El panel del cuarto día de la Asamblea Eclesial estuvo dedicado a profundizar en el camino común que sigue la Asamblea junto con el Sínodo 2023 convocado por el Papa Francisco para toda la Iglesia. En el panel presentaron cuatro grandes rostros de la Iglesia: el cardenal Mario Grech, secretario del Sínodo de los Obispos; el cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina; la hermana Liliana Franco, presidenta de la Confederación Latinoamericana de Religiosos y Religiosas (CLAR), y Mauricio López, director del Centro de programas y redes de acción pastoral del CELAM (CEPRAP).
A continuación reproducimos las intervenciones del cardenal Marc Ouellet y de la hermana Liliana Franco.
Intervención de cardenal Marc Ouellet
¿Cuál es el sueño de una Iglesia sinodal? La realidad es simple, el Papa cree en el Espíritu Santo y quiere que aprendamos a escucharlo mejor en todos los niveles de la Iglesia, desde el último barrio de las grandes metrópolis de América Latina, hasta la cumbre del colegio de los pastores, pasando por las parroquias, las universidades, las asociaciones, los campesinos, los movimientos populares, culturales y sociales. Escuchar lo que el Espíritu Santo está diciendo a todos supone que se escucha a todos y cada uno con atención, sin precipitación, sin ideas preconcebidas, sin prejuicios, sin inducir, en el momento de la consulta, lo que quisiéramos promover como modelo de Iglesia. El Papa Francisco no se interesa en un nuevo modelo de Iglesia, el Papa Francisco se interesa en la fe del Santo Pueblo de Dios, se interesa en la fe de los bautizados y de aquellos por bautizar. Mientras, muchos de nuestros proyectos y sueños, muy generosos y valiosos por cierto, se olvidan a veces de lo que constituye la dignidad fundamental del Santo Pueblo de Dios, la certeza y el tesoro de la fe. El Papa espera que, desde la experiencia de la fe, todos podamos contribuir a renovar nuestros corazones, nuestra pastoral y nuestras estructuras, para que la Iglesia cada día viva más conforme al estilo de Jesús.
Cuántas veces en el Evangelio Jesús dice, al hombre o a la mujer que se le acerca para una curación, “tu fe te ha salvado”; el caso más típico es quizás el leproso samaritano que, una vez curado, retorna a postrarse ante el Maestro para agradecer, mientras los otros nueve galileos se quedaron satisfechos sin más con su milagrosa curación. “Tu fe te ha salvado”, dice Jesús al samaritano, añadiendo entonces al milagro de la lepra curada el otro milagro de la fe, mucho más importante, pues solo este samaritano acabó recibiendo lo que Jesús vino para dar a todos, la fe. La fe como relación personal con Él, la fe como reconocimiento y entrega a su persona, la fe salvífica en el único Salvador del mundo. Una Iglesia sinodal es una Iglesia caminante en la fe, que es inseparable de la esperanza y la caridad, en pos de Jesús que camina hacia Jerusalén buscando dar la vida por los suyos, para que tengan vida y vida en abundancia.
Este lema y kerigma que nos acompaña en la misión continental desde Aparecida, el Papa Francisco no ha dejado de predicarlo desde Buenos Aires y, en Roma, con Evangelii gaudium, Laudato si’, Gaudete et exultate, Querida Amazonia y Fratelli tutti. Él no espera de esta Asamblea Eclesial un nuevo programa pastoral, pero sí un nuevo y fuerte impulso a la misión continental que sabemos inacabada. Él espera de esta bella iniciativa del CELAM una oportunidad para una conversión personal, pastoral, sinodal y misionera; una nueva escucha del Espíritu Santo, que quiere mover a todos al encuentro personal con Cristo, en salida, hacia los más pobres que tienen hambre y sed de Cristo, más que de cualquier otra cosa.
Cristo, camino, verdad y vida, es el horizonte insuperable de una Iglesia sinodal. El mismo Cristo vivo de ayer, hoy y siempre, que fue anunciado con pasión por los misioneros y las comunidades cristianas por cinco siglos en este continente, una evangelización que le dio unidad a este continente, una unidad que se fraguó en la sangre de muchos mártires. No nos olvidemos, sin embargo, de un hecho capital, que no podemos relegar al margen de nuestra escucha sinodal: Cristo quiso ser anunciado en estas tierras de un modo singular, popular, tierno y decisivo, por una mujer mestiza, graciosa, imprevisible, venida desde el Cielo como un milagro, una mujer misionera, pero inculturada, maestra de fe y de divina sabiduría, compasiva y atractiva, una mujer eclesial y sinodal, nuestra Señora de Guadalupe que, en su mayor aparición en 1531 en la Colina del Tepeyac, inició la corona de mil otros santuarios marianos en el continente.
