Louis Bouyer

Encuentro

Madrid, 2022

171 págs.

En medio de la efervescencia feminista que surge en Francia alrededor de los años sesenta, el teólogo parisino Louis Bouyer se embarca en la escritura de una trilogía que explorará la profundidad de la mujer desde la tradición de la Iglesia. Figuras místicas femeninas, publicado originalmente en 1989, es su tercera y última parte. Se trata de la puesta en práctica del conocimiento por medio de historias preclaras del valor de la mujer en el cristianismo, en cuanto están llamadas a ser, al modo de María Magdalena ante el sepulcro vacío, las primeras receptoras del mensaje del Evangelio.

Recorriendo la vida y legado de Hadewijch de Amberes, Teresa de Ávila, Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad y Edith Stein, el autor desentraña el hilo que ha guiado la mística femenina católica por más de siete siglos: el reconocimiento de un Dios que se entrega en Amor por sus creaturas, y al que solo se responde plenamente por medio de una donación recíproca a Él. Esta compenetración de la creatura con su Creador y Redentor, que es el compendio y meta de todo el mensaje evangélico, ha sido en muchos momentos extraviada por las corrientes teológicas intelectualistas que olvidan la ley fundamental del Amor. Así, vemos como el mensaje de Hadewijch (siglo XIII), poético y sin pretensiones doctas, es respuesta inspirada para un contexto marcadamente escolástico que tendía a hacer filosofía de la fe. Sus escritos señalan a la Caridad como la fuerza dinámica de la Santísima Trinidad, en contraste con el peligroso fluctuar entre un dios relegado al racionalismo aristotélico, y el dios sin ley al estilo arbitrario de Ockham. Del mismo modo, Teresa de Ávila y su mística del matrimonio espiritual sanan la oración contemplativa personal, que produjo tanta desconfianza en la Iglesia tras el subjetivismo interpretativo de Lutero. Su espiritualidad fue el cimiento sobre el que pudo realizarse el magno proyecto de la reforma del carmelo, fundamental para la contrarreforma.

Frente a estas dos mujeres, Hadewijch y Teresa de Jesús, Bouyer presenta las personalidades masculinas que complementaron y difundieron sus inspiraciones. A la beguina de Amberes la releva el Maestro Eckhart (cuya teología es defendida detenidamente por Bouyer, dado que el dominico aún no había sido rehabilitado para 1989), aunque Ruysbroeck será luego un intérprete más certero del mensaje. En el caso de la carmelita española, su cofundador y compañero espiritual, san Juan de la Cruz, sabrá cultivar su mística y conducirla hacia el plano teológico.

El mensaje místico de la unión amorosa con Dios vuelve a resonar con fuerza en los albores del siglo XX, precisamente en la voz de tres carmelitas que bebieron del corazón de Teresa de Jesús. Se trata de mujeres muy diferentes a las que el Espíritu Santo habló en correspondencia a la originalidad de cada una. Teresita de Lisieux (para Bouyer, la más actual en su legado) manifiesta el Amor de Dios reviviendo, sin saberlo, la doctrina de la justificación de san Pablo: su “caminito espiritual” lleva a la salvación solo abandonándose a Cristo en el Padre, y colaborando con las obras cotidianas a la redención de la Humanidad. El amor trasciende la relación personal con Dios y se derrama sobre el mundo, en el espíritu del cuerpo místico paulino. Isabel de la Trinidad, tal como indica su nombre, descubre la grandeza del amor presente entre las Personas Trinitarias, y se decide a ser ella misma la alabanza de gloria. Su sensibilidad musical la inspira a formular aquella actitud de adoración permanente a Dios. Por último, Edith Stein (recién beatificada para la publicación del libro), desde su pensamiento filosófico y la herencia judía que marca su historia, encuentra en el misterio de la cruz la cumbre del Amor. El dolor redentor de Cristo lo une profundamente a cada miembro de la Humanidad, llamados a subir a la cruz del amor con Él. Dios permitió a Edith Stein realizarlo en el martirio de Auschwitz.

El libro permanece alejado de argumentaciones especulativas y, en cambio, deja hablar a cinco mujeres profundamente sencillas, pero con una fuerza interior capaz de desentrañar los misterios más esenciales del catolicismo. A excepción de Hadewijch de Amberes (desconocida hasta el siglo XX), todas las protagonistas han sido proclamadas como santas: su mística no se construyó sobre principios intelectuales, sino sobre un profundo amor hecho vida que las ha convertido, como a María, en Trono de la Sabiduría. Dios ha querido revelar su eterno Amor en ellas.

Es cierto que han pasado varias décadas desde la publicación original del libro; sin embargo, el mensaje del libro acerca del fundamental rol de la mujer en el cristianismo no pierde vigencia en nuestros tiempos: “… fue a los apóstoles a quienes fue entregada por Cristo la tarea de anunciar con autoridad, en su propio Nombre, el evangelio de la Resurrección, pero el contenido de este evangelio fue entregado a las mujeres” (p. 10).

Patricia Imbarack

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