a los demás. Así, cuando los presos son liberados, llegan a una comunidad preparada para ello.

Es un proceso largo, por eso empezamos tres años antes de la puesta en libertad, pero una vez liberados el proceso no ha concluido: entonces emprendemos un viaje de al menos seis meses para que presos y víctimas superen el miedo. Organizamos encuentros en torno a la Palabra de Dios, trabajos comunitarios que les permiten trabajar juntos en el campo, en una obra de construcción... Les pedimos que se visiten mutuamente. La reconciliación no es automática. Hay que construir la confianza. Es un proceso largo.

También organizamos peregrinaciones a Kibeho (donde se apareció la Virgen María) a las que invitamos a pequeños grupos de diferentes parroquias. Cada uno cuenta su viaje e intercambiamos pareceres y experiencias. Así, cada uno se fortalece en su camino de perdón. Al término de los seis meses, la Comisión de Justicia y Paz evalúa el estado de la reconciliación. Los voluntarios que los acompañan dan su opinión sobre el proceso y las actividades conjuntas realizadas. Si el proceso ha fructificado, la Iglesia organiza una jornada oficial de unidad y reconciliación. Los presos son recibidos en la iglesia y piden perdón oficialmente. Confiesan públicamente lo que han hecho y piden perdón, las víctimas también conceden públicamente su perdón. Como dijimos, es un camino doloroso, largo y lleno de dificultades, pero que vale cada uno de los esfuerzos puestos en ello. Las heridas siguen allí y algunos no quieren rememorar esas heridas porque ya empiezan a cicatrizar… Para que la reconciliación tenga visos de éxito, la víctima debe estar convencida de la sinceridad del ruego de perdón y se tienen que poner sobre la mesa todos los hechos cometidos. Muchas víctimas siguen sin poder llorar a sus seres queridos porque no saben dónde están sus cuerpos; tienen la esperanza de que su verdugo conozca el lugar de sus crímenes. Para los expresidiarios también es muy difícil. Algunos de ellos nos dicen: “El exterior es peor que la cárcel: mi mujer ha empezado una nueva vida con otro hombre, tengo miedo de cruzarme con los familiares de las personas que maté, ¿cómo voy a ir a la iglesia donde cometí los asesinatos?”.

Otra dificultad reside en que el resto de la familia no quiera conceder el perdón. Hay que respetar el ritmo de cada persona y acompañarla en ese camino. Sin embargo, es posible y los testimonios recibidos lo confirman.

“Es un proceso largo, por eso empezamos tres años antes de la puesta en libertad, pero una vez liberados el proceso no ha concluido: entonces emprendemos un viaje de al menos seis meses para que presos y víctimas superen el miedo. (…) La reconciliación no es automática. Hay que construir la confianza”. Padre Théogène Ngoboka.

El genocidio de Ruanda

Mapa del genocidio de Ruanda por Christian Gataloup en “La Historia del Mundo. Un Atlas”. Universidad de Minnesota, 2022. Tomado de elordenmundial.com, artículo de Álvaro Merino, publicado el 7 de abril de 2024.

Por ejemplo, Herman H. estaba al mando de una célula durante el genocidio contra los tutsis y mató a mucha gente. Tras reconocer ante el tribunal gacaca su gran responsabilidad en el genocidio, la pena de muerte le fue conmutada por 25 años de prisión. He aquí lo que dijo en la jornada oficial de unidad y reconciliación:

Cuando salí de la cárcel, no le veía sentido a mi vida. Estaba trastornado. No podía ir a misa ni al mercado, solo quería quedarme en casa. Si me hubieran dado a elegir, habría preferido volver a la cárcel antes que seguir viviendo así. El padre Clement, mi párroco, dijo que quería conocer a los presos liberados y a sus familias. Vino a mi casa, con él inicié este proceso, no fue fácil, pero él permaneció a mi lado hasta que pude reunirme con Gastón N., el cabeza de la gran familia que yo había exterminado. Le pedí perdón y él me perdonó.

