La Iglesia celebra hoy la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y se podría decir que hoy es la fiesta del Amor de Dios. No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino Él quien nos ha amado primero, Él es el primero en amar. Una verdad que los profetas explican con el símbolo de la flor del almendro, la primera en florecer en primavera. Dios es así: siempre el primero: nos espera el primero, nos ama el primero, nos ayuda al primero.
Pero no es fácil entender el amor de Dios. En el pasaje de la Epístola recién leída (Ef 3,8-12.14-19), el apóstol Pablo habla de hecho de “la riqueza insondable que es Cristo”, de un “misterio escondido”. Es un amor que no se puede entender. Un amor de Cristo que supera todo conocimiento. Supera todo. Tan grande es el amor de Dios. Y un poeta decía que era como “el mar, sin orillas, sin fondo…”: un mar sin límites. Y ese es el amor que debemos entender, el amor que recibimos.
El Señor a lo largo de la historia de la salvación nos ha revelado su amor, ha sido un gran pedagogo, y dice el profeta Oseas (11,1b.3-4.8c-9) que no lo ha revelado a través de su poder. No. Escuchémoslo: “Yo enseñé a andar a mi pueblo, llevándolo de la mano, cuidando de él”. De la mano, cercano, como un padre. Dios, ¿cómo manifiesta el amor? ¿Con cosas grandes? No: se empequeñece, se hace pequeño, con esos gestos de ternura, de bondad. Se hace pequeño. Se acerca. Y con esa cercanía, con ese hacerse pequeño, nos hace entender la grandeza del amor. Lo grande se entiende por medio de lo pequeño.
Finalmente, Dios envía a su Hijo, pero lo envía en carne, y el Hijo se anonadó a sí mismo hasta la muerte. Ese es el misterio del amor de Dios: la grandeza más grande expresada en la pequeñez más pequeña. Así se puede entender también el camino cristiano. Cuando Jesús quiere enseñarnos cómo debe ser la actitud cristiana, nos dice pocas cosas, nos hace ver el famoso protocolo sobre el que todos seremos juzgados. ¿Y qué dice? No dice: “Pienso que Dios es así. He entendido el amor de Dios”. No, no… He hecho “en pequeño” el amor de Dios. He dado de comer al hambriento, he dado de beber al sediento, he visitado al enfermo, al encarcelado. Las obras de misericordia son precisamente el camino de amor que Jesús nos enseña en continuidad con ese amor de Dios, grande.
No hacen falta, pues, grandes discursos sobre el amor, sino hombres y mujeres que sepan hacer esas cosas pequeñas por Jesús, por el Padre. Las obras de misericordia son la continuidad de ese amor, que se empequeñece, llega a nosotros, y nosotros lo llevamos adelante.
Fuente: Almudi.org