El artista Claudio di Girolamo ha donado recientemente a la Pontificia Universidad Católica de Chile todos los bocetos de su obra religiosa, en la que durante setenta años ha plasmado su fe. El libro recientemente publicado CDG7O: Claudio di Girolamo. 70 años de arte religioso[1], cuya edición estuvo a cargo de Francesco di Girolamo y Ediciones UC, es un completo volumen que muestra la parte más significativa de este trabajo creativo. A continuación compartimos el comentario realizado por Pedro Celedón a la obra y que forma parte del volumen.
HUMANITAS Nº 100
Introducción
Siempre ha sido una decisión delicada elegir el “desde dónde” dialogar, a través de las palabras, con la expresión sensible de un artista, sea cual sea el género en que se exprese. La dificultad aumenta al embarcarnos en la aventura de diálogo con un realizador como Claudio di Girolamo Carlini (1929), quien ha cultivado en forma paralela las artes escénicas (director/dramaturgo/diseñador integral/articulador del espacio escénico), las visuales (pintura caballete/muralismo/grabado/dibujo/gypsografía), las audiovisuales (cine ficción/documental/programas culturales para la TV), la pedagogía artística (docencia/laboratorios culturales) y la performatividad en su accionar como gestor/agitador cultural (Cabildos nacionales de cultura), en las que mezcla vida y obra desde una poética que Joseph Beuys (1921-1986) reconocería inmediatamente como esa práctica que él mismo realizó y que lo llevó a plantar siete mil robles en el contexto de la séptima muestra de arte contemporáneo en la ciudad de Kassel, Alemania (1982).
Claudio di Girolamo dice que el artista “habla” por sus obras[2], lo que nos permite afirmar que su “lenguajear” (por citar a Maturana) es el que adopta diferentes formas durante “la ardua labor de llegar a ser uno mismo”[3], emparentándose con todo un linaje de artistas occidentales, entre los que destacan dos que glorificaron al quattrocento italiano y que fueron su primera orientación estética: Piero della Francesca (1415-1492) y Tommaso di ser Giovanni di Mone Cassai (Masaccio, 1401-1428).
Dicha filiación se deja sentir claramente en la donación realizada por Claudio di Girolamo a la Pontificia Universidad Católica de Chile. Con más de ochocientos bocetos preparatorios, construidos con diferentes técnicas (mayoritariamente dibujos/témperas/maquetas de murales), la selección realizada por el propio autor recoge parte de sus obras creadas desde 1952 al presente y constituye una colección que deleitará a los aficionados y a los especialistas, pudiéndose encontrar en ella el camino para establecer diálogos personales.
El nuestro se centrará en el esfuerzo de ir más allá de las estrategias visuales con las cuales cada dispositivo logra su cumplimiento, aspirando a percibir tanto los ecos de su propia producción multidisciplinar extendida durante setenta años, así como el influjo de las corrientes de pensamiento donde autor y obra encuentran sus raíces.
Pliegues y repliegues
Para iniciar esta labor, tenemos como telón de fondo una producción multifacética compuesta –en parte– por tres largometrajes, cinco cortometrajes, doce documentales, más de cien murales en diferentes técnicas, dos dramaturgias estrenadas, tres programas de difusión artística para la TV, siete años de gestión cultural como Jefe de la División de Cultura del Ministerio de Educación (actualmente absorbida por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio).
En la amplia producción de Claudio di Girolamo existe un común denominador que podemos conceptualizar como un campo de resonancias hecho de citas y autocitas, que se van plegando unas sobre otras hasta generar su propio espesor semántico.
