Imagen de portada: El Papa Francisco visita la favela Varginha en Río de Janeiro, Brasil, el 25 de julio del 2013. ©AFP
HUMANITAS Nº 101 pp. 746 - 791
El pasado 23 de marzo, en la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, fue presentado el libro “Caminos para una teología del pueblo y de la cultura”, del intelectual y político italiano Rocco Buttiglione, obra que cuenta con un prólogo del Papa Francisco. Al día siguiente se llevó a cabo una segunda presentación, en el Centro de Estudios Avanzados y Extensión de la misma universidad, en la que intervinieron, junto al autor, Valeria López Mancini, secretaria adjunta de la Conferencia Episcopal de Chile; Mons. Gonzalo Bravo Álvarez, obispo de San Felipe y decano de la Facultad Eclesiástica de Teología de la PUCV; Jaime Antúnez Aldunate, presidente de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales; y Pedro Morandé Court, miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales de la Santa Sede.
Rocco Buttiglione, con sus agudos análisis y conocimiento profundo de la realidad eclesial, ha sido cercano a Humanitas desde los orígenes de la revista. Por ello, y por la relevancia de la temática de su libro, la teología del pueblo, hemos querido dedicar esta sección a compartir dichas ponencias, precedidas por la presentación escrita especialmente para este número del abogado y académico Juan Pablo Faúndez, a quien agradecemos especialmente el contar con estas publicaciones.
Presentación
Por Juan Pablo Faúndez Allier
Me ha correspondido presentar, como coordinador general de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso de la visita del profesor Rocco Buttiglione a Chile, la obra: Caminos para una teología del pueblo y de la cultura, publicada por Ediciones Universitarias de Valparaíso, perteneciente a dicha Casa de Estudios. Un texto escrito a partir de la experiencia y la inteligencia de un autor que lee con especial profundidad analítica los signos de los tiempos para interpretar el hoy de nuestra sociedad y entender a partir de ella al Pueblo de Dios como lugar teológico.
Desde la Introducción del libro, especial gentileza de Su Santidad Francisco, se vislumbra una comprensión de la perspectiva del cambio de época que es posible percibir de modo transversal en cada uno de los capítulos de la obra, con la agudeza de un Pastor de nuestra tierra americana. El capítulo con el que se abre el volumen, titulado “El tiempo de Latinoamérica”, entrega criterios interpretativos que nos permiten comprender este primer papado latinoamericano en este inédito período de globalización, que es el tiempo y el lugar desde donde podemos comprender la teología del pueblo. Sigue el segundo capítulo con la atrevida relación: “Platón, Nietzsche y la Virgen de Guadalupe”, donde Buttiglione narra la bajada desde una teología “ideal” para llegar a la prestancia de una disciplina que se humaniza en la encarnación y en la vivencia cotidiana. En el tercer momento, titulado: “Apuntes para una interpretación transpolítica de la historia”, el autor aporta elementos certeros que permiten entender la articulación del devenir de la historia, mencionando las capas estructurales que explican las motivaciones del ser humano al conformar la cultura, desde las dimensiones económica, política y religiosa. En un cuarto capítulo, de gran profundidad teológica y crucial para entender los signos de los tiempos en la perspectiva de una necesaria antropología, “Personalismo y teología del pueblo”, sienta los criterios de la teología del pueblo con una aproximación que realza la comprensión de la dignidad de la persona. Cerrando con el capítulo final, “Naturaleza y claves de la globalización”, en el que profundiza en la reflexión teológica desde un papado latinoamericano que interpreta proféticamente el anuncio del Evangelio que se abre al encuentro identitario del continente de la esperanza.
Como menciona el Papa en su Introducción, la reflexión de Buttiglione surge desde Guardini hasta madurar una comprensión del Pueblo de Dios que permite entender su identidad en este siglo, sin diluirse ante los vientos reduccionistas de carácter ideológico o que pueden desarrollarse a merced de cualquier desviación teológica.
