24 de octubre de 2017
En la primera lectura, de la Carta a los Romanos (5,12.15b.17-19.20b-21), San Pablo usa contraposiciones –pecado, desobediencia, gracia, perdón– para que entendamos algo, porque se siente incapaz de explicar lo que quiere decir. Detrás de todo está la historia de la salvación. No habiendo palabras suficientes para explicar a Cristo, Pablo nos lanza, para que caigamos en el misterio de Cristo. Esas contraposiciones son solo pasos del camino para meterse en el misterio de Cristo, que no es fácil de entender: es tan sobreabundante, tan generoso, que no se puede entender con argumentos que solo llegan hasta cierto punto. Para entender quién es Jesucristo para ti, para mí, para nosotros, hay que sumergirse en ese misterio.
En otro texto, San Pablo mirando a Jesucristo dice: Me amó y se entregó a sí mismo por mí. Y aunque difícilmente se encuentra a alguien dispuesto a morir por una persona justa, solo Jesucristo quiere dar la vida por un pecador como yo. Con estas palabras, San Pablo intenta hacernos entrar en el misterio de Cristo. No es fácil, es una gracia. Lo han entendido no solo los Santos canonizados sino también tantos santos escondidos en la vida ordinaria, gente humilde que pone su esperanza solo en el Señor: han entrado en el misterio de Jesucristo crucificado, que es una locura, dice Pablo, advirtiendo que si tuviera que gloriarse de algo, sería de sus pecados y de Jesucristo crucificado, no del estudio con Gamaliel en la sinagoga, ni de otra cosa. Otra contradicción, esta, que nos lleva al misterio de Jesús crucificado en diálogo con mis pecados.
Cuando vamos a Misa, sabemos que Él está en la Palabra, que Jesús viene, pero eso no basta para poder entrar en el misterio. Entrar en el misterio de Jesucristo es más, es dejarse llevar a ese abismo de misericordia donde no hay palabras: solo el abrazo del amor, el amor que le llevó a morir por nosotros. Cuando nos vamos a confesar porque hemos pecado –sí, debo quitarme los pecados, que Dios me perdone mis pecados– decimos los pecados al confesor y volvemos tranquilos y contentos. Si hacemos eso, tampoco basta para entrar en el misterio de Jesucristo. Si voy, es para encontrar a Jesucristo, para entrar en el misterio de Jesucristo, entrar en ese abrazo de perdón del que habla Pablo, en esa gratuidad del perdón.
A la pregunta sobre quién es Jesús para ti, se podría responder “el Hijo de Dios”, se podría decir todo el Credo, todo el Catecismo, y es verdad, pero se llegaría a un punto en que no lograríamos decir el meollo del misterio de Jesucristo, aquel me amó y se entregó a sí mismo por mí. Comprender el misterio de Jesucristo no es cuestión de estudio, porque Jesucristo solo es entendido por pura gracia.
Me gustaría señalar un ejercicio de piedad que ayuda: el Vía Crucis, que consiste en caminar con Jesús en el momento en que nos da el abrazo de perdón y de paz. Es bueno hacer el Vía Crucis. Hacerlo en casa, pensando en los momentos de la Pasión del Señor. También los grandes Santos aconsejaban siempre comenzar la vida espiritual con ese encuentro con el misterio de Jesús Crucificado. Santa Teresa aconsejaba a sus monjas: para llegar a la oración de contemplación, la alta oración que ella tenía, comenzar con la meditación de la Pasión del Señor. La Cruz con Cristo. Cristo en la Cruz. Comenzar y pensar. Y así, intentar comprender con el corazón que me amó y se entregó a sí mismo por mí, se entregó a la muerte por mí.
San Pablo quiere llevarnos al abismo del misterio de Cristo. Yo soy un buen cristiano, voy a Misa los domingos, hago obras de misericordia, rezo las oraciones, educo bien a mis hijos: eso está muy bien. Pero la pregunta que yo hago: Tú que haces todo eso, ¿has entrado en el misterio de Jesucristo? Pidamos a San Pablo, verdadero testigo que encontró a Jesucristo y se dejó encontrar por Él y entró en el misterio de Jesucristo, pidámosle a él que nos dé la gracia de entrar en el misterio de Jesucristo, que me amó y se entregó a sí mismo por mí, que nos ha hecho justos ante Dios, que ha perdonado todos los pecados, incluso las raíces del pecado: entrar en el misterio del Señor. Miremos al Crucificado, imagen del misterio más grande de la creación, de todo: Cristo crucificado, centro de la Historia, centro de mi vida.
Fuente: almudi.org