Utilizamos aquí la figura retórica de los “pliegues y repliegues” que incorporó al discurso crítico Gilles Deleuze (1925-1995), para nominar ejercicios recurrentes en la producción artística. Así, por ejemplo, en un dibujo como el reproducido en este libro, “Las bodas de Caná” (2004), que dialoga estrechamente con el pasaje bíblico Juan 2:1-1, aparece un “pliegue” que, a su vez, elabora una nueva figura de condensación simbólica (“repliegue”), al interactuar con una autocita extraída del parlamento de alguno de los personajes de las obras teatrales o cinematográficas de Di Girolamo, haciendo por ejemplo que resuenen en él las voces del padre José, Valeria, la sra. Rosa o Braulio de “Dos mujeres de la ciudad” (1990), película protagonizada por María Elena Duvauchelle, Claudia di Girolamo, Roberto Poblete, Laura Pizarro, entre otros actores, y de la cual fue director/guionista/montajista. Dibujo y documental se pliegan al conjugar cada uno en su lenguaje situaciones de vida en la que coexisten cotidianidad y epifanía.
Igualmente podemos vislumbrar las interconexiones entre el espacio que habitan los protagonistas del mismo dibujo, “Las bodas de Caná”, con la ocupación que realizaron los cuerpos de actores y actrices en el espacio escénico del montaje teatral “Un poco de todo” (1992), escrito y dirigido por Di Girolamo para la compañía Teatro Q y presentado por primera vez en el hall del Museo de Arte Contemporáneo. El dibujo y la producción teatral coinciden en plegar imágenes/situaciones en las cuales se condensa tiempo/espacio, pasado/presente, historia universal/ aliento de lo local.
Posiblemente, en futuras muestras o investigaciones sobre esta colección, llamará la atención la figura de Cristo que habita en varios de los dibujos y que LIBROS H513 es diseñada desde la apariencia de un campesino, señalando a nuestro juicio un derrotero que va más allá de la identificación con la cultura local. Es posible sentir en ese Cristo una condensación de sentidos en base a pliegues y repliegues en los que se instala y potencia la búsqueda de conexión y proximidad con toda vida en la Tierra, la empatía con sus ciclos, la aceptación de su majestuosidad y, a la vez, la conciencia de su fragilidad. ¿Quién mejor que ese Cristo campesino podría acompañar las semillas en su viaje hacia el fruto? ¿Quién podría estar más vigilante a los requerimientos de su magnífica metamorfosis?
En los bosquejos y obras de esta colección se pliegan también citas provenientes del hacer de otros artistas que, lejos de toda indiferencia, se implicaron con la vida y los misterios de la humanidad aumentando la resonancia de visiones, como las que provienen de ese Cristo grave y resoluto que construyó en clave cinematográfica Pier Paolo Pasolini (1922-1975). “El Evangelio según San Mateo” (1964) abraza a esos Cristos campesinos creados en medio de la oscuridad del Chile de los años 70, que parecieran a su vez orar con la misma urgencia que imaginó Ernesto Cardenal en sus Salmos (1964): “Escucha mis palabras, oh, Señor. Oye mis gemidos. Escucha mi protesta. Porque no eres tú un Dios amigo de los dictadores, ni partidario de su política, ni te influencia la propaganda, ni estás en sociedad con el gánster”[4].
En las artes visuales latinoamericanas podemos vincular el proyecto de Di Girolamo con puestas en imagen tan atrevidas como las del argentino León Ferrari (1920-2013) en su instalación “La civilización occidental y cristiana” (1965), donde Cristo está siendo crucificado en un avión FH107, esos que eran los utilizados por EE.UU. en los bombardeos de aldeas mayoritariamente habitadas por civiles durante la guerra de Vietnam. También existen filiaciones con proyectos anteriores como “La trinchera” (1926), mural pintado en el antiguo colegio de San Ildefonso (Ciudad de México) y cuna del muralismo mexicano moderno, donde José Clemente Orozco (1883-1949) establece una alusión evidente a la crucifixión de un campesino insurgente durante la revolución mexicana.
Es posible igualmente sentir, en muchas de estas realizaciones, la resonancia de canciones que calaron fuerte en la sensibilidad de Di Girolamo, permitiéndonos establecer cruces entre la aquí reproducida obra “Emaús” (2008) y el “Oratorio para el pueblo” (1965), de Ángel Parra. O con la “Plegaria a un labrador” (1969), Víctor Jara/Quilapayún, ganadora del Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, organizado por Ricardo García con el auspicio de la Vicerrectoría de Comunicaciones de la PUC, cuyos versos invocan el levantarnos y mirarnos las manos y “para crecer, estrecharla a tu hermano. Juntos iremos unidos en la sangre. Hoy es el tiempo que puede ser mañana”[5].
