David Steindl-Rast Herder
99 nombres de Dios
221 págs.
Barcelona, 2021
El hermano David Steindl-Rast OSB lleva años trabajando en torno al ecumenismo y el diálogo interreligioso. Cofundó el Center for Spiritual Studies junto con profesores judíos, budistas, hindúes y sufíes y es uno de los primeros católicos que recibió entrenamiento en budismo zen. Noventa y nueve nombres de Dios es el resultado de un ejercicio de diálogo y enriquecimiento interreligioso, en el que el monje indaga de manera poética sobre un tema espiritual del mundo musulmán.
Los llamados “noventa y nueve nombres de Dios” o “los nombres más hermosos” ( ) son las formas de referirse a Dios en la tradición islámica. Los nombres han sido extraídos del Corán y de la Sunna y se trata de epítetos que hacen referencia a atributos divinos. Según las enseñanzas del profeta Mahoma, “existen noventa y nueve nombres que pertenecen solo a Dios, y aquel que los aprende, los comprende y los enumera, entra en el paraíso y alcanza la salvación eterna”. Es costumbre musulmana recogerse en oración y hacer pasar entre los dedos las noventa y nueve cuentas de su masbaha, una especie de rosario con 99 cuentas.
Desde el ámbito cristiano, Steindl Rast se aproxima a los noventa y nueve nombres y reflexiona en torno a la esencia de Dios. “El Vigilante”, “El Justo”, “El Clemente”, “El Maestro Infalible”. Son denominaciones que buscan abarcar lo inabarcable, de nombrar lo innombrable, de comprender lo misterioso. Se trata cada nombre de una ventana, para usar la expresión de su autor, que se abre para mostrarnos una porción de aquel todo que nos envuelve y nos sobrecoge. “Se trata aquí de intentos, en realidad conmovedoramente torpes, de invocar por su nombre a esa realidad descollante a la que todos los nombres señalan, pero a la que ningún nombre puede hacer justicia”.
“Cuando me pregunten ‘¿cuál es su nombre?’, ¿qué les responderé?”, le pregunta Moisés a Dios (Éxodo 3, 13). En el ámbito religioso, buscar nombrar a Dios y asomarse así a la realidad divina es una aventura que solo es posible emprender desde la fe, puesto que solo desde ahí el nombrar es también un invocar, un llamar y un acto de fe que afirma la existencia. Las diversas civilizaciones han tenido la necesidad de ponerle nombre al misterio, a aquel que está en el origen de todo y al que apuntan todas las cosas. Es una cualidad del estado evolutivo de una civilización el poseer una palabra para designar a aquello. El Yahveh de los judíos, el Ngenechén de los mapuches y el Viracocha de los incas, apuntan todos al mismo lugar, a la inteligencia de que estamos frente a un misterio y que podemos invocarlo y relacionarnos con él. Así, este libro se nos ofrece como un valioso regalo para el diálogo interreligioso, donde se nos permite penetrar en los nombres de Dios en el islam y, gracias a ello, disponernos al necesario entendimiento, puesto que es precisamente la inteligencia de lo divino un punto de partida que nos une.
En la obra de Steindl-Rast, a cada nombre le sigue una meditación que nos permite ahondar en su significado y transitar del nombrar a Dios a dejar que Dios nos hable a través de ese nombre. Las meditaciones no están hechas exclusivamente para personas de fe cristiana, sino que para un público amplio y dispuesto a penetrar en aquel “misterio único sin nombre que nos une”. Son meditaciones de gran profundidad y conocimiento, donde el autor se deja apoyar por diversos pensadores y poetas de lengua alemana, como Nicolás de Cusa, Rainer Maria Rilke, Friedrich Nietzsche o Joseph von Eichendorff, donde la poesía aparece como complemento perfecto para la tarea de nombrar aquello que no es posible captar conceptualmente.
Cada meditación concluye con una serie de preguntas e invitaciones destinadas al descubrimiento de Dios en la propia vida.
Una cualidad de este libro de meditaciones que no pasa desapercibida es su belleza, lo que lo hace aún más valioso. Cada nombre va acompañado de magistrales caligrafías islámicas realizadas por Shams Anwari-Alhosseyni, gracias a las cuales se puede contemplar el mensaje también en los signos gráficos.
Sofía Brahm