Al comentar el cuarto capítulo de “Evangelium Vitae”, el Profesor Carl. A. Anderson, decano del Instituto Pontificio “Juan Pablo II” de Estudios sobre el matrimonio y la familia, de Washington, apela a la antropología cristocéntrica de la encíclica para auspiciar también la creación de nuevas iniciativas pastorales.

La encíclica Evangelium Vitae desarrolla el llamado a que el Pueblo de Dios se convierta en “pueblo de la vida y para la vida” (Nº6). Para que esto se haga realidad, Juan Pablo II, en la cuarta parte de la encíclica, afirma la urgencia de “una movilización general de la conciencia y de un común esfuerzo ético, para efectuar una gran estrategia a favor de la vida” (Nº 95).

Por otra parte, para que esto sea posible, es necesaria una nueva formación de las conciencias “sobre el valor inconmensurable e inviolable de cada vida humana” (Nº 96). Es la transformación de las conciencias individuales en solidaridad con aquellas de los demás lo que hará posible la adopción de un “nuevo estilo de vida que se expresa en el poner como fundamento de las opciones concretas una justa escala de valores”, que reafirme “la primacía del ser sobre el tener, de la persona sobre las cosas” (Nº 8). Este nuevo estilo es la característica de la cultura de la vida. De este modo, Evangelium Vitae encuentra un vínculo inseparable entre la formación de la conciencia y los pasos concretos necesarios para la transformación de la sociedad.

Entre los muchos argumentos considerados por Evangelium Vitae, aquel que se refiere especialmente a la cuestión de las iniciativas prácticas inspiradas por la encíclica, es también el argumento central de la encíclica misma: vale decir, es a través de la persona y la vida de Jesucristo que se llega a conocer la identidad de la persona humana y el valor de la vida humana (Nº29). Esta comprensión cristocéntrica de la persona humana es desarrollada en la encíclica como una respuesta a las actuales circunstancias culturales que amenazan la dignidad de la vida y de la persona humana. Pero la crisis actual, que afecta a la persona o a la cultura, requiere que el ser humano y su vida con los demás sean comprendidos como una imagen de Dios que subraya la dimensión trinitaria. Cristo “es la imagen perfecta del Padre” (Nº36) y es en la relación entre el Hijo y el Padre que la persona humana es capaz de comprender el significado más profundo de su propia existencia.

La luz de la Encarnación ofrece una visión de la persona humana que fundamenta su integridad y su autonomía de una manera no aislada, sino dentro de la comunidad. La unidad de la persona humana en su irrepetibilidad se afirma desde el primer instante de su existencia; desde el comienzo de la propia vida cada persona es radicalmente dependiente de una única e irreproducible comunión con los demás. Esta es la primera e innegable lección de la concepción y de la primera gestación de todo ser humano en el seno de la madre. De esta manera, la vida de cada persona encuentra su autonomía, no “a pesar” de sus relaciones con los demás, sino a través de ellas. Este aspecto trinitario de la existencia humana, que penetra de una manera tan profunda Evangelium Vitae, ofrece el único auténtico camino para huir de la amenaza cultural más opresora de la vida humana de hoy en día, es decir “la idea pervertida de libertad” que presenta del individualismo radical de tantas sociedades contemporáneas (Nº 18-20).

Un don para contemplar

La comprensión cristocéntrica de la persona humana nos brinda el otro gran pilar de la encíclica: la comprensión de que la vida humana, desde su primer momento y a lo largo de su desarrollo, debe ser siempre considerada como un “don inestimable” (Nº83). Esta visión de la vida humana como “don” debe ser “contemplada” en su dimensión creadora y redentora, ya que es a través de ella que se puede comprender su “valor” último. Del mismo modo, la pérdida de la conciencia de la existencia humana como un continuo “don” resulta de la creciente pérdida de la dignidad humana y de la gran amenaza tecnológica a su existencia. Cuando una sociedad tecnológica pierde la conciencia de la vida humana como un don precioso que debe ser recibido y acogido con gratitud, inevitablemente comienza a considerar a la vida humana como algo que puede ser manipulado, controlado y utilizado, de acuerdo a los propios designios y expectativas. De este modo las sociedades humanas empiezan a considerar la vida humana como un objeto de fabricación y, debido a esta tendencia, a considerar como un objeto de fabricación también la verdad sobre la vida humana. La recuperación del sentido de la vida humana como “don” y de la “criaturalidad” de la naturaleza humana es un peldaño indispensable hacia la recuperación de la dignidad humana, pero es también un peldaño indispensable para huir de aquel relativismo moral que tanto amenaza dicha dignidad.