Cabe recordar que, durante la década del 60, en la cual el alma de Claudio di Girolamo fue madurando en una visión amorosa hacia el mundo, no pocos artist as se plegaban al esfuerzo de buscar en los simbolismos cristianos los códigos para conectar con su época. Así, si bien su inclinación social lo aproximaba a algunos movimientos políticos, no hay que olvidar que su llamado a la no-indiferencia “provenía y proviene seis décadas después, del propio evangelio de Cristo”[6].
“Tentación de Jesús” por Claudio Di Girolamo, 2016 (Grafito, tinta y témpera sobre papel).
Quisiéramos abordar ahora una categoría de pliegue y repliegue sustancial a esta colección: el hecho de estar compuesta solo por imágenes que declaran una doble filiación; por una parte, al Nuevo Testamento, donde encuentran su inspiración original, y, por otra, al mural para el cual mayoritariamente fueron destinadas o imaginadas.
Desbordamientos
Cada una de estas imágenes recrea un instante capturado desde la Sagrada Escritura para acompañar la palabra entregada al interior del templo. Cada una, gracias al saber intrínseco de las artes visuales, genera un instante de plena detención en que anida la pura presencia. Este umbral resulta indispensable para ingresar en el ámbito del Ritual, llevándonos a pensar que, en definitiva, este cuerpo de obra no forma parte de una colección de arte religioso, sino que se instala en lo in-museable, en el acompañamiento de la oración, pudiéndose leer como plegarias en clave visual.
A continuación, intentaremos ahondar esta nueva colección desde un lugar distinto a su temática, citas y autocitas, como lo hemos hecho, observando que la construcción de su universo visual tiene el espacio sagrado como punto de fuga, lo cual genera un desbordamiento del campo propio de la estética hacia un “lenguajear” cuyas fuentes se encuentran en el amplio territorio de la espiritualidad. Precisamente desde allí este autor propicia una experiencia sensorial donde no existen espectadores, sino participantes (oficiantes) que se entregan a un flujo trascendente en el que no tienen cabida la indiferencia ni la ausencia de lo sagrado.
Estamos en el ámbito de las imágenes impregnadas de un amor cuyo metadiscurso invita gozosamente a la no-resistencia de la mente ante la fe. Suponemos que, a estas alturas del siglo XXI, no es necesario profundizar, desde la academia, en el respeto y reconocimiento que compartimos con las premisas de una ciencia moderna que están firmemente sostenidas sobre el saber concreto y demostrable, como también suponemos que no se requieren argumentos mayores para aceptar que todo saber desde allí obtenido es solo una parte del Todo.
Obras como las que nos convocan, en las que habitan al unísono el arte y la fe, abren una dimensión vertical de la vida cuya profundidad no es mensurable y que se manifiesta en estados de conciencia que implican la renunciación. Ante su contemplación, el ego moderno encuentra el camino para aceptar que existen jerarquías que sobrepasan la figura glorificada por Leonardo da Vinci, en la cual aspirábamos a ser la medida de todas las cosas (“El Hombre de Vitruvio”, 1490 aprox.) y que nos invita a escuchar los ecos de otras genialidades, como la de Albert Einstein, que consideraba el ego como una ilusión óptica de la conciencia.
Desde su visualidad, esta colección construye narrativas que invitan a respetar la supremacía de lo infinito; a escudriñar en el misterio sin esperar siempre una respuesta, aunque estando atentos al viaje que esto implica; a compartir la visión de que “el mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza”[7].
Es importante señalar que la espiritualidad que exhiben estas obras no se nutre de subjetividades que pretenden generar macrodiscursos resaltando la propia figura del hablante o de una nueva práctica religiosa, como tampoco se desprende de ellas la inacción “optimista” que tanto molestara a Nietzsche al conceptualizar la vía religiosa de su época. Su espiritualidad propone acciones concretas para reevolucionar a la humanidad, para reconectarla con su esencia.
