En primer lugar, agradezco al profesor por la obra que nos regala y por el acontecimiento de su lanzamiento aquí, en Chile. Quiero expresar el honor y la alegría que representa para mí estar compartiendo este encuentro, esta conversación, con monseñor Bravo y con los profesores Morandé y Antúnez, es realmente un privilegio.
Profesor, usted nos introduce a su obra diciendo que ha reunido allí una serie de contribuciones presentadas en distintos tiempos y escenarios, proyectadas para diferentes destinatarios; sin embargo, el lector, apenas comienza la lectura de su libro, rápidamente se siente llevado, como de la mano, en un itinerario que no necesariamente es cronológico, pero que representa su pensamiento de estos años, sus reflexiones sobre Francisco. Y yo me atrevería a decir algo más: es su experiencia de Francisco lo que nosotros podemos recorrer en esta obra.
(...) Sin embargo, el lector, apenas comienza la lectura de su libro, rápidamente se siente llevado, como de la mano, en un itinerario que no necesariamente es cronológico, pero que representa su pensamiento de estos años, sus reflexiones sobre Francisco.
Yo había tenido oportunidad de leer uno de sus trabajos, que usted pone en el primer capítulo del libro, “Elementos para interpretar el papado latinoamericano”. Fue publicado en un número de la revista Humanitas con ocasión de la visita del Papa Francisco a Chile[1]. En ese momento mi clave de lectura era cómo explicar la figura de Francisco al Pueblo de Dios en Chile, que tenía que preparar su corazón y su mente para recibir al Papa y para escuchar lo que el Papa venía a decirnos. Entonces, ¿cómo podíamos explicar a Francisco, siendo que llevaba pocos años en el pontificado y había recibido ya fuertes críticas? Muchas muy injustas, relacionadas con no entenderlo. ¿Cómo aproximar a Francisco a la gente para recibirlo? Eso era lo que me preocupaba en el momento de esa lectura, y, ciertamente, encontré una respuesta en el concepto, en la concepción de Pueblo de Dios. Porque “pueblo” es una palabra que a todos de algún modo nos es cercana, y sobre todo aquí, hablo como argentina residente en Chile desde hace veinte años. A todos nosotros la palabra pueblo nos dice muchas cosas; entonces era una forma de acercar a Francisco empezando por explicar su concepción del pueblo
El Viaje Apostólico a Bolivia se realizó entre el 8 y 10 de julio del 2015.
Prácticamente cinco años después, vuelvo a leer el trabajo suyo y, evidentemente, muchas cosas han pasado para nosotros, después de la visita de Francisco, muchos acontecimientos a nivel social, y a nivel eclesial, sobre todo. Por supuesto, esa lectura ahora presenta otros cuestionamientos y otros desafíos, otras provocaciones, muy distintas a las de cinco años atrás, porque en nuestro contexto “ha pasado mucha agua bajo el puente”. Sin embargo, vuelvo a encontrar una respuesta en la concepción del pueblo, que es una clave para entender y para mirar la realidad actual. Quizá hoy el enfoque es cómo construir Pueblo de Dios en Chile, después de estos cuatro o cinco años.
Ese era el primer comentario que quería hacer acerca de la lectura, que tiene que ver con mi experiencia personal de haber leído uno de sus trabajos en dos ocasiones.
Por otro lado, justamente después de la visita del Papa Francisco, este nos habla a través de una carta que le dirige “al Pueblo de Dios que peregrina en Chile”. Una carta donde quiero solamente resaltar dos puntos, porque usted los desarrolla a lo largo de distintos trabajos en su libro. En primer lugar, que la condición común del Pueblo de Dios es la dignidad y la libertad. Con eso empieza su mensaje el Papa cuando nos habló aquel 31 de mayo de 2018 en esa carta: “cada vez que intentamos suplantar, acallar, ningunear, ignorar o reducir a pequeñas élites al Pueblo de Dios en su totalidad y diferencias, construimos comunidades, planes pastorales, acentuaciones teológicas, espiritualidades, estructuras sin raíces, sin historia, sin rostros, sin memoria, sin cuerpo; en definitiva, sin vida”[2]. Ese es un punto.