Es evidente por lo tanto, que la encíclica propone una antropología de la persona humana y una visión de su dignidad que es profundamente práctica en sus implicancias para la misión de la Iglesia.

La Evangelium Vitae apela a la Iglesia para que “haga llegar el Evangelio de la vida al corazón de cada hombre y mujer y para introducirlo en los pliegues más recónditos de toda la sociedad” (Nº80). Para que esto pueda llevarse a cabo, el Santo Padre sostiene que la Iglesia debe proclamar “el núcleo de este Evangelio” que, como lo explica, debe comprender “la presentación de la vida humana como vida de relación, don de Dios, fruto y señal de su amor” (Nº81). Ya que esta antropología de la encíclica lleva esencialmente a un nuevo discurso en muchas sociedades, es evidente que los pasos prácticos que hay que realizar para llevar a cabo la encíclica deberían ser tomados en el contexto de una amplia “proclamación” de la encíclica misma. Por otro lago, mientras que se ha puesto énfasis en el análisis de la encíclica con respecto al aborto, la eutanasia, el suicidio, y otras situaciones en las que seres humanos inocentes son intencionalmente asesinados, el tema principal de la encíclica consiste en proponer una visión de la persona y de la vida humana fundadas en el Evangelio, con las inquietudes que esto debiera despertar en el cristiano individualmente, la Iglesia y la sociedad en general. Sin embargo, la encíclica no debiera verse reducida a un mero tratado sobre el aborto y la eutanasia, sino considerarla más bien como una guía teológica para la evangelización de una cultura de la vida dentro de la comunidad cristiana (Nº95). Por consiguiente, la encíclica requiere que su mensaje sea considerado e integrado dentro de un amplio abanico de perspectivas que le corresponden, entre otros, a los ministros que se ocupan de la evangelización, la familia, la vida, la catequesis, la preparación para el matrimonio, la educación de los seminaristas y la formación de los sacerdotes.

Sin embargo, la evangelización de la vida de la familia sigue siendo central en la encíclica. La Evangelium Vitae sostiene que la responsabilidad de la familia es decisiva en el interior del “pueblo de la vida y por la vida” (Nº 92). El contexto familiar ofrece la primera experiencia en la cual la realidad de la intuición antropológica de la encíclica puede llevarse a cabo en las acciones prácticas de la vida cotidiana. En cuanto tal, “la familia es verdaderamente ‘el santuario de la vida’: el lugar en el cual la vida -don de Dios- puede ser adecuadamente escuchada y protegida” (Nº 92). Es en la familia donde la mayoría del Pueblo de Dios aprende a considerar a la vida humana como “don” y a comprender que la unidad de la persona humana y su personalidad se desarrollan en sus relaciones con los demás y a través de ellas. Y es también dentro de la familia que cada persona experimenta de qué manera una “sincera entrega de sí mismo”, hecha a los demás, está en la base de la civilización del amor al que es llamado el Pueblo de Dios. De este modo, la Evangelium Vitae reconoce que “el rol de la familia en construir una cultura de la vida es decisivo e insustituible” (Nª 92).

La encíclica también ofrece una reflexión más profunda sobre por qué la misión de la Iglesia en las confrontaciones de la familia es el meollo de la nueva evangelización y la razón por la cual “la Iglesia debe promover incansablemente una pastoral familiar capaza de estimular a cada familia a redescubrir y vivir con alegría y coraje su misión en las confrontaciones del Evangelio de la vida” (Nº 94). A más de veinticinco años de la promulgación de la Humanae Vitae es evidente que la misión de la Iglesia de evangelizar la vida de la familia se ha visto trágicamente impedida por su incapacidad, en muchas situaciones, de superar barreras culturales y otras, para la evangelización de la misión de la familia en lo que respecta a la transmisión de la vida humana.

La familia sólo no puede vivir su propio testimonio evangélico como “un pueblo de la vida y un pueblo para la vida” si sigue teniendo dudas con respecto a la verdadera dimensión procreadora del amor conyugal. Es por esto que el Santo Padre escribe: “Sólo el amor verdadero puede proteger la vida. Por lo tanto, no se puede dejar de ofrecerle, sobre todo a los adolescentes y a los jóvenes, una auténtica educación a la sexualidad y al amor, una educación que implique la formación en la castidad como virtud que favorece la madurez de la persona y la hace capaz de respetar el significado “esponsal” del “cuerpo” (Nº 97). La reciente Carta a las familias y la Evangelium Vitae, tomadas en conjunto, brindan un enfoque pastoral a la evangelización de la vida familiar plenamente adecuado a las amenazas culturales que las familias cristianas de hoy en día deben afrontar.