La cárcel no es el único lugar donde se vive el perdón. Durante estos años han sido muchas las organizaciones fundadas con tal objetivo. IBAKWE es una de ellas y su contribución los hizo acreedores del premio de la paz.

Reales experiencias de perdón

La cárcel no es el único lugar donde se vive el perdón. Durante estos años han sido muchas las organizaciones fundadas con tal objetivo. IBAKWE es una de ellas y su contribución los hizo acreedores del premio de la paz. Se han convertido en portadores de paz para los traumatizados, para recoger los pedazos de las víctimas o de las presuntas víctimas, para reparar lo que quedaba y para despertar las fuerzas de la vida, confidencian las hermanas Janine y Marie-Marcel que han estado dirigiendo sesiones y sentando las bases de lo que podría contribuir a la rehabilitación de una sociedad traumatizada. Sor Marie-Marcel es directora general del Instituto de Formación Humana e Integral de Montreal (Institut de Formation Humaine Intégrale de Montréal (L›IFHIM)):

 Al mismo tiempo formábamos multiplicadores. Hemos sido solicitados por los Tribunales de Cachacha, las escuelas, los orfanatos, las prisiones y el mundo de la salud.

Nacieron grupos de constructores de puentes para la paz: niños, jóvenes y viudas, familias de paz. Todo esto de Norte a Sur, de Este a Oeste e incluso más allá de nuestras fronteras, ya que ahora el IFHIM nos ha pedido que llevemos apoyo a la República Centroafricana con antiguos alumnos de la República Democrática del Congo, el Congo Brazzaville y Camerún.

Los frutos son incontables, los antiguos enemigos se acercan, los dos grupos étnicos se descubren y, como personas, trabajan juntos.

Las parejas se reconcilian y la esposa y el esposo encuentran su lugar en el amor y el respeto por el otro. Los jóvenes se integran en la vida cristiana y se convierten en guerreros de la paz en sus familias y comunidades. Los niños buscan vivir en paz con sus compañeros de escuela, musulmanes y cristianos se miran y hablan entre ellos.

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Capilla de la Virgen María de Kibeho en el centro espiritual del Secreto de la Paz en Ciangugu, que anima y promueve el perdón. El centro fue creado en noviembre de 2010 por el padre Ubald Rugirangoga, que había experimentado él mismo este camino del perdón respecto de los torturadores de su familia: “La curación comienza con el perdón. El perdón te hace libre. La libertad es alegría. La alegría es Jesús. Ese es el secreto de la paz”.
Es un lugar con vistas al lago Kivu, donde la gente puede venir a hacer un retiro para ayudar a encontrar la reconciliación, la oración y la paz. El padre Ubald diseñó todo un camino para meditar y pedir perdón: la Virgen María de Kibeho invita. Además de la capilla, el Centro del Secreto de la Paz tiene la iglesia Virgen María Nuestra Señora de la Paz inaugurada el 13 de agosto de 2019, el camino del rosario, el Vía Crucis, Scala Sancta de Jesús Misericordia (21 pasos que recuerdan las escaleras que subió Jesús antes de ser juzgado por Poncio Pilato). El padre Ubald, fallecido de Covid-19 en enero de 2021, fue enterrado junto a la iglesia.

La Iglesia, un pilar fundamental

En la red de reconciliación tejida por la Iglesia, una segunda contribución fundamental corresponde a los seminarios, cuya vida es particularmente floreciente en Ruanda. En torno a la Iglesia local, por tanto, “son muchos los que se movilizan para aligerar la carga que esta tiene que llevar. La solidaridad y la ayuda espiritual, moral y de otro tipo que se le presta son un excelente signo de esa universalidad ya mencionada en los Hechos de los Apóstoles”.

