Peregrinación de más de cien huasos cuasimodistas de las localidades de Huelquén y Chada en la comuna de Paine.
Ya vamos bien avanzados en agosto y aún no llueve. La cordillera no tiene nieve, los cerros están secos, por los ríos y esteros no corre agua y los tranques y embalses no superan el 25% de reservas que debiesen tener en este tiempo. Como dicen en TV Tiempo, la alta presión, el anticiclón del Pacífico, el niño o la niña, no quieren nada con nuestro país y nos tienen apresados en más de diez años de sequía que hace evidente la desertificación de la zona central y amenazan con pérdidas de cultivos, racionamientos de aguas y la pérdida del bosque esclerófilo nativo de esta zona del país.
Mientras tanto miramos al cielo buscando una nube cargada, nos concentramos para ver si sopla viento norte, si el aire se pone un poco más tibio como anunciado que lloverá, o verificamos si el norte se puso claro y el sur oscuro para cumplir con el “aguacero seguro”, pero nada. Seguimos mirando el cielo y de pronto nos acordamos de que allá arriba hay un Señor de la historia, un Dios Padre, un Creador Providente, “que hace llover sobre buenos y malos”. Pero qué sacamos con rezar, si el clima es el clima y la fe es la fe. Ciencia y creencia, agua y aceite, método y superstición.
Dejando ese debate eterno seguir su rutina y a los climatólogos en sus teorías, es bueno saber que desde tiempos inmemoriales, siguiendo viejas tradiciones coloniales, los hombres y mujeres de campo han acudido a san Isidro Labrador, patrono de los campesinos, rogando para que interceda ante Dios por la lluvia y pidiendo por que el clima sea propicio para las siembras, cosechas y ganado. Generación tras generación han salido cada 15 de mayo y cuando las condiciones han sido extremas a pasear por los campos, cerros y poblados la imagen de san Isidro rezándole devotamente: “San Isidro barbas de oro, ruega a Dios que llueva a chorro” o “San Isidro labrador, ruega a Dios que salga el sol”, según sea la ocasión. Parecen historias añejas de un Chile que ya no existe, de viejas supersticiones propias de un país subdesarrollado. Pero son parte de nuestro ADN cultural, raíces que están arraigadas en lo profundo de nuestro pueblo que cada cierto tiempo vuelven a aparecer, recordando que la fe popular está viva y contiene pistas para el Chile que estamos pensando.
Más de cien huasos cuasimodistas, hombres, mujeres, niños, de las localidades de Huelquén y Chada en la comuna de Paine, fuimos este domingo 8 de agosto a peregrinar con el “Santo” por las calles y campos. Varias familias salieron al encuentro con genuina devoción colocando altares con sus imágenes mas queridas, mientras que los celulares de muchos de los transeúntes grababan para compartir en sus chats y redes sociales la emoción de lo que estaban presenciando o la locura surrealista de este grupo de ingenuos que creen que por rezar va a cambiar el tiempo.
¿Lloverá? No lo sé. Confiadamente espero que sí. Pero de lo que sí estoy seguro es de cuánta razón tenía el Papa Francisco cuando en su visita a Chile majaderamente nos insistía en que no podemos menospreciar la sabiduría de los pueblos que conforman esta bendecida tierra, sabiduría cargada de intuiciones y olfato que no se puede obviar a la hora de pensar Chile[1].