Tres áreas que se deben privilegiar

Buena parte del mensaje de la Evangelium Vitae está basado en la premisa de que la familia es el punto central para el encuentro entre la Iglesia en su misión evangelizadora y la sociedad contemporánea. Es por esto que el papel de la mujer es insustituible en la misión de la Iglesia. La encíclica explica cómo “dentro del cambio cultural a favor de la vida las mujeres tienen un espacio de pensamiento y de acción especial y una fuerza determinante” (Nº 99). El Santo Padre identifica tres áreas que requieren de atención urgente. Menciona la necesidad que tienen las mujeres de “hacerse promotoras” de “un nuevo feminismo” que no caiga “en la tentación de perseguir modelos masculinos” con el fin de superar modelos históricos de discriminación y explotación (Nº 99). La formación teológica de una nueva generación de mujeres dispuestas a desempeñar papeles de liderazgo en la sociedad y en la Iglesia es esencial en este aspecto. Esta responsabilidad de formación teológica es especialmente necesaria en el campo de la teología del matrimonio y de la familia.

La Evangelium Vitae destaca también la necesidad de reevaluar socialmente a “todas las madres valerosas que se dedican sub reservas a su propia familia” (Nº86). Este respeto por la maternidad y su papel insustituible en el interior de la familia sugieren que “la política familiar debe ser el eje y motor de todas las políticas sociales” (Nº 90). En tercer lugar, el Santo Padre abre una nueva perspectiva pastoral, invitando a una elocuente defensa del derecho de todos a la vida, sobre todo de aquellas madres que han sido víctimas de los grandes condicionamientos de la cultura en contra de la vida, es decir, aquellas mujeres que han recurrido al aborto (Nº 99). Esta iniciativa hará necesaria una preparación sensible y comprensiva de parte de los sacerdotes, seminaristas y todos cuantos estén involucrado en la pastoral de la familia para que puedan curar las heridas espirituales, emocionales y físicas -muy complicadas y relacionadas entre sí- causadas a millones de mujeres por el aborto. La Evangelium Vitae señala que los obispos tienen especial responsabilidad “de vigilar la transmisión íntegra y fiel de las enseñanzas propuestas por este encíclica” (Nº 82). Para cumplir con este deber sugiere estructuras adecuadas para llevar a cabo la enseñanza y el llamado de la encíclica.

La Conferencias episcopales deberán tomar en consideración la creación de un comité al cual confiar la responsabilidad de las iniciativas a favor de la vida y la aplicación de la encíclica. Allí donde ya existan dichos comités éstos deberán llevar adelante su tarea en colaboración con comités análogos responsables de la doctrina, la catequesis, la educación católica, la formación sacerdotal y la de la familia y el laicado. Respetando las circunstancias locales, estos comités episcopales a favor de la vida deberán tomar de inmediato los pasos necesarios para poner en marcha la encíclica a nivel diocesano y parroquial, en la formación de los seminaristas y del personal médico y en el trabajo de las estructuras de salud católicas. Las facultades teológicas y los seminarios deberán prestar especial atención a la revisión de sus planes de estudio para incorporar en ellos las enseñanzas de la Evangelium Vitae. Los comités episcopales nacionales podrán alentar la creación de servicios de actividades a favor de la vida en el interior de las diócesis y la estabilización de los núcleos pro vida a nivel parroquial. En colaboración con iniciativas análogas para la vida de las familias, estas nuevas instituciones pro vida podrán iniciar e incrementar de muchas maneras aquel nuevo estilo “de vida para la vida” entre las familias de la parroquia, solicitado en la encíclica. A la luz del enfoque pastoral de la Carta a las familias, las familiar de la parroquia podrán participar particularmente en reuniones de oración familiar, en grupos de estudio y en muchas otras actividades para la vida, como las de apoyo a los centros que ayudan a las embarazadas con dificultades o a las mujeres que necesitan servicios de adopción. Similares iniciativas podrán ser una riquísima fuente de educación a la vida, no sólo en ámbitos como los del aborto y la eutanasia, sino también para la educación de los jóvenes en la castidad, en la preparación al matrimonio y la enseñanza de los métodos naturales de regulación de la natalidad. A nivel nacional, diocesano y parroquial estas iniciativas podrán estimular enormemente la colaboración entre organizaciones laicas –de hombre y mujeres- que promuevan la enseñanza de la encíclica. Finalmente, estos institutos tienen una misión esencial en alentar las expresiones litúrgicas del Pueblo de Dios en cuanto pueblo para la vida (Nº 84) y la celebración anual de una Jornada de la vida, como lo solicita la Evangelium Vitae (Nº 85).


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