El gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964 - 1970)

Editor: Alejandro San Francisco
CEUSS / Universidad San Sebastián Santiago de Chile, 2018

Tomo 3, 585 págs. Tomo 4, 602 págs.


Esta es la segunda entrega de un proyecto que aspira a relatar la historia de Chile desde 1964 hasta 2010. A fines del 2016 se presentaron los tomos 1 y 2, correspondientes al período de Jorge Alessandri, y si bien pareciera que el relato toma la forma clásica de historia por casilleros presidenciales, resulta que en los hechos cada presidencia queda descrita en múltiples aspectos y no solamente en el ámbito político, como podría pensarse. De hecho, hay capítulos seriados y bastante fuertes respecto de la Iglesia Católica, la educación, la cultura, la economía, la vida cotidiana, junto a otros de talante más canónico, como presidencia y partidos políticos, o el examen pormenorizado de las relaciones exteriores.

Un aspecto sustantivo del proyecto es que el relato se hace en forma coral, de modo que cada colaborador se suma, con un lenguaje homogéneo, a un relato que alcanza un estándar unificado. Todos y cada uno de los miembros de este coro es mutuamente responsable de los capítulos. No obstante lo anterior, cada capítulo le debe más a un autor que a otro: los capítulos de relaciones internacionales deben más a Milton Cortés, los de economía más a Ángel Soto, los de cultura más a Myriam Duchens, los de educación a José Manuel Castro, los de Iglesia Católica a Gonzalo Larios, y así cada uno deja su huella en los informes que finalmente conforman la obra. Sin embargo, la interpretación propiamente tal del período tratado, corre de manera más discursiva y más integral a cargo del editor, Alejandro San Francisco, y ello incluye también el análisis de lo político. Pero sin ser una historia puramente política, ya que la actuación y las ideologías partidarias se sitúan en un contexto cultural y societal, donde los actores y los fenómenos se entrecruzan.

En estos dos tomos dedicados a Frei Montalva resalta la manera en que se contradice el aserto de que un gobierno de centro y reformista es gradual y moderado. Si algo nos demuestra la presidencia de Frei, es el ascenso de un grupo minoritario, que había caminado bajo el sol del desierto con votaciones inferiores al 4% durante muchos años y que se fortaleció gracias al derrumbe de radicales y conservadores y al riego de militantes desde el agrario laborismo y el conservadurismo. Si hay un telón de fondo de este crecimiento es el cambio de óptica de la Iglesia Católica y la consideración acerca del voto “útil”, contaminado por el anticomunismo. Para 1961 el Partido Demócrata Cristiano ya era una opción muy potente que acabó por sepultar al Partido Conservador.

El carácter revolucionario, excesivo para las derechas liberal y conservadora, insuficiente para la izquierda marxista, define la actuación y la cultura de una época que se caracteriza por dejar los moldes del statu quo. Un período anunciado por el entusiasmo teológico de sectores de la Iglesia (ejemplificados en Manuel Larraín y Raúl Silva Henríquez) que dan su apoyo a los democratacristianos, pero también por el fervor nacional por Eduardo Frei y su mirada transformadora. Si hay algo inobjetable fue que Frei se vio presidiendo un proyecto de 30 años, y una “nueva civilización” al modo que lo proclamaba la Democracia Cristiana en su programa político.

En este libro la épica de esa época se retrata mejor que en cualquier otro texto que haya leído al respecto. De modo que los cambios no eran ni cosméticos, ni “comunistas”, sino simplemente democratacristianos. La Reforma Agraria se profundizó con una prédica que ligó a sectores de avanzada democristiana con la izquierda más marxista. Ello dejó una huella perdurable. También, entonces, se gestó la construcción de un entramado social intermedio compuesto por juntas de vecinos o sindicatos agrarios, que cambiaron para siempre la faz de la población chilena.

El entusiasmo, sin embargo, partió de un axioma falso, que Frei era el anticomunismo. Si bien ese discurso se aprovechó en la Marcha de la Patria Joven (junio de 1964) y en la votación, ese mismo impulso casi sepultó a conservadores, liberales y radicales. Frei superaba esa visión. Por eso recibió el apoyo entusiasta de los estadounidenses y el apoyo de su Alianza para el Progreso, como también del Vaticano y de la Europa Occidental y democrática. Fue una opción liberal en sentido anglosajón, de cambios y de progreso no-comunista.

