Tomando como base Evangelii gaudium y Fratelli tutti, el autor hace un recorrido por el pensamiento del Papa Francisco centrándose en los conceptos de local y universal, los que se insertarían en un marco más complejo de cuatro principios: el tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importante que la idea y el todo es superior a la parte. Estos corresponderían a una llamada ecuménica que hace el Santo Padre para regenerar la vida política, económica, social y cultural, y que lo sitúan como un pensador de la globalización.
Imagen de portada: Majestad de Batlló, mediados del siglo XII. Se encuentra en el Museo de Arte de Cataluña. Cristo tallado en madera desarrollado en Cataluña y que toma como referente el Volto Santo de Lucca (Toscana, Italia), objeto de extraordinario culto desde finales del siglo XI.
Humanitas 2022, C, págs. 366 - 387
Introducción
En un escenario mundial marcado por la crisis y la inestabilidad política, económica y social, acentuada desde el año 2020 por la irrupción de la pandemia de Covid-19, la figura del Papa Francisco se presenta, tanto para partidarios como para detractores, como una referencia ineludible.
El presente artículo tomará como base las obras clave para entender el recorrido vital de Jorge Mario Bergoglio[1], especialmente las dedicadas a su pensamiento[2], pero no se detendrá en este campo, amplísimo y todavía en estudio, sino que se centrará en los conceptos de lo local y lo universal abordados en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio) del 4 de noviembre del año 2013 y especialmente en la carta encíclica Fratelli tutti (Hermanos todos) del 3 de octubre de 2020. Dos conceptos que, en asociación, presentan una propuesta poderosa para los pueblos y culturas de la tierra en el andar del siglo XXI.
La Evangelii gaudium y los cuatro principios.
Un marco Aunque la encíclica Lumen fidei (La luz de la fe) del 29 de junio de 2013, figure como el primer documento del Papa Francisco, realmente es una obra de autoría doble, realizada junto con el saliente Papa Benedicto XVI, que, pese a su valor, no permite captar plenamente el estilo de Francisco.
Fue finalmente con la exhortación apostólica Evangelii gaudium cuando se pudo visibilizar un verdadero programa para el nuevo pontificado, iniciado el 13 de marzo de 2013. Se había consumado así el tránsito de la dulzura apacible de Ratzinger a la dulzura impetuosa de Francisco[3].
En la Evangelii gaudium encontramos por primera vez los dos conceptos clave de nuestro estudio: localización y globalización. Que aparecen insertados dentro de un marco mucho más amplio y complejo, que es el de los denominados cuatro principios:
1) El tiempo es superior al espacio.
2) La unidad prevalece sobre el conflicto.
3) La realidad es más importante que la idea.
4) El todo es superior a la parte.
Fue finalmente con la exhortación apostólica “Evangelii gaudium” cuando se pudo visibilizar un verdadero programa para el nuevo pontificado, iniciado el 13 de marzo de 2013. Se había consumado así el tránsito de la dulzura apacible de Ratzinger a la dulzura impetuosa de Francisco.
Los cuatro principios se despliegan en la Evangelii gaudium[4] como una propuesta de presente y de futuro, válido para personas, pueblos e instituciones. “Cuatro principios relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social”[5] –dice Francisco– que contribuyen al “desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo, donde las diferencias se armonicen en un proyecto común”[6]. Estos cuatro principios fueron formulados ya en 2011 por Bergoglio en Nosotros como ciudadanos y nosotros como pueblo, y están profundamente influidos por el teólogo alemán Romano Guardini[7]. Además, ha sido Juan Carlos Scannone S.J., profesor de Jorge Mario Bergoglio, uno de los que mejor los explicaron desde una perspectiva filosófica.[8]
Globalización y localización se conciben en el pensamiento de Francisco correlacionadas y dentro de una visión no dualista, que posibilita la coexistencia de ambas en una doble asociación.
Crucifijo con carga mágica, Congo. Se encuentra en el Museo del muelle Branly, París.