Queridos participantes de esta Asamblea Eclesial, una Iglesia sinodal en América Latina será mariana o no será. Esto no lo digo por mera devoción, lo digo por los hechos, que imponen pensar el futuro de América Latina a la luz del camino mariano de nuestras iglesias a lo largo de los siglos. La experiencia de san Juan Diego al encontrarse con la Virgen de Guadalupe, al llevar una buena noticia al Obispo Zumárraga y, en el fondo, al estar disponible para construir un camino de comunión y reconciliación, nos educa a la verdadera sinodalidad que puede renovar a la Iglesia.
Una Iglesia sinodal en América Latina será mariana o no será. Esto no lo digo por mera devoción, lo digo por los hechos, que imponen pensar el futuro de América Latina a la luz del camino mariano de nuestras iglesias a lo largo de los siglos. La experiencia de san Juan Diego […] nos educa a la verdadera sinodalidad que puede renovar a la Iglesia.
Participación, comunión, misión, son las tres dimensiones de una Iglesia sinodal que el Papa Francisco delineó para orientarnos en la escucha del Espíritu Santo. La participación supone despertar la fe, para que nos pongamos todos y todas en camino, que vayamos hacia Jesús, que encontremos a María junto a su Cruz, que nos congreguemos en el cenáculo para comulgar Su cuerpo y Su sangre, que salgamos a la calle para dar testimonio de Su resurrección y para proclamar las maravillas de Su Espíritu de vida nueva y eterna, vida de resucitado, participada y celebrada en nuestro bautismo. Despertar la fe, acoger el don de la comunión trinitaria en el banquete eucarístico, compartir con todos desde la caridad, la gracia de ser discípulos misioneros de Jesús yendo a los más pobres que son tan necesitados, tanto del pan de la esperanza como del pan de cada día. Discípulos verdaderos significa ser misioneros, pues si no tenemos ganas de transmitir a Jesús como buena noticia del Reino ya iniciado, eso significa que no lo hemos encontrado, que no lo conocemos, que no sabemos la diferencia entre ser curado de la lepra y ser curado de la incredulidad, “tu fe te ha salvado”.
Queridos participantes, en esta Asamblea Eclesial del continente latinoamericano no dudo que el Espíritu Santo nos esté moviendo hacia una Iglesia sinodal conforme al impulso del Papa Francisco y del propio CELAM. Estoy muy agradecido por la oportunidad de pronunciar aquí estas palabras de fe y de esperanza, desde mi responsabilidad como Prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina. Quiero felicitar al CELAM por el esfuerzo desplegado en esta organización tan compleja y creativa en tiempos de pandemia; sé que las diferentes iglesias de la región no pudieron prepararse igualmente a esta Asamblea continental, pero estoy convencido de que esta vasta consulta del Pueblo de Dios ayudará a incentivar el proceso sinodal que el Papa Francisco está promoviendo en su gran sueño de conversión misionera de la Iglesia. Él nos enseña, desde Aparecida y Evangelii gaudium, que la fe cristiana es un don, es una inmensa gracia, que se recibe con gratitud, que ningún acto de caridad se pierde, que cada esfuerzo de sinodalidad contribuye a construir caminos nuevos de participación, comunión y misión, configurando así de modo concreto el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Respondamos a su visión evangelizadora con nuestros corazones enamorados del Reino y comprometidos con la justicia y la verdad en este mundo.
