01 de junio de 2017
La vida del Apóstol Pablo es una vida siempre en movimiento. Es difícil imaginarse a Pablo tomando el sol en la playa, descansando. Es un hombre que siempre estaba en marcha, en movimiento. Los Hechos de los Apóstoles de hoy (22,30;23,6-11) nos señalan tres dimensiones de esa vida de Pablo en movimiento, siempre en camino.
La primera es la predicación, el anuncio. Pablo va de una parte a otra a anunciar a Cristo y cuando no predica en un sitio, trabaja. Pero lo que más hace es la predicación: ¡cuando se sabe llamado a predicar y a anunciar a Jesucristo, es una pasión la suya! No está sentado ante su escritorio: no. Siempre está en movimiento. Siempre llevando adelante el anuncio de Jesucristo. Tenía dentro un fuego, un celo… un celo apostólico que le empujaba. Y no se echaba atrás. ¡Siempre adelante! Esta es una de las dimensiones, que también le comportará auténticas dificultades.
La segunda dimensión de esta vida de Pablo son precisamente las dificultades, más claramente las persecuciones. En la primera lectura de hoy leemos que todos se han unido para acusarlo. Pablo va a juicio porque lo consideran un perturbador. Y el Espíritu inspiró a Pablo un poco de picardía y sabía que no eran ‘uno’, pues entre ellos había muchas luchas internas, y sabía que los saduceos no creían en la Resurrección y los fariseos sí creían. Y él, como para salir del paso, dijo a gran voz: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, y me juzgan porque espero la resurrección de los muertos. Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida». Y los que parecían ser ‘uno’, se dividieron. Y eran los custodios de la Ley, los custodios de la doctrina del Pueblo de Dios, los custodios de la fe, pero uno creía una cosa y el otro otra. Esa gente perdió la Ley, perdió la doctrina y perdió la fe, porque la habían transformado en ideología.
Finalmente, la tercera dimensión: la oración. Pablo tenía esa intimidad con el Señor, que se le venía encima tantas veces. Una vez dijo que fue arrebatado al séptimo cielo, en la oración, y no sabía cómo explicar las cosas bonitas que había sentido allí. Pero este luchador, este anunciador sin horizontes, que cada vez iba a más, tenía esa dimensión mística del encuentro con Jesús. La fuerza de Pablo era el encuentro con el Señor, que tenía lugar en la oración, como lo fue el primer encuentro camino de Damasco, cuando iba a perseguir cristianos. Pablo es el hombre que encontró al Señor, y no se olvida de eso, sino que se deja encontrar por el Señor y busca al Señor para encontrarlo. Hombre de oración.
Estas son las tres actitudes de Pablo que nos enseña este pasaje: el celo apostólico para anunciar a Jesucristo, la resistencia –resistir las persecuciones– y la oración: encontrarse con el Señor y dejarse encontrar por el Señor. Y así, Pablo fue adelante entre las persecuciones del mundo y los consuelos del Señor. Que el Señor nos dé la gracia, a todos los bautizados, de aprender esas tres actitudes en nuestra vida cristiana: anunciar a Jesucristo, resistir las persecuciones y las seducciones que te llevan a separarte de Jesucristo, y la gracia del encuentro con Jesucristo en la oración.
Fuente: almudi.org