Además, el Papa también nos llama a un tiempo de oración y de discernimiento y nos pide especialmente poner la mirada en la pastoral popular, porque escuchando la piedad popular es donde podemos encontrar una lectura de la realidad. Allí sí hay una sed de Dios, que solo en los pobres y los sencillos podemos encontrar, que solo ellos conocen. El concepto de pobre y de pobreza –que forma parte de uno de los elementos fundamentales en torno al cual gira, también, la construcción de la teología del pueblo y de la cultura–, Francisco lo ha visto y vivido en carne propia. Tenemos muchos ejemplos de esto, incluso antes de ser Francisco para nosotros. El más mencionado siempre es Francisco entrando a las villas miserias, que es lo que aquí se conoce como campamentos, o la articulación de los curas villeros. Jorge Mario Bergoglio no entraba a las villas miserias hablando sobre la dignidad de los hijos de Dios por el bautismo, o haciendo grandes discursos teológicos. Francisco iba a preguntar a las personas cómo estaban, si compartían un mate, si encontraron trabajo o no, simplemente llegaba a conversar. Entonces, el encuentro con el pobre y con la pobreza, en Francisco, es un encuentro personal, y un encuentro que cambia la vida, porque a nosotros el encuentro con Cristo nos cambia la vida, y ese testimonio del encuentro personal con Francisco cambiaba vidas. En el mismo sentido, él dialogaba a diario –usted dice que el libro no es un libro sobre Francisco, pero nos permite entender a Francisco y también la teología del pueblo de Dios, del pueblo y de la cultura– con todas las caras de la pobreza; yo creo que no hay argentino que no recuerde, en el año 2011, una homilía en la Catedral de Buenos Aires donde el arzobispo de la ciudad dijo que en Buenos Aires había esclavitud. De hecho, dijo: “una vez dije en Constitución, en una anterior misa por las víctimas de la esclavitud y exclusión, que lo que nos enseñaban en el colegio sobre que la asamblea del año 13 había abolido la esclavitud eran cuentos chinos… a lo más está en un escrito. Pero en esta Buenos Aires tan vanidosa, tan orgullosa, ¡sigue habiendo esclavos! ¡Sigue habiendo esclavitud!”[3]. Recordaba Francisco un evento de cinco años atrás, donde en un incendio de una casa de trabajo clandestino habían muerto personas, entre ellas adolescentes y niños. Entonces eso es esclavitud, y en su lenguaje muy coloquial explicaba en su homilía que no se debía seguir enseñando en los colegios que la esclavitud fue abolida en 1813 en Argentina, porque en la actualidad seguía habiendo esclavitud, debido a que la esclavitud y la pobreza tienen muchas caras y tenemos que saber leer la realidad para descubrir esas caras.
Porque su libro también nos llega ahora, cuando estamos de cara al sínodo de la sinodalidad, y ahí nos habla también de cuál es el sujeto de la sinodalidad. La reflexión ha vuelto a poner en escena al Pueblo de Dios como sujeto de la sinodalidad.
En ese sentido, mi línea de reflexión a propósito de su libro viene necesariamente desde la concepción de Pueblo de Dios, pasando por sinodalidad, y pasando también por la corresponsabilidad. Esos son los tres focos de mi comentario sobre su libro. Porque su libro también nos llega ahora, cuando estamos de cara al sínodo de la sinodalidad, y ahí nos habla también de cuál es el sujeto de la sinodalidad. La reflexión ha vuelto a poner en escena al Pueblo de Dios como sujeto de la sinodalidad. Voy a citar al profesor Guzmán Carriquiry cuando escribió que se ha dicho que a Francisco le brillan los ojos cuando pronuncia la palabra pueblo[4]. Yo podría agregar que no he podido percibir si le brillan los ojos, pero sí que la forma en que lo pronuncia, la pausa con que rodea la palabra, la entonación que le da, revela la importancia que tiene para él ser y sentirse parte de un pueblo, en términos de identidad. Entonces lo mencionaba en ese sentido. Y en este camino sinodal, al que nos sumamos desde nuestro propio camino de discernimiento que emprendimos unos años atrás, como decía anteriormente, la reflexión se ha vuelto a poner en el pueblo, en el sujeto, de qué pueblo se trata, cuál es su configuración, sus notas características, cuál es este pueblo.
El Papa Francisco mira la presentación de un baile tradicional indígena en el hogar para niños ‘Principito’, en Puerto Maldonado, Perú, el 19 de enero del 2018. ©ABAC
Ahí la teología del pueblo y de la cultura nos puede también dar varias líneas de reflexión sobre este camino. En Evangelii gaudium el Papa Francisco también nos dice que la Iglesia ciertamente tiene sus raíces más profundas en el misterio de la Trinidad, pero, además, tiene una concreción histórica en un pueblo que peregrina y es evangelizador, es decir, la misión. Hay una concordancia entre esto y los albores de la teología del pueblo y de la cultura, a mediados o finales de los años 60, cuando en la Facultad de Teología en Buenos Aires, se reflexionaba sobre Lumen gentium y la unidad que existe entre sus capítulos 1 y 2, Misterio y pueblo. Y se analizaba también, con cierto asombro, que este capítulo segundo de Lumen gentium, “Del Pueblo de Dios”, antecede al capítulo dedicado a la estructura jerárquica de la Iglesia, y todo apunta a un único Pueblo de Dios, el Santo Pueblo Fiel de Dios que nos menciona y que nos trae el magisterio conciliar. Aquí, como canonista, no puedo dejar de mencionar que este concepto conciliar de “Pueblo de Dios” es recogido en el Código de Derecho Canónico, que es una síntesis teológico-pastoral y canónica de la eclesiología del Concilio Vaticano II sobre, sustancialmente y entre otras cosas, el Pueblo de Dios, su estructura y dimensiones: sobrenatural, celestial, pero también terrenal y peregrino.