Globalización y localización, una visión no dualista
El punto de partida para este artículo es decisivo. Globalización y localización se conciben en el pensamiento de Francisco correlacionadas y dentro de una visión no dualista, que posibilita la coexistencia de ambas en una doble asociación.
Asegura Francisco:
Entre la globalización y la localización también se produce una tensión. Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante, miméticos pasajeros del furgón de cola, admirando los fuegos artificiales del mundo, que es de otros, con la boca abierta y aplausos programados; otro, que se conviertan en un museo folklórico de «ermitaños» localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus límites.[9]
La correlación entre lo local y lo global no implica anular el drama de la tensión mutua. A la vez tampoco implica un sincretismo o una fagocitación de la una por la otra que destruya las diferencias. Se trata, en definitiva, de un pensamiento no maniqueo[10] que concibe el catolicismo como coincidentia oppositorum a la manera ignaciana[11] y que permite –en palabras de Bergoglio– “la posibilidad de armonizar los opuestos, de invitar a una mesa común conceptos que en apariencia no se podrían acercar, porque los coloca en un plano superior en el que encuentran su síntesis”[12]. Por lo tanto, caer en uno de los dos extremos implica la irrupción de una mirada polarizada que bien posiciona al “yo” en la exaltación autorreferencial de lo propio, en una mirada de “mezquindad cotidiana”, o bien en una defensa de una globalización abstracta, esteticista y naíf.
En Fratelli tutti añadirá, tras citar los dos pasajes anteriores:
Hay que mirar lo global, que nos rescata de la mezquindad casera. Cuando la casa ya no es hogar, sino que es encierro, calabozo, lo global nos va rescatando porque es como la causa final que nos atrae hacia la plenitud. Simultáneamente, hay que asumir con cordialidad lo local, porque tiene algo que lo global no posee: ser levadura, enriquecer, poner en marcha mecanismos de subsidiariedad. Por lo tanto, la fraternidad universal y la amistad social dentro de cada sociedad son dos polos inseparables y coesenciales. Separarlos lleva a una deformación y a una polarización dañina.[13]
Volviendo a la Evangelii gaudium, se detecta una pulsión integral:
El todo es más que las partes, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula, sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza.[14]
El hombre es relación, y se inserta en la historia de un pueblo para el desarrollo pleno de su humanidad. Trabaja en lo más concreto, y a la vez, con el corazón lleno de ideales.
El hombre es relación, y se inserta en la historia de un pueblo para el desarrollo pleno de su humanidad. Trabaja en lo más concreto, y a la vez, con el corazón lleno de ideales. Afirma Francisco: “Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia”. Se aprecia en esta frase los ecos del adagio atribuido a Ignacio de Loyola y recogido en el Hyperion de Hölderlin: Non coerceri maximo, contineri tamen a minimo, divinum est (“No tener límite para lo grande, pero concentrarse en lo pequeño”)[15]. Y es que de alguna manera: “Lo abstracto nos paraliza, en lo concreto se abren caminos de posibilidad”.[16]
En esta tarea de lo concreto la pertenencia a una comunidad no disuelve a la persona en una masa homogeneizadora, ni, por otro lado, la atrapa en un localismo alienante y sin horizontes. Porque: “No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza”. Pueblo y persona son los dos ejes bergoglianos que acompañan a lo local y lo universal. En esta mirada se aprecia la influencia que tiene el personalismo en el pensamiento del Papa Francisco y la teología del pueblo.[17] Y es que en su pensamiento: “toda la realidad social y política no se construye desde la lógica del poder y de los poderosos, sino desde el ethos que anima la vida del pueblo. En efecto, Bergoglio se inscribe en la tradición personalista, barroca y liberadora latinoamericana”[18]. Así su mirada no se asienta en la clásica y manida polarización occidental: individualismo y colectivismo, sino que la trasciende, fundamentalmente al frenar toda ideologización, que es en el fondo una deconstrucción de la patria, de la nación y del país.[19]
Así su mirada no se asienta en la clásica y manida polarización occidental: individualismo y colectivismo, sino que la trasciende, fundamentalmente al frenar toda ideologización, que es en el fondo una deconstrucción de la patria, de la nación y del país.
