La primera lectura, tomada del libro de Ageo (1,1-8), recoge un pasaje fuerte: “Pensad bien en vuestra situación. Subid al monte, traed madera, construid el templo”, donde el Señor, a través del profeta, pide al pueblo que reflexione sobre su comportamiento y se convierta, encargándose de reconstruir la Casa de Dios.
Ageo intentaba remover el corazón de un pueblo perezoso y resignado a vivir derrotado. El Templo había sido destruido por los enemigos, era una auténtica ruina, pero la gente dejó pasar los años así, hasta que el Señor envía al profeta para reconstruir el Templo. Pero el corazón del pueblo estaba amargado y no tenían ganas de ponerse a trabajar. Decían: “No nos esforcemos, quizá sea una ilusión, mejor no arriesgarse, quedémonos así…”. Esa gente no tenía ganas de levantarse, de recomenzar; no se dejaba ayudar por el Señor que quería levantarla, con la excusa de que el tiempo oportuno aún no había llegado: “No es momento de ponerse a construir la casa del Señor”, decían. Y ese es el drama de esta gente, y también el nuestro, cuando nos ataca el espíritu de la dejadez, cuando viene la tibieza de la vida, cuando decimos: “Sí, sí, Señor, está bien…, pero tranquilo, tranquilo, Señor, dejemos así las cosas…, mañana lo haré”, para decir lo mismo mañana y pasado mañana…, y así retrasar las decisiones de conversión del corazón y de cambio de vida.
Es una tibieza que muchas veces se esconde detrás de las incertidumbres y, mientras tanto, nos retrasa. Y así tanta gente desperdicia su vida y acaba como un trapo porque no ha hecho nada, solo conservar la paz y la calma. Pero esa paz es la de los cementerios. Cuando entramos en esa desidia, en esa actitud de tibieza espiritual, transformamos nuestra vida en un cementerio: ¡no hay vida! Solo hay cerrojos para que no entren los problemas, como esta gente que dice: “sí, sí, estamos en ruinas pero no queremos arriesgarnos: mejor así. Ya estamos acostumbrados a vivir así”.
Todo esto también nos puede pasar a nosotros en cosas pequeñas que no van bien, y que el Señor quiere que cambiemos. Él nos pide la conversión y nosotros le respondemos: mañana. Pidamos al Señor la gracia de no caer en ese espíritu de cristianos a medias o, como dicen las viejitas, cristianos al agua de rosas(*), sin sustancia. Cristianos buenos pero que, como dice Ageo, “sembrasteis mucho y recogisteis poco”. Vidas que prometían mucho, y al final no hicieron nada. Que el Señor nos ayude a despertarnos del espíritu de la tibieza, a luchar contra esa suave anestesia de la vida espiritual.
(*)Decir en italiano que una cosa es “al agua de rosas”, significa que se ha hecho con superficialidad, sin verdadero empeño (ndt). Lo más parecido en castellano podría ser “agua de borrajas” (ndt).
Fuente: Almudi.org