¿Cómo percibe usted el momento católico actual?
Imagen de portada: “El buen Samaritano” por Claudio Di Girolamo, 2016 (Grafito sobre papel).
Humanitas 2022, C, págs. 338 - 341
Pareciera ser (lo digo en condicional) que los católicos estamos viviendo ese “momento” anunciado por el joven teólogo Joseph Ratzinger en el marco de las cinco lecciones leídas en la “Hessian Rundfunk”[1] en 1969. La última ha sido la más comentada dado su carácter “profético”, pues entre otras cosas el futuro Papa afirmó que “de la crisis actual surgirá una Iglesia que habrá perdido mucho. Será más pequeña y tendrá que volver a empezar más o menos desde el inicio. Ya no será capaz de habitar los edificios que construyó en tiempos de prosperidad”[2]. No es necesario ser un experto para advertir que 53 años después, la Iglesia Católica ya no es una institución hegemónica, casi no ejerce influencia en las decisiones políticas, sociales o económicas de los países, culturalmente es una institución irrelevante, y en algunos países es humillada e incluso perseguida. Dicha crisis pregona el comienzo del fin de la civilización en cuanto cristiana. La filósofa francesa Chantal Delsol en su libro La Fin de la Chretienté[3], precisamente constata el fin de la cristiandad. Según ella, aunque persistirán algunas religiones cristianas, la civilización cristiana occidental ha muerto. La fe cristiana ya no tiene la influencia que alguna vez tuvo en Occidente, ya no incide en las leyes, no permea la cultura, no aporta una cosmovisión. Ya no es la religión, sino el Estado, quien decide qué es legítimo moralmente en nuestras sociedades.
La Iglesia Católica ya no es una institución hegemónica, casi no ejerce influencia en las decisiones políticas, sociales o económicas de los países, culturalmente es una institución irrelevante, y en algunos países es humillada e incluso perseguida. Dicha crisis pregona el comienzo del fin de la civilización en cuanto cristiana.
Pero, atención, los adversarios de la Iglesia no solo están fuera, sino también en su interior. Es evidente que “desde fuera” el catolicismo ha recibido duros mandobles, pero no es menos cierto que los mismos católicos, con honrosas excepciones, por supuesto, han cooperado cavando sus propias tumbas.
¿Estamos en el apogeo de la crisis o ya tocamos fondo? ¿Qué puede ser peor, un cisma? Podría parecer delirante pensar en esta posibilidad, pero quizá no sea exagerado postular que al menos un fantasma recorre el mundo católico, el fantasma del cisma. Suele decirse que Paulo VI temió por dicha posibilidad, después de que “por alguna rendija misteriosa –no, no es misteriosa–; por alguna rendija, el humo de Satanás entró en el templo de Dios”[4]. Tras el revival católico con san Juan Pablo II y Benedicto XVI, este fantasma emerge nuevamente.
El destacado filósofo Robert Spaemann señalaba el 2016 a propósito de la publicación de Amoris laetitia: “El caos ha sido instituido en principio con un golpe de pluma. El Papa habría debido saber que con un paso así divide a la Iglesia y la lleva hacia un cisma. Este cisma no residiría en la periferia, sino en el corazón mismo de la Iglesia”[5]. Por su parte, el cardenal Müller exprefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, llamó tras su salida a las autoridades a
escuchar a quienes tienen dudas serias y justas reclamaciones: no hay que ignorarlos o, peor aún, humillarlos (…). Si no, sin quererlo, el riesgo de una separación lenta puede aumentar, lo que podría desembocar en un cisma de una parte del mundo católico, desorientado y decepcionado. La historia del cisma protestante de Martín Lutero de hace 500 años debería enseñarnos, sobre todo, los errores a evitar.[6]
Huelga mencionar a aquellos grupos ultratradicionalistas que acusan al Papa Francisco reiteradamente de cismático. Otro signo de estos tiempos (pre) cismáticos, sería la experiencia que está viviendo la Iglesia alemana con su llamado Camino Sinodal.
Muchos católicos experimentan una especie de cisma interior que debilita la inteligencia y enfría el corazón, flagelos estos que se manifiestan en una triple ruptura: de la creatura con su Creador, de la creatura con la Creación y de la creatura consigo misma, y por extensión con sus hermanos.
Desconozco si llegaremos a un cisma, pero sí puedo advertir que muchos católicos experimentan una especie de cisma interior que debilita la inteligencia y enfría el corazón, flagelos estos que se manifiestan en una triple ruptura: de la creatura con su Creador (el ateísmo teórico y práctico), de la creatura con la Creación (la crisis del medio ambiente), y de la creatura consigo misma, y por extensión con sus hermanos (las guerras, la violencia, el genocidio del aborto, el terrorismo, y un largo etc.).
¿Cómo superar esta crisis? Es quizá una pregunta humana, demasiado humana. Como nos recuerda el cardenal Ratzinger, “lo que necesita la Iglesia para responder en todo tiempo a las necesidades del hombre es santidad, no management”, pues “detrás de la fachada humana está el misterio de una realidad suprahumana sobre la que no tienen autoridad para intervenir ni el reformador, ni el sociólogo, ni el organizador”[7].
El momento católico actual nos desafía (doctrinal, moral y “políticamente”) a conocer nuestra fe, a vivir y amar nuestra fe, a pensar los grandes problemas que aquejan a nuestro país y a la sociedad a la luz de nuestra fe. Huelga expresarlo, el católico no debe ser ni autoflagelante, ni autocomplaciente, o sea, no debe ceder ante al pesimismo fatalista, o ante el optimismo ingenuo. Desde un sano realismo, digamos que después de este “colapso” (cisma incluido o no), la Iglesia volverá “a empezar desde los orígenes, reencontrándose a sí misma y renaciendo más simple y más espiritual”[8].
¿Habrá llegado, entonces, el momento de abrir nuevamente la caja de Pandora y esta vez dejar salir la esperanza tanto tiempo atrapada en esa caja oscura en que se ha convertido el alma humana? Pero no nos confundamos, es precisamente la esperanza la que nos enseña que no existe catolicismo sin la cruz.