Una primera clave de lectura del texto, me parece, radica en la interpretación del cambio epocal que marca el devenir de la Iglesia en este tiempo. El autor abre su análisis posicionándose en la perspectiva de Guardini, desde donde hilvana un relato en el que la persona y el pueblo se entrelazan. Como menciona el Papa en su Introducción, la reflexión de Buttiglione surge desde Guardini hasta madurar una comprensión del Pueblo de Dios que permite entender su identidad en este siglo, sin diluirse ante los vientos reduccionistas de carácter ideológico o que pueden desarrollarse a merced de cualquier desviación teológica. El pueblo es el santo lugar de la manifestación, dondeo a través de la historia de la humanidad. El Pueblo de Dios es, de este modo, un cuerpo colegial dinámico y dialogante, en el que se posiciona la experiencia pascual, siendo cada uno de sus miembros testigos de un Dios que salva y actúa con su brazo, arrastrando a lo largo de los siglos a todo aquel que se deje atraer y conducir. La cultura latinoamericana es, entonces, un ámbito inigualable que permite identificar en su pueblo el lugar de una peculiar y efectiva manifestación de Dios, siendo testigo de su concreción en tantos signos populares en los que se reconoce el sensus fidelium. Una ecclesia que se evangeliza y se deja evangelizar a través de su propia cultura, mediante signos ancestrales, siendo consciente de sus fracasos y diferencias que abren h el Señor se ha posado y desde donde reconoce a cada ser humano en su exclusiva vocación. Es, por tanto, un lugar teológico sin parangón, que se manifiesta desde el diálogo que Dios establece con Abraham y su pueblo elegido, y que prosigue en el tiempacia nuevos contextos. Por ello, Methol Ferré, profusamente reseñado por Francisco y Buttiglione, menciona etapas y niveles de progresión, entendiendo al Barroco como “Reforma católica” con cuna moderna, por la que se posibilita un encuentro más allá de los mares. Escena que el Concilio Vaticano II expresa en su apertura hacia América Latina como aquella tierra en la que se sigue proyectando el anuncio, y en la que se resalta la opción preferencial por los pobres que Medellín (1968) hizo propia, explicitando con ello un proceso de inculturación que sigue pendiente en un nuevo escenario de pobrezas que se siguen abriendo porfiadamente en el hoy. Una proyección inacabada que en el momento de Puebla (1979) logra una interpretación auténticamente liberadora, sin deudas con ninguna interpretación ideológica.
Una segunda clave para entender el texto, en continuidad con lo anterior, expresa la identidad propia de la teología del pueblo como una auténtica opción preferencial por los pobres, sin confundirse con un sesgo teológico de la liberación o de la secularización.
Una segunda clave para entender el texto, en continuidad con lo anterior, expresa la identidad propia de la teología del pueblo como una auténtica opción preferencial por los pobres, sin confundirse con un sesgo teológico de la liberación o de la secularización. En esta línea, el magisterio de Bergoglio, deteniéndose en el problema de la migración, del impacto climático, o en las secuelas económicas en el tercer mundo, no asume estos temas emergentes buscando recetarios ideológicos que expliquen lo ocurrido desde perspectivas dialécticas añejas, sino buscando el sentido del fenómeno desde la experiencia de la persona del pobre, alejándose de un populismo y yendo más bien hacia las causas complejas y multifactoriales de la pobreza.
Desde otra arista, en la misma perspectiva, Buttiglione asume que desarrollar una teología de la secularización no es plausible en nuestro continente, siendo honesto en torno a la proximidad entre teología del pueblo y teología de la liberación. Dado que no ve en la primera una vertiente de línea marxista revolucionaria, no la identifica con una tesis reactiva mundana, sino con la comunidad de personas que se encuentran mediante el diálogo, suscitando una cultura inclusiva que atiende especialmente a los indefensos. Ello se logra a través de los principios de la enseñanza social de la Iglesia que vinculan la dignidad de la persona humana con la opción preferencial por los pobres, con lo que se legitima desde dentro una preocupación que tiene su origen en la Iglesia primitiva. De este modo se justifica la integración en comunidad de manera real y no meramente simbólica, lo que implica una evangelización de ricos y pobres sin marcar distinciones, aunque persiguiendo objetivos que se adecúan específicamente a la persona. Unos que se identifican con la contribución justa en la promoción, y otros en el sentirse convocados por ella. Es así como señala el autor que la teología del pueblo es constitutivamente solidaria e interclasista, aportando los elementos que permiten conseguir una verdadera promoción humana que aspire a la liberación de la persona no a través de la revolución, sino gracias a un desarrollo integral en la lógica de la comunión, disposición que Latinoamérica no puede seguir esperando. Remite con ello de manera indirecta a la desatención que desconecta las economías desarrolladas de las necesidades, llamando a una real vinculación de carácter internacional en la que nuestro continente necesariamente debe entrar a participar.
