23 de noviembre de 2017

Quitar la libertad, eliminar la memoria y adoctrinar a los jóvenes: son los tres indicadores de las colonizaciones culturales e ideológicas de todos los tiempos. Así lo estamos viendo en las lecturas de esta semana, que narran la persecución del rey Antíoco Epifanes contra los Macabeos fieles a la ley de los Padres.

Lo que le pasó al pueblo de Dios sucede cada ver que surge en la Tierra una nueva dictadura cultural o ideológica, que es una colonización. Pensad en lo que hicieron las dictaduras del siglo pasado en Europa y en las escuelas de adoctrinamiento que de ahí nacieron: se quita la libertad, se “deconstruye” la historia, la memoria del pueblo, y se impone un sistema educativo a los jóvenes. ¡Todas, todas lo hicieron así! Incluso algunas con “guante blanco”. No sé, un País, una Nación, por ejemplo, pide un préstamo: “te lo doy, pero tú, en las escuelas, debes enseñar esto, esto y esto”, y te indican hasta los libros, libros que eliminan todo lo que Dios creó y cómo lo creó. Eliminan las diferencias, borran la historia: “desde hoy se empieza a pensar así”. Y quien no piense así es dejado de lado, e incluso perseguido. Así pasó en Europa, donde los que se oponían a las dictaduras genocidas, eran perseguidos, amenazados, privados de libertad, que corresponde a otra forma de tortura. Y con la libertad, las colonizaciones ideológicas y culturales quitan también la memoria, reduciéndola a “fábulas”, a “mentiras”, a “cosas de viejos”.

Recordad la figura de la madre de los Macabeos, de la lectura de ayer, que exhortaba a sus hijos a mantenerse firmes ante el martirio. ¡Ese papel único de la mujer en la defensa de la memoria y de las raíces históricas! Proteger la memoria: la memoria de la salvación, la memoria del pueblo de Dios, la memoria que fortalecía la fe del pueblo perseguido por esas colonizaciones ideológico-culturales. La memoria es la que nos ayuda a vencer todo sistema educativo perverso. Hay que recordar, recordar los valores, recordar la historia, recordar las cosas que hemos aprendido. Y luego, la madre. La madre que hablaba dos veces –dice el texto– “en su idioma”, hablaba en dialecto. Y no hay ninguna colonización cultural que pueda vencer al dialecto.

La ternura femenina y el valor “viril” de la madre de los Macabeos, que se hace fuerte por las raíces de la lengua de los Padres, en la defensa de sus hijos y del Pueblo de Dios, nos lleva a pensar que solo la fuerza de las mujeres es capaz de resistir a una colonización cultural. Son ellas, las madres y las mujeres, las defensoras de la memoria, del dialecto, capaces de defender la historia de un pueblo y de trasmitir la fe que luego los teólogos explicarán. El pueblo de Dios salió adelante por la fuerza de tantas mujeres valientes, que supieron dar a sus hijos la fe, y solo ellas –las madres– saben trasmitir la fe en dialecto. Que el Señor nos dé siempre la gracia, en la Iglesia, de tener memoria, de no olvidar el dialecto de los padres y de tener mujeres valientes.


Fuente: almudi.org

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