El Señor vuelve al “permanecer en Él”, y nos dice: “La vida cristiana es permanecer en mí”. Permanecer (cfr. Jn 15,1-8). Y usa aquí la imagen de la vid, como los sarmientos permanecen en la vid. Y este permanecer no es un permanecer pasivo, un dormirse en el Señor: eso sería quizá un “sueño beatífico”; pero no es eso. Este permanecer es un permanecer activo, y también un permanecer recíproco. ¿Por qué? Porque Él dice: «Permaneced en mí y yo en vosotros» (v .4). Él también permanece en nosotros, no solo nosotros en Él. Es un permanecer recíproco. En otra parte dice: Yo y el Padre «vendremos a él y haremos morada dentro de él» (Jn 14,23). Esto es un misterio, pero un misterio de vida, un misterio bellísimo: este permanecer recíproco. También con el ejemplo de los sarmientos: es verdad, los sarmientos sin la vid no pueden hacer nada, porque no les llega la savia, la necesitan para crecer y dar fruto. Pero también el árbol, la vid necesita los sarmientos, para que los frutos no se queden pegados al árbol, a la vid. Es una necesidad recíproca, es un permanecer mutuo para dar fruto.

Y esa es la vida cristiana: es verdad, la vida cristiana es cumplir los mandamientos (cfr. Ex 20,1-11), y hay que hacerlo. La vida cristiana es ir por la senda de las bienaventuranzas (cfr. Mt 5,1-13): y hay que hacerlo. La vida cristiana es realizar obras de misericordia, como el Señor nos enseña en el Evangelio (cfr. Mt 5,31-36): y hay que hacerlo. Pero es más: es este permanecer recíproco. Nosotros sin Jesús no podemos hacer nada, como los sarmientos sin la vid. Y Él –me permita el Señor decirlo– sin nosotros parece que no pueda hacer nada, porque el fruto lo da el sarmiento, no el árbol, la vid. En esa comunidad, en esa intimidad fecunda de “permanecer”, el Padre y Jesús permanecen en mí y yo permanezco en Ellos.

¿Cuál es –me planteo– la “necesidad” que el árbol de la vid tiene de los sarmientos? Es tener frutos. ¿Cuál es la “necesidad” –digamos así, con un poco de audacia– que Jesús tiene de nosotros? El testimonio. Cuando en el Evangelio dice que somos luz, dice: “Sed luz, para que los hombres «vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre» (Mt 5,16)”, o sea el buen ejemplo es la necesidad que tiene Jesús de nosotros. Dar testimonio de su nombre, porque la fe, el Evangelio crece por el testimonio.

Esto es un misterio: Jesús glorificado en el Cielo, tras haber pasado la Pasión, necesita de nuestro testimonio para hacer crecer, para anunciar, para que la Iglesia crezca. Y ese es el misterio recíproco del “permanecer”. Él, el Padre y el Espíritu permanecen en nosotros, y nosotros permanecemos en Jesús.

Nos vendrá bien pensar y reflexionar en esto: permanecer en Jesús; y Jesús permanece en nosotros. Permanecer en Jesús para tener la linfa, la fuerza, para tener la justificación, la gratuidad, para tener la fecundidad. Y Él permanece en nosotros para darnos la fuerza de dar fruto (cfr. Jn 5,15), para darnos la fuerza del testimonio con el que crece la Iglesia.

Y una pregunta me hago: ¿Cómo es el trato entre Jesús que permanece en mí y yo que permanezco en Él? Es un trato de intimidad, un trato místico, un trato sin palabras. “¡Pero Padre, eso que lo hagan los místicos!”. No: eso es para todos. Con pequeños pensamientos: “Señor, sé que Tú estás ahí: dame la fuerza y yo haré lo que tú me digas”. Ese diálogo de intimidad con el Señor. El Señor está presente, el Señor está presente en nosotros, el Padre está presente en nosotros, el Espíritu está presente en nosotros; permanecen en nosotros. Pero yo debo permanecer en Ellos…

Que el Señor nos ayude a entender, a sentir esta mística del permanecer, en la que Jesús insiste tanto, tanto, tanto. Muchas veces, cuando hablamos de la vid y los sarmientos, nos quedamos en la figura, en la labor del agricultor, del Padre: que el sarmiento que da fruto lo corta, lo poda, y el que no lo da lo corta y lo tira (cfr. Jn 15,1-2). Es verdad, hace eso, pero no es todo, no. Hay más. Eso es la ayuda: las pruebas, las dificultades de la vida, las correcciones que nos hace el Señor. Pero no nos quedemos ahí. Entre la vid y los sarmientos hay ese permanecer íntimo. Los sarmientos, nosotros, necesitamos la savia, y la vid necesita los frutos, el testimonio.


Fuente: Almudi.org

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