18 de septiembre de 2017
En la primera lectura de hoy (1Tim 2,1-8), San Pablo aconseja a Timoteo que haga rezar por los gobernantes, y en el Evangelio (Lc 7,1-10) hay un gobernante que reza: es el centurión que tenía un siervo enfermo. Amaba al pueblo, aunque fuese extranjero, y amaba al siervo, porque se preocupa de él. Este hombre sentía la necesidad de la oración. No solo porque amaba, sino también porque tenía conciencia de no ser el dueño de todo, de no ser la última instancia. Sabía que por encima de él hay otro que manda. Tenía subalternos, soldados, pero él mismo tenía la condición de subalterno. Y eso le lleva a rezar. El gobernante que tiene esa conciencia, de hecho, reza. Si no reza, se encierra en su propia auto-referencialidad o en la de su partido, en ese círculo del que no puede salir; es un hombre encerrado en sí mismo. Pero cuando ve los verdaderos problemas, y tiene esa conciencia de subalterno, de que hay otro que tiene más poder que él –¿quién tiene más poder que un gobernante? El pueblo, que le ha dado el poder, y Dios, de quien viene el poder a través del pueblo–, cuando un gobernante tiene esa conciencia de subalterno, reza.
De ahí la importancia de la oración del gobernante, porque es la oración por el bien común del pueblo que se le ha confiado. En ese sentido, recuerdo la charla que tuve precisamente con un gobernante que todos los días pasaba dos horas en silencio delante de Dios, aunque estuviese muy ocupado. Por tanto, hay que pedir a Dios la gracia de poder gobernar bien, como Salomón, que no pidió a Dios ni oro ni riquezas sino la sabiduría para gobernar. Los gobernantes deben pedir al Señor esa sabiduría. ¡Es tan importante que los gobernantes recen pidiendo al Señor que no les quite la conciencia de subalterno de Dios y del pueblo! ¡Que mi fuerza esté ahí y no en mi grupito o en mí mismo! Y a quien pudiera objetar diciendo que es agnóstico o ateo, si no puedes rezar, confróntate –con tu conciencia– con los sabios de tu pueblo, pero no te quedes solo con el grupito de tu partido: eso es auto-referencial.
En la primera lectura, Pablo invita precisamente a rezar por los reyes, “para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad”. Pero, cuando un gobernante hace algo que no nos gusta, o es criticado o, por el contrario, es alabado. Se le deja solo con su partido, con el Parlamento. “No, yo lo he votado, voté por él” – “Yo no lo he votado, allá él”. No, no podemos dejar a los gobernantes solos: debemos acompañarles con la oración. Los cristianos deben rezar por sus gobernantes. “Pero, Padre, ¿cómo voy a rezar por ese, que tiene tantas cosas malas? – Pues, más falta le hace. Reza, haz penitencia por el gobernante”. La oración de intercesión –es tan bonito esto que dice Pablo– es por todos los reyes, por todos los que están en el poder. ¿Por qué? “Para que podamos vivir una vida tranquila y apacible”. Cuando el gobernante es libre y puede gobernar en paz, todo el pueblo sale beneficiado.
Hagamos examen de conciencia sobre la oración por los gobernantes. Yo os pido un favor: que cada uno se tome hoy cinco minutos, no más. Si es gobernante, que se pregunte: ¿Yo rezo al que me ha dado el poder a través del pueblo? Si no es gobernante: ¿Yo rezo por los gobernantes? “Sí, por ese y aquel, sí, porque me gustan; pero por esos no”. ¡Pero si tienen más necesidad que los otros! ¿Rezo por todos los gobernantes? Y si veis, al hacer el examen de conciencia para confesaros, que no habéis rezado por los gobernantes, decidlo en la confesión, porque no rezar por los gobernantes es un pecado.
Fuente: almudi.org