Continúa Francisco:
El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad. Tanto la acción pastoral como la acción política procuran recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno. Allí entran los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades. Aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores tienen algo que aportar que no debe perderse. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos.[20]
El modelo en toda asociación política o eclesial es para Francisco el poliedro que: “refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad”. Frente a la esfera que aplana las diferencias, el poliedro permite armonizarlas, huyendo de cualquier tendencia al totalitarismo ajeno a la integralidad. Y añade:
A los cristianos, este principio nos habla también de la totalidad o integridad del Evangelio que la Iglesia nos transmite y nos envía a predicar. Su riqueza plena incorpora a los académicos y a los obreros, a los empresarios y a los artistas, a todos. La mística popular acoge a su modo el Evangelio entero, y lo encarna en expresiones de oración, de fraternidad, de justicia, de lucha y de fiesta. La Buena Noticia es la alegría de un Padre que no quiere que se pierda ninguno de sus pequeñitos. Así brota la alegría en el Buen Pastor que encuentra la oveja perdida y la reintegra a su rebaño. El Evangelio es levadura que fermenta toda la masa y ciudad que brilla en lo alto del monte iluminando a todos los pueblos. El Evangelio tiene un criterio de totalidad que le es inherente: no termina de ser Buena Noticia hasta que no es anunciado a todos, hasta que no fecunda y sana todas las dimensiones del hombre, y hasta que no integra a todos los hombres en la mesa del Reino. El todo es superior a la parte.[21]
Así, Francisco concibe el cristianismo desde una dimensión católica (καθολικός/universal) donde personas y pueblos son iguales ante un Dios misericordioso que supera las divisiones de clase, raza o sexo.[22]
Crucifijo de Benvenuto Cellini. Se encuentra en la Basílica del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Está realizado en mármol blanco de Carrara y fue un regalo del Gran Duque de la Toscana al Rey Nuestro Señor Felipe II.
Lo local y lo universal en Fratelli tutti
La última encíclica del Papa Francisco, Fratelli tutti. Sobre la fraternidad y la amistad social, contiene numerosos vasos comunicantes con la Evangelii gaudium. Y en ella se encuentra un mayor desarrollo de nuestro tema. Concretamente en el capítulo IV “Un corazón abierto al mundo entero”, encontramos un epígrafe titulado: “Local y Universal”, que se subdivide en tres partes: 1) El sabor local, 2) El horizonte universal y 3) Desde la propia región.[23]
La última encíclica del Papa Francisco, “Fratelli tutti. Sobre la fraternidad y la amistad social”, contiene numerosos vasos comunicantes con la “Evangelii gaudium”. Y en ella se encuentra un mayor desarrollo de nuestro tema.
1) El sabor local
Tras volver a plantear la asociación entre localización y globalización, que aparecía ya en Evangelii gaudium[24], se añade: La solución no es una apertura que renuncia al propio tesoro. Así como no hay diálogo con el otro sin identidad personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales. No me encuentro con el otro si no poseo un sustrato donde estoy firme y arraigado, porque desde allí puedo acoger el don del otro y ofrecerle algo verdadero. Solo es posible acoger al diferente y percibir su aporte original si estoy afianzado en mi pueblo con su cultura. Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad su tierra y se preocupa por su país, así como cada uno debe amar y cuidar su casa para que no se venga abajo, porque no lo harán los vecinos. También el bien del universo requiere que cada uno proteja y ame su propia tierra. De lo contrario, las consecuencias del desastre de un país terminarán afectando a todo el planeta. Esto se fundamenta en el sentido positivo que tiene el derecho de propiedad: cuido y cultivo algo que poseo, de manera que pueda ser un aporte al bien de todos.[25]
No es posible el auténtico diálogo con el otro (διάλογος), un intercambio entre el “yo” y el “tú”, si no se da un verdadero enraizamiento en la propia tierra. Si no existe identidad y conocimiento de lo propio desde una doble dimensión persona-pueblo. “La solución no es una apertura que renuncia al propio tesoro”. Por lo que todo intercambio se plantea bajo la tensión: identidad y apertura. Se trata de “sufrir” el conflicto, sabiendo que podemos exacerbarlo al posicionarnos con un lado u otro, o lavarnos las manos para evitarlo y negar la tensión surgida.[26]
Por eso esta llamada al diálogo no es claudicación, ni es enroque, ni tampoco afectación esteticista para confluir cómodamente en los consensos sociales. Sino que es un viaje en compañía de quien tiene la necesidad de ser complementado por el otro en su propia patria y en el mundo.
