Entrevista a Magdalena Lira Valdés de Ayuda a la Iglesia que Sufre
Ayuda a la Iglesia que Sufre viajó a India y conoció una Iglesia joven y viva que encuentra en el Evangelio nuevas respuestas a sus inquietudes y problemas diarios.
Magdalena Lira Valdés, periodista de Ayuda a la Iglesia que Sufre, ACN-Chile, tuvo el regalo de conocer a principios de este año una India que deja ver el alma de la nación y conocer sus dificultades y su maravillosa grandeza.
Junto a un equipo de periodistas de Ayuda a la Iglesia que Sufre emprendió un viaje al norte, regiones donde el turismo no ha llegado y donde es posible ver más de cerca la realidad y los contrastes de este enorme país y sus millones de habitantes. Esa India rural donde viven en su mayoría los dalits, más conocidos como intocables, la casta más baja de este complejo sistema social hindú donde todo está normado y es parte del propio destino labrado en sucesivas reencarnaciones.
Mons. William D'Souza, obispo de Patna.
A este mundo llega el cristianismo a transmitir el mensaje de que todos los hombres, por el hecho de ser hijos de Dios, tenemos igual dignidad. Que estamos llamados a un destino común: el cielo. Y es ahí donde vemos el Evangelio y cómo la palabra de Dios cambia la vida.
—Con los días, ¿cuál es la imagen que más recuerdas de India, las sensaciones que más prevalecen en tu memoria?
La primera imagen que se me viene a la mente es la del obispo de Patna, Mons. William D’Souza, llegando a una aldea remota, que ni aparece en los mapas. Con una gran sonrisa se acercó a las personas que lo rodeaban. Él los abrazaba, tomaba a los niños en brazos. Algo que a nosotros nos puede parecer natural, normal, pero que allá no lo es. El 100% de los católicos en su diócesis son dalit, también llamados intocables. Ese nombre refleja literalmente cómo los percibe la sociedad hindú. En su complejo sistema de castas, los dalit pertenecen a la más baja. Por ejemplo, lo que ellos tocan queda “contaminado”, tampoco pueden sentarse en la misma mesa con alguien de una casta superior. Entonces para ellos, recibir la visita de un obispo, que los mira a los ojos, que los toca, es una verdadera revolución.
Para mí esa imagen refleja lo que significa la Iglesia en el noreste de India. Una zona de primera evangelización —no lleva más de 100 años— y donde sacerdotes y religiosas les dicen que son hijos de un Dios que los ama sin distinción de ningún tipo, que todos somos hermanos y que tenemos dignidad humana.
A medida que ha pasado el tiempo, he logrado comprender de manera más profunda cómo la Iglesia cambia la vida de los dalit. Los hace valorarse y darse cuenta que su vida tiene sentido. Para ellos, hay un antes y un después de haber escuchado la Palabra de Dios.
—Conociste a misioneras, religiosas, sacerdotes y obispos. ¿Qué fue lo que más te llamó la atención de ellos? ¿Cómo es el trabajo de la Iglesia en medio de tanta pobreza?
La India es un país inmenso, con más de 1.300 millones de habitantes, una nación multicultural, multiétnica y multirreligiosa. El sur de India fue evangelizado por Santo Tomás, mientras que en el noreste la evangelización es muy reciente.
Nosotros fuimos justamente al norte, al estado de Bihar, un lugar de primera evangelización y muy pobre. Ahí nos encontramos con una Iglesia que comparte la pobreza de su gente. Una Iglesia pobre y para los pobres, como dijo el Papa Francisco. Los recursos que tiene son escasos. Sin embargo, ayuda en todo lo que puede, sin hacer distinción de credo.
Una misión de la Iglesia consta de un templo, una escuela, y un internado de niños y otro de niñas. Estos elementos van unidos, son inseparables. Esto se debe a que la mayoría de la población en Bihar es dalit y la ayuda del gobierno llega principalmente a las ciudades, pero los pueblos y aldeas más alejados están solos.
En esos lugares los sacerdotes y religiosas se sienten responsables de mostrar su preocupación por los más desamparados, por ayudarlos día a día en su crecimiento espiritual y, al mismo tiempo, en su desarrollo humano, principalmente dándoles educación, algo que se les ha negado durante generaciones.
Una religiosa nos decía: “Queremos pensar en el futuro de la Iglesia, un futuro en que todos, incluidos las mujeres y los niños, no se sientan abandonados y aislados, sino parte de una misma comunidad de fieles”.
Al ver la dedicación, cariño y preocupación de los sacerdotes y religiosas con los dalit, comprendí lo imprescindible que es la Iglesia en esa zona. Proclama a Jesús y la Buena Nueva, y también defiende la dignidad de cada persona. Acompaña a los más abandonados, los trata con respeto, los escucha. La Iglesia en India transforma vidas.