Queridos hermanos y hermanas, antes de concluir me atrevo a agregar una nota de convencimiento personal acerca de las vocaciones en una Iglesia sinodal. El Evangelio nos pide que recemos para que el Señor de la mies envíe obreros a su mies. Escuchar al Espíritu Santo y responder comprometiéndonos significa vocación. Por eso, aprovecho este momento de Asamblea para lanzar a todo el continente latinoamericano y caribeño un reto vocacional, para que nuestro camino sinodal sea de bautizados comprometidos. Queridos amigos y amigas, desde el testimonio de la guadalupana y de todos los santuarios marianos, desde el testimonio de los mártires conocidos y desconocidos de nuestros pueblos, desde la oración de los santos y héroes que evangelizaron a las Américas, alzo mi voz, en unión de todos los pastores, para que sigamos a Cristo con profundidad en todas nuestras vocaciones bautismales, laicales, matrimoniales, sacerdotales y de vida consagrada. Este llamado vocacional lo hago ante todo en nombre de la Santísima Trinidad, en la que fuimos y somos bautizados, que nos llama a la comunión fraterna y eclesial, que nos llama a una fe audaz y valiente, que da testimonio de Cristo en el mundo, como laicos, como personas consagradas y consagrados, como sacerdotes y diáconos, para hacer discípulos misioneros a todos los niveles.
Desde el testimonio de la guadalupana y de todos los santuarios marianos, desde el testimonio de los mártires conocidos y desconocidos de nuestros pueblos, desde la oración de los santos y héroes que evangelizaron a las Américas, alzo mi voz, en unión de todos los pastores, para que sigamos a Cristo con profundidad en todas nuestras vocaciones bautismales, laicales, matrimoniales, sacerdotales y de vida consagrada.
Deseo compartirles que estoy personalmente muy comprometido en la promoción de un Simposio Internacional sobre el sacerdocio ministerial y sobre el sacerdocio común de los fieles,[1] a celebrarse en Roma el próximo mes de febrero, del 17 al 19, con miras a estimular la reflexión teológica y el compromiso vocacional, con especial énfasis sobre el bautismo, que es el fundamento de todas las vocaciones. Los invito a consultar el sitio web de la organización, donde encontrarán todos los datos del programa y la posibilidad de participar presencialmente y, eventualmente, online.
Una Iglesia sinodal está viva si tiene conciencia vocacional, es decir, conciencia de responder a su Señor con fe viva, gratitud, disponibilidad, entusiasmo por el Evangelio, deseo sincero de dar la vida por algo que valga la pena. El sueño sinodal del Papa Francisco no es ideológico ni estratégico, utópico o mediático; es más bien un sueño paterno, mariano, ecológico integral, misionero y fraterno, esperanzador para toda la humanidad. Compartamos su sueño profético desde la fe viva que tenemos en María Santísima que sabe escuchar, que sabe agradecer y, sobre todo, que sabe entregarse totalmente, con alegría, por amor a Cristo y a su Iglesia. Muchas gracias.
Intervención de Liliana Franco, odn*
Los saludo en nombre de la vida religiosa del continente, de todas mis hermanas y hermanos dispersos por las parcelas del Reino en esta tierra, y unida hoy de manera especial a todas las mujeres y a quienes trabajan decididamente por erradicar la violencia contra la mujer.
De la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, hacia el Sínodo sobre sinodalidad, estamos ante un proceso, ante un itinerario de encuentro y de conversión, enmarcado en esa necesaria reforma a la que nos ha convocado el Papa Francisco y que supone ubicarnos en el lugar de la humildad, reconocer nuestro pecado, esas actitudes y modos relacionales que han estado alejados del querer de Dios, porque son verticales y abusivos, poco inclusivos y desprovistos de misericordia.
De la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, hacia el Sínodo sobre sinodalidad, hay una urgencia, se trata de una nueva mirada contemplativa, más teologal y encarnada, más capaz de reconocer al Dios que acontece en el territorio de lo humano y que invita hoy a la Iglesia a la plenitud de la relación. Una urgencia, afinar la mirada para contemplar la realidad, y aguzar el oído para escuchar al Espíritu que no cesa de gemir en los clamores y en las complejidades de nuestra historia, en los rostros y heridas de nuestros hermanos más pobres. Una urgencia, salir, desacomodarnos, abandonar los estatus de confort y parálisis en los que tantos creyentes estamos atrincherados. Y tendríamos que hacer un acto de fe en que el protagonista de este proceso es el Espíritu; sin Él no hay auténtico seguimiento de Jesús ni kairós Eclesial; en torno a Él, el Espíritu, se configura el rostro de la Iglesia y también ese tejido relacional que hace posible la comunión. Todo este proceso adquiere sentido en adhesión a Jesús y para el Reino.
Durante estos días de Asamblea, pero sobre todo en el proceso de escucha, nos ha resonado la convicción de que la historia de la Iglesia se construye en el claroscuro de lo humano, en esa confrontación permanente entre fragilidad y gracia.