Por eso esta llamada al diálogo no es claudicación, ni es enroque, ni tampoco afectación esteticista para confluir cómodamente en los consensos sociales. Sino que es un viaje en compañía de quien tiene la necesidad de ser complementado por el otro en su propia patria y en el mundo. Esta aventura conlleva una tensión permanente ejercitando lo que Francisco en su tradición jesuítica denomina: pensamiento abierto[28]. “Con Guardini aprendí a no exigir certezas absolutas en todas las cosas, lo cual es signo de un espíritu ansioso”[28]. Cultivar el diálogo para el cuidado de lo local y lo universal.
Y añade:
Además, este es un presupuesto de los intercambios sanos y enriquecedores. El trasfondo de la experiencia de la vida en un lugar y en una cultura determinada es lo que capacita a alguien para percibir aspectos de la realidad que quienes no tienen esa experiencia no son capaces de percibir tan fácilmente. Lo universal no debe ser el imperio homogéneo, uniforme y estandarizado de una única forma cultural dominante, que finalmente perderá los colores del poliedro y terminará en el hastío. Es la tentación que se expresa en el antiguo relato de la torre de Babel: la construcción de una torre que llegara hasta el cielo no expresaba la unidad entre distintos pueblos capaces de comunicarse desde su diversidad. Por el contrario, fue una tentativa engañosa, que surgía del orgullo y de la ambición humana, de crear una unidad diferente de aquella deseada por Dios en su plan providencial para las naciones (cf. Gn 11,1-9).[29]
Una vida enraizada en la patria, en lo más local e inmediato, permite contemplar mejor la realidad. Mirar la experiencia personal para hacer un juicio sobre ella y poder acoger mejor la realidad. Se perciben aquí los ecos del sacerdote italiano Luigi Giussani, especialmente de su libro de referencia El Sentido Religioso[30], que tuvo una gran resonancia en Francisco[31].
Frente a esta experiencia localizada, lo universal no puede ser la expresión de un colonialismo cultural de las grandes potencias mundiales o de las grandes multinacionales. Es decir, de los centros de poder político y económico que tienden en muchas ocasiones a despreciar u olvidar a las periferias. Este tipo de globalización, más bien esférica y de talante economicista, articulada desde 1989, impide el cultivo de una globalización poliédrica y multipolar[32].
Cristo de Carrizo. Tallado en marfil, procede de un antiguo monasterio cisterciense llamado Santa María de Carrizo de la Ribera, León, y se supone fue realizado en el taller de marfiles de San Isidoro. Está datado a finales del siglo XI.
En este sentido:
Hay una falsa apertura a lo universal, que procede de la superficialidad vacía de quien no es capaz de penetrar hasta el fondo en su patria, o de quien sobrelleva un resentimiento no resuelto hacia su pueblo. En todo caso, «siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. […] No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza», es el poliedro, donde al mismo tiempo que cada uno es respetado en su valor, «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas».[33]
Es decir, la apertura a lo global no permea desde la superficialidad snob de quien se adhiere a los modelos hegemónicos que articulan el rodillo de una globalización esférica, olvidando las raíces de su pueblo. Ni tampoco desde una posición de resentimiento y de odio hacia la casa propia. Para evitarlo se recuerda que: “Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia”. Francisco retoma aquí las resonancias de Ignacio de Loyola: Non coerceri maximo, contineri tamen a minimo, divinum est[34].
