15 de septiembre de 2017
La fiesta litúrgica de hoy nos invita a contemplar a la Virgen Dolorosa al pie de la cruz, a contemplar a la Madre de Jesús, a contemplar ese signo de contradicción, porque Jesús es el vencedor, pero en la Cruz, en la Cruz. ¡Es una contradicción…; no se entiende…! Hace falta fe para comprender, al menos para acercarse a este misterio. María bajo la cruz de Jesús es una imagen para contemplar: no hacen falta muchas palabras para reconocer la esencia del testimonio de una mujer que es madre de todos nosotros.
María lo sabía, y toda la vida vivió con el alma traspasada: se lo había dicho Simeón (cfr. Lc 2,35: una espada traspasará tu alma). Seguía a Jesús (cfr. Mt 12,46; Mc 3,32; Lc 8,20: tu madre y tus hermanos están ahí y te buscan) y oía los comentarios de la gente, unas veces a favor —¡qué grande! —, otras en contra —¡pero eso no es de Dios!; ¡este no, no es un verdadero creyente!—, pero siempre estaba ahí, detrás de su Hijo, escuchándolo todo. Y por eso decimos que es la primera discípula. Siempre con la inquietud que hacía nacer en su corazón ese signo de contradicción.
Y al final, estaba allí, en silencio, bajo la cruz, mirando al Hijo (cfr. Jn 19,25-27: junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena). Quizá escuchaba comentarios del tipo: Mira, esa es la Madre de uno de los tres delincuentes. Pero Ella se callaba, y se quedaba allí, valiente, dando la cara por su Hijo.
Estas cosas que os digo son unas pocas ideas para ayudaros a contemplar, en silencio, este misterio. En aquel momento, Ella nos dio a luz a todos nosotros: dio a luz a la Iglesia. Mujer –le dice el Hijo–, ahí tienes a tus hijos. No le dice madre: la llama mujer: mujer fuerte, valiente; mujer que estaba allí para decir: Este es mi Hijo: no lo niego.
Así pues, el pasaje del Evangelio de hoy es más que para reflexionar, para contemplar en silencio, para mirar. Que sea el Espíritu Santo quien nos diga a cada uno aquello de lo que tenemos necesidad.
Fuente: almudi.org