Y una tercera y última clave que percibo es que esta obra marca el decurso de una humanidad que se torna cada vez más compleja desde el punto de vista interrelacional, lo que inspira una manifiesta apertura al diálogo.
Y una tercera y última clave que percibo es que esta obra marca el decurso de una humanidad que se torna cada vez más compleja desde el punto de vista interrelacional, lo que inspira una manifiesta apertura al diálogo. Ello se percibe en diversos ámbitos, en los que se expresan las exigencias que crecen vertiginosamente tanto a nivel laboral, comunicacional o tecnológico, en relación con las personas. Lo mismo ocurre en el mundo de la política, donde los cambios y las aproximaciones culturales emergentes desconciertan especialmente a la población mayor. Esta realidad suscita una gran inseguridad y espontánea adhesión a figuras “carismáticas”, quienes con el recurso emocional suscitan una continua persuasión del entorno. Ello implica que uno de los problemas silenciosos de aquel fenómeno sea la falta de profundidad y liviandad de los vínculos interpersonales de seguidores que “viven” a través de las redes sociales. Se trata, entonces, de una sutil forma de pobreza humana que avanza en tanto la humanidad se deja liar por las redes. Una teología del pueblo que camina en este siglo tiene, por ello, la misión de captar las nuevas pobrezas del presente e interpretar las inquietudes para entregar respuestas desde la verdad del Evangelio, para que también oriente e interprete estas nuevas formas de pobreza, de claro tinte psicológico. Gracias a ello será posible suscitar vínculos humanos reales y profundos que busquen generar auténticos encuentros interpersonales. Es lo que explicita la escena de la parábola de los salteadores que trae a colación el Papa en Fratelli tutti, donde se evidencia la actitud de aquel que se hace cargo realmente del hermano que sufre, digamos hoy, del que necesita ser escuchado en su profundo estado y no solo “linkeado” con una respuesta virtual. Pero este proceso de encuentro, para que sea realmente genuino, debe ser movido por un amor gratuito y desinteresado que solo surge desde la experiencia del encuentro con Jesucristo, quien nos abre hacia un genuino vínculo interpersonal. Es el Señor de la Vida el que a través de su muerte y su resurrección, por las que vence definitivamente al Señor de la Muerte, como Kyrios, quien nos da esperanzas y luces para hablar de esta salvación en medio de un mundo que sufre. El Camino para suscitar las vías de encuentro de tipo personal, son las que surgen del corazón humano, de la profunda intimidad de la persona, la verdadera fuente de conversión que promueve la Doctrina Social de la Iglesia. Solo el Señor, que es quien puede tocar lo íntimo del ser humano, es el que puede suscitar una verdadera liberación de las estructuras injustas. De ahí que hacer verdadero pueblo pase por una profunda transformación del corazón hasta rearticular la comunidad de personas.
Solo el Señor, que es quien puede tocar lo íntimo del ser humano, es el que puede suscitar una verdadera liberación de las estructuras injustas. De ahí que hacer verdadero pueblo pase por una profunda transformación del corazón hasta rearticular la comunidad de personas.
Digamos para concluir que teología del pueblo y de la cultura son dos realidades que se coimplican y que continúan adelante con procesos que no han terminado y que levantan y posicionan el lugar teológico de la pobreza no solo como ámbito de reflexión, sino especialmente de acción evangelizadora. No hay genuina reflexión social de la Iglesia que no termine finalmente en acción, pero una acción que ha de ser traspasada por el Evangelio. Una tarea renovada en este hoy del siglo XXI, en el que, como ya lo adelantaba el Maestro, seguimos teniendo pobres entre nosotros. Es así como los contextos, tanto de pastorales territoriales como ambientales, nos siguen planteando nuevos desafíos en los que se ha de seguir desarrollando una teología del pueblo que habla con la cultura para responder a los requerimientos de la misma. Al igual que en los primeros tiempos, seguimos duc in altum.