En el primer aniversario “de la horrible tragedia ruandesa”, los miembros de la Conferencia Episcopal de Ruanda publicaron “un mensaje de solidaridad y consuelo” a todo el pueblo ruandés, con fecha 30 de marzo de 1995:

La Iglesia católica de Ruanda, así como todo el país, se ha visto probada por la pérdida de un gran número de sus hijos. Comparte el dolor de todos aquellos que se han visto afectados por todo tipo de desgracias: padres cuyos hijos les han sido arrebatados para ser asesinados, huérfanos, viudas, heridos, minusválidos, desplazados, refugiados en campos, traumatizados; en una palabra, todos aquellos que se han visto abocados al horror en todas sus formas. La Iglesia comparte el sufrimiento de todos ellos: hace suyas sus lágrimas, su dolor, sus lamentos y sus súplicas, en la medida de sus posibilidades los acompaña en sus diferentes situaciones.

Un año después de las masacres, los obispos ruandeses pidieron una sepultura digna para todas las víctimas de la guerra, declarándose favorables a “la erección de signos conmemorativos en memoria de los difuntos”. Como siempre, “la Iglesia sigue rezando por los fallecidos”, aseguraron, invitando a todo el mundo “a movilizarse por una sepultura digna de los restos de las víctimas que aún se encuentran en las colinas (...) Pedimos con insistencia que las ceremonias de inhumación de los restos de las víctimas de la tragedia ruandesa estén libres de todos aquellos gestos y palabras que provocaron y agravaron el conflicto”.

En torno a la Iglesia local, por tanto, “son muchos los que se movilizan para aligerar la carga que esta tiene que llevar. La solidaridad y la ayuda espiritual, moral y de otro tipo que se le presta son un excelente signo de esa universalidad ya mencionada en los Hechos de los Apóstoles”.

En la conclusión del mensaje, los obispos reiteraban su “condena y desaprobación de las masacres y el genocidio que han marcado el año transcurrido”, y a continuación exhortaban “a todos los que aman la paz a obstaculizar y combatir cualquier proyecto que pueda conducir a la repetición de una tragedia semejante. Esta es una ley absoluta de Dios: cada uno quiere que su vida sea respetada, cada uno por tanto debe respetar la vida de los demás y actuar en consecuencia”.

El 9 de abril de 1994, en un primer mensaje dirigido a la comunidad católica de Ruanda, el Papa Juan Pablo II rogaba “no ceder a sentimientos de odio y venganza, sino practicar con valentía el diálogo y el perdón”. “En esta trágica etapa de la vida de su nación –escribía el Papa– sean todos constructores de amor y de paz”.

Ese mismo domingo, tras el rezo del Regina Coeli, el Papa Juan Pablo II llamó la atención sobre el país africano:

Las trágicas noticias de Ruanda suscitan un gran sufrimiento en el corazón de todos nosotros. Un nuevo drama indecible, el asesinato de los jefes de Estado de Ruanda y Burundi y de su séquito; el jefe del Gobierno ruandés y su familia, masacrados; sacerdotes, religiosos y religiosas asesinados. Por todas partes odio, venganza, sangre fraterna derramada. En nombre de Cristo, se los ruego, ¡depongan las armas! No hagan vano el precio de la Redención, ¡abran sus corazones al imperativo de paz del Resucitado! Hago un llamamiento a todos los responsables, incluidos los de la comunidad internacional, para que no desistan de buscar todos los medios para frenar tanta destrucción y muerte.

Tras conocer la noticia del asesinato en Ruanda de tres obispos y 20 sacerdotes y religiosos, el Papa Juan Pablo II envió, el 9 de junio de 1994, un nuevo Mensaje al pueblo ruandés en el que se declaraba “profundamente conmocionado por las noticias que me llegan de su patria”. “La dramática situación que vive Ruanda a causa del terrible conflicto que la desgarra, me impulsa a implorar a Dios, Padre de misericordia, y a Cristo, que dio su vida por los hombres, que permitan la reconciliación de esta nación martirizada y acojan con bondad a las víctimas”. El Papa imploró a todo el pueblo de Ruanda y a los responsables de las naciones “que hagan inmediatamente todo lo posible para que se abran los caminos de la concordia y de la reconstrucción del país tan gravemente afectado (...) Pastores y fieles de Ruanda, pueblo ruandés, sepan que estoy cerca de ustedes cada día”.

