En estos días, en Jerusalén, la gente tenía muchos sentimientos: miedo, asombro, dudas. «En aquellos días, mientras el paralítico curado seguía aún con Pedro y Juan, todo el pueblo, asombrado…» (Hch 3,11): hay un ambiente inquieto porque pasaban cosas que no se entendían. El Señor fue a sus discípulos. Ellos ya sabían que había resucitado, y Pedro también, porque habló con él esa mañana; y los dos que volvieron de Emaús lo sabían…, pero cuando el Señor se aparece se asustan. «Aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu» (Lc 24,37); la misma experiencia la tuvieron en el lago, cuando Jesús vino caminando sobre las aguas. Pero en aquel momento Pedro, envalentonado, apostó por el Señor, y dijo: “Si eres tú, hazme andar sobre las aguas” (cfr. Mt 14,28). Pero hoy Pedro está callado, ha hablado con el Señor esa mañana, y de aquel diálogo nadie sabe qué se dijeron y por eso está callado. Y estaban tan llenos de miedo, aterrorizados, creían ver un fantasma. Y les dice: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies», y les muestra las llagas (cfr. Lc 24,38-39), ese tesoro que Jesús se llevó al Cielo para enseñarlo al Padre e interceder por nosotros. «Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos».
Y luego viene una frase que a mí me da mucho consuelo y, por eso, este pasaje del Evangelio es uno de mis preferidos: «Pero no acababan de creer por la alegría…» (Lc 24, 41), estaban llenos de asombro, pero la alegría les impedía creer. Era tanta la alegría que: “no, esto no puede ser verdad. Esta alegría no es real, es demasiada alegría”. Y les impedía creer. La alegría, los momentos de gran alegría. Estaban colmados de alegría pero paralizados por la alegría. Y la alegría es uno de los deseos que Pablo tiene para los suyos de Roma: “Que el Dios de la esperanza os colme de alegría” (cfr. Rm 15,13), les dice. Colmar de alegría, estar lleno de alegría. Es la experiencia del consuelo más alto, cuando el Señor nos hace entender que es distinto a estar alegre, positivo, luminoso… No, es otra cosa. Estar gozoso…, pero lleno de alegría, una alegría desbordante que nos agarra de lleno. Y por eso Pablo desea que “el Dios de la esperanza os colme de alegría”, a los Romanos.
Y esa palabra, esa expresión, colmar de alegría, se repite muchas veces. Por ejemplo, lo que pasó en la cárcel, cuando Pablo salva la vida al carcelero que estaba a punto de suicidarse porque se habían abierto las puertas con el terremoto, y luego le anuncia el Evangelio, lo bautiza, y el carcelero, dice la Biblia, estaba “lleno de alegría” por haber creído (cfr. Hch 16,29-34). Lo mismo pasó con el ministro de economía de Candaces, cuando Felipe lo bautizó y desapareció, él siguió su camino “lleno de alegría” (cfr. Hch 8,39). Lo mismo pasó el día de la Ascensión: los discípulos regresan a Jerusalén, dice la Biblia, “llenos de alegría” (cfr. Hch 24,52-53). Es la plenitud del consuelo, la plenitud de la presencia del Señor. Porque, como Pablo dice a los Gálatas, “la alegría es el fruto del Espíritu Santo” (cfr. Gal 5,22), no la consecuencia de emociones que surgen por algo maravilloso… No, es más. Esa alegría, esa que nos colma es el fruto del Espíritu Santo. Sin el Espíritu no se puede tener esa alegría. Recibir la alegría del Espíritu es una gracia.
Me vienen a la cabeza los últimos números, los últimos párrafos de la Exhortación Evangelii nuntiandi de Pablo VI (cfr. 79-80), cuando habla de los cristianos alegres, de los evangelizadores alegres, y no de los que viven siempre tristes. Hoy es un buen día para leerlo. Llenos de alegría. Es lo que nos dice la Biblia: «No acababan de creer por la alegría…», era tanta que no creían.
Hay un pasaje del libro de Nehemías que nos ayudará hoy en esta reflexión sobre la alegría. El pueblo al volver a Jerusalén encontró el libro de la ley, fue hallado de nuevo –aunque sabían la ley de memoria, el libro no lo encontraban–, e hicieron una gran fiesta y todo el pueblo se reunió para escuchar al sacerdote Esdras que leía el libro de la ley. El pueblo emocionado lloraba, lloraba de alegría porque había encontrado el libro de la ley, y lloraba, estaba alegre, el llanto… Al final, cuando el sacerdote Esdras acabó, Nehemías dijo al pueblo: “Estad tranquilos, ya no lloréis más, conservad la alegría, porque la alegría en el Señor es vuestra fuerza” (cfr. Ne 8,1-12).
Estas palabras del libro de Nehemías nos ayudarán hoy. La gran fuerza que tenemos para transformar, para predicar el Evangelio, para ir adelante como testigos de vida es la alegría del Señor, que es fruto del Espíritu Santo, y hoy pedimos a Él que nos conceda este fruto.
Fuente: Almudi.org