“Hay narcisismos localistas que no son un sano amor al propio pueblo y a su cultura. Esconden un espíritu cerrado que, por cierta inseguridad y temor al otro, prefiere crear murallas defensivas para preservarse a sí mismo”. Papa Francisco.
Maestro bizantino. Crucifijo del Museo Nacional de san Mateo, Pisa. De autor desconocido, la obra data de 1230 aprox. Pergamino sobre tablero, 297 cm x 234 cm.
2) El horizonte universal
Confrontarse con la realidad a través de lo local, de lo más inmediato, no está exento de dinámicas nocivas:
Hay narcisismos localistas que no son un sano amor al propio pueblo y a su cultura. Esconden un espíritu cerrado que, por cierta inseguridad y temor al otro, prefiere crear murallas defensivas para preservarse a sí mismo. Pero no es posible ser sanamente local sin una sincera y amable apertura a lo universal, sin dejarse interpelar por lo que sucede en otras partes, sin dejarse enriquecer por otras culturas o sin solidarizarse con los dramas de los demás pueblos. Ese localismo se clausura obsesivamente en unas pocas ideas, costumbres y seguridades, incapaz de admiración frente a la multitud de posibilidades y de belleza que ofrece el mundo entero, y carente de una solidaridad auténtica y generosa. Así, la vida local ya no es auténticamente receptiva, ya no se deja completar por el otro; por lo tanto, se limita en sus posibilidades de desarrollo, se vuelve estática y se enferma. Porque en realidad toda cultura sana es abierta y acogedora por naturaleza, de tal modo que «una cultura sin valores universales no es una verdadera cultura».[35]
El enraizamiento en el pueblo y en la cultura propia puede dañar la relación con lo real si derivan en “narcisismos localistas”, donde el amor a la patria enferma ante el olvido de la alteridad, convirtiéndose así en mero nacionalismo[36]. Se bloquea la relación con el otro, ya sea el compatriota o el migrante, acentuando una dialéctica amigo-enemigo tanto dentro como fuera del país. La persona se vuelve “incapaz de admiración frente a la multitud de posibilidades y de belleza que ofrece el mundo entero”, así como de abrirse a lo genuinamente humano que florece en toda verdadera expresión cultural. Ante esta incapacidad se da una decaída del “yo” y del “nosotros”, de la persona y del pueblo en un contexto regional-nacional-global.
Esta incapacidad de apertura tiene una explicación:
Reconozcamos que una persona, mientras menos amplitud tenga en su mente y en su corazón, menos podrá interpretar la realidad cercana donde está inmersa. Sin la relación y el contraste con quien es diferente, es difícil percibirse clara y completamente a sí mismo y a la propia tierra, ya que las demás culturas no son enemigos de los que hay que preservarse, sino que son reflejos distintos de la riqueza inagotable de la vida humana. Mirándose a sí mismo con el punto de referencia del otro, de lo diverso, cada uno puede reconocer mejor las peculiaridades de su persona y de su cultura: sus riquezas, sus posibilidades y sus límites. La experiencia que se realiza en un lugar debe ser desarrollada “en contraste” y “en sintonía” con las experiencias de otros que viven en contextos culturales diferentes.[37]
Ni un corazón solitario, sin la compañía de la razón, ni una razón sin la calidez que le proporciona el corazón. Ni sentimentalismo ni racionalismo puro. En este sentido podemos afirmar con Blaise Pascal que existen “dos extremos: excluir la razón y no admitir más que la razón”.
Un mal uso de la razón y del corazón dañan la relación del “yo” con lo real. ¿Y qué es lo más real sino el rostro del otro? Especialmente del más diferente. El acercamiento al “tú” pasa entonces por una apertura de la razón y una calidez del corazón que permiten “tocar” lo más nuclear de la persona, e iniciar un verdadero diálogo que redescubre y que reconoce la particularidad personal, cultural, con “sus riquezas, sus posibilidades y sus límites”. Solo así se puede evitar una dañina y peligrosa disociación entre razón y corazón.