¿Por qué traigo eso a colación? Porque sobre el principio de la igualdad fundamental y de la diversidad funcional, se estructura también, en el Libro II del Código, un reconocimiento esencial a los deberes y derechos esenciales de los fieles. No es que estén definidos solo en el Código de Derecho Canónico, también están en el Magisterio, pero aquí están estructurados, de un modo pedagógico y sintético, estos deberes y derechos que son, en definitiva, la concreción de la corresponsabilidad de los fieles. Un Pueblo de Dios donde ninguno es excluido, donde estamos todos, donde están los jóvenes, las mujeres, los clérigos, los laicos, requiere esta corresponsabilidad: la participación, la presencia –cómo vamos a leer una realidad si no estamos presentes, si no estamos participando en esa realidad– y necesariamente esta corresponsabilidad.
El papa Francisco permanentemente hablaba, y de hecho desde antes de su pontificado, de este compromiso sociopolítico que debemos tener todos con relación a construir un proyecto común.
Unos días atrás tuve oportunidad de ver uno de los seminarios que la Academia de Líderes Católicos realizó, titulado “Mujer, Iglesia y sinodalidad: escucha y cuidado de la realidad”, y allí se habló y reflexionó sobre esta corresponsabilidad que, ciertamente, no se agota ecclesia ad intra, no es solo la responsabilidad que tenemos en el trabajo dentro de la Iglesia. El Papa llama a los laicos a ocupar lugares en el ejercicio de funciones de gobierno, de decisión, de participación. Esto es algo que tiene que reflejarse e ir también a otras dimensiones socioculturales.
Y aunque reforzando la idea de que la Iglesia no puede hacer política como un partido político, no puede ser ajena a lo que se denomina “la política constitucional”, es decir, allí donde están las orientaciones, las finalidades de la acción política, donde se enmarcan los derechos humanos fundamentales que en definitiva sustentan y estructuran una comunidad política.
El Papa Francisco permanentemente hablaba, y de hecho desde antes de su pontificado, de este compromiso sociopolítico que debemos tener todos con relación a construir un proyecto común. Y ahí, en ese seminario, recuerdo que Paola Binetti dijo algo bien interesante al explicar el ethos social, en el sentido de que “se puede ser un buen ciudadano sin ser necesariamente católico, pero no se puede ser un buen católico sin ser contextualmente un buen ciudadano”[5]. El católico no puede no ser buen ciudadano, ahí hay una dimensión de responsabilidad. Y aunque –usted menciona también al profesor Luis Gera en la originalidad de su planteo, en cierto sentido, cuando se habla de la participación en la sociedad, en la comunidad, en la política– reforzando la idea de que la Iglesia no puede hacer política como un partido político, no puede ser ajena a lo que se denomina “la política constitucional”, es decir, allí donde están las orientaciones, las finalidades de la acción política, donde se enmarcan los derechos humanos fundamentales que en definitiva sustentan y estructuran una comunidad política.
Entonces, en concreto, mi reflexión, después de haber leído su libro, me llevó por esa línea: el Pueblo de Dios, la sinodalidad, la corresponsabilidad, sobre todo de los laicos y, como no decirlo, de las mujeres. También la participación de la mujer en estas dimensiones, no solo dentro de la Iglesia, sino también en la sociedad. También lo decía Paola Binetti, que no tendríamos por qué hacer una distinción entre Iglesia y sociedad, entre Iglesia y el mundo, porque en definitiva estamos enraizados en el mundo. Pero para hacer notar un poco estas dos dimensiones, siempre se habla diferenciadamente de la Iglesia y de la sociedad[6].
Y quiero terminar entonces, profesor, haciéndole una pregunta para después, si quizá puede darse en la conversación, si no surge de lo que mencionan los otros profesores. Usted señala en su prólogo que la contribución innovadora de la teología del pueblo y de la cultura es que es un proceso inacabado, que hay una continuación en el sentido de pensar también la modernidad desde América Latina, de esta teología del pueblo y de la cultura que se globaliza, pero el gran desafío es que no pierda sus raíces latinoamericanas; entonces me gustaría, si fuera posible, que nos converse un poquito acerca de ese sentido de proceso inacabado que tiene esta teología del pueblo y de la cultura, y con esto entonces termino mi participación.