Este hombre, Nicodemo (Jn 3,1-8), es un jefe de los judíos, un hombre influyente; sintió la necesidad de acudir a Jesús. Fue de noche, porque tenía que hacer un poco de equilibrio, pues los que iban a hablar con Jesús no estaban bien vistos. Es un fariseo justo, porque no todos los fariseos son malos: no, no; había también fariseos justos. Este es un fariseo justo. Sintió la inquietud, porque es un hombre que había leído a los profetas y sabía que lo que Jesús hacía había sido anunciado por los profetas. Sintió la inquietud y fue a hablar con Jesús. «Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro —es una confesión, hasta cierto punto—; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él». Y se para. Se para ante el “por tanto”. Si digo ese por tanto… Y Jesús respondió. Responde misteriosamente, como Nicodemo no se lo esperaba. Respondió con aquella figura del nacimiento: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios». Y Nicodemo siente confusión, no entiendo y se toma al pie de la letra la respuesta de Jesús: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?». Nacer de los alto, nacer del Espíritu. Es el salto que la confesión de Nicodemo debe dar pero no sabe cómo hacerlo. Porque el Espíritu es imprevisible. La definición del Espíritu que Jesús da aquí es interesante: «El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu», o sea libre. Una persona que se deja llevar de una parte a otra por el Espíritu Santo: esa es la libertad del Espíritu. Y quien hace esto es una persona dócil y aquí se habla de la docilidad al Espíritu.

Ser cristiano no es solo cumplir los Mandamientos: hay que hacerlo, eso es verdad; pero si te queda ahí, no eres un buen cristiano. Ser un buen cristiano es dejar que el Espíritu entre dentro de ti y te lleve adónde Él quiera. En nuestra vida cristiana tantas veces nos paramos, como Nicodemo, ante el “por tanto”, no sabemos qué paso dar, no sabemos cómo hacerlo o no tenemos la confianza en Dios para dar ese paso y dejar entrar al Espíritu. Nacer de nuevo es dejar que el Espíritu entre en nosotros y que sea el Espíritu quien me guíe y no yo, y ahí, libre, con esa libertad del Espíritu que nunca sabrás dónde acabará.

Los apóstoles, que estaban en el Cenáculo, cuando vino el Espíritu salieron a predicar con aquel coraje, aquella franqueza… no sabían que pasaría eso; y lo hicieron, porque el Espíritu les guiaba. El cristiano nunca debe detenerse solo en el cumplimento de los Mandamientos: hay que hacerlos, pero ir más allá, a ese nacimiento nuevo que es el nacimiento en el Espíritu, que te da la libertad del Espíritu.

Es lo que le pasó a la comunidad cristiana de la primera Lectura (Hch 4,23-31), después de que Juan y Pedro «volvieron a los suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos». Y la comunidad, cuando oyó esto, todos juntos, se asustaron un poco. ¿Y qué hicieron? Rezar. No se quedaron en medidas prudenciales: “no, ahora hagamos esto, vayamos un poco más tranquilos…”: no. Rezar. Que fuese el Espíritu quien les dijera lo que debían hacer. «Al oírlo, todos invocaron a uno a Dios en voz alta, diciendo: Señor», y rezan. Esta bonita oración de un momento oscuro, de un momento en que deben tomar decisiones y no saben qué hacer. Quieren nacer del Espíritu, abren el corazón al Espíritu: que sea Él quien lo diga… Y piden: «Señor, se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel contra tu santo siervo Jesús», cuenta la historia y dicen: “Señor, haz algo”. «Ahora, Señor, fíjate en tus amenazas —las del grupo de los sacerdotes—, y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía —piden la franqueza, el coraje de no tener miedo—, extiende tu mano para que se realicen curaciones, signos y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús. Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios». Pasó una segunda Pentecostés aquí.

Ante las dificultades, ante una puerta cerrada, que no sabían cómo seguir adelante, van al Señor, abre el corazón y viene el Espíritu e les da lo que necesitan y van fuera a predicar, con coraje, y adelante. Eso es nacer del Espíritu, eso es no quedarse en el “por tanto”, en el “por tanto” de las cosas que siempre he hecho, en el “por tanto” del después de los Mandamientos, en el “por tanto” después de las costumbres religiosas: ¡no! Eso es nacer de nuevo. ¿Y cómo se prepara uno a nacer de nuevo? Con la oración. La oración es la que nos abre la puerta al Espíritu y nos de esa libertad, esa franqueza, ese coraje del Espíritu Santo, que nunca sabes dónde te llevará. Pero es el Espíritu.

Que el Señor nos ayude a estar siempre abiertos al Espíritu, porque será Él quien nos lleve adelante en nuestra vida de servicio al Señor.


Fuente: Almudi.org

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