Fueron muchos los gestos del Papa para con Ruanda y la necesidad de la paz. Por iniciativa de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y con el consentimiento del Pontífice, el 15 de junio de 1994, en la Basílica Vaticana, el cardenal Jozef Tomko, prefecto del Dicasterio Misionero, presidió una Santa Misa “por la paz en Ruanda y en sufragio de las víctimas”. Concelebraron 39 cardenales, 24 arzobispos y obispos y 200 sacerdotes. Estaban presentes numerosos religiosos y religiosas, muchos de ellos de origen africano, así como una gran asamblea de fieles que se unieron a la oración.

Los unía el grito de “¡No más masacres! ¡No más derramamiento de sangre! La situación actual interpela a la conciencia de la humanidad sobre la responsabilidad de intervenir por motivos humanitarios”, instó el cardenal Tomko.

Luego, del 23 al 29 de junio de 1994, el Papa Juan Pablo II envió a Ruanda al cardenal Roger Etchegaray, presidente de los Consejos Pontificios “Justicia y Paz” y “Cor Unum”, en misión de solidaridad y paz. El cardenal visitó las diócesis más castigadas por la guerra, los lugares de los obispos asesinados y se entrevistó, en distintas ocasiones, con el presidente interino de la República y con el líder del Frente Patriótico Ruandés. Leyó un mensaje a ambos dirigido a todo el pueblo ruandés que entre otras cosas decía: “No basta con decir: quiero la paz, deben hacer la paz aceptando pagar el precio que es muy alto en Ruanda (...) ruandeses, están llamados por Dios a comenzar una nueva página de su historia, escrita por todos sus hermanos resplandecientes de perdón mutuo. Créannos, su honor de cristianos y de hombres depende de ello”.

Han pasado 30 años y aún no es posible hablar de perdón, pero sí hemos visto luces de una reconciliación real en la que es necesario trabajar día a día. Los ojos del mundo debiesen estar puestos en Ruanda para ver hasta dónde puede llegar la barbarie humana, pero también para recoger de los ruandeses la experiencia de perdón. Porque, como hemos visto, el perdón y la reconciliación requieren el trabajo de unos y otros. Sin ello nunca será posible la verdadera paz.

En Ayuda a la Iglesia que Sufre hemos acompañado este proceso y lo seguiremos haciendo, conscientes de que el perdón es la esencia del cristianismo.

"No basta con decir: quiero la paz, deben hacer la paz aceptando pagar el precio que es muy alto en Ruanda (...) ruandeses, están llamados por Dios a comenzar una nueva página de su his-toria, escrita por todos sus hermanos resplandecientes de perdón mutuo. Créannos, su honor de cristianos y de hombres depende de ello". Cardenal Roger Etchegaray

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Especialmente el día 13 de cada mes, fecha de las apariciones de Fátima, los fieles se reúnen para orar. Una media de cien personas al día acude al centro para reconciliarse con Dios. Actualmente hay dos sacerdotes en el lugar para acoger y acompañar a los peregrinos. En la imagen, jornada oficial de unidad y reconciliación organizada por la Comisión de Justicia y Paz en la diócesis de Ciangugu.

TESTIMONIO

Casi todo el mundo conocía el nombre de Cyprien Rugamba, y de su mujer Daphrose, por su trabajo por la reconciliación. Quizás eso mismo los convirtió en las primeras víctimas.

El 7 de abril de 1994, Cyprien y Daphrose Rugamba murieron alcanzados por las balas de los milicianos hutus. Cyprien era un famoso poeta y coreógrafo que había experimentado una conversión radical y que trabajaba por la reconciliación de los grupos étnicos de su país. Sus verdugos saquearon el tabernáculo que albergaba en su casa, esparciendo las hostias consagradas por el suelo.

