En la historia del hombre siempre ha habido y habrá resistencias al Espíritu Santo, oposiciones a las novedades y a los cambios. Es lo que recogen las lecturas de hoy, con las diferentes actitudes que el hombre adopta ante las novedades del Señor que siempre viene a nuestro encuentro con algo nuevo y original.
En el Evangelio de San Juan (10,22-30) se pone de manifiesto la cerrazón de los doctores de la ley, que es una actitud que acaba en rigidez. Se trata de hombres que solo son capaces de ponerse ellos mismos en el centro, indolentes a la labor del Espíritu Santo e insensibles a las novedades. Es llamativa su completa incapacidad de discernir los signos de los tiempos, esclavos de sus palabras y de sus ideas. Vuelven a la misma pregunta, incapaces de salir de ese mundo cerrado, prisioneros de sus ideas. Recibieron la ley que era vida, pero la destilaron, la transformaron en ideología, y así van dando vueltas y vueltas incapaces de salir de ahí, y cualquier novedad para ellos es una amenaza.
Muy distinto, en cambio, debe ser el talante de los hijos de Dios que, aunque quizá haya una inicial reticencia, son libres y capaces de poner en el centro al Espíritu Santo. El ejemplo de los primeros discípulos, relatado en la Primera Lectura (Hch 11,19-26), manifiesta su docilidad a lo nuevo y la actitud de sembrar la Palabra de Dios, incluso fuera del habitual esquema del “siempre se ha hecho así”. Permanecen dóciles al Espíritu Santo para hacer algo que era más que una revolución, un cambio fuerte, y en el centro estaba el Espíritu Santo: no la ley, sino el Espíritu Santo. Y la Iglesia era una Iglesia en movimiento, una Iglesia que iba más allá de sí misma. No era un grupo cerrado de elegidos, sino una Iglesia misionera. Es más, el equilibrio de la Iglesia, por así decir, está precisamente en su movilidad, fieles al Espíritu Santo. Alguno decía que el equilibrio de la Iglesia se parece al equilibrio de la bicicleta: está firme y va bien cuando está en movimiento; si la dejas quieta, se cae. Es un buen ejemplo.
Cerrazón y apertura: dos polos opuestos que describen cómo el hombre puede reaccionar ante el soplo del Espíritu Santo. El segundo es propio de los discípulos, de los apóstoles: la resistencia inicial no es solo humana, sino también garantía de que no se dejan engañar por cualquier cosa, y luego, con la oración y el discernimiento, encuentran el camino. Siempre habrá resistencias al Espíritu Santo, siempre, siempre hasta el fin del mundo. Que el Señor nos dé la gracia de saber resistir lo que debemos resistir, lo que viene del maligno, lo que nos quita la libertad, y sepamos abrirnos a las novedades, pero solo a las que vienen de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo, y nos dé la gracia de discernir los signos del tiempo para tomar las decisiones que debamos tomar en ese momento.
Fuente: Almudi.org