Ni un corazón solitario, sin la compañía de la razón, ni una razón sin la calidez que le proporciona el corazón. Ni sentimentalismo ni racionalismo puro. En este sentido podemos afirmar con Blaise Pascal que existen “dos ext remos: excluir la razón y no admitir más que la razón”[38].
Así se vislumbra un horizonte que conmueve, y es que:
En realidad, una sana apertura nunca atenta contra la identidad. Porque al enriquecerse con elementos de otros lugares, una cultura viva no realiza una copia o una mera repetición, sino que integra las novedades “a su modo”. Esto provoca el nacimiento de una nueva síntesis que finalmente beneficia a todos, ya que la cultura donde se originan estos aportes termina siendo retroalimentada. Por ello exhorté a los pueblos originarios a cuidar sus propias raíces y sus culturas ancestrales, pero quise aclarar que no era «mi intención proponer un indigenismo completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda forma de mestizaje», ya que «la propia identidad cultural se arraiga y se enriquece en el diálogo con los diferentes y la auténtica preservación no es un aislamiento empobrecedor». El mundo crece y se llena de nueva belleza gracias a sucesivas síntesis que se producen entre culturas abiertas, fuera de toda imposición cultural.[39]
Un encuentro sin barreras a corazón abierto permite descubrir que “el otro es un bien”[40]. Este punto de partida abre inmensas posibilidades para regenerar los lazos sociales, rompiendo la idea de que el otro es una amenaza. Esto se aplica también a las culturas, que si quieren crecer deben estar abiertas a lo nuevo, bebiendo a la vez de sus raíces. Tradición y novedad. En cierto modo se presenta aquí una nueva coincidentia oppositorum entre tradición y modernidad. Y es que como decía el adagio medieval: nanos gigantum humeris insidentes (somos enanos en hombros de gigantes). Así nacen las nuevas síntesis.
Para Francisco estas nuevas síntesis son siempre enriquecedoras. Y es que él es hijo de una cultura como la latinoamericana, que ha nacido como nueva síntesis. El ethos de la cultura latinoamericana nace de un encuentro (asimétrico) entre las naciones ibéricas y los pueblos indígenas, generador de nueva síntesis cultural: la mestiza, afianzada en la religiosidad popular y la Virgen de Guadalupe[41].
Un encuentro sin barreras a corazón abierto permite descubrir que “el otro es un bien”. Este punto de partida abre inmensas posibilidades para regenerar los lazos sociales, rompiendo la idea de que el otro es una amenaza.
Las culturas abiertas y en diálogo facilitan la globalización poliédrica huyendo de una globalización esférica propulsada por los poderosos como herramienta de dominio, y de localismos cerrados que pueden derivar en “narcisismos localistas” y en cierto indigenismo. Las nuevas síntesis generan belleza y vida en la historia de las personas y de los pueblos. Y es que:
Para estimular una sana relación entre el amor a la patria y la inserción cordial en la humanidad entera, es bueno recordar que la sociedad mundial no es el resultado de la suma de los distintos países, sino que es la misma comunión que existe entre ellos, es la inclusión mutua que es anterior al surgimiento de todo grupo particular. En ese entrelazamiento de la comunión universal se integra cada grupo humano y allí encuentra su belleza. Entonces, cada persona que nace en un contexto determinado se sabe perteneciente a una familia más grande sin la que no es posible comprenderse en plenitud.[42]
Así, partiendo de un patriotismo abierto a lo global, la globalización se presenta como una comunión en la diversidad que posibilita la paz y el desarrollo.
Este enfoque, en definitiva, reclama la aceptación gozosa de que ningún pueblo, cultura o persona puede obtener todo de sí. Los otros son constitutivamente necesarios para la construcción de una vida plena. La conciencia del límite o de la parcialidad, lejos de ser una amenaza, se vuelve la clave desde la que soñar y elaborar un proyecto común. Porque «el hombre es el ser fronterizo que no tiene ninguna frontera».[43]
Al alejarse de cualquier pretensión prometeica y descubrir que el otro es un bien, el hombre puede descubrir que no es la razón última de todo, evitando quedar “clausurado en la inmanencia de su propia razón o sentimientos”[44]. El límite propio de todo ser humano, especialmente en este tiempo de crisis, puede convertirse en un punto de partida para salir al encuentro del otro y poder soñar juntos un mundo más fraterno. Y es que “la modernidad, que tanto desarrolló y proyectó la libertad y la igualdad, necesita hoy vincularse a la fraternidad”, porque: “la fraternidad dará a la libertad y a la igualdad su justa sinfonía”[45].
