En la primera lectura (1S 24,3-21) vemos cómo se desinflan los celos del rey Saúl hacia David. Los celos del rey nacen del canto de victoria de las jóvenes —lo leímos ayer— por Saúl que mató a mil enemigos, mientras David a diez mil. Comienza así la inquietud de los celos, como una carcoma que te corroe por dentro. Y Saúl sale con el ejercito para matar a David. Los celos son criminales, siembre intentan matar. Y a quien dice: “sí, estoy celoso por esto, pero no soy un asesino”, habría que contestarle: “ahora. Pero si sigues puedes acabar mal”. Porque se puede matar fácilmente con la lengua, con la calumnia.
Unos celos que crecen murmurando por dentro, interpretando las cosas en clave de celos. En esa murmuración interior, el celoso e incapaz de ver la realidad, y solo un hecho muy fuerte puede abrirle los ojos. Así, en la imaginación de Saúl, los celos lo llevan a creer que David era un asesino, un enemigo. También nosotros, cuando nos viene la envidia, los celos, hacemos eso. Que cada uno piense: “¿Por qué esa persona me es insoportable? ¿Por qué a aquella otra no la puedo ni ver?”. Que cada uno piense porqué. Muchas veces buscaremos el porqué y veremos que son fantasías nuestras, fantasías que crecen en esa murmuración interior. Y al final, es una gracia de Dios cuando el celoso encuentra la verdad, como le pasó a Saúl, y los celos explotan como una pompa de jabón, porque los celos y la envidia no tienen consistencia.
La salvación de Saúl está en el amor de Dios que le había dicho que si no obedecía le quitaría el reino, pero lo quería mucho. Y por eso le da la gracia de explotar aquella pompa de jabón sin fundamento. Saúl entra en la caverna donde David y los suyos están escondidos. Los amigos dicen a David que aproveche para matar al rey, pero él se niega: “El Señor me libre de obrar así contra mi amo, el ungido del Señor”. Se ve la nobleza de David en comparación con los celos asesinos de Saúl. Y, en silencio, corta solo un trozo de tela del borde del manto del rey, y se va. David sale de la caverna y llama a Saúl con respeto, “¡oh, rey, mi señor!”, aunque aquel intentara matarlo. Y le dice: “¿Por qué haces caso a las palabras que dice la gente: David busca tu desgracia?”. Entonces le enseña la orla del manto, diciendo: “He podido matarte, y no lo he hecho”. Esto hace explotar la pompa de jabón de los celos de Saúl, que reconoce a David como si fuese su hijo y vuelve a la realidad diciendo: “Eres mejor que yo, pues tú me tratas bien, mientras que yo te trato mal”.
Es una gracia cuando el envidioso, el celoso, se halla ante una realidad que hace explotar esa pompa de jabón que es su vicio de celos o de envidia. Cuando somos antipáticos con una persona, o no la queremos, preguntémonos: “¿Qué hay dentro de mí? ¿Está el gusano de los celos que crece, porque él tiene algo que yo no tengo, o hay una rabia escondida?”. Debemos proteger nuestro corazón de esa enfermedad, de esa murmuración interior, que hace crecer la pompa de jabón que luego no tiene consistencia, pero que hace mucho daño. Y también cuando alguno nos viene a criticar de otro, debemos hacerle entender que, a menudo, no está hablando con serenidad, sino con pasión, y en esa pasión está el mal de la envidia y el mal de los celos. Estemos atentos, porque eso es un gusano que entra en el corazón de todos —¡de todos!— y nos lleva a juzgar mal a la gente, porque por dentro hay una oposición: él tiene una cosa que yo no tengo. Y comienza la pelea que nos lleva a descartar a la gente, nos lleva a una guerra; una guerra doméstica, una guerra en el barrio, una guerra en el lugar de trabajo. Y está precisamente en el origen, es la semilla de una guerra: la envidia y los celos.
Estemos atentos cuando sintamos esa antipatía por alguno y preguntémonos: “¿Por qué siento esto?”. Y no permitamos que esa murmuración interior nos haga pensar mal, porque eso hace crecer la pompa de jabón. Pidamos al Señor la gracia de tener un corazón transparente como el de David. Un corazón transparente que solo busca la justicia, busca la paz. Un corazón amigable, un corazón que no quiere matar a nadie, porque los celos y la envidia matan.
Fuente: Almudi.org