El Evangelio de hoy (Jn 6,22-29) narra que, tras la multiplicación de los panes y los peces, la gente quería hacer a Jesús rey, y lo buscaban no solo para escucharlo sino también por interés, porque hacía milagros. Pero Jesús se retira y, cuando lo encuentran, se lo reprocha: “me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Hay, pues, dos aspectos presentes: por una parte, buscaban a Jesús para oír cómo su Palabra llegaba al corazón, por la fe, y por otra parte, también lo buscan por interés. Eran personas buenas, pero con una fe un poco interesada, y Jesús reprocha su poca fe.
Una actitud que también se ve con la curación del endemoniado de Gerasa: cuando la gente ve que habían perdido los puercos, piensa que no les conviene, que así perdían dinero y, por tanto, le dicen que se vaya. Y, de nuevo, con la curación de los 10 leprosos: solo uno vuelve para dar gracias, mientras los demás, después de curarse, se olvidaron de Jesús. Por eso Jesús invita a preocuparse no por el alimento que perece sino por el que perdura para la vida eterna, es decir, por la Palabra de Dios y el amor de Dios.
Pero también hay otra actitud: la de San Esteban que, como se ve en la primera lectura (Hch 6,8-15), hablaba claro, tanto que no podían resistir su sabiduría. Seguía a Jesús sin pensar en las consecuencias: esto me conviene, esto no me conviene… No era un interesado. Amaba. Y seguía a Jesús, seguro; ¡y así acabó! Le tendieron la trampa de las calumnias, lo enredaron por ahí y acabó lapidado. Pero dando testimonio de Jesús.
Tanto la gente del Evangelio como Esteban siguen a Jesús, pero hay dos modos de hacerlo: dando la vida o con un poco de interés personal. Por eso, debemos preguntarnos cada uno cómo seguimos a Jesús. Os aconsejo refrescar la memoria, preguntándonos qué ha hecho Jesús, no de modo genérico, sino concretamente, en mi vida. Y encontraremos tantas cosas grandes que Jesús nos ha dado gratuitamente, porque nos ama: a cada uno. Y una vez que yo vea las cosas que Jesús ha hecho por mí, me hago la segunda pregunta: y yo, ¿qué debo hacer por Jesús? Y así, con esas dos preguntas quizá logremos purificarnos de cualquier forma de fe interesada. Cuando veo todo lo que Jesús me ha dado, la generosidad del corazón dice: “Sí, Señor, ¡lo doy todo! Y ya no haré más esos errores, esos pecados, cambiaré mi vida…”. La senda de la conversión por amor: tú me has dado tanto amor, también yo te doy este amor.
En definitiva, es importante hacerse esas dos preguntas para purificar la fe. Es un buen test de cómo seguimos a Jesús: ¿interesados o no? Refrescar la memoria: las dos preguntas. ¿Qué ha hecho Jesús por mí, en mi vida, por amor? Y viendo eso, qué debo hacer yo, por Jesús, cómo correspondo a ese amor. Y así seremos capaces de purificar nuestra fe de todo interés. Que el Señor nos ayude en ese camino.
Fuente: Almudi.org