Conceptualizar la vida al interior de una cadena evolutiva (Darwin) es, sin duda, un patrimonio de lucidez para la humanidad, que nos permite, a doscientos años de la concepción de esta idea, implicarla en variantes que pueden ser comprendidas en algunos casos como involución.
Reconocer dichas variantes no es difícil si instalamos, por una parte, preguntas sobre actos que impliquen en forma evidente una evolución, como ¿por qué en un momento del desarrollo global de la humanidad, entramos a dialogar con la vida en su conjunto desde la espiritualidad? ¿O cuáles eran las fuerzas que convergieron en esos instantes en que dimos nombre a los dioses, y cuáles participaron en el encuentro con las melodías.
Pasemos ahora a preguntarnos por situaciones que evidentemente son completamente contrarias a una evolución, como ¿cuál es la premisa sobre la que cosificamos a la otredad transformándola en mercancía, sea esta la naturaleza o el ser humano? O ¿cuáles son los mecanismos que nos llevan con tanto ímpetu a cantar a la muerte en la figura de una de las industrias que generan mayores utilidades y avances tecnológicos, el armamento, en tanto que según la ONU pasan hambre (en parte por falta de recursos económicos y tecnología) 513,9 millones de personas en Asia, 256,1 millones en África y 42,5 millones en América Latina y el Caribe?
Es válido, al mismo tiempo, preguntarnos qué vibración activamos para permanecer indiferentes ante la destrucción irrecuperable de extensas zonas del planeta. Sabemos que la FAO calcula, solo para la superficie forestal a nivel mundial, una disminución de 4,7 millones de hectáreas al año.[8] ¿Qué podemos responder ante las predicciones de que, en nuestro siglo, la mitad de los idiomas que existen hoy en todo el mundo se extinguirán?[9] O ¿qué pasa, a nivel local, que no reaccionamos ante la inminente desaparición de 766 especies que Chile ha declarado en peligro de extinción en nuestro territorio?[10]
Difícilmente parecerá contradictorio utilizar el concepto de involución ante estos y otros cálculos y predicciones catastróficas que se han ido instalando en el cotidiano de la vida de los 7.700 millones que actualmente somos y ante los cuales no podemos permitirnos la indiferencia.
La espiritualidad en la que Claudio di Girolamo encuentra su sostén es la fe cristiana. De ella obtiene, en última instancia, su lúcida abnegación para generar imágenes cargadas de esperanza que apuntan a reevolucionar las condiciones de vida de nuestra especie, en un instante en que las decisiones de mayor impacto que se adoptan a nivel planetario se toman desde visiones construidas sobre el fundamento de la desesperanza.
“El beso de Judas” por Claudio Di Girolamo, 2003 (Acrílico sobre madera).
La espiritualidad que él moviliza es esa que reclama con urgencia un cambio individual, que, a su vez, se entreteja con el imaginario colectivo. Reclama esa Iluminación como camino que invocan tanto el budismo como la Salvación que instaló el cristianismo.
Las voces que circulan en esta colección van mucho más allá de la articulación de creencias sustentadas en la mente y proclaman una nueva condición de Ser en el mundo. Por su filiación de época, son tributarias de la Teología de la Liberación, de ese planteamiento holístico con el que la Iglesia Católica buscó redireccionar el camino colectivo sometido a los parámetros de la era industrial, subrayando, a inicios de los 60, valores y prácticas que continúan vigentes en textos recientes como la ya citada encíclica Laudato si’, donde el Santo Padre Francisco señala claramente que “el auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural”[11].
Las propuestas a través de las cuales la Iglesia fue desarrollando su doctrina social para la vida moderna vislumbraban un largo proceso que ha tenido, como todos los grandes aportes de la humanidad, períodos de sístole y diástole tras esos hitos fundacionales que fueron el Concilio Vaticano II (1962-1965), convocado inicialmente por el Papa Juan XXIII (1881-1963), y la segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM), que tuvo lugar en Medellín (Colombia, 1968), inaugurada por el Papa Pablo VI (1897-1978).
