➤ Volver a especial 30 años visita de San Juan Pablo II a Chile
Otoño 1997
La esperanza necesita buenas razones
En diciembre de 1986, cuando se preparaba la visita del Santo Padre, escribí para el editorial de una revista: "El ministerio apostólico del sucesor de Pedro es confirmar en la fe a sus hermanos. Pero para que ello sea posible, es preciso mirar la presencia del Papa con los ojos de la fe y a la luz del misterio de la Iglesia. Surge entonces la pregunta: ¿Queremos que el Papa venga a confirmarnos en la fe o queremos, más bien, que venga a echarnos una mano en nuestros debates y opiniones? Si la fe deja de ser una experiencia de comunión en Cristo y en su Iglesia y se transforma en argumento para el foro, por respetable que puedan ser las motivaciones que a ello conducen, difícilmente podremos ver en la visita del Papa la presencia de Quien lo ha enviado.
Le cerraríamos entonces, aun involuntariamente, las puertas que él necesita abiertas para el ejercicio de su ministerio apostólico. Con toda probabilidad, algunos se sentirán defraudados por qué no habrá dicho lo que querían escuchar o condenado lo que querían ver sometido a proceso o por qué habrá sido duro o blando con unos y no con otros. Si esto sucede, su visita nos hará recordar nuevamente la pregunta de Cristo: "¿ También vosotros queréis marcharos"? Sólo quienes tengan sed de una palabra de vida eterna se sentirán interpretados por la voz de Pedro o de Juan Pablo II: Señor, ¿adónde iríamos?" Pienso que el dilema presentado entonces se manifestó en toda su fuerza durante su visita y en los diez años que han transcurrido.
Basta recordar las inolvidables escenas del Parque O'Higgins. Mientras la Iglesia daba gracias a Dios por la vida y santidad de Juanita Fernández, la primera beata nacida en esta tierra, para otros, este era sólo un espectáculo que consideraron políticamente propicio para confrontar fuerzas y notificar a la sociedad de su disposición a ejercer violencia. La fuerza de la violencia y la fuerza de la santidad se mostraron visiblemente en toda su desproporción. Nunca olvidaremos la mirada y el juicio penetrante del Papa en ese momento, como tampoco su profunda voz, revestida de la autoridad del apóstol Pablo, para proclamar: "¡ El amor es más fuerte!". Quien tiene sed de vida eterna, entenderá la verdad de la palabra del Papa. Quien la haya ocultado o sustituido, en cambio, por el voluntarismo de su propio proyecto, encontrará que su voz es ingenua, expresión de un ideal etéreo e inalcanzable, consuelo para los perdedores. En los diez años transcurridos, el país ha experimentado un crecimiento económico sostenido y ha institucionalizado su vida política bajo el marco de la Constitución del 80. Ambos aspectos gozan hoy de una aprobación y consenso bastante generalizados.
Sin embargo, la autocomplacencia por estos logros ha llevado a muchos a olvidar el episodio en el Parque O'Higgins, cuyo significado sigue plenamente vigente como el verdadero dilema de la libertad. La violencia tiene muchos rostros. No sólo se expresa a nivel político, sino en todo el ámbito de la sociedad civil. Junto al bienestar y al incremento de la calidad de vida, la may or riqueza de estos años ha hecho rentable la corrupción y el tráfico de influencias, ha expandido el tráfico y consumo de drogas, y amenaza terminar con la tradiciona I austeridad de la clase dirigente chilena. Es preocupante también la violencia al interior de las familias, y no me refiero sólo a la violencia física, sino también a ésa más sutil que consiste en el abandono de la responsabilidad por la educación de los hijos y la indiferencia frente a su sed de vida eterna.
El materialismo generalizado violenta profundamente la voz de la razón y de la cultura, proclamando la conveniencia de las sinrazones y el voluntarismo del capricho o del antojo. Aunque menos visible y más silenciosa, la fuerza del amor y de la santidad, sin embargo, continúa también su obra. A la santificación de Teresa de Los Andes ha seguid o la beatificación de Laura Vicuña y Alberto Hurtado. Hay también otros procesos que se inician. La Iglesia entera toma conciencia, cada vez más profunda, del significado de una vida bienaventurada, no sólo para cada persona individualmente considerada, sino también para la sociedad y su cultura. Es objetivamente distinto vivir en una sociedad donde han florecido las virtudes hasta el grado del heroísmo, que vivir en una sociedad sumida en la mediocridad y sin perspectivas de desarrollo espiritual.
Como señaló el Papa en la conmemoración de los 30 años de Caudium et Spes, lo que la gracia necesita son testigos laboriosos que sean el rostro de la esperanza en medio del mundo, y esa es la tarea de la Nueva Evangelización. Detrás de la cultura del espectáculo y de la trivialización apenas logra ocultarse de deseperanza, el tedio, las crisis depresivas. La esperanza necesita de buenas razones, y como ha escrito von Balthasar, sólo el amor es digno de crédito. A diez años de la visita del Papa, la evocación de su presencia no puede ser sólo un buen recuerdo. Lo que él hizo fue sembrar la semilla del Evangelio, la que ha quedado a nuestro cuidado. Se necesitan, en consecuencia, testigos laboriosos que sepan hacer presente en cada circunstancia el juicio que le escuchamos al Papa en el Parque O'Higgins.
Pedro Morandé Court
Decano de la Facultad de Ciencias Sociales