El límite propio de todo ser humano, especialmente en este tiempo de crisis, puede convertirse en un punto de partida para salir al encuentro del otro y poder soñar juntos un mundo más fraterno.
3) Desde la propia región
Un contexto global heterogéneo que no obstruye los vasos comunicantes con lo local permite no destruir las particularidades y diferencias de los más débiles. En este sentido:
Gracias al intercambio regional, desde el cual los países más débiles se abren al mundo entero, es posible que la universalidad no diluya las particularidades. Una adecuada y auténtica apertura al mundo supone la capacidad de abrirse al vecino, en una familia de naciones. La integración cultural, económica y política con los pueblos cercanos debería estar acompañada por un proceso educativo que promueva el valor del amor al vecino, primer ejercicio indispensable para lograr una sana integración universal.[46]
La pieza forma parte de la colección de arte colonial americano Joaquín Gandarillas Infante, de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Una educación para la apertura parte desde lo local, desde el propio vecindario y la buena relación con los países vecinos. Solo así es posible llegar a una “familia de naciones”. Si no se parte de lo más concreto, es imposible llegar a lo más global. No se puede amar a la patria ni a la humanidad en abstracto si no se parte de personas, de rostros concretos. Y es en este intercambio regional cuando las periferias fecundan el centro.[47]
Así:
En algunos barrios populares, todavía se vive el espíritu del “vecindario”, donde cada uno siente espontáneamente el deber de acompañar y ayudar al vecino. En estos lugares que conservan esos valores comunitarios, se viven las relaciones de cercanía con notas de gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un “nosotros” barrial. Ojalá pudiera vivirse esto también entre países cercanos, que sean capaces de construir una vecindad cordial entre sus pueblos. Pero las visiones individualistas se traducen en las relaciones entre países. El riesgo de vivir cuidándonos unos de otros, viendo a los demás como competidores o enemigos peligrosos, se traslada a la relación con los pueblos de la región. Quizás fuimos educados en ese miedo y en esa desconfianza.[48]
En determinados lugares, especialmente en los barrios populares, detecta Francisco unos vínculos comunitarios que no se han perdido. Un estar juntos basado en una espontaneidad no sujeta a cálculos o intereses económicos.
En determinados lugares, especialmente en los barrios populares, detecta Francisco unos vínculos comunitarios que no se han perdido. Un estar juntos basado en una espontaneidad no sujeta a cálculos o intereses económicos. Esta reivindicación de lo comunitario no responde a ningún tipo de tradicionalismo que idealiza el mundo rural como Arcadia feliz, ni a una defensa de las grandes megalópolis deshumanizadas por el individualismo y el consumismo. Lo más local pasa así por un “nosotros barrial”, que puede ser urbano o rural. Donde el individualismo aparece como el mayor enemigo de la fraternidad[49]. Sobre todo por su potencialidad para contaminar lo local, lo que tiene consecuencias imprevisibles, ya que la contaminación de lo local puede derivar en metástasis universal. Es la llamada “cultura del descarte”[50], tan presente en el mensaje del pontificado de Francisco, y que es generadora de “desechos humanos”:
los pobres, los ancianos, los discapacitados, los no nacidos. Cuya consecuencia es la soledad y la orfandad espiritual[51].
Además:
Hay países poderosos y grandes empresas que sacan rédito de este aislamiento y prefieren negociar con cada país por separado. Por el contrario, para los países pequeños o pobres se abre la posibilidad de alcanzar acuerdos regionales con sus vecinos que les permitan negociar en bloque y evitar convertirse en segmentos marginales y dependientes de los grandes poderes. Hoy ningún Estado nacional aislado está en condiciones de asegurar el bien común de su propia población.