Claudio di Girolamo adhirió a los llamados de renovación de la Iglesia con su amigo el escultor Francisco Gacitúa (1944), y también con quien será su esposa por 65 años, la destacada defensora de los derechos humanos María Carmen Quesney (1923-2020), a quien conociera junto al sacerdote Mariano Puga (1933-2020) en el Zanjón de la aguada el año 1953: respondieron los tres voluntariamente al llamado de ayuda ante una de las tantas y tristes inundaciones de las poblaciones del sector.
De allí que se deje sentir, sin gran dificultad, tanto en los bosquejos de las obras de Di Girolamo como en sus realizaciones instaladas en diversos templos, el llamado a la Liberación. Sin embargo, dicho llamado no responde solo a cambiar aspectos económicos, sino que a reconstituir la condición de vida en la que se ha instalado un pensamiento racional deteriorado, compulsivo, repetitivo y mayoritariamente banal, bajo la apariencia de una realidad conceptualizada en la que los valores materiales son más importantes que las personas.[12]
No es posible negar el hecho de que el materialismo moderno fue forjando su actitud desde los inicios de la revolución industrial del siglo XIX, expandiendo una cosmovisión donde la realización de cada ser humano sería solo a través de la obtención unilateral de riquezas. Con dificultad y lentamente, hemos ido comprendiendo que esta opción es irrealizable, ya que, para su cumplimiento, la economía no debe contener ningún principio limitativo en sí misma. Soñar entonces con un bienestar material, individual e ilimitado es técnicamente imposible, pues vivimos en un entorno donde todos los bienes naturales son estrictamente limitados, como remarcaba Mohandas Karamchand Gandhi (1869-1948) al afirmar que sería probable que la tierra proporcione lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada persona, pero no será posible que satisfaga todas sus codicias.
Con el siglo XXI, entramos a una era que trae consigo el imperativo de preguntarnos por los marcos de un crecimiento global que no solo establezca límites al capital y al extractivismo, sino también, como señala el Santo Padre, a “la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y la piel de animales en vías de extinción [...] la compra de órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para experimentación”[13].
Sabemos que, a través de la historia, los mayores cambios sociales se han instalado con dificultad y han necesitado el impulso vital de varias generaciones. No debe sorprendernos, entonces, que todavía no se consoliden masivamente las visiones que ya se difundían en los años 60 y que demostraban que el concepto principal de toda sabiduría es siempre velar por la permanencia de las especies o materias con que se trabaja. No haber comprendido o no haber practicado lo anterior en las seis décadas que han transcurrido ya, es precisamente lo que nos ha llevado a la actual devastación de nuestra “casa común”.
Tal vez por ello es que la Virgen junto al Niño, que habita en dibujos como el reproducido en este libro, acoge sin titubeos las invocaciones realizadas por ese sacerdote brasileño clave en la Teología de la Liberación, Hélder Câmara (1909-1999), en las que se implora a
Mariana, madre de los hombres de todas las razas [que] es importante que la iglesia de tu hijo no se quede en palabras, no se quede en aplausos [...] el mundo necesita fabricar la paz [...] no es necesario que los ricos salgan con las manos vacías y los pobres con sus manos llenas... ¡Ni pobres ni ricos! Que los esclavos de hoy no sean señores de los esclavos del mañana. ¡Basta de esclavos! Un mundo sin señores y sin esclavos. Un mundo de hermanos de verdad Mariana.[14]
Así, la donación que le hace Claudio di Girolamo a la PUC es realmente un don, que viene a aportar, desde su cuerpo de obra, valores plásticos, testimonios de época, ejercicios de desbordamiento desde la estética a la espiritualidad y un ardiente deseo de participar en la revolución del derrotero humano cambiando el modelo de desarrollo global. Esperemos también que, al ser acogida por una casa de estudios superiores, pueda reforzar el sentido de una educación para una austeridad responsable, como lo ha practicado su autor durante toda una vida.