Con su esposa, Daphrose, había introducido a la Comunidad de Emmanuel en su país y acogía a los niños de la calle independientemente de que fueran hutus, twas o tutsis. Poco antes de su ejecución, Cyprien se había dirigido a las autoridades para exigir que los nombres de las etnias dejaran de aparecer en los documentos de identidad. Esta iniciativa disgustó mucho a los agitadores que querían una guerra civil, y eso probablemente lo convirtió en una de las primeras víctimas del conflicto.

“Aunque criado en la fe cristiana, Cyprien Rugamba se mostró al principio muy hostil al cristianismo”, cuenta Laurent Landete de la Comunidad de Emmanuel. Así, por ejemplo, exigió que los crucifijos fueran retirados de la habitación de su esposa durante una de sus estancias en el hospital. Además, fue un marido infiel, que también dio crédito a calumnias dirigidas contra su esposa, hasta el punto de repudiarla. Pero entonces cayó gravemente enfermo. Como artista, intelectual y bailarín, ya no podía hablar, reflexionar ni moverse: “Mi orgullo fue anulado por esta prueba”, dijo más tarde. Durante dicha enfermedad, su esposa permaneció a su lado, rezando por él y cuidando de ese marido al que amaba sin recibir obviamente nada a cambio.

Cyprien Rugamba se recuperó completamente –“milagrosamente”, afirmó más tarde– y experimentó una conversión radical después de esta travesía por el desierto. Entonces, él y su esposa comenzaron a hacer obras de caridad. Ella tenía un pequeño negocio en Kigali, donde los niños de la calle le robaban patatas. Esto le hizo darse cuenta de su estado de pobreza y decidió ayudarlos. La obra que inició sigue dando sus frutos bajo el nombre de CECYDAR (Centro Cyprien y Daphrose Rugamba). Desde hace 20 años, este centro acoge a niños de la calle en Kigali.

La conversión de Cyprien Rugamba desempeñó un papel importante en la evolución de su carrera como artista. “A partir de ahí, encontró su centro de gravedad en el cielo”, según asegura el P. Guy-Emmanuel Cariot. Este sacerdote, rector de la Basílica de Argenteuil, ha organizado una veneración durante la cual se honra al matrimonio Rugamba. “Pero, atención”, precisa, “no se trata de canonizarlos de antemano. De hecho, el arzobispo de Kigali inició un proceso de beatificación a nivel diocesano en 2015. Sin embargo, aunque sería prematuro calificarlos de mártires, son, sin duda, testigos de la fe”.

Uno de los hijos, que estaba con ellos durante la masacre, pero que sobrevivió, informó que cuando los milicianos entraron, su primera pregunta a Cyprien fue: “¿Eres cristiano?”. A lo que su padre respondió, utilizando la letra de una canción suya que se había vuelto popular en Ruanda: “¡Sí, muy cristiano! Y entraré en el cielo bailando”. Entonces Daphrose pidió poder rezar por última vez ante el tabernáculo que la familia albergaba en su casa. Por toda respuesta fue golpeada con la culata de un arma. Entonces los soldados ametrallaron el tabernáculo y esparcieron las hostias por el suelo, como si fuera necesario matar a Dios antes de matar a los hombres. La familia, que incluía al matrimonio, seis hijos, una sobrina y una trabajadora doméstica, fue reunida, maltratada y f inalmente ametrallada.

El día antes de ser asesinados, muchos amigos los habían llamado llenos de temor. Luego dijeron que se habían quedado impresionados por su serenidad. Los Rugamba no hicieron nada para huir del país, sino que prefirieron creer en una Ruanda unificada, capaz de vivir en paz.

 


* María Elena Fernández es periodista, y una de las encargadas de Comunicaciones de la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre, Chile.

 

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