David Steindl-Rast OSB y Sharon Lebell
El Hilo de Ariadna
Buenos Aires, 2014
126 págs.
La música del silencio, escrito por el monje benedictino David Steindl-Rast, nos guía a través de las horas (estaciones del día monástico), y nos muestra, con sutileza, cómo podemos incorporar el sentido sagrado del canto y los tesoros de la vida monástica a nuestra vida cotidiana.
Todos los días en el mundo, los monjes entonan cantos durante las horas canónicas, el oficio público de alabanza y adoración (officium u Opus Dei), que tiene lugar a horas determinadas. El día está estructurado según ocho horas canónicas: Vigilias, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas. El canto gregoriano que acompaña a cada estación –cuya correcta interpretación establecieron en el siglo XIX los monjes benedictinos de la abadía de Solesmes, Francia– proclama una armonía, una integridad y un bienestar, que nos insta a despertar de los agitados planes rutinarios y de la tensión que a diario nos agobia. Y también, nos ayuda a descubrir la riqueza de la vida contemplativa, y la tranquilidad que se experimenta al escuchar la llana y profunda melodía de un salmo, un himno o una oración.
El autor nos conduce a través de cada estación, y nos explica la especial cualidad que el canto tiene en ese momento. Cada hora está ilustrada con imágenes de los Ángeles musicantes de Fra Angélico, del Tabernáculo Linaioli, Museo San Marcos, Florencia, Italia.
Vigilias. La Guardia Nocturna: la hora que nos invita a conectarnos con el misterio de la oscuridad, antes que la luz del día se haga presente y comience el trajín cotidiano. También, es un símbolo del despertar que debemos cumplir en nuestra vida.
Laudes. La llegada de la luz: la hora que nos lleva de la oscuridad a la luz. Recibimos con gratitud la luz del sol y se nos ofrece un tiempo de oportunidades.
Prima. El comienzo deliberado: la hora de pasar a la acción, en que se distribuyen las tareas. El énfasis está en empezar correctamente la actividad diaria, en cuerpo y alma.
Tercia. La bendición: la hora consagrada a la oración, donde se experimenta la venida del Espíritu de Dios. El gesto interior es detenerse y bendecir. Detenerse y apreciar. Tomar nota de los dones de la vida, para compartirlos.
Sexta. Fervor y compromiso: la hora del fervor y el compromiso, pero también es la hora de la tentación de caer en la pereza y el desánimo. Se asocia con la quietud y paz del mediodía, pero también trae a la memoria la crisis y el peligro. El mensaje esencial es enfrentar las crisis y encarar los desafíos, paso a paso.
Nona. Las sombras se alargan: la hora cuando el día comienza a declinar, y percibimos los límites que estructuran nuestra vida –nuestra familia, nuestro trabajo, etc.–. El propósito es conducirnos a la acertada comprensión de estos límites: no verlos como prisiones, sino enfrentarlos y trabajar al interior de ellos.
Vísperas. Las lámparas se encienden: la hora que convoca la paz interior, la reconciliación de las contradicciones dentro de nosotros y nuestro alrededor. La hora de la serenidad, donde el canto captura el espíritu de consolación de esta hora bendita. Su punto culminante es el canto del Magnificat, el canto que, en el Evangelio según San Lucas, María canta mientras saluda a su prima Isabel. “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador…”.
Completas. El círculo se cierra: la hora de la conclusión del día monástico. Significa culminación. Al llegar la plenitud de la noche, regresamos del canto al silencio. El día se cierra con un examen de conciencia y confesión de nuestras faltas. La virtud es la fe; verdad esencial por la cual nos entregamos –cantando un salmo– a la protección de Dios durante la noche.
Como epílogo, David Steindl-Rast nos invita a reflexionar sobre el sentido de la música, que él define como “El Gran Silencio. La Matriz del Tiempo”, donde plantea que la música no es solo una disposición rítmica de notas, sino que se gesta en la matriz del silencio, de donde surge y a la que fluye inexorablemente. Y el silencio entre las notas es lo que les da sentido y las llena de gracia. El Gran Silencio es el descanso silencioso que tiene lugar antes de que el día cante su recurrente melodía de las horas.
La música del silencio evoca la naturaleza sagrada del canto, y nos muestra en qué sentido las horas monásticas son mensajeros divinos, ángeles cotidianos que anuncian los dones y desafíos de cada etapa del día. A través de este viaje, el autor comparte las Escrituras, poemas e himnos característicos, destacando las virtudes de la gratitud y el perdón, y también los desafíos que debemos enfrentar –como la pereza y el miedo–; y nos entrega sugerencias concretas de cómo podemos experimentar esta hora, la hora del Gran Silencio, durante nuestros ocupados días, ya sea por medio de una oración o una meditación, que nos reconecte con la fuente más profunda de nuestro significado y alegría.
Fernando Martínez Guzmán