Durante estos días de Asamblea, pero sobre todo en el proceso de escucha, nos ha resonado la convicción de que la historia de la Iglesia se construye en el claroscuro de lo humano, en esa confrontación permanente entre fragilidad y gracia. La constatación más cierta es que este hoy de nuestra Iglesia supone conversión, ordenar el corazón, y que insertarnos en los distintos contextos y culturas, desde nuestra identidad de mujeres y varones de fe, exige renovación, adecuación de estructuras, de formas, de lenguajes, de estilos.
“Werfet die Netze aus” (Echar las redes) por Christel Holl, 2018 (Acrílico sobre Alu-Dibond, 120x80 cm).
Como lo afirma Benjamín González Buelta, este no es tiempo de textos, es tiempo de testigos. Tenemos que hacer esa narrativa creíble de lo que nuestra sociedad espera leer en nosotros, entre nosotros, cuando nos encontramos así, como ahora, en condición de hermanos. Porque la buena noticia es que eso somos simplemente: radicalmente humanos, indeclinablemente llamados a ser hermanos. Todo lo demás, títulos, funciones, cargos, todo lo demás es relativo, pasa, caduca, se corroe. La única palabra creíble es la Palabra encarnada, y evangelizar hoy es encarnar en todas las culturas los valores del reino.
De la Asamblea Eclesial de América Latina, hacia el Sínodo, estamos abocados al discernimiento, a la atención a la realidad, a la capacidad de escuchar el clamor de Dios en los gritos permanentes que resuenan en la historia. La experiencia que todos tenemos de sabernos habitados por el Espíritu debe lanzarnos más allá de nuestros propios análisis y reflexiones, al contexto en el cual nos dejamos permear por la realidad y reconocemos que en ella el Espíritu se manifiesta y actúa. Y en este continente, el grito es agudo, la herida latente y ahí, en lo más complejo de la realidad, está la dirección de Dios para esta Iglesia.
En este lapso de tiempo estamos invitados a reafirmar que es el Espíritu quien posibilita la experiencia de ser y de sentirnos hermanos; es Él quien configura el rostro multicultural de nuestra Iglesia; es Él quien nos lanza a vivir la comunión; Él quien nos anima a tejer en lo cotidiano el vínculo, la relación, la amistad, el afecto, y quien nos impulsa a querernos, a creernos y cuidarnos, a darnos un lugar, a no excluirnos. Él nos fortalece y anima al profetismo de lo comunitario, a la narrativa más creíble, esa que la sociedad espera ver nítida en los creyentes: la narrativa de la fraternidad y la sororidad, el testimonio del amor que favorece la comunión.
El Espíritu no tolera la uniformidad y por eso hace en todos y en todo el milagro de la diversidad. Culturas, lenguas, sensibilidades, colores, dones, todo diverso y todo llamado a la unidad, todo plural y urgido de comunión. Este Espíritu le exige hoy a la Iglesia un diálogo hondo y auténtico sobre equidad eclesial, esta equidad es humana y bautismal.
Esta andadura común, a la que estamos convocados, la hacemos conscientes de que la historia de la Iglesia supone situarnos en dinámica de continuidad y avance. El impulso de Evangelii gaudium, Laudato si’, Fratelli tutti, Querida Amazonia, del Sínodo sobre los jóvenes y del Sínodo de la Amazonía, nos lanza más allá, a la geografía desconocida, a la frontera, donde habita el más pobre, el migrante, el más enfermo, donde es posible abrazar la tierra y las culturas con reverencia y conscientes de la sacralidad de todo lo creado; nos lanza en condición de discípulos misioneros.
La marca de la propia identidad hace a cada persona portadora de un don, un carisma y un estilo concreto, todos únicos y diferentes, y ahí confluyen las distintas funciones y ministerios de la única vocación eclesial, “sígueme”. Es en este “sígueme” donde todos, todas, laicos, religiosos, ministros ordenados, nos hacemos uno. Durante esta andadura eclesial tendríamos que confirmar que en lo más auténtico del encuentro no se eliminan las identidades personales, cada uno llega al escenario de la relación con lo que es, con su historia y sus sensibilidades, permeado por una realidad y moldeado por una sumatoria de saberes y de experiencias vitales.
