Seguimos con los consejos de san Pablo a Timoteo. Ayer era la exhortación a no descuidar el ministerio como don. Hoy es el dinero, y también los chismes, las murmuraciones, las discusiones estúpidas, cosas que debilitan la vida ministerial. Cuando un ministro –ya sea sacerdote, diácono u obispo– comienza a apegarse al dinero, se ata a la raíz de todos los males, como acabamos de oír en la Primera Lectura, en la que san Pablo recuerda precisamente que la codicia del dinero es la raíz de todos los males (1Tm 6,2c-12). El diablo entra por los bolsillos, decían las viejitas de mi tiempo.
Además, san Pablo da otros consejos a Timoteo y a todos los ministros en las dos Cartas. Por ejemplo, están llamados a ser cercanos no solo los obispos sino también sacerdotes y diáconos. Son cuatro las “cercanías” que me gustaría señalar. La primera, el obispo es un hombre de cercanía a Dios. Cuando los apóstoles, para servir mejor a las viudas y huérfanos, “inventaron” a los diáconos, para explicarlo Pedro afirma que “a nosotros”, o sea a los apóstoles, nos corresponde la oración y el anuncio de la Palabra. El primer deber de un obispo es rezar: da la fuerza y también despierta la conciencia del don, que no debemos descuidar, que es el ministerio.
La segunda cercanía a la que también está llamado el obispo a sus sacerdotes y diáconos, sus colaboradores, que son los más próximos. Debes amar primero al más próximo, que son tus sacerdotes y diáconos. Es triste cuando un obispo se olvida de sus sacerdotes. Es triste escuchar quejas de sacerdotes que te dicen: “He llamado al obispo porque necesito una cita para decirle algo, y la secretaria me ha dicho que está ocupado hasta dentro de tres meses…”. Un obispo que siente esa cercanía a los sacerdotes, si ve que un sacerdote lo ha llamado hoy, mañana debería devolverle la llamada, porque ese cura tiene derecho a saber que tiene un padre. ¡Cercanía a los sacerdotes! Y los sacerdotes que vivan la cercanía entre sí, no las divisiones. El diablo se mete ahí para dividir el presbiterio, para separar. Y así se forman los grupitos que dividen por ideologías, por simpatías. La tercera cercanía es, pues, la de los sacerdotes entre sí.
Y la cuarta es la cercanía al pueblo de Dios. En la segunda Carta, Pablo comienza diciendo a Timoteo que no se olvide de su madre ni de su abuela, es decir, que no se olvide de dónde salió, de dónde el Señor le sacó. ¡No te olvides de tu pueblo, no te olvides de tus raíces! Y ahora, como obispo o sacerdote, hay que estar siempre cerca del pueblo de Dios. Cuando un obispo se separa del pueblo de Dios acaba en una atmósfera de ideologías que no tienen nada que ver con el ministerio: y deja de ser ministro, de ser servidor. Ha olvidado el don –gratuito– que se le dio.
No olvidéis estas cuatro cercanías, incluida la del colegio episcopal y presbiteral: la cercanía a Dios, la oración; la cercanía a los sacerdotes por parte del obispo y de los sacerdotes con el obispo; la cercanía de los sacerdotes entre sí y de los obispos entre sí; y la cercanía al pueblo de Dios, al que animo e invito a rezar para que obispos y sacerdotes tengan esas cercanías, rezar por vuestros dirigentes, por los que os conducen por la vía de la salvación. ¿Rezáis por vuestros sacerdotes, por el párroco, por el vice-párroco, o solo los criticáis? Hay que rezar por los sacerdotes y por los obispos, para que todos –el Papa es un obispo– sepamos conservar el don –no descuidar el don que se nos dio– con esa cercanía.
Fuente: Almudi.org