La primera Lectura de hoy, tomada del primer libro de Samuel (1,1-8), cuenta la historia de los padres del profeta, Elcaná y de Ana. Elcaná tenía dos mujeres: Ana era estéril, y la otra, Fenina, tenía hijos. Fenina, en vez de consolar a Ana no pierde ocasión de humillarla, y la maltrata con dureza recordándole su esterilidad.
También en otras páginas de la Biblia sucede lo mismo, como entre Agar y Sara, las mujeres de Abraham, de las que la segunda era estéril. Pero burlarse y despreciar al más débil es también una actitud de los hombres, como en el caso de Goliat ante David, o pensemos también en la mujer de Job, o en la de Tobías, que desprecian a sus maridos porque están sufriendo.
Y yo me pregunto: ¿qué hay dentro de esas personas? ¿Qué hay dentro de nosotros, que nos lleva a despreciar, a maltratar, a burlarnos de los más débiles? Se entiende que uno se meta con alguien más fuerte: puede ser por envidia… ¿Pero, con los más débiles? ¿Qué tenemos dentro que nos lleva a eso? Es algo habitual, como si necesitase despreciar al otro para sentirme seguro, como una necesidad…
Pero también pasa esto entre los niños. Recuerdo que cuando era pequeño, en mi barrio vivía una mujer, Angiolina, enferma mental, que estaba todo el día en la calle. Las mujeres le daban algo de comer, algún vestido, pero los niños se metían con ella. Decían: “vamos a buscar a Angiolina para divertirnos un poco”. ¡Cuánta maldad también en los niños, meterse con el más débil!
Y hoy lo vemos continuamente, en las escuelas, con el fenómeno del bullying, del acoso escolar, atacar al débil, porque eres gordo o porque eres así o eres extranjero o porque eres negro, por esto… agredir, arremeter… Los niños, los jóvenes… No solo Fenina, o Agar o las mujeres de Tobías y de Job: también los niños. Lo que significa que hay algo dentro de nosotros que nos lleva a la agresión del débil. Y creo que es una de las huellas del pecado original. Quizá los psicólogos den sus explicaciones de esa voluntad de aplastar al otro porque es débil, pero yo digo que esa es una de las huellas del pecado original. Eso es obra de Satanás, porque en Satanás no hay compasión.
Y así, como cuando tenemos el deseo de hacer una obra buena, una obra de caridad, decimos “es el Espíritu Santo quien me inspira a hacer esto”, pues cuando nos demos cuenta de que tenemos dentro ese deseo de agredir a aquel porque es débil, no lo dudemos: ahí está el diablo. Porque eso es obra del diablo: meterse con el débil.
Pidamos al Señor que nos dé la gracia de la compasión: esa es de Dios, que tiene compasión de nosotros y nos ayuda a caminar.
Fuente: almudi.org