21 de noviembre de 2017
En la primera lectura (Macabeos 6,18-31) hemos escuchado el martirio de un hombre que fue condenado a morir por fidelidad a Dios, a la ley, en una persecución. Hay muchos motivos para una persecución, pero podemos señalar principalmente tres. Primero, la persecución solo religiosa: yo voy contra tu fe porque mi fe dice que no y, con el poder que tengo, hago una persecución. Otro motivo es la persecución religioso-política: religiosa, cultural, histórica y política, donde se mezcla lo religioso con lo político, como la guerra de los treinta años o la noche de san Bartolomé, que fueron guerras religioso-políticas. Y otro motivo es la persecución puramente cultural: viene una nueva cultura que quiere hacerlo todo nuevo y hace tabla rasa de las tradiciones, de la historia, también de la religión de un pueblo: es los que pasa en la lectura de hoy, porque el martirio de Eleazar es precisamente de estilo cultural.
Ayer comenzó el relato de esta persecución cultural. Algunos, viendo el poder y también la belleza magnífica de Antíoco Epifanes, y la cultura que venía de aquella parte, dijeron: Vayamos y hagamos alianza con las naciones que nos rodean, seamos modernos, estos tienen una modernidad más grande, estos están ‘al día’; nosotros estamos con nuestras tradiciones que no sirven para nada. Gustó la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas. Y así, no pidieron introducir las ideas o los dioses, no: las instituciones, es decir, este pueblo que había nacido, que había crecido en torno a la ley del Señor, al amor del Señor, a través de sus dirigentes, hace entrar nuevas instituciones, nueva cultura que hacen tabla rasa de todo, de todo: cultura, religión, ley, todo. Todo es nuevo.
La “modernidad” es una auténtica colonización cultural, una verdadera colonización ideológica. Y quiere imponer al pueblo de Israel la costumbre única: todo se hace así, no hay libertad para otras cosas. Algunos aceptaron porque les parecía algo bueno: es verdad, debemos ser como los demás. Y la gente que llegaba a las nuevas instituciones quita las tradiciones y el pueblo comienza a vivir de modo distinto. Pero para defender la historia, para defender la fidelidad del pueblo, para defender las tradiciones, las verdaderas tradiciones, las buenas tradiciones del pueblo, hay algunas resistencias. La primera lectura de hoy nos dice que Eleazar no quiso: era un hombre digno, muy respetado, y no quiso hacerlo. Y como él tantos otros, en el libro de los Macabeos se cuenta la historia de esos mártires, de esos héroes.
Así avanza siempre una persecución nacida de una colonización cultural, de una colonización ideológica, que destruye, lo hace todo igual, no es capaz de tolerar las diferencias. Hay una palabra clave en la lectura de ayer —del primer libro de los Macabeos— cuando empieza este relato: En aquellos días, brotó un vástago perverso: Antíoco Epifanes. Así se quita la raíz del pueblo de Israel y entra esa raíz, calificada como perversa porque hará crecer en el pueblo de Dios esas costumbres nuevas, paganas, mundanas, y lo hará crecer con el poder, con el dominio. Ese es el camino de las colonizaciones culturales que acaban persiguiendo a los creyentes. Además, no tenemos que ir muy lejos para ver algunos ejemplos: pensemos en los genocidios del siglo pasado, que era una cosa cultural, nueva: Todos iguales y los que no tengan la sangre pura, fuera... Todos iguales, no hay sitio para las diferencias, no caben los demás, no hay lugar para Dios. Esa es la raíz perversa. Ante estas colonizaciones culturales que nacen de la perversidad de una raíz ideológica, Eleazar, él mismo, se hace raíz: es interesante, Eleazar muere pensando en los jóvenes. Hasta tres veces, al final del relato de hoy, se habla de los jóvenes. Eleazar afirma: Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable Ley. Y de nuevo, dos veces más habla de los jóvenes. En definitiva, Eleazar, el mártir, el que da la vida por amor a Dios y a la ley, se hace raíz para el futuro: de vida, hace crecer al pueblo, y ente aquella raíz perversa que nació y hace esa colonización ideológica y cultural, está esta otra raíz que da su propia vida para hacer crecer el futuro.
Es verdad, lo que llegó del reino de Antíoco era una novedad. Por eso, si nos preguntamos si todas las novedades son malas, todas, la respuesta es «no». De hecho, el Evangelio es una novedad, Jesús es una novedad, es la novedad de Dios. Así pues, hay que discernir las novedades: ¿esta novedad es del Señor, viene del Espíritu Santo, viene de la raíz de Dios, o esta novedad viene de una raíz perversa? Antes sí, era pecado, no se podía matar a los niños; pero hoy se puede, no hay tanto problema: es una novedad perversa. Más aún, ayer las diferencias eran claras, como hizo Dios, la creación se respetaba; pero hoy somos un poco modernos: tú haces, tú comprendes, las cosas no son tan diferentes y se hace una mezcla de cosas. Y esa es la raíz perversa. En cambio, la novedad de Dios nunca mezcla, jamás “negocia”: es vida, va de frente, es raíz buena, hace crecer, mira al futuro. Pero las colonizaciones ideológicas y culturales solo miran el presente, reniegan del pasado y no miran el futuro: viven en el momento, no en el tiempo, y por eso no pueden prometernos nada. Y con esa actitud de hacer a todos iguales y eliminar a las diferentes cometen un pecado feísimo de blasfemia contra Dios creador. Por eso, cada vez que llega una colonización cultural e ideológica se peca contra Dios creador porque se quiere cambiar la creación que hizo Él. Y contra este hecho, que a lo largo de la historia ha pasado tantas veces, hay solo una medicina: el testimonio, o sea, el martirio. Hay algunos, como Eleazar, que dan el testimonio de su vida, pensando en el futuro, en la herencia que daré yo con mi ejemplo: Yo vivo así, sí, dialogo con los que piensan de otro modo, pero mi testimonio es así, según la ley de Dios, según lo que Dios me ha ofrecido.
Pensemos en Eleazar, que en aquel momento no pensó: dejaré dinero a este, dejo esto a otro; no, sino que piensa al futuro, en la herencia de propio ejemplo, en ese testimonio que sería para los jóvenes una promesa de fecundidad. Espero que su ejemplo nos ayude en los momentos de confusión ante las colonizaciones culturales y espirituales que se nos proponen.
Fuente: almudi.org