Autor: James Chappel
Harvard University Press Cambridge, 2018, 352 págs.
En algún momento entre 1900 y la actualidad, afirma James Chappel, la Iglesia Católica se hizo moderna. Surgen varias preguntas sobre este tránsito: ¿Cuándo comenzó? ¿Qué motivó este proceso? ¿Cómo se desarrolló? Responderlas es el objetivo de Chappel en su libro Catholic Modern. The Challenge of Totalitarianism and the Remaking of the Church, publicado por Harvard University Press.
Hablar de modernidad siempre es complejo. A partir del estudio de los casos de Alemania, Francia y Austria, el autor la define en sus propios términos: es el ordenamiento en que la religión pasa a ocupar el espacio privado. Chappel también califica como nociones propiamente modernas la separación Iglesia-Estado, la libertad religiosa, la tolerancia y ciertos elementos del lenguaje de los derechos humanos. Acogiendo estas premisas modernas, la Iglesia logra sobrevivir a la amenaza de los totalitarismos y luego cobrar protagonismo en la reconstrucción de Europa.
Las aproximaciones más comunes al proceso se centran en la aparición de partidos democratacristianos y la denominada tercera vía. Este nuevo entendimiento entre religión y política consolidaría el tránsito a la modernidad. Sin embargo, Chappel cuestiona esa narrativa para ofrecer un panorama algo más complejo de los cambios.
Para abordar este tema, dos características del libro son particularmente interesantes. Primero, que aborda los cambios desde la perspectiva de los laicos. Así, abre la discusión preguntándose cómo los propios católicos modificaron y actualizaron su fe para incorporarse a un mundo de estados nacionales no confesionales y libertad religiosa.
Chappel muestra que la secularización del espacio público, y el consiguiente traslado de la vida religiosa al ámbito privado, no fue primordialmente una opción de la jerarquía, sino una estrategia adoptada por los católicos para lidiar con los problemas de una modernidad que percibían como amenazante.
En segundo lugar, Chappel muestra que el Concilio Vaticano II fue la cristalización de un proceso que tuvo sus orígenes en las décadas de los 20 y 30. La crisis de principios de siglo, que puso en jaque la supervivencia de la Iglesia, produjo que los católicos dejaran de pensar en evitar la modernidad, para buscar cómo participar en ella. El libro muestra que fue un proceso disputado, en el que convivieron diversas posiciones —muchas veces excluyentes— sobre cómo debía aggiornarse la Iglesia. En esta disputa, el autor describe dos corrientes principales, marcadas por su posición frente a la familia: una paternalista y otra fraterna.
La primera corriente tendría como objetivo principal la defensa del núcleo familiar. La estrategia implicaba defender los estados de bienestar seculares y las economías capitalistas organizadas, solo en la medida que sus beneficios se tradujeran a la familia, y siempre y cuando el Estado adoptara las actitudes adecuadas hacia el aborto, la homosexualidad y el divorcio.
La segunda, se niega a definir la esfera privada en términos de la familia nuclear. La Iglesia había pedido por mucho tiempo un mundo de estados débiles y una densa sociedad civil de organizaciones de trabajadores, grupos de mujeres y activismo local. Desconfiando del creciente poder del estado secular, utilizaron este elemento de la tradición, razonando que podría aplicarse de modo interconfesional, interracial y moderno. Pidieron a los trabajadores católicos y socialistas que trabajaran juntos en el corazón de los sindicatos poderosos, por ejemplo, y buscaron elaborar nuevos tipos de ciudadanía pluralista. No se opusieron tajantemente a la enseñanza de la Iglesia sobre la familia, pero sí reconocieron que una vida familiar saludable no podía separarse de los proyectos sociales y políticos emancipadores.
A pesar de que algunos cambios lograron cierto éxito en la supervivencia y legitimidad de la Iglesia frente a la amenaza totalitaria, puede que en ellos se incubara el germen de algunos problemas actuales. Primero, al priorizar la dimensión privada de la fe, con una opción principal por la moral familiar y sexual, quizá se minusvaloraron las inquietudes por el orden social o la vida en común. Segundo, al usar el lenguaje de los derechos humanos, la tolerancia y la libertad religiosa, la propia Iglesia se puso en una situación difícil. Ya no puede reivindicar para sí un lugar especial entre las demás religiones o creencias —al menos no sin dificultades—, pues el único juez es el creyente, que las elige según su parecer.
El libro no solo ofrece una comprensión histórica y cultural sobre el proceso de modernización de la Iglesia y los desafíos que este nuevo escenario le ha presentado, sino también nos entrega algunas luces para comprender algunos fenómenos contemporáneos en que se encuentra la Iglesia: ¿no será la actual crisis, en parte, una consecuencia de esta disyuntiva en que se encuentra en torno a su rol en el espacio tanto público como privado?