La marca de la propia identidad hace a cada persona portadora de un don, un carisma y un estilo concreto, todos únicos y diferentes, y ahí confluyen las distintas funciones y ministerios de la única vocación eclesial, “sígueme”.
Nosotros, vida consagrada, llegamos convencidos de la necesidad de la reforma, habitados por la convicción de que somos Iglesia, con todos ustedes y bautismalmente, mística, misión y profecía. Nuestro compromiso hoy es el de reescribir estos tres relatos esenciales de nuestra identidad y misión.
El peregrinar de este tiempo de la Asamblea al Sínodo será como un laboratorio de encuentro, que supondrá ofrecer el propio don, pero exigirá abandonar la tentación de sentirnos superiores a los demás.
El imperativo es uno, en la experiencia de la propia identidad y con conciencia de la innegable diferencia, todos llamados a la unidad, todos convocados a nuevos modos relacionales, ante los cuales no caben las relaciones utilitaristas, mediatizadas por el miedo, provistas de intereses mezquinos, teñidas de suficiencias. La Iglesia está hoy más que nunca abocada a un nuevo modo relacional, trinitario, más contextualizado, encarnado en la realidad, capaz de escuchar y hacer resonancia de las distintas voces y de ubicarse generando el diálogo fe-cultura, fe-ciencia, fe-tecnología.
Echarnos a andar, con otros, en este hoy de la Iglesia nos llevará a construir juntos, en la vivencia de una auténtica espiritualidad y conscientes de nuestra identidad de sujetos eclesiales y de que, por el bautismo y el sacerdocio común, tenemos una misma dignidad y nos sentimos entonces llamados a contribuir todos a la configuración de una Iglesia más sinodal, en la que será de manera especial, necesaria y significativa, la presencia y la misión de las mujeres, los laicos, los pobres y todos los sujetos emergentes excluidos históricamente.
Esta certeza, de que como Pueblo de Dios estamos llamados a transitar nuevos caminos, debe situarnos a los creyentes en el lugar de la escucha, único, desde el cual podremos sopesar, comprender y asumir los desafíos sociales, culturales, ecológicos que este momento histórico le plantea a la Iglesia y que supondrán desarrollar una actitud dialógica, apostar por nuevas relacionalidades y situarse en camino, con otros, desde la experiencia de que solo el diálogo nos hace crecer.
Esta es la hora para la escucha y para el discernimiento; por eso será necesario situarnos ante la realidad con conciencia del don recibido y dispuestos a la novedad del Espíritu que no para de crear y recrear y nos devolverá a la esencia del cristianismo con la conciencia de que somos misión.
Y este proceso solo será posible con la mirada puesta en Jesús, reconociéndolo como el centro y la clave de nuestra existencia, y en referencia a Él, ordenar el corazón y desear vivir en estado de conversión, es decir, en referencia al origen, al amor primero, a la vocación más auténtica, a lo más radical y profundo del Evangelio. La Iglesia, consciente de su identidad de discípula misionera, está invitada a un desborde místico que nos conduzca a peregrinar al interior sin tregua, y al exterior sin excusa. Que nos movilice, que nos lance, que nos ponga en camino.
Esta es la hora para la escucha y para el discernimiento; por eso será necesario situarnos ante la realidad con conciencia del don recibido y dispuestos a la novedad del Espíritu que no para de crear y recrear y nos devolverá a la esencia del cristianismo con la conciencia de que somos misión. Como mujer, creyente y consagrada, les propongo que optemos de nuevo por el camino, para salir de todas nuestras inercias, que lo recorramos juntas, juntos, que hagamos tejidos nuevos, que no nos tengamos miedo y no les tengamos miedo a las sombras de esta historia. Nos llama, nos convoca, nos moviliza la Pascua. Y esta es la hora de volver al Evangelio, es la hora de lo pequeño, de lo germinal, de las semillas. Por eso quisiera terminar evocando una canción de la hermana Marcela Bonafede, quisiera invitarlos a pensar que este proceso de la Asamblea al Sínodo es un proceso en el que Dios nos confía semillas, lo que tenemos en nuestras manos no son frutos, son semillas; por eso quisiera hacer eco de un estribillo de la canción de Marcela: todos nosotros en nuestras manos tenemos semillas:
“Si me preguntas que tengo en mis manos,
yo te diré semillas,
y aunque falte tanto para ver lo que brotan,
vale la pena cultivar la tierra y esperar”[2].