Personas y pueblos que están aislados son más fáciles de ser oprimidos por los poderes hegemónicos. Sin embargo, y a pesar de esta situación de injusticia, los pobres son los verdaderos generadores de cambio, como aseguró el Papa Francisco en el Segundo Encuentro Mundial de los Movimientos Populares el 9 de julio de 2015:
Pueden hacer mucho. ¡Pueden hacer mucho! Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden hacer y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas en la búsqueda cotidiana de las “tres T”. ¿De acuerdo? Trabajo, techo y tierra. Y, también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen![52]
Sabiendo que todo cambio de estructuras es estéril si no viene precedido de un cambio del corazón[53], es necesario cambiar el corazón para transformar lo local y lo universal. “Veo con alegría que ustedes trabajan en lo cercano, cuidando los brotes; pero, a la vez, con una perspectiva más amplia, protegiendo la arboleda”[54]. Quizá todo ello sea imposible sin un encuentro intergeneracional entre jóvenes y ancianos. Entre raíces y hojas. “Un árbol separado de sus raíces no solo no da flores ni frutos, sino que se seca”[55].
Y es que ni personas, ni pueblos, ni instituciones, podemos vivir ajenos los unos de los otros, especialmente tras la tragedia global del Covid-19, que despertó durante un tiempo la conciencia de una humanidad unida, recordándonos que: “Nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos”[56].
Y es que ni personas, ni pueblos, ni instituciones, podemos vivir ajenos los unos de los otros, especialmente tras la tragedia global del Covid-19, que despertó durante un tiempo la conciencia de una humanidad unida, recordándonos que: “Nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos”.
Cruz-relicario del año 1000 aprox. Se encuentra en el Museo Nacional de Arte y Diseño Victoria y Alberto, Londres. La figura de Cristo, hecha de marfil de morsa, proviene de Inglaterra, y la cruz, con placas de oro sobre cedro, proviene de Alemania.
Conclusión
Un estudio más completo de los textos aquí presentados permitirá seguir indagando en estos pensamientos e ideas de Francisco, quien pese a expresarse en términos sencillos contiene una enorme y profunda riqueza[57].
El actual contexto mundial está marcado por una globalización neoliberal que se ha hecho hegemónica desde la caída del Muro en 1989[58]. Esta globalización esférica basada en una “fe neoliberal”[59] –como dice Francisco– sitúa la economía por encima de las personas y de los pueblos y genera una cultura del descarte, de la exclusión y de la ruptura de los vínculos comunitarios, que daña profundamente la justicia social y el marco de convivencia democrático.
Por estas razones la propuesta de Francisco, a través de los denominados “cuatro principios”, es una llamada ecuménica para regenerar la vida política, económica, social y cultural
El siglo XXI ha acentuado la legitimación sin condiciones de esta globalización capitalista[60] que tras la irrupción de la figura de Donald Trump y de un trumpismo con proyección internacional, ha polarizado las sociedades occidentales hasta límites insospechados. Para muchos se trata de un fascismo posmoderno hibridado con el neoliberalismo[61], que reivindica un Mercado total sin ciudadanía y sin derechos[62]. Y que ha encontrado aliados entre muchos cristianos[63] en una deriva teoconservadora[64].
Por estas razones la propuesta de Francisco, a través de los denominados cuatro principios, es una llamada ecuménica para regenerar la vida política, económica, social y cultural. Más concretamente considero que la correlación de lo local y lo universal, presentada en este artículo, desactiva un tipo de dialéctica polarizadora dañina para cualquier sociedad (y que además se encuentra muy extendida dentro del mundo occidental) según la cual estaríamos asistiendo a una batalla política, a muerte y de tintes apocalípticos, entre “patriotas” y “mundialistas”. Por todo esto, se puede considerar a Francisco como un pensador de la globalización. Un pensador original y de vanguardia, que, movido por un impulso profundamente cristiano, anhela la paz y la fraternidad entre los pueblos de la tierra en un contexto de crisis. “Bienaventurados sean los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”[65].