La Primera Lectura de hoy (1Re 8,1-7.9-13) narra que el rey Salomón convoca al pueblo para subir al Templo, y llevar el Arca de la Alianza del Señor al Sancta Sanctórum. Un camino empinado, en cuesta que, al contrario que el llano, no siempre es fácil. Un camino en subida para llevar la Alianza, durante el cual el pueblo cargaba a cuestas con su propia historia: la memoria de la elección. Sólo contenía dos tablas de piedra, las tablas de la Ley, desnudas, tal como Dios las había entregado a Moisés, y no como el pueblo la aprendió de los escribas, que la habían barroquizado, hecho barroca con tantas prescripciones. La Alianza desnuda: “yo te amo, tú me amas”. El primer mandamiento, amar a Dios, y el segundo, amar al prójimo. En el Arca no había nada más que esas dos tablas de piedra.
Así pues, introdujeron el arca en el santuario y, en cuanto los sacerdotes salieron, una nube, la gloria del Señor, llenó el Templo. Entonces el pueblo entró en adoración: pasó de los sacrificios que hacía durante el camino empinado al silencio, a la humillación de la adoración. Muchas veces pienso que no enseñamos a nuestro pueblo a adorar. Sí, les enseñamos a rezar, a cantar, a alabar a Dios, pero ¿a adorar? La oración de adoración, esa que nos anonada sin destruirnos: el anonadamiento de la adoración nos da nobleza y grandeza. Y aprovecho hoy, aquí con tantos párrocos recién nombrados, para decir: ¡enseñad al pueblo a adorar en silencio, a adorar!
Aprendamos desde ahora lo que haremos en el Cielo: la oración de adoración. Pero, solo podemos llegar allí con la memoria de haber sido elegidos, llevando dentro del corazón una promesa que nos empuja a caminar, y con la alianza en la mano y en el corazón. Pero siempre en camino: camino difícil, camino en cuesta, pero en camino hacia la adoración.
Ante la gloria de Dios, las palabras desaparecen, no se sabe qué decir. Como veremos en la Liturgia de mañana (cfr. 1Re 8,30), Salomón solo consigue decir dos palabras: “escucha y perdona”. Así que os invito a adorar en silencio, con toda la historia a cuestas, y pedir: “Escucha y perdona”. Nos vendrá bien, hoy, sacar un poco de tiempo de oración, con la memoria de nuestro camino, la memoria de las gracias recibidas, la memoria de la elección, de la promesa, de la alianza, y procurar ir arriba, hacia la adoración, y en medio de la adoración, con mucha humildad decir solo esta pequeña jaculatoria: “Escucha y perdona”.
Fuente: Almudi.org