No obstante, esa impostura de representar la contención anticomunista, fue frágil y temporal; apenas en 1966 ya la derecha estaba reorganizándose, y la votación democratacristiana empezó a desdibujarse hasta un tercio, abandonando su mayoría absoluta en 1964 y su ventaja en las elecciones parlamentarias posteriores. Peor aún, la eclosión de relatos revolucionarios competitivos al interior (el tomicismo) como al exterior, en las disensiones de la Izquierda Cristiana y luego el MAPU, desmembró al Partido Demócrata Cristiano. Asimismo, la sensación de que el proyecto no iba tan bien hizo mella en la rearticulación de la izquierda marxista, que vio su camino propio, que pronto caricaturizaría los cambios freístas.

La fragilidad del proyecto de Frei, bien urdido teóricamente desde el progresismo religioso (Vekemans, etcétera), se percibió en aspectos como la educación (las tomas de la Universidad Católica de Valparaíso y de la Universidad Católica de Chile, dando origen a la reforma universitaria), el avance de la Reforma Agraria, y la relación civil-militar, con carencias materiales y actos de insubordinación y de protesta gremial. Frei en su correspondencia, obtenida de su propia Fundación, relata estos aspectos como amenazas directas a la democracia.

La cultura y la sociedad dialogaban con una economía que recibía pocos impulsos, con lo que aparecieron los primeros críticos del modelo del desarrollismo hacia dentro. La Revolución devoraba a sus hijos, pero ella misma no se asentaba más que como un contexto difuso siempre coactivo para las fuerzas políticas, a tal punto que la oposición derechista se reinventó en un partido “nacional y moderno”.

La discusión sobre la modernidad nos dice mucho. El intento de un Chile moderno cristiano y civilizacional fracasa. Peor aún, hay concesiones a la mirada liberal en los esquemas sobre antinatalidad, que se ofrecen como condiciones previas al desarrollo, y que en verdad nada tienen en conexión lógica y empírica. La promesa del desarrollo se vuelve etérea y el gobierno no crea un régimen como se había pensado.

Sobre lo anterior, hay que preguntarse qué es lo nuevo en esta historia. Desde luego la incorporación de fuentes primarias para Frei y su cohorte generacional, tanto civil como eclesiástica. Una visión más interdependiente de la cultura y la política. Muchos archivos nuevos, especialmente estadounidenses, en la parte internacional. Una mejor comprensión de los aspectos eclesiales, culturales y educacionales en pugna. Como resumen, hoy podemos discurrir que el ambiente de esta generación fue esencialmente discursivo: los cambios eran formales y la violencia anidaba como telón de fondo, pero no como acción reiterada y cotidiana. Todo lo que se podría denominar el contexto de “movimientos sociales” estaba restringido a los estudiantes y sindicatos agrarios. Los estudiantes forjan en esta época movimientos disímiles. Son los primeros a los que Violeta Parra (muerta en 1967) elogia en Me gustan los estudiantes:

¡Qué vivan los estudiantes que rugen como los vientos cuando les meten al oído sotanas o regimientos. Pajarillos libertarios, igual que los elementos. Caramba y zamba la cosa ¡vivan los experimentos!

Ellos representan la vanguardia, la inconformidad, pero lo demás estaba rigidizado y controlado por los partidos desde la política sindical hasta las preferencias musicales.

Hay aquí un trabajo que complejiza nuestra visión de Frei y de su época, como debió haberse llamado el volumen. Pero estamos de acuerdo en que el adjetivo revolucionario es el principal, aunque veo más a las instituciones evolucionando que creándose de la nada y en antinomia. Son cambios dentro de los cambios, no una revolución de verdad. El adjetivo se invoca por proximidad, no por identidad. Esta revolución fue la antítesis de la Revolución Cubana, aunque también quiso destrabar el pasado y generar cambios reales. Por lo tanto, es justificado tratar a esta como una época revolucionaria, siguiendo el hilo de sus discursos, con cambios que fueron más profundos que los de un clásico gobierno de centro. Centro aquí no fue una palabra neutra, un cambio gradual, sino una apuesta divisoria entre el antes y el después. Sin embargo, solo quedó la promesa: la historia siguió su rumbo. Una época de encendidos discursos, cambios culturales y de vida (la angustia por Vietnam, la revolución de las flores y la píldora anticonceptiva) pero también de esterilidad en los esfuerzos. Un Chile que se hacía y